Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

sábado, 10 de diciembre de 2011

Katrina y Mariana

Dos





Katrina y Mariana






El Espartano interior de la sala de Ingeniería Central del Danubio, era para su Ingeniero jefe la suma de todos los sueños que había tenido desde que había ingresado al Instituto Naval de Ingeniería de Estocolmo hacía ya más de doce años. Una basta cámara de noventa y cinco metros de largo por cuarenta y tres de ancho. Una altura de sesenta y dos en su parte más alta, dominada por un enorme cilindro horizontal de casi trece metros de diámetro y un largo de treinta y dos metros que contenía el centro de los motores Goldberg que impulsarían la mole que aún incompleta era el Danubio. En total la así llamada área de Ingeniería ocupaba casi una octava parte del volumen total de la nave, sin contar los motores de impulso, los motores de maniobra, los de frenado y los de desplazamiento. Además toda el área crítica de mantenimiento y obtención de energía para toda la enorme nave, que por supuesto incluía defensa y armamento, estaban asociados a Ingeniería Central, por mucho que no estuviesen dentro de la sala.
Un gran número de consolas repartidas por las paredes, muchos estuches de herramientas perfectamente colocados y los servidores personales alineados a un costado de la entrada, daban una falsa idea de orden en la sala. En realidad las tres personas que estaban ocupando dicho lugar tenían a su alrededor herramientas, partes, componentes, cajas de control, tablillas de datos y los tres servidores que flotaban junto a cada uno de ellos. De ese modo, toda anterior idea de orden se perdía por completo… bueno, más o menos.
Con la cabeza metida por una portilla del cilindro Goldberg, e inspeccionando el interior del mismo, Katrina pensó una vez más que todo lo realizado hasta ese momento en su vida como ingeniera, al igual que los sinsabores que había debido soportar en ella, valían la pena por estar ahí, para poder mirar el interior de tan extraordinaria pieza de ingeniería aplicada.
Tomando el Escáner de alineamiento que era parte de los materiales asociados al ingenio que contemplaba, fue colocando las partes que había retirado del aparato en perfecta posición. Al ubicar la última y tras aparecer la luz verde en el pequeño aparato, cerró la portilla y colocó su código en el teclado que hacía de cerradura en el acceso principal del cilindro Goldberg, justo en la punta del mismo que apuntaba a proa del navío.
—Es fascinante —dijo al tiempo que colocaba el Escáner en el manipulador principal del servidor—, si tomamos en cuenta que se trata de una aparente unión de partes que no difieren mucho del sistema de energía de un motor de impulso común y corriente.
—Hasta donde sé —dijo González— mantiene la idea básica del alimentador de un motor de impulso, pero el cilindro Goldberg es lo que hace que haga lo que hace para pasar a la velocidad FTL y acceder a la comunicación FTL. Claro que el cómo y de qué forma lo hace no lo entiendo en absoluto. —Y sonrió tras el último comentario.
Katrina pensó no por primera vez que la PJ hacía gala de un humor más que agradable, considerando que había pasado casi tres días completamente sola en la enorme extensión del Danubio cuando por fin el Astillero dio el permiso para que abordaran los que estuvieran en condiciones de hacerlo, resultando que González era la única que estaba en la luna por aquel entonces. Humor agradable en verdad, si se tomaba también en cuenta la forma en que ella misma se había portado con la PJ del Danubio.
En su momento, y tras saber que había sido la primera y la única durante tres días a bordo, le preguntó qué había hecho durante ese tiempo.
La respuesta fue que se dedicó a recorrer toda la nave, por lo menos las partes que estaban ya instaladas y con soporte vital, así como mejorar en su entrenamiento de Caída libre.
A menudo Katrina se preguntaba por qué, si todas las especulaciones que había leído en los antiguos relatos de ciencia ficción que leía desde que era niña se habían cumplido, lo que nunca se había concretado era la gravedad artificial. Porque en realidad estar quién sabía cuánto tiempo flotando mientras duraba una derrota creaba tantos trastornos en el cuerpo humano, así como en la mente y sentidos de todas las personas que carecían de peso.
—Supongo que para usted da igual el como lo haga —fue el comentario que dijo a su interlocutora. Acto seguido y una vez que el servidor llegó nuevamente a su lado, tomó la tablilla que estaba sobre éste y marcó como finalizada la inspección de los sistemas del ingenio. Con ello, y una vez que comunicara al jefe del astillero que todo estaba ya revisado, se iniciaría la cuenta atrás para la salida de la nave hacia el quinto punto Lagrange.
