Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

jueves, 1 de diciembre de 2011

Nelson

Uno





Nelson






Por fin, y tras unos interminables 6 días, la compuerta se abrió y los pasajeros bajaron de los hábitats en la estación 01 de la terminal central del Elevador Orbital de Sudamérica, que no sólo estaba en plena línea del Ecuador, sino que además a una altura de 4.850 metros por sobre el nivel del mar. Al salir de las puertas de la terminal sumaron a los músculos agarrotados, la falta de sueño, el mal sabor de boca y la desorientación de tanto tiempo encerrados, el frío de la altura que iría disminuyendo tan pronto iniciaran el descenso por el camino que bajaba desde la cima en la que estaba la estación y en general toda la terminal.
La cabina propiamente tal del elevador era un pequeño edificio de 6 pisos en cuyo interior se dividían los pasajeros según el valor del pasaje que habían podido costear, y aún cuando el hábitat tenía un gran número de comodidades para evitar el aburrimiento que significaba el encierro, las condiciones entre la primera clase y la económica eran del todo distintas.
Para Nelson el viaje podría haber sido diferente y tal vez, sólo tal vez, podría haber esperado el trasbordador que bajaría desde descanso al día siguiente de la llegada por el ascensor; pero sus órdenes eran claras, pues debía por el medio más rápido a su disposición llegar a cualquiera de las estaciones que estaban al interior de la nube de Oort, alcanzar cualquiera de los puertos intermedios de la órbita de Júpiter y dirigirse a uno de los puntos L de la Tierra para descender lo más pronto posible hasta llegar al cuartel de la Armada de Río De Janeiro.
Afortunadamente todo eso estaba terminando y en su mente cansada, reflejo del dolor de su cuerpo por volver a sentir la gravedad, sólo quería volver a subir otra vez de regreso al espacio. Sabía que no ocurriría muy luego, pero debido al cómo se habían dado las cosas desde el mensaje que lo había sacado de su nave, una pequeña esperanza de poder regresar pronto le daba algo de ánimo para soportar ese regreso que había evitado por tantos años.
En cada punto de llegada desde que partiera en el momento en que recibió las órdenes, debía contactar con la Armada en la Tierra e indicando donde se encontraba, por qué medio partiría o continuaría el viaje y el tiempo aproximado que tardaría en llegar a su siguiente destino. Todo ello con el único propósito de que en la Jefatura de Río supieran cuándo esperarlo y poder programar una reunión sin alterar los horarios de tan importantes individuos.
En Descanso el Capitán Lumiere le informó que a su llegada lo estaría esperando un cabo de la Armada con algunas instrucciones y con un paquete que debía abrir en presencia de dicho cabo, quien además lo conduciría al cuartel, como si él no supiera como hacerlo.
Gracias al rango y lo en apariencia urgente de las órdenes, pudo ocupar un puesto en la primera clase del elevador, pero eso no evitaba que al salir del hábitat entre los primeros pasajeros que pudieron hacerlo, se sintió un poco más animado por el sólo echo de poder salir de ahí, de modo que en apariencia se veía como el único o uno de los pocos que al parecer no se movían como muñecos de trapo tras el descenso. Si su rostro no se hubiese petrificado en un gesto de indiferencia desde hacía tantos años, tal vez alguien se hubiese dado cuenta de lo que lo afectaba la gravedad, pero durante mucho tiempo había cultivado el aspecto que debía tener un oficial naval.
Como los grandes ventanales del sector de llegadas habían quedado cubiertos por el hábitat, al principio no reconoció en qué lugar se hallaba la zona de recogida del equipaje, hasta que vio cómo subían los bultos al amplio mesón desde el piso inferior, dado que la zona de carga del hábitat era el nivel inferior del mismo. Sacó su portátil del bolsillo y esperó a que apareciera su gran Roboleta de viaje, que tenía desde que se había iniciado en el eterno ir y venir por el espacio desde que se graduara hacía casi quince años.
Tan pronto la vio salir, digitó el código de la Line Up que le habían dado en Magallanes y la cadena de la línea lo soltó permitiendo que lo tomara del asa.
Tras ponerlo en el suelo, lo activó y caminó hacia el área común para averiguar si el famoso cabo lo estaba esperando o no.
Al principio se sorprendió bastante al notar la poca gente que había en la terminal, pero luego recordó que en la subida a Magallanes y las otras 3 estaciones de llegada de los ascensores lo que más subía era la carga y no los pasajeros. Por un momento pensó que si se daba la vuelta, podría ver que el interior de la cabina en la que había llegado estaría siendo desmantelada para dejarla en estado de recibir los grandes contenedores que de forma ininterrumpida salían del planeta a todo el basto sector del sistema solar, así como a las colonias del afuera. Como no dio la vuelta para mirar, no supo que en efecto las zonas superiores donde estaban los miradores y la clase económica estaban siendo vaciadas del mobiliario y los artefactos que estaban disponibles durante la bajada desde la estación.
Al llegar al mesón de la recepción, y luego de que el hombre a cargo del control vio el uniforme y tomó la tarjeta de color azul, casi ni miró de dónde venía Nelson y sin decir nada, aplicó el láser de sellado y se la devolvió mientras miraba cómo la Roboleta pasaba frente al escáner dándole un somero vistazo al contenido; sin embargo Nelson sabía que los pobres que venían detrás de él serían escrutados de forma minuciosa y sus pertenencias analizadas con la amplitud total del escáner y hasta con láser de eliminación de virus y microorganismos celulares.
En el momento en que vivía actualmente, casi le daba lo mismo si entraban cosas raras al planeta, pero de todos modos gracias a las diferencias en el control de ambiente de las naves de la Flota, estaba seguro de que su cuerpo no contenía nada peligroso para el mundo al que regresaba después de tantos años. Una vez más había que dar gracias por la seguridad médico- militar.
Luego de este reconfortante pensamiento, salió al área común y tras buscar por un breve momento, se dio cuenta que sólo había una persona con uniforme de la Armada, de modo que caminó hacia él seguido por la Roboleta.