Justo cuando estaba a punto de solicitar se enviara la comunicación, llegó la llamada desde el puente:
—Teniente Milovsky, El Cúter Antártica se aproxima y pide permiso para atracar.
—Aquí Milovsky. ¿Por cuál banda viene? —preguntó una vez que hizo contacto en el comunicador de la consola principal del cilindro a su izquierda.
—Se aproxima por la banda de babor, Jefa.
—Déle permiso e instrucciones para atracar en la exclusa dieciséis de la banda, Voy hacia allá. Y Alférez, le estoy enviando una comunicación para el jefe del Astillero que quiero que transmita de inmediato.
Cambió una mirada con la PJ y acto seguido esta tomó su tablilla del servidor personal y la examinó para ver quién debía llegar en ese momento. Mientras tanto, Katrina dio algunas instrucciones al hombre que esperaba pacientemente junto a la portilla del ingenio. Era un joven alférez recién salido del instituto Naval de Ingeniería que miraba todo como un niño que por primera vez se asomaba a las maravillas del mundo.
En concreto, ella necesitaba que se preocupara de poner en marcha la totalidad del sistema de comunicación entre las consolas del navío, lo que tendría al pobre ocupado casi todo un día, pero ella era la jefa y este muchachito era el último que había llegado de los miembros del grupo de ingeniería. Como era el último, en ese momento era el único que estaba desocupado, ya que los otros veintiuno andaban repartidos por toda la nave poniendo en marcha un buen número de sistemas y comprobando otros, lo que debía estar listo antes que el astillero les diera la orden de salida.
Tomando la uñeta del programa de comunicación del contenedor del servidor, lo entregó al Alférez y giró en el aire para mirar nuevamente a la PJ. Sin que tuviera que preguntarle nada, ella le informó:
—Son el Cirujano Jefe y trece miembros del personal médico, dos Inges más, otros dos pilotos y cuatro señaleros.
Tomó su propia tablilla, pero antes de poder activar nada, la PJ continuó:
—Sus dos Inges son en realidad la técnico informática Sondra Braxton y el técnico informático Andrew Collins. Ambos con el rango de Alférez recién salidos de Estocolmo. Eso significa que junto al joven alférez Larson que sale por la puerta en este momento, ya sólo le faltan treinta y nueve miembros de su dotación y para su desgracia —continuó con una sonrisa llena de hoyuelos—, sigue estando al mando de toda la dotación de la nave.
Reprimiendo un suspiro de resignación, comprobó que ningún cabello escapaba de los cordones y la traba que sujetaban su cola de caballo. Con una patada insignificante al borde del cilindro Goldberg se impulsó a la salida seguida de González, quien aún tenía un atisbo de sonrisa por la noticia de que seguía al mando.
Desde que había llegado en la cápsula personal al Danubio, esperaba que algún oficial superior apareciera para quitarle la responsabilidad de estar al frente de toda la operación de puesta en marcha, pero hasta el momento nada de eso había ocurrido. Aún cuando estaba en teoría capacitada y disponible para tomar el mando de cualquier nave, no le gustaba en lo más mínimo. Oh sí, recordaba la llegada a la nave con cierta frustración. Pensaba que muchas personas ya estaban dentro ayudando con los sistemas o la puesta a punto, pero cuando la cápsula personal atracó con El Danubio y una vez que la compuerta presurizada se abrió, sólo vio a una joven teniente rubia que portaba el uniforme de la nave algo mal puesto. Con los brazos cruzados bajo el pecho y sujetada con sus botas de fricción a la Alfombra, no sonreía, pero no obstante tenía una mirada alegre y esperanzada que le dijo mucho más de lo que quería saber.
Haciendo un impecable saludo militar se había presentado como Mariana González, Teniente, Piloto jefe del Danubio, oficial al mando de la nave hasta ese momento, “y “gracias al cielo que ha llegado pues ya no sé que hacer como comandante en esta monstruosidad”.
Katrina no había sonreído en ningún momento luego de la presentación de la oficial (no había razón para ello) y luego de presentarse a la PJ había pasado por la exclusa ordenando el cierre de la misma.
—¿Viene Sola? —Preguntó González—.