En ese mismo momento el tipo lo vio y se encaminó a su encuentro a paso regular, de modo que Nelson vio que era joven, no más de 25 años o así; se dio cuenta que el uniforme lo llevaba impecable y al parecer ni una sola mota de polvo se había adherido a la basta del pantalón, lo que solía ocurrir en ese sitio, siendo de forma inmediata conciente de lo arrugado y sucio que debía estar el suyo.
¡Mierda! Debería haberse cambiado en algún baño de la estación o del hábitat en lugar de ser el primero en bajar.
—Bueno — murmuró un poco menos afligido —lo hecho, hecho está —y continuó caminando hacia el muchacho.
Cuando estaban a más o menos un metro y medio, se detuvieron al mismo tiempo y el joven suboficial hizo la venia a la que Nelson respondió, notando que en ambos casos el saludo había sido impecable.
—Buenas tardes, Señor. Soy el cabo Alfredo Altamira. ¿Es usted el Capitán Patrick?
A menudo Nelson se preguntaba si esa tendencia a lo obvio era una de las tantas cosas que lo molestaban de sus compañeros del servicio, de modo que como tan a menudo hacía, respondió de forma brusca:
—Me parece que eso es evidente, cabo. Además por mucho que comande una nave espacial, sólo tengo el grado de teniente primero y como mi nombre está en la placa de mi uniforme —señalándole el lado izquierdo superior de su chaqueta —la pregunta es innecesaria, creo.
Lo que de inmediato lo sorprendió fue la falta de reacción de Altamira, pues de cierta forma, Nelson estaba acostumbrado a que la gente acusara sus golpes. ¿Le habrían advertido de cómo era él? Además de todo, tanto la cara como el nombre del suboficial le resultaban familiares. Bueno, ya habría tiempo para salir de algunas dudas.
—Si, señor. Me disculpo —Respondió Altamira a su comentario.
Mucho después, Nelson lamentaría haber sido tan brusco con él ese día, tal como lo seguiría siendo más adelante.
Acto seguido y sin mediar más palabras, le alcanzó una caja plana de color negro en cuya superficie se veían un lente de color rojo y una hendidura ovalada cerca de la esquina inferior derecha.
Puso el pulgar sobre la hendidura y de inmediato se encendió el lente de color rojo, así que lo acercó a su ojo derecho y una vez terminado el escaneo una ranura fue visible en uno de los costados. Introdujo su tarjeta y un pequeño compartimiento se abrió en la superficie dejando a la vista una uñeta de control y recarga.
Al extraerla, Altamira le dijo:
—Permítame, señor.
La tomó de la mano de Nelson y mientras la introducía en la línea de control de su Roboleta, le explicó que era el nuevo sistema operativo de seguridad.
—La Jefatura me ordenó que fuera cargado en su equipaje como primera cosa al encontrarlo, pues se le entregarán nuevas órdenes el día de hoy —concluyó manteniendo la vista en el sitio por el que la uñeta había desaparecido.
El casi eterno zumbido que siempre hacía su equipaje se apagó y sobre la superficie de la tarjeta apareció la pregunta: “¿Mantener clave o cambiarla?”. Indicó “mantener” y una vez el sistema operativo quedó cargado, la Roboleta inició nuevamente a zumbar.
¿Tiene idea de mis órdenes, cabo?
—Si, señor. Todo lo que me permiten decirle es que se embarcará otra vez pronto, pero la Jefatura se las entregará en persona hoy. Tengo un saltador militar esperando para llevarlo a Río ahora mismo.
En ese momento la caja dio un pitido y su tarjeta quedó liberada, conteniendo toda la información que necesitaría para ordenarse en el Cuartel de la Armada. Le entregó la caja a Altamira, quien guardó la uñeta y se la puso bajo el brazo abriendo el camino a la salida.
Pensaba que al salir se daría cuenta que había extrañado el sol y los paisajes de la Tierra, pero la verdad es que no lo emocionaba haber regresado en lo más mínimo. Por alguna razón prefería el vacío, así como la microgravedad o la ausencia total de esta, la luz cruda de las estrellas y la adrenalina que estaba como una fiel compañera ante el riesgo permanente de las descompresiones o aberturas de casco que podían significar muerte o mutilación en el mejor de los casos. En comparación con su vida en el espacio, la vista al salir de la terminal le pareció pobre.
Tomaron el riel de traslado hacia la pista de la armada donde un único Saltador estaba en espera para el despegue. Subieron por la rampa seguidos por el equipaje, que se dirigió a la zona de carga anclándose a la rejilla inferior y casi de inmediato, tan sólo luego de esperar que se amarraran los cinturones, se inició el despegue.
Revisando la tarjeta, Nelson se dio cuenta que tendría más o menos una hora para cambiarse y darse una ducha, pues la reunión con el Jefe de personal de la Armada estaba fijada para las 1600 y llegarían a Río poco antes de las 1500. Se preparó para intentar olvidar que estaba en la Tierra, que sentía el peso de su cuerpo como si lo aplastaran y que el motor del vehículo, por muy silencioso que supuestamente fuera, no se comparaba con el silencio del espacio. Claro que el viaje hasta el cuartel no sería muy largo y dudaba que pudiera dormir mucho.
Estaba a punto de guardar la tarjeta, cuando advirtió que contenía muy poca información, pero pensó que tal vez le darían una tarjeta nueva o bien la caja contenía poca carga para él. Normalmente cada vez que había llegado a la tierra se le cargaban un enorme número de citas y reuniones, incluso las de carácter social a las que debía asistir de forma obligatoria y aquellas a las que podía faltar si quería. Sin embargo en esta carga sólo se contenían la ubicación de su alojamiento, un plan de viaje al Amarradero de Atacama, una reunión con un tal Spader de suministros y la reunión a la que se dirigía en ese momento. El resto eran las típicas actualizaciones de las ordenanzas y códigos militares que regían la vida en la Armada, los mensajes oficiales y personales que se habían acumulado durante algunos días (normalmente desde que había iniciado el viaje a la Tierra) y notas de prensa sobre actividades del cuerpo.
Finalmente se guardó la tarjeta en la manga y justo al momento de cerrar los ojos se preguntó otra vez por qué tendría tan poca información.
Tal vez por el cansancio o por pensar en todo lo que había dejado atrás con ese viaje, pero lo cierto es que no se le ocurrió la posibilidad más simple.

**********

Bañado, afeitado y con un uniforme impecable, Nelson Patrick, siempre en compañía del Cabo Altamira, caminaba por la Plaza del Cielo rumbo a la Jefatura de Personal del cuartel General de la Armada de la Confederación Terrestre, cuando escuchó una voz que lo llamaba desde su derecha. Tanto él como el Cabo se detuvieron y pudieron ver que el capitán (aún cuando también era teniente primero) Brown se les acercaba con gesto amigable en la cara.
— ¡Pues vaya, aquí está mi predecesor! Gusto en verlo otra vez, Patrick.
—Igualmente, —dijo Nelson haciendo la venia al mismo tiempo que Brown—, Pero no entiendo eso de predecesor.
En la plaza del cielo, centro geográfico del enorme cuartel de Río, se hacía omisión de los rangos, pero se saludaba formalmente más por una cuestión de cortesía. Eran todos iguales, aunque esa parte le molestara a Nelson al tener a ese hombre frente a él.
— ¡Ah! Es que mañana parto a ocupar el mando de la Everest, por lo que supongo que debía darle mis respetos y esperanza de que la encuentre en buen estado de hombres y maquinaria.
Si bien es cierto Nelson suponía que le darían otro destino, pensaba que tal vez lo dejarían volver junto a sus hombres. Sin embargo en ese momento le estaban diciendo que ese pomposo oficial se haría cargo de su gente. Bien, ahora sólo le quedaba esperar que Brown no tratara muy mal a su gente y por otro lado, le comenzó a dar importancia a la cuestión de cuál sería su nuevo destino.
Sin embargo, y debido a cierta historia compartida con ese idiota al que tenía en frente, no pudo evitar pensar que estaban premiando a ese hijo de puta cabrón y traicionero. Sabía que Brown había perdido su nave combatiendo contra la flotilla del Pirata Murteaw, y aún así le daban una estupenda nave, con una dotación extraordinaria y un historial magnífico de logros, en su mayoría conseguidos por el propio Nelson.
—Pues bueno, espero que le vaya bien y si me permite —Dijo en voz alta ocultando lo mucho que odiaba a ese hombre—, le puedo contar que el primer oficial Donoso es un excelente elemento y el segundo es un muy buen navegante; pero lo mejor de la dotación es sin duda el equipo de mecánica e Ingeniería. Son de lo mejor que he visto, en verdad.
—Pues gracias —respondió Brown al tiempo que se acariciaba la barbilla—, pero me interesaría más saber si hay algo que no funciona bien.
¡El muy idiota! Esa dotación era de lo mejor de la Armada y pensaba sólo en si había algo que no andaba bien.
—En este momento no se me ocurre nada que pudiera decirle que no sea bueno de esa gente, realmente es una excelente dotación.
Brown pareció meditarlo y tras un breve momento dijo:
—Bien, supongo que usted los conoce, así que le creeré. En todo caso —dijo adelantando la mano derecha para estrechar la de Nelson— espero que no se equivoque. Mientras veía cómo Ignacio Brown se alejaba por la Plaza, Nelson escuchó que Altamira le preguntaba:
—¿Conoce bien al Capitán Brown?
—Es un idiota —dijo antes de reprimirse y mirando a Altamira agregó:
—Disculpe, no me cae particularmente bien desde que lo conocí hace unos años en aquello que se dio en llamar la Rebelión Joviana.
—No se preocupe. Yo tampoco lo aguanto.
Sin decir nada más, continuaron caminando rumbo a la Jefatura por el amplio espacio que era la Plaza. Entonces se pudo ver un edificio de 4 pisos con forma de un semicírculo de color metálico que era de un modo funcional, particularmente feo.
Un gran número de personas entraban y salían, casi todas de uniforme azul y algunas con Roboletas junto a ellos. En la escalinata de acceso parejas o grupos conversaban o pasaban el tiempo mientras esperaban a que los atendieran o quien sabía por qué asuntos los había llevado a ese lugar.
Nelson vio en el implante la hora. Faltaban 14 minutos para su cita con el jefe de personal, de modo que no varió el ritmo de caminata.
Al tiempo que se acercaba reconoció algunos rostros y varios hombres y algunas mujeres lo saludaron, pero en general lo ignoraron la mayoría de las personas que lo vieron. Fue cortante con quienes le hablaron diciendo que tenía una cita pronto y que hablarían después, aún cuando esperaba no tener que hablar con nadie, pero supuso que no tendría tanta suerte. Aprovechándose del rango la conversación con Altamira había resultado pobre en el mejor de los casos; pero no podría hacer eso mismo con cierta gente que estaba en el edificio o los alrededores. Por otro lado, tras hacer un par de ejercicios mentales mientras se vestía, había por fin dado con el porqué le parecía familiar el cabo. Era bastante parecido a su padre, uno de los hombres más ricos de toda la Confederación; la primera vez en que lo había visto, había sido cuando el suboficial era un niño de menos de cuatro años y todo debido a unos asuntos con su familia. Tal vez Altamira supiera exactamente quién era él, pero Nelson no deseaba dar ni una sola muestra de que lo había reconocido.
Tan pronto como cruzó la entrada, apareció frente a sus ojos la indicación: “Nelson Patrick, 16:00 horas, oficina 303, Almirante Rengifo”.
De acuerdo, se entrevistaría con el viejo en persona, el mismísimo Jefe de personal de toda la bendita flota de la Armada; con lo que tal vez podría pasar los tragos amargos de saber en primer lugar que perdía su nave y en segundo lugar, que se la habían dado al mierda de Brown.
—Por el Ascensor si no le importa, cabo. Aún tengo problemas con el regreso de la gravedad —le dijo a Altamira cuando lo vio encaminarse a las escaleras.