—Si, vengo desde la oficina central del Astillero y como están con la tarea de poner las cápsulas de salvamento en las áreas terminadas, simplemente me subí en una y la piloteé directamente hasta aquí.
En ese momento había visto que la PJ abría sus enormes ojos verdes y miraba detrás de ella para asegurarse, al parecer, de que era cierto lo que había dicho y en efecto, cuando ella misma vio por la porta de la exclusa se fijó en que la cápsula se apartaba para que la guía la colocara en su posición definitiva.
—¡Guau! Debe usted ser muy buen piloto, señor —Había dicho la joven acercándose con una sonrisa, gesto que la puso en guardia en el acto.
—Jefa, si no le importa, teniente —Había respondido al instante tras el comentario de González, lo que no le gustaba sobre si misma, pero ya estaba hecho, así que haciendo de tripas corazón continuó—. Llevo ocho años con el rango, pero mi calidad de ingeniero naval es lo que soy y como en esta nave seré Jefa de Ingenieros, por favor diríjase a mí como Jefa, teniente. Es una cortesía que no le costará adoptar. Además quiero que quede claro que no estoy en esta nave para hacer amigos ni conocer gente. Vengo a trabajar en mi área y le voy a pedir que haga lo mismo. No me interesa ser su amiga y si tengo facilidad para realizar ciertas tareas menores como por ejemplo pilotear una cápsula, no tiene nada que ver con mi trabajo, por lo que no es importante.
Si, Jefa —Respondió la teniente de forma brusca e inmediata—. Le pediría que usara el trato no oficial en mi caso que es PJ, si no le ve inconveniente.
Katrina había supuesto que en el fondo se lo merecía, pues acababa de darse cuenta que era la responsable de poner una brecha artificial entre ambas consistente en los rangos y el título naval, pero lo había hecho tantas veces antes que casi le dio lo mismo. Casi, porque normalmente en el pasado había ocurrido con compañeros de todo tipo de rangos, pero en este caso en concreto tenía la sensación de que había dejado pasar la oportunidad de hacer una amiga en la persona de Mariana González. Después de todo su sonrisa parecía genuina. No importaba, tenía claro que en más de una oportunidad tal vez se había equivocado al juzgar ciertas intenciones, pero como había dicho y se repetía a si misma, no estaba ahí para hacer amigos.
—Muy bien —Respondió en el mismo tono— y le pediría que me informara, ya que aparentemente estoy al mando, en qué situación estamos.
González le había indicado que la nave estaba en un setenta por ciento armada; pero que antes de dejar el astillero no se armaría más, pues los módulos faltantes se acoplarían por encima de Heinlein o bien en el ELE CINCO, momento en que se esperaba al grueso de la dotación. Los sistemas informáticos estaban sólo en un diez por ciento cargados y de ellos tan sólo una tercera parte estaba operativo, que resultó ser la parte cargada directamente por el astillero que era Soporte vital, conducción de motores, el programa de arranque y mantención del ingenio Goldberg, el sistema primario de comunicaciones externas y el sistema básico de comunicación interna. De igual forma le había dicho que hasta ese minuto contándola a ella eran en total 43 tripulantes y que en teoría se esperaban algo así como treinta más durante los próximos cinco días.
—Los están mandando tan rápido como se puede — agregó la PJ—, pero la oficina de personal aún está hecha un lío con las asignaciones. Sin embargo creo que toda la plana de oficiales está definida, pero ni idea de cómo o cuándo terminaremos de llegar. Creo —dijo haciendo un gesto vago con la mano—, que el capitán subirá a bordo en el Ele Cinco y no antes de ese punto.
Katrina le había pedido ver sus órdenes (si es que no era problema darles una mirada) y González había observado la tablilla que tenía bajo uno de sus brazos. Luego de buscar en el menú de contenido, se la había extendido con un gesto brusco, y hasta cierto punto frío.
“Por medio de la presente se le requiere y ordena que asuma el cargo de Piloto Jefe de la dotación de hombres y mujeres del NCT Danubio, Clase Ribera que se encuentra actualmente en el astillero de la Luna en el conjunto de construcción 3 y asuma las funciones que a su llegada se le participen o sean necesarias. Al asumir un oficial superior a su rango y título deberá sujetarse a su mandato y obedecer sus órdenes y directrices haciéndose cargo de las consecuencias de no hacerlo”.