—Desde luego, señor —respondió de inmediato y se fue hacia el grupo de seis elevadores que estaban a un costado del hall de entrada.
Ya en el tercer piso salieron a un pasillo con puertas a distancias iguales y Altamira se movió hacia una que estaba más o menos cerca de los ascensores. Puso la manga del uniforme frente a la cerradura y la puerta se abrió dejando a la vista una antesala que Nelson había visto en solo una ocasión; francamente no había cambiado nada en más de diez años, desde que había pisado la alfombra verde de dicha oficina, en la que tres mujeres de aspecto eficiente trabajaban al parecer sin parar en sus escritorios.
La más joven de las tres suboficiales, que era la más cercana a la entrada que habían franqueado ellos, levantó la vista de la tablilla que usaba y al parecer reconoció al cabo, pues le dijo:
—Buenas tardes, cabo. Llega justo a tiempo, el Almirante está esperando.
Miró entonces a Nelson y continuó casi sin pausa.
—Buenas tardes, señor. ¿Me permite su tarjeta?
Cuando él se la entregó, tomó otra tablilla de las muchas que estaban encima de su puesto de trabajo y la deslizó por el costado apareciendo en la pantalla del aparato una serie de líneas con información que Nelson no pudo leer, aún cuando en realidad no le importaban mucho que se diga. Acto seguido le devolvió la tarjeta y poniéndose de pie fue a un mueble que estaba detrás de ella y luego de abrirlo con su propia tarjeta, tomó un grueso maletín de aluminio que puso sobre el escritorio (apartando varias tablillas que estaban encima) y lo deslizó hacia Altamira. Este se sacó de la manga su propia tarjeta y la introdujo en una ranura que estaba junto a uno de los cierres. Se escuchó un timbre corto y el cabo tomó el maletín por el asa. Luego la joven pulsó un botón de su panel central y al cabo de un momento, se activó una luz de color verde.
—Ya pueden pasar, caballeros —y con un ademán grácil les señaló la puerta interior.
Altamira presionó con la mano libre el botón de apertura y precedió a Nelson al interior del despacho del Jefe de personal de la flota.
—Con su permiso, señor. Cabo Alfredo Altamira y el Teniente Nelson Patrick —exclamó con voz firme el joven una vez dentro. Tan pronto como ambos estuvieron uno al lado del otro saliendo la última sílaba de su boca, ambos al mismo tiempo se pusieron firmes y realizaron uno de los gestos más antiguos de las fuerzas militares, es decir, el saludo con la mano estirada cerca de la cien derecha.
Manuel Rengifo, almirante y Jefe de personal de la Armada desde hacía 6 años, se puso de pie detrás de su gran escritorio y les devolvió el saludo. Sólo cuando bajó la mano, los recién llegados adoptaron la posición de descanso, pero de inmediato Altamira se adelantó dejando el maletín sobre el escritorio.
Rengifo levantó su propia tablilla y le dijo al cabo:
—Dígame el número, por favor.
—Cero tres seis, nueve nueve uno, ocho tres dos dos, uno cero cinco, cero cero uno punto uno —respondió éste leyendo la cifra en el implante que aparecía gracias a su tarjeta, al mismo tiempo que el almirante digitaba la serie en su tablilla.
—El código, por favor —le pidió el almirante.
—Alfa cero tres tres cero uno —dijo de forma automática y agregó.
—Altamira, Alfredo, Cabo segundo. Sello temporal desactivado.
Una campana sonó en el maletín y la tarjeta del cabo fue expulsada, guardándola en su manga de inmediato, ayudando a Rengifo a recostar el contenedor en el escritorio.
—Gracias, cabo. Eso será todo —dijo el almirante mientras sacaba del interior varios objetos que Nelson fue reconociendo a medida que salían de uno en uno.
Altamira saludó sin que Rengifo lo viera, se dio media vuelta y se encaminó a la salida. Cuando pasó junto a Nelson, éste estuvo a punto de levantar el brazo para hacer el saludo, pero aquel simplemente pasó a su lado, abrió la puerta y desapareció.
Hasta ese momento a Nelson Patrick le había dado la impresión de que el joven cabo era el modelo de conducta militar y se sintió un tanto confundido por su falta de respeto. Nuevamente no se le ocurrió la posibilidad más simple dadas las circunstancias.
Haciendo un esfuerzo por salir de la pequeña confusión y tratando de poner bajo control la ira que asomaba por lo irrespetuoso del actuar del joven, miró los objetos que estaban frente a él.
Una caja de carga similar a la que Altamira le había entregado en la terminal, un contenedor cuyo tamaño hizo pensar a Nelson que podría contener más o menos unas doscientas uñetas; un cubo de datos con el sello de la Armada, otro con el del almirante, uno con el de la Confederación y otro cuyo sello no veía por estar del otro lado; Tres tablillas de datos de igual tamaño y una cajita del tamaño de su mano de color negro. Se veían algunas otras cosas en el interior, pero no pudo distinguirlas, pues solo lograba ver un poco y además porque el viejo lo cerró cuando al parecer se sintió satisfecho con lo que ya había sacado. Desde luego de todos los objetos la pequeña cajita era el que le intrigaba, pues no recordaba que algo así formara parte del despliegue de apoyo de las órdenes, por muy extrañas que fueran. Claro que el contenedor de uñetas era el más grande que había visto y normalmente también bastaba con uno o dos cubos de datos. Por último tres tablillas parecían redundantes.
En ese momento comenzó a preguntarse realmente en serio de qué iría todo eso, y su primer pensamiento fue que no todo el contenido era para él.
Rengifo le hizo gestos para que se acercara al tiempo que le decía:
—Acérquese, Teniente. Esto es para usted.
Al tiempo que Nelson llegaba hasta el escritorio, el almirante estiró el brazo con la caja de carga en la mano, de modo que inclinándose un poco (el escritorio era realmente enorme) la tomó y como había pensado, resultó que era igual a la anterior que había visto ese mismo día; pero una vez que le hizo el escaneo retinal, advirtió que no se abría la ranura para la tarjeta, por lo que no era más que un contenedor personalizado para él: en efecto, se deslizó la portezuela superior pudiendo ver que había un paquetito envuelto en terciopelo negro. Se le aceleró el pulso y sintió que una enorme alegría crecía en su interior, mientras pensaba que ojalá fuera lo que él creía.
Para aumentar su júbilo y pensando que era lo único bueno que hasta el momento le había pasado en su agotador viaje a la Tierra, tomó el bulto con ambas manos; al momento que lo desplegó, una enorme sonrisa del tipo que no era para nada frecuente en su austero rostro, se le formó en las facciones.
Rodeadas por el paño de terciopelo estaban dos charreteras de oro, una para cada hombro que significaban que lo ascendían a Capitán de Fragata, además de una de plata que permitía igualar las que ya lucía en la chaqueta.
—Felicidades, capitán —le dijo Rengifo—. Por favor tome asiento.
A Nelson no se le borraba la sonrisa y advirtió que el almirante sonreía también, pero pensó que la suya posiblemente era más grande que la del Jefe de personal.
—Sobra el comentario de que pensamos casi todos que el ascenso lo tiene merecido por su desempeño en la Everest durante estos 2 años, pero además porque ha demostrado que es un buen comandante.
—Gracias, señor.
—No sea modesto, hijo. Usted y su tripulación hace un año lograron solos y sin mucha ayuda capturar a toda una pandilla de piratas y contrabandistas que nos estaban dejando muy mal parados frente al Consejo de la Confederación. ¡Una pequeña nave capturando a cuatro transportes cargados hasta arriba con productos robados! Así que en realidad yo soy de la opinión que se lo merece.
Al tiempo que Rengifo decía esto, el recién ascendido capitán pensaba que desde luego había alguien o más de uno que pensaba o bien lo contrario, o algo distinto de lo que el Jefe de personal pensaba de él. De todos modos no pudo evitar un ramalazo de placer cuando el almirante recordó una de sus victorias personales, tras poner en ridículo a otro de aquellos a los que odiaba con todo el corazón.
—Claro que hay gente que no opina como yo —dijo el Almirante como si le leyera el pensamiento anterior—, pero el jefe aquí soy yo y sólo dependo de la junta del estado mayor para este tipo de decisiones.
Haciendo un gesto afirmativo con la cabeza y sacando otra vez una sonrisa (ya no tan grande), Nelson pensaba que el viejo tenía la personalidad para imponerse aún ante el estado mayor para las cosas que quería.
Sin embargo el almirante no había terminado.
—Ahora bien —dijo reclinándose en su comodísimo sillón—, ascenderlo fue la parte fácil, pero su nueva misión como capitán de Fragata es otro asunto.
—Tengo aquí — agregó tras un suspiro y poniendo la mano sobre una de las tablillas— algo para usted. No obstante no puedo ordenarle que acepte, pues el mandato del estado mayor es que sólo se lo ofrezca, pero yo quiero que lo acepte. ¿Está claro?
Nuevamente Nelson asintió, pero esta vez no sonreía. Realmente las sonrisas ya le duraban muy poco.
—Según tengo entendido —dijo Rengifo al ver el asentimiento—, en algún momento dentro de estas próximas tres semanas sacarán del astillero la última nave que se ha fabricado por la Armada. Es la primera en su clase y como le digo, llegará a la órbita en unas semanas procedente del astillero de la luna. Quiero que usted asuma como capitán comandante y la haga hacer cosas notables.
Nelson puso la espalda rígida y sintió el sudor que le empapaba las manos en las que sostenía sus nuevas charreteras. Era más de lo que podía haber esperado en ese viaje. Era un sueño realizado, pero al mismo tiempo pensaba que no podía ser. Una nave nueva no se la darían a alguien recién ascendido, tal vez luego de unos años, pero no recién ascendido.
Fijó la vista en Rengifo y luego de un momento este le dijo:
—Inicialmente el Danubio fue asignado a Jorge Narita, pero cuando venía de camino al cuartel falleció de un ataque al corazón mientras dormía. El pobre infeliz no pudo pedir ayuda y lo encontraron muerto luego de 14 horas desde que había estirado la pata.
El viejo resultaba sincero, pues le estaba diciendo que como él ya venía de camino, fue lo mejor que se les podía haber ocurrido. Para su asombro pareció que otra vez le leían el pensamiento.
—Usted ya venía de camino, y originalmente le teníamos destinada la Trafalgar. Yo lo propuse de inmediato, pues creo que hasta ahora se ha portado como un oficial digno y sumamente competente, pero muchos señalaron que no podía recibir este mando recién ascendido. La alternativa era esperar hasta que alguno de los de mayor antigüedad pudieran venir hasta el planeta, pero insistí en que el Danubio se pusiera en órbita lo antes posible. Gané en esto, capitán Patrick, sin embargo si lo acepta no sólo estará en juego su carrera, sino también mi credibilidad, así como el buen juicio que hasta el momento se han hecho de mi en el consejo de la confederación.
Para Nelson pasó mucho tiempo, no obstante en realidad lo que fueron un montón de preguntas que se respondía sólo, fueron cosa de segundos hasta que dijo:
—Si, señor. Acepto con mucho gusto.
Rengifo dio un suspiro que a Nelson le pareció más de alivio que de resignación, como si algo encajara para el viejo, pero daba igual. ¡El Danubio era suyo!
Acto seguido, el Jefe de personal pasó a explicar el contenido del maletín.
—Aquí —inició señalando con su dedo el contenedor— están las uñetas con los programas que deben ser cargados en la órbita terrestre. Son en total 177 programas individuales de una gran variedad de funciones, eso sí, van con el capitán cuando sube a bordo, sin peros y sin excepciones. Algunas cosas no me gustan de este tipo de despliegues, pero en esta parte no puedo hacer nada. Ya lo entenderá —agregó levantando una mano cuando él iba a preguntar a qué se refería.
Luego tomó la tablilla sobre la que había posado la mano y le dijo:
—En esta se encuentra su nombramiento como capitán del Danubio y el manual técnico de operaciones básicas. Debe aprenderlo al pie de la letra como lo ha hecho antes con sus otras naves.