Seguía con la cháchara típica de las órdenes del cuartel general que explicaban los derechos y deberes como Teniente y Piloto en Jefe del navío para finalizar:
“para cumplir con tal requerimiento, deberá abordar lo antes posible el Chinchorro tres del Navío anteriormente indicado, el que se encuentra a la espera en el centro Heinlein, piloteándolo y asegurándolo en la dársena del Danubio y asumir con prontitud la función asignada”.
—¿Vive usted en la Luna? —había preguntado Katrina tras leer la orden de la PJ.
—Sí, Jefa. Me encontraba de permiso con mi familia cuando fui llamada al Centro y se me entregó la orden que ha leído —respondió luego de un momento para añadir—. Fui la primera de toda la dotación.
Katrina se había sentido admirada por ello y más aún al saber que durante tres días la teniente había estado completamente sola al interior del Danubio.
—¿Cómo lo hizo para no sentirse sola? —fue la pregunta inmediata.
—Bueno, la verdad es que me sentí muy sola —había contestado la PJ tras un largo momento de silencio—, pero supongo que me distraje cumpliendo con los requerimientos del astillero sobre situación de las obras y a parte de eso, recorriendo la nave de punta a punta. No niego que me aburrí mucho y usaba la comunicación más de lo que corresponde, pero cuando llegó el primer grupo fue un alivio poder asignar tareas y poder hablar cara a cara con futuros compañeros de tripulación. Hablaba mucho con los técnicos del astillero, pero (y aquí había sonreído abiertamente) cuando la gente que estará bajo su mando directo llegó, no puedo decirle lo agradecida que me sentí.
Luego de eso y tras hacer la comprobación de seguridad de Katrina en la consola que estaba junto a la exclusa, continuó dándole detalles sobre el estado y situación del navío y los que ya estaban en él.
Mientras la escuchaba y por fin tomaban rumbo a Ingeniería, Katrina, al notar la desenvoltura y buen humor que irradiaba de la PJ, lamentó lo ocurrido antes, pues al parecer había perdido la posibilidad de hacer una buena amistad. Sabía que aún cuando de forma leve, había herido las buenas intenciones de la teniente y se convenció que era algo medianamente irrecuperable.
Tanto en ese momento como ahora que debía ir a recibir a los que llegaban, no sabía qué tanto iba a necesitar la amistad de la mujer que había tenido y tenía ahora a su lado.
—¿Quiere que la acompañe? —preguntó la PJ que avanzaba junto a ella por el corredor de acceso a Ingeniería Central, mientras que con una que otra patada a los costados y asideros se daban impulso para seguir hasta uno de los elevadores laterales. Desde luego eso sirvió para llevarla de regreso del recuerdo de esos primeros minutos en el Danubio. Luego de un segundo y tras el asentimiento de Katrina, ambas llamaron a los servidores y tomándolos del asa trasera, dejaron que las guiaran hasta llegar al elevador doce de la banda de babor.
Para cuando llegaron a la exclusa dieciséis de dicho costado, se iniciaba el proceso de apertura supervisado por el infante Harrison, que era uno de los pocos infantes de marina que había llegado hasta ese momento. Por lo demás no estaba muy contento por ser justamente uno de los pocos que estaban en el Danubio, ya que se los tenía para realizar toda clase de tareas, con lo que estaban más que agotados de tanto que se les pedía.
Afirmando las botas con suela de fricción frente a la exclusa, Katrina dio la orden para abrirla. El infante así lo hizo, dejando a la vista el tubo flexible que comunicaba con el Cúter del centro Heinlein, por el que venía un grupo de personas en fila llevando el uniforme oficial de la armada. Todos con un gran equipaje militar siguiéndolos, de distintas edades y con el aspecto de estar más que hartos del viaje en el cúter.
Se fijó que al no llevar el uniforme de la nave, ninguno tenía botas o zapatos de fricción, por lo que flotarían a merced de la falta total de gravedad, pero se notó que estaban bien entrenados. Con sólo alguno que otro toque con las manos o los pies, sólo avanzaron lo justo para quedar a este lado del tubo flexible.
—Solicito permiso para subir a bordo en mi nombre y mis compañeros, señor.
Un hombre moreno y con insignias de teniente saludó y todos los demás lo imitaron tras que pidiera el permiso formal.