Dejando la tablilla a un lado, tomó otra y levantándola se la mostró por el lado de la pantalla diciendo:
—Esta otra tiene el listado completo de la dotación que hasta hoy en la mañana ha sido asignada a usted. Faltan más o menos 25 puestos por cubrir, pero la junta de selección va a paso de tortuga con esto por muchas prisas que les pongo. Lamento decir que en este caso no se le ha dado a usted ningún margen. No puede elegir, ni participar en el nombramiento de nadie de la dotación. Política, ya sabe.
—Lo entiendo, señor —fue la escueta respuesta del Capitán Patrick. Y claro que lo entendía, ya que si le hubiesen dado la oportunidad habría mutilado la tripulación de suboficiales de la Everest para asumir funciones en el Danubio.
—Junto con el listado, está la hoja de servicio de cada persona, aún cuando llevará varios novatos, quienes en su mayoría son de los Infantes de Marina, lo que supongo no será mucho problema. Un par de alférez en timón y señales son casi recién salidos de la Academia y unos artilleros, pero en general cuenta con personal experimentado.
Finalmente tomó la tercera tablilla y esta vez se la entregó al tiempo que le decía:
—Estas son sus órdenes de inicio. Como podrá ver más tarde no son simples, pero nada se puede hacer. En resumen debe llegar a la Estación Clarke y recoger a un grupo de gente que va a la colonia que hay en Zafiro. Son cerca de 120 y llevan de todo para formar parte de los colonos que ya están ahí. En Zafiro recogerá un cargamento de partes para maquinaria agrícola, semillas así como otros variados tipos de suministros para agricultura y llevarlo todo hasta Vanorts en el sistema Babilonia. Regresar al sistema Sol y rendir informe de tarea de la nave y la dotación.
En ese momento dio un respingo y mientras acercaba la mano al comunicador del escritorio comentó antes de llamar a una de sus asistentes:
—Casi se me olvida algo muy importante. Señorita Williams, por favor que venga Olguín.
Miró a Nelson con una leve sonrisa y pareció que algo iba a decir, pero se arrepintió, tomando con su mano derecha el primero de los cubos de datos, que era el marcado con el sello de la Armada.
—Este cubo debe ser desplegado sólo en la consola de su oficina en el Danubio; junto con la uñeta de carga que coincida con el número de serie tendrá la activación y carga del sistema de control de armas y del sistema de seguridad.
—Además está el manual y planos completos de la nave y cuando le digo completos, es justamente eso. Está todo, desde el uso de las consolas de comidas hasta los motores Goldberg. No creo que deba indicarle que debe intentar memorizar casi todo el contenido ¿Cierto?
Nelson asintió con sólo un movimiento de la cabeza y el Almirante prosiguió mientras tomaba el cubo marcado con su sello personal.
—Aquí está la ficha personal de todos y cada uno de los miembros de la dotación elegida hasta esta mañana. A medida que se complete el número final recibirá la actualización en su consola y puede elegir guardarla en el cubo o dejarla en ella.
Se produjo un breve silencio y mientras el almirante daba golpecitos con su dedo en el cubo, al recién ascendido capitán le dio la impresión de que algo más iba a decir su superior, pero que al parecer estaba meditando si hacerlo o no. Sin embargo si había algo más, él podría verlo en su consola tan pronto como abordara el Danubio.
—Además de lo anterior —dijo finalmente el jefe de personal— aquí están las fichas o informes personales y profesionales de los colonos que recogerá en Clarke, todo ello recopilado por el SSN.
Esto era una sorpresa. El Servicio de Seguridad Naval normalmente se dedicaba a la inteligencia de las personas que formaban parte de la armada y no la de los colonos que partían al “Afuera”.
¿Se habría perdido algo mientras recorría próxima como un lunático? La última vez que lo había comprobado, algo de problemas se filtraba entre los comunicados que llegaban de ciertas colonias; empero al mismo tiempo parecía que eran cosas sin importancia, como descontentos por el reparto de materiales y gastos, mas nada serio.
—Hasta este momento —Continuó Rengifo— usted casi por entero ha estado en misiones de patrulla y vigilancia en Próxima y Antares, pero a partir de ahora tendrá un trato más cercano y formal con la gente de las colonias. De ahí que la información de los civiles fue recopilada por el SSN. No le voy a mentir, en este último par de años las cosas se han extraviado un tanto por el Afuera y nos interesa calmar todo lo posible ciertos ánimos algo alterados que se ven por algunas partes del sector Dieciséis. Espero que usted al momento de regresar nos pueda dar un informe completo de lo que pueda apreciar en Vanorts. ¿Me entiende?
—Si, Señor.
Claro que entendía. De lo que se trataba era de realizar un informe de inteligencia sobre las condiciones actuales en el sector Dieciséis y en concreto del estado de la gobernación de dicho sector que estaba justo en Vanorts, principal asentamiento colonial en Babilonia.
— ¿Quién es el Oficial del SSN a bordo? —preguntó Nelson en seguida y su superior respondió en el acto con un cabeceo de aprobación.
—El Alférez George Harryman de señales, y me alegro —dijo estirando su mano derecha en reconocimiento a lo rápido de los procesos mentales del capitán— que sea tan rápido a la hora de sumar dos más dos.
En efecto era lógico que si se esperaba un informe de inteligencia luego de una misión, un miembro de la dotación fuera del SSN, pero muchos capitanes no sabían, o no se daban cuenta de que por lógica uno de sus tripulantes era, o mejor dicho debía ser un oficial de inteligencia.
—Harryman es un analista según me informó el Capitán Phillips y no un operativo, sin embargo le ordeno en este momento que le dé acceso a toda la información que crea pertinente para componer su análisis. Desde luego se le permite también recurrir a él para completar el suyo.