—Permiso concedido, teniente. Todos pueden abordar —con lo que bajaron del tubo hasta la alfombra intentando quedarse en ella lo mejor que supieron, al tiempo que las Roboletas terminaban de pasar por la escotilla. Sin más ceremonia, Harrison cerró la exclusa cuando el último equipaje pasó por ella y contactó con el Cúter para que iniciara la descarga de los suministros que venían junto con los pasajeros, suministros que serían cargados por los robots que esperaban fuera de la nave. Tras hacer la venia de rigor, se desenganchó del suelo y con vigorosas patadas se alejó por el corredor que rodeaba la banda en ese nivel.
—Bienvenidos al Danubio, caballeros y señoritas —les dijo Katrina saludando con la venia a todo el grupo—. Soy la Teniente Katrina Milovsky, Ingeniero en Jefe de la nave. —Señalando a su compañera, continuó—: Ella es la Teniente Mariana González, Piloto Jefe y de momento la segundo al mando.
—Teniente segundo Julio Almeida. Cirujano Jefe —se presentó el oficial que había pedido permiso y que estaba por delante de todos—. Creo que a pesar del rango, sigue la Teniente González como segundo al mando.
Era un hombre de mediana edad y de buen estado físico, alto y moreno con un tono de piel tostado y con cierta gracia de movimientos que daba la idea de haber estado en varias naves de la flota, porque llevaba la gravedad cero como algo natural. Parecía simpático y lo que al parecer era su característica más notable, su gran nariz, le daba la apariencia de un tipo de risa fácil.
Los demás se fueron presentando y con la tablilla enarbolada como si fuera a entregarla a alguien, la rubia PJ fue hasta la consola que estaba al costado de la exclusa e inició la tarea de dar el ingreso y confirmar que cada uno de ellos era quien decía ser, tomando e introduciendo la tarjeta de cada uno y escaneando la retina de todos, mientras cada equipaje pasaba por debajo de la consola para ser revisado minuciosamente.
Mientras Mariana hacía esto, el doctor Almeida se acercó a Katrina y con un tono amistoso (lo que la reafirmó en su opinión sobre el hombre) le preguntó:
—¿Ha llegado alguien más del cuerpo médico?
—Sólo la enfermera Bonden. Se ha preocupado de curarnos los raspones y cortes que hemos tenido mientras trabajamos, Doctor.
Almeida sonrió y sin quitar esa sonrisa dijo en voz alta:
—Bien, señor. La conozco y resulta que es una buena profesional.
—Refiérase a mi como Jefa o Jefa Milovsky, doctor —le dijo Katrina sin poder evitarlo—. Señor es inapropiado y después de todo soy la jefa de ingenieros de esta nave.
Y ahí estaba otra vez: El viejo hábito de crear la distancia con todo el mundo, usando el título o rango como escudo. Había hecho tantas veces lo mismo que ya lo hacía por costumbre y era parte de ella como el trabajo con modelos de aplicación y con motores o sistemas de cálculo avanzado;
Sabía que era por completo culpa suya y la decisión que había tomado hacía años, pero así estaban las cosas y se quedarían así.
—Como usted diga, Jefa —fue la respuesta del cirujano y se dio cuenta que la sonrisa no se había borrado de su cara, no acusando el golpe ni expresando rechazo por su comportamiento. Con el uniforme completo algo desmejorado por el viaje y unas pequeñas arrugas de expresión en el rabillo de cada ojo, daba la sensación de que Almeida era con mucho un tipo al que toda mención al rango le daba lo mismo. No tenía el aire de un insolente o rebelde, pero sí el aspecto de que toda orden que se relacionara con su área la iba a discutir si es que no la encontraba oportuna. Después de todo el Jefe Médico tenía poder para desautorizar incluso al Capitán y relevarlo del mando en caso necesario. Sin embargo no daba la impresión de que al buen doctor le gustara el poder.
—Bien, como le decía Conozco a Maureen Bonden desde hace unos años —continuó afablemente Almeida—, por lo que realmente me alegraré de ver una cara conocida.
Mirándola a los ojos y casi sin hacer pausa, le preguntó:
—¿Cuál es el protocolo de ingreso en esta mole?