Y así estaban las cosas. La misión como carguero de suministros de Zafiro a Vanorts no era más que la pantalla para redactar un informe sobre la calidad de la lealtad del Gobernador… ¿Cómo se llamaba? Algo así como… Scott. los funcionarios de la gobernación y el ánimo de los colonos que vivían ahí. De pasadita y sin que se notara mucho, darle una ojeada al trabajo de Sir John Fleming en Zafiro y en ambos casos mostrar la nueva joyita de la Armada Confederada, una nave nueva; también demostrarles claramente que se tenían los medios para hacer que todas las cosas se quedaran tal como estaban: todos tranquilos, ya sabemos quienes son y tenemos los medios para que todo se quede como está. Una sola nave, pero al mismo tiempo la demostración de que los medios para defender la integridad de la Confederación existían. Era una buena jugada sin lugar a dudas. Sutil, pero inequívoca por donde se la mirara.
En su interior quería discutir que él no estaba para ese tipo de cosas, que una nave como esa podía hacer mejores empresas que dedicarse a espiar a miembros de la confederación iguales a él y a su superior, tal como mandar mensajitos de advertencias sutiles; pero dando un suspiro de resignación se recordó que si quería continuar comandando el Danubio debía cumplir sus órdenes.
Era un militar y desde hacía tiempo se había fijado la meta de convertirse en el mejor de todos ellos, de modo que no discutiría.
—Bien —continuó tras una pausa el almirante—, en este otro cubo está un completo informe de todo lo que se sabe del estado actual del sector Dieciséis y cada una de las colonias que hay en él, junto a un análisis político, económico y militar. Además encontrará completos perfiles de los funcionarios y personas importantes de la gobernación y las provincias del sector.
Tomó el cubo marcado con el sello de la Confederación y continuó:
—Por último, podrá encontrar un estado total actualizado hasta hace un par de meses del estado material de aspectos tan variados como alimentación, infraestructura, salud, educación y mantenimiento de los colonos, sistemas de seguridad gubernamentales y privados, estado de sus sistemas de comunicación y de archivo de datos, etcétera.
Acercando el cubo a las manos de Nelson y hablando en voz más baja le dijo:
—Este cubo sólo puede ser desplegado en su consola, pues está codificado para responder a ella. Si Arriman quiere tener acceso a la información contenida dentro, sólo puede hacerlo de dos formas: Dándole acceso a su consola o bien transfiriendo datos a la del alférez. En este segundo caso él sólo podrá ver lo que usted quiera pasarle y nada más.
Estaba claro, el encargado de los aspectos de comprobación de datos en terreno era él, no el hombre del SSN.
Pareció que el almirante iba a decir algo más, pero en ese momento sonó una llamada en su consola. Vio quién era y dio acceso a un hombre que Nelson no veía desde hacía ya muchos años.
El Doctor Olguín era un hombre mayor, tal vez cercano a los ochenta años y con una cara sonriente que parecía decir a quien lo quisiera escuchar, que estaba haciendo lo que quería hacer y que estaba en el lugar en que quería estar.
Un civil comisionado desde toda la vida realizando mejoras en las modificaciones corporales para los hombres y mujeres de la Armada: había revolucionado todo lo relativo al implante ocular, así como cambiado por completo el método de reemplazo de miembros amputados por actos de servicio. Casi una leyenda viviente en la Flota, Para Nelson fue un verdadero gusto verlo después de tantos años y darse cuenta de que casi no había cambiado nada. En el último tiempo eran tan pocas las cosas que lo ponían de buen humor, que al ver la sonrisa del hombre, pensó en que tal vez debería hacer el intento por ir a Londres a ver a su madre.
—Con su permiso, señor.
Fue todo lo que dijo al entrar y casi sin más fue hasta el escritorio del almirante. Dejó un sobrio maletín de género y estiró la mano con la palma hacia arriba en dirección del jefe de personal.
Sin mediar palabras Rengifo le pasó la cajita de color negro que Nelson había visto antes y el doctor la abrió con un juego de dedos dignos de un tercero frente a la consola de detección.
Y claro, ahora tenía una nave nueva, recién pintada y oliendo a nuevo. Ni el implante ni la tarjeta que cumplía como interfaz le servían ya.
En ese momento se dio cuenta del verdadero significado de la poca información que estaba en su anterior tarjeta. Iban a darle la que correspondía con su nuevo rango. Como el implante estaba ligado del todo a la tarjeta, era obvio que también se lo cambiaran.
Luego, y mientras Olguín iniciaba una cháchara del clima, los deportes, el mucho trabajo que tenía, los deportes, lo bien que quedaban las faldas de las oficiales jóvenes, los deportes, la comida de la cafetería del edificio, los deportes y más deportes, vino la operación del cambio de implante.
Puso sobre el ojo derecho de Nelson un artefacto parecido a una araña de gran tamaño conocido como…, bueno, la Araña. A través de una de sus patas se le inyectó un anestésico localizado que le inmovilizó el globo ocular. Luego mediante micro láser le cortó la zona en la que estaba insertado el implante, lo retiró y cauterizó la herida.
Olguín, aún hablando de deportes, insertó el nuevo implante por un costado de la Araña y en cosa de segundos ésta le injertó el reemplazo exactamente en el mismo lugar en que estaba el anterior. Se le inyectó el contra anestésico y de forma inmediata comenzó a lagrimear de forma copiosa.
—No se preocupe si ve todo borroso —dijo Olguín mientras sacaba un aparato rectangular de su maletín—, pues estos nuevos implantes tardan en asimilar la química del humor vítreo. En un par de horas estará como antes o incluso mejor, pero ahora tengo que calibrarlo con su nueva tarjeta. Piense que nos demoraremos menos de un minuto a diferencia de como era antes, que con suerte era un par de horas.
Con poca delicadeza puso el aparato sobre el ojo de Nelson y una serie de colores desfilaron por la retina del capitán; cuando luego de un breve momento el artefacto fue retirado, dejaron un mareo débil en su cabeza.
Le pareció escuchar algo de que la jefe de ingenieros del Danubio era hermosa y que se había demorado mucho más en la instalación de su implante allá en la Estación Descanso; no obstante como su ojo lagrimeaba otra vez le puso poca atención a la entretenida cháchara del hombre.
Tomó el pañuelo de papel que el doctor le extendió y de forma torpe hizo lo posible para secar su cara y su ojo, no obstante parecía como si alguien le hubiese dado una mala noticia y sólo pudiera llorar por un solo ojo.
Pudo ver que Olguín tomaba la tarjeta nueva que estaba también dentro de la cajita negra y la introducía en un lector, el que se iluminó pudiendo ver en su implante la fecha y la hora, su código personal, su rango nuevo y la leyenda inferior que decía: “Asignado como capitán del Navío de la Confederación Terrestre Danubio”.
El mensaje lo veía claramente, aunque el resto de lo que podía ver con su ojo derecho era en efecto borroso; aún así logró ver que la nueva tarjeta era igualmente azul, aparte de llevar una banda color oro que la atravesaba de forma diagonal.
Aún hablando de un montón de cosas a la vez, Olguín regresó la tarjeta nueva en la cajita, arrojó con una gran destreza la Araña a un reciclador que estaba detrás del escritorio del almirante y guardó el calibrador del implante y el lector de tarjetas en su maletín. Le ofreció la mano a Nelson y dirigiéndose al jefe de personal dijo:
—Listo, señor. Me voy, tengo que transferir algo así como 30 implantes más.
El almirante asintió con la cabeza y tal como había llegado, el doctor se fue del despacho.
—Bien —dijo el almirante cuando la puerta se serró—, ya conoce al doctor. Muchos dicen que es insoportable, pero yo lo encuentro refrescante.
Se puso de pie indicando al capitán del Danubio que lo hiciera también y rodeando el escritorio se acercó con la mano derecha extendida.
Nelson, que no las había soltado desde que las tomara, le entregó las charreteras y el almirante se las prendió en el uniforme. Luego tomó la cajita, que sostuvo abierta frente a Nelson para que sacara la tarjeta de su interior.
Así lo hizo el capitán y dejando la vieja en el interior del recipiente, la puso en su manga.
El almirante cerró la caja y al igual que lo había hecho Olguín, la arrojó al reciclador.
—Felicitaciones, Capitán Patrick.
—Gracias, señor.
Una vez ambos estuvieron sentados, Rengifo continuó:
—En cuanto a la total naturaleza de su misión, nadie más a bordo está enterado de nada, con lo que queda a su discreción informar a sus oficiales principales sobre ella. Por otro lado y ya hablando de asuntos más agradables, como capitán de Fragata y de una nave como el Danubio podrá ver que tiene varias mejoras a su haber: un asistente personal en la persona del cabo Altamira, un aumento en su estipendio, acceso a los suministros de oficiales superiores y algunas otras ventajas.
Saber que el cabo Altamira era su asistente personal, le hizo pensar en la falta de saludo anterior y lo comprendió en ese momento. Estaría fuera esperando que él saliera de la junta con el almirante y según recordaba estaría disponible para toda labor que el capitán le encargara en calidad de secretario, ayudante, asistente y recadero, inclusive. Para rangos y puestos de menor responsabilidad, normalmente el escribiente del navío debía asumir parte del aspecto burocrático del mando, mas ahora tenía un asistente, al tiempo que se preguntó quién sería designado como despensero a su servicio. Ni eso le estaban permitiendo elegir, por todos los demonios.
Por otro lado, la mención del acceso a los suministros le recordó que en su antigua tarjeta estaba la designación de una reunión con un tal Spader de ese departamento; de este modo por fin cuadró la poca información que se le transmitía al implante por la dicha vieja tarjeta.
—Señor —dijo acto seguido—, figura una visita al amarradero de Atacama, pero no dice con quién he de verme ahí, sólo la hora y la indicación de que es en la torre oriental.
—Ah, no tengo idea si en efecto debe juntarse con alguien ahí. En todo caso la idea de que vaya mañana se debe a que será catapultado uno de los módulos del Danubio y que esperarán a que llegue a la órbita en las próximas semanas.
—Bien, señor.
— ¿Y el último Cubo? —preguntó antes que el viejo pudiera volver a hablar.
Con una sonrisa algo tenue, Rengifo giró el objeto y al tiempo que se podía ver un emblema que nunca antes había visto, le dijo:
—Su cuaderno de navegación, por supuesto.
Tras más o menos media hora, en la que se discutió principalmente sobre los aspectos no escritos de su misión en el sector 16, Nelson abandonó la oficina del Jefe de Personal y en la antesala estaba esperando Altamira, quien junto con las tres secretarias se puso de pie e hizo el más correcto saludo militar procediendo a felicitarlo por su ascenso.
El capitán Patrick le entregó la maleta metálica como primera de sus obligaciones de asistente y juntos dejaron el edificio en dirección a los alojamientos de oficiales. A Nelson le interesaba darle una mirada a la lista de oficiales y tripulantes para ver si conocía a alguno o a varios.
Le encargó a Altamira que se preocupara de los detalles del traslado al Danubio lo antes posible, lo que significaba una vez que todas sus obligaciones en tierra se hubiesen terminado mientras esperaba que la nave llegara a la órbita, desde luego. Sin embargo se propuso subir a descanso para esperar sin tener que soportar el aplastamiento de la gravedad del planeta. Envió mediante la tarjeta las disculpas por no asistir a la comida de esa noche, despidió al cabo con la indicación de que lo vería en la mañana antes de partir a Atacama y cuando ya se hacía de noche, comenzó a trabajar, enviando un mensaje a Londres indicando que disponía de un par de horas para estar ahí.
Sin el uniforme, con un vaso de cerveza fría en la mesa y con la calurosa brisa que entraba por la ventana de una noche de verano en la ciudad de Río de Janeiro, por segunda vez en el día una sonrisa se abrió paso por el normalmente reservado rostro de Nelson: pues había leído la lista de los oficiales superiores que estarían bajo su mando.
—Vaya, vaya —le dijo a la noche y tras un par de horas en que revisó de punta a cabo la lista de la dotación, se metió en la cama y mientras el sueño lo vencía ya estaba haciendo planes para su nueva nave.
Justo antes de dormirse se preguntó qué habría pensado Annie si lo hubiese visto con su nuevo rango.

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