—Bueno, cuando llegué a bordo la Teniente González era la oficial superior y como tuve que tomar el mando (aquí Almeida sonrió de forma pícara) opté por implementar lo que me pareció más razonable. Sin importar la hora de llegada, todo el mundo tendrá veinticuatro horas para acostumbrarse a la nave y conocer las áreas que le corresponden, a menos que se le requiera por algo importante o que no pueda esperar. Antes de doce horas deberán llevar al Cuartel Médico sus fichas personales y el Jefe de dicho cuartel los cargará en la base de datos. Como la llave de la consola la tiene el Jefe Médico —Finalizó haciendo el comentario que Almeida debería haber esperado—, deberá ingresar todas las fichas que hemos ido entregando desde nuestro arribo; pero no se preocupe, todos las hemos dejado sobre su escritorio para que no tenga que perseguirnos. Por cierto —agregó casi sin darle importancia—, contándolos a ustedes veintidós, ya somos en total ciento cuatro tripulantes.
Tal como ella esperaba, Almeida lanzó una risa plena y mostrando una dentadura casi perfecta, hizo que algunas cabezas del otro grupo se voltearan a mirar; pero con un gesto imperioso de la teniente González, que en ese momento explicaba el protocolo de ingreso, nadie tuvo mayores ganas de mirar al Doctor.
Katrina se dio cuenta que algunos de los nuevos le lanzaban esas miradas admirativas que ya conocía tan bien y que con el paso de los años había aprendido a ignorar, de modo que sin cambiar nada el gesto impasible de su cara, esperó que González completara la explicación. Una vez que terminó, le indicó al doctor que debía hacer lo que todos los demás ya habían hecho, por lo que fue el último en pasar por el proceso de ingreso.
Seguidamente les habló a todos informando que ya se había enviado la confirmación al astillero de que todo estaba en perfecto estado, por lo que se esperaba que se les diera el permiso para mover el Danubio al ele cinco para acoplar los módulos faltantes. Por otro lado, si les informaban que más tripulantes subirían en el astillero, tendrían que esperar.
Luego, y verificando las asignaciones de los cuarteles, ella y González se dividieron los grupos en dos para guiarlos hasta las áreas de trabajo, de modo que luego cada uno encontrara sus habitaciones por sí solos. Llevando a los técnicos de su propia sección, a los dos pilotos y los encargados de las comunicaciones, avanzó de regreso al ascensor doce seguida por ellos.
En la sala de Ingeniería Central mostró como chequear y activar los servidores y dejó a Braxton y Collins para que continuaran. Tras un montón de corredores y otros dos ascensores, dejó activando servidores a los encargados de comunicación en la salita que estaba detrás del puente y entró con los pilotos en él.

**********

Mientras Mariana avanzaba flotando por los corredores que iban al centro del Danubio seguida por los tripulantes médicos, pensaba:
Le caía bien la Jefa Milovsky a pesar del trato que le había dado al momento de llegar, en el que algo pudo advertir discordante en su actitud, pues era tan fría como la nieve en invierno…, invierno en el polo según parecía y no entendía la razón de tanta frialdad. Se jactaba de tener cierto don para conocer a la gente de forma un tanto íntima gracias al lenguaje corporal, lo que se veía en los ojos, la forma de moverse y el tono de voz que empleaban, pero en el caso de la jefa había algo que le chocaba. Oh sí, frío había ahí para helar la nave entera, pero de vez en cuando en sus ojos y cierta forma de mover los labios asomaba de tarde en tarde un algo que podría muy bien ser ardor para derretir Plutón…, O al menos eso le parecía.
Era una mujer hermosa sin duda ni reparo alguno y le daba la impresión de que aún con el cabello desgreñado y la cara manchada de grasa se vería bonita. De hecho cuando le tocó recibirla en la exclusa hacía casi tres semanas, fue conciente de todas y cada una de las imperfecciones de su uniforme, su pelo, lo descoloridos que le parecieron sus propios ojos, la pequeña mella que tenía en su dentadura y por primera vez en su vida se le ocurrió que el rubio de su cabello era en realidad un tono desteñido del castaño rojizo reluciente de la jefa aquel día en la exclusa.
Supuso que estaba acostumbrada a que los hombres la miraran, pero con el paso de los días se dio cuenta que si bien es cierto todos y cada uno de los varones de la nave la observaban con mucha atención, en realidad era como si a ella la miraran unos pájaros desde los árboles. No como si fueran algo inferior a ella, sino que más bien como si en realidad no le importara en lo más mínimo que alguien lo hiciera. Era en realidad y tras pensarlo mucho, como si le resbalaran.
Mariana en muchas oportunidades buscaba que los hombres la miraran y otras tantas veces disfrutaba sabiendo que podía atraer miraditas especiales de sus compañeros, así como ponía coto cuando esas miradas eran algo más que simple admiración, pero hacer caso omiso de tal situación era algo que nunca había pensado. Estaba más o menos conciente de que al guiar al grupo por los corredores más de uno le miraba el trasero. No le daba mayor vuelta, pues era parte de lo que supuestamente se debía esperar en una sociedad cerrada como la de una nave; sin embargo había visto cómo miraban a la Jefa algunos de los muchachos y aún cuando estaba claro que ella lo sabía, ni el más mínimo rastro de color en las mejillas acusaba tal situación. En todo caso parecía que realmente no había importancia para la jefa si la miraban, porque era evidente que se daba cuenta de las reacciones que quedaban luego de que ella pasara. En fin, era sólo que le llamaba la atención la indiferencia de esa mujer. Y sin embargo, no se sacaba de la cabeza que había algo artificial en ella…, en realidad en su actitud.
— ¡Teniente!
El grito de Almeida la sacó de sus pensamientos y se dio cuenta al mirar atrás, que absorta en sus pensamientos, no se había fijado en que avanzaba sin pensar en lo que hacía. Dando patadas y aferrando asideros para impulsarse de modo reflejo, había dejado muy por detrás a quienes la seguían. Dándose cuenta de ello y luego de mirar hacia atrás deteniendo su avance sujetando una de las barras verticales, vio que todos los miembros del grupo jadeaban por el esfuerzo de seguirla al ritmo frenético que llevaba por los corredores. Sin poder evitarlo se ruborizó y tragó saliva mientras esperaba que el primero de ellos la alcanzara. Se fijó en que el joven alférez se detenía a su lado resollando y la miraba de forma admirativa, pero se dio cuenta que era por la velocidad que había alcanzado en su desplazamiento y no por sus atributos femeninos. Esto no la complació mucho que se diga, tomando en cuenta lo que había estado pensando hacía tan solo unos segundos.
Fueron llegando uno tras otro y Almeida luego de posarse a unos pasos de ella y mientras miraba a los que faltaban comentó:
—Vaya ritmo de vuelo, Teniente.
Mariana volvió a sonrojarse y tras pedir disculpas por no darse cuenta, le dijo al doctor:
—Estaba pensando en muchas cosas y no me di cuenta. Ya verán que estarán dentro de poco tan acostumbrados a estos pasillos y tubos que les saldrá natural moverse como lo hago yo.
Al darse cuenta de lo que decía se sonrojó otra vez pues sonaba muy altanero, pero era cierto. La nave había sido diseñada de tal forma que los desplazamientos en caída libre eran facilitados no solo por las barras y asideros puestos de forma estratégica, y a las distancias precisas, sino que además para quien no deseaba ir rápido, o hacerlo sin esfuerzo se podían encontrar bandas manuales en las que bastaba asirlas con una mano y se movían a una velocidad constante, pero no tan rápido como el método empleado desde que el hombre estaba en el espacio en caída libre; moverse impulsando el cuerpo con empujones y tirones constantes cada cierta cantidad de metros junto con frenadas para virar o iniciar la llegada al lugar deseado. Como si fuera poco con eso, cada Servidor Personal contaba con un movilizador magnético que le permitía flotar y desplazarse empujando o tirando con sus potentes proyectores de campo, contando con un asa trasera que permitía que su usuario la tomara y permitiera que lo llevase a destino.
—Mi tono favorito de rojo —dijo Almeida al reparar en el sonrojo de Mariana y una seguidilla de sonrisitas por todo el grupo coreó sus palabras.
Tras carraspear para evitar que se sonrojara aún más, Mariana levantó la vista al corredor que dejaban atrás. Vio al último miembro del grupo, una jovencita que no debía superar aún los veintidós años, que seguida por su equipaje era la única del grupo de mujeres que vestía la versión del uniforme de tierra. Todavía llevaba falda en lugar de los pantalones del uniforme en espacio que eran sujetados por botas negras.
Era bonita, algo baja en comparación con el resto y llevaba el distintivo del cuerpo médico de la flota. En su placa del bolsillo superior de la chaqueta del uniforme se leía que era Nadia C. Donnelly y tras mirar sus hombros y su manga, se llegaba a la conclusión de que tenía el rango de alférez (como la gran mayoría de la dotación de oficiales) y que hasta donde recordaba de lo que había visto al revisar la lista en el cuarto del ingenio Goldberg le parecía que era enfermera o algo por el estilo.
De inmediato advirtió que de todo el grupo era la única que no jadeaba o demostraba el esfuerzo por seguirla por los corredores, pero sin embargo había sido la última en llegar a donde se encontraban en ese momento. Por supuesto. Al llevar falda, debía de haberse quedado rezagada para que nadie aprovechara lo ventajoso de un uniforme de tales características, pues en flotación por corredores de una nave estelar, sería muy simple asomarse…, para dar miraditas. Después de todo, la caída libre permitía asomarse para ver el interior de la prenda, más propia para el uniforme de tierra.
Girando el cuerpo hacia ella, Mariana le preguntó:
—¿No se cambió el uniforme en alguno de los transbordos anteriores al Antártica, Alférez?
—No pude, señor —Respondió casi de inmediato—, pues la orden de transferencia llegó justo cuando un transporte de tropas partía para Descanso y al llegar a la estación se me dijo que si quería podía tomar el Rápido al centro Heinlein. Cuando llegué al amarradero, estaba llenándose el cupo en el Antártica para venir aquí.
Llenó los pulmones de aire y finalizó con un suspiro de cansancio, que explicaba sus ojeras y el estado cetrino de su piel, para informar que no había dormido como correspondía desde hacía cuatro días. Que aún cuando podría haberse cambiado durante los innumerables viajes, había caído rendida tan pronto como había podido tomar asiento en cada uno de los rumbos que la habían traído desde la estación Descanso.
—La verdad moriría por una ducha y que pudiera tener las veinticuatro horas que nos dijo que tendríamos al llegar, señor.
Luego de esa última declaración, al tiempo que agachaba la cabeza y toqueteaba la falda que tenía algo más arriba de las rodillas, no dijo nada más. Mariana sintió que la empatía que sentía por todos los jóvenes que iniciaban carrera en la Armada, creciera en el caso de la joven Donnelly como nunca antes había sentido, y suavizando el tono de voz lo más posible le replicó:
—No se preocupe, Alférez. Tendrá sus veinticuatro horas y al menos podrá tomar una ducha luego de un rato.
Se volteó para mirar al resto del grupo y justo cuando iba a darles un breve curso sobre cómo moverse por el Danubio, advirtió que uno de los jóvenes alférez había soltado un tanto la corbata del uniforme. Probando que tal iba lo de detentar el rango le dijo:
—Su corbata, alférez.
El muchacho enrojeció de forma automática y soltando la barra se la ajustó con movimiento experto sin decir palabra. Con ello sonrió para sus adentros y una vez más decidió que la disciplina militar era algo maravilloso, cuando era ella quien tenía el rango superior, por supuesto.
Tras un breve intercambio de ideas sobre cómo usar los corredores de la nave, se pusieron otra vez en marcha con la alférez Donnelly al final de todos, desde luego. En un momento se cruzaron con uno de los infantes de marina, que boca abajo pasó por encima de ellos arrastrando una serie de robots de carga. Mariana pudo ver que más de uno torcía el gesto como tratando de evitar las náuseas de ver a alguien al revés, por la gravedad cero. Comprendió que para muchos el concepto de arriba o abajo seguía estando arraigado en lo más profundo de sus mentes. No tardarían en darse cuenta de que casi en toda la nave no importaba el arriba o abajo, pero ya llegaría, ya llegaría.
Al cabo de un par de minutos de avance más o menos rápido, llegaron a la amplia exclusa que significaba una de las dos entradas principales al área médica. Una puerta del tamaño del corredor del techo al suelo, del ancho de las paredes que estaba por norma general cerrada. Tenía un panel enorme a un costado que indicaba si se podía abrir o no, y cual era la dirección en caso de estar activada la rotación del área, de qué intensidad era la gravedad que tenía y finalmente, si se había dado alguna orden para que permaneciera cerrada.
Mariana advirtió que no estaba conectada la rotación (recordó que el sistema aún no estaba activado) y luego de ver la luz verde ordenó la apertura de la compuerta, la que una vez abierta permitió el paso de todo el grupo. Pudo ver las expresiones de asombro, igualitas a la que ella misma había mostrado, cuando el técnico del astillero la había guiado hasta el cuartel médico que estaba justo en el centro de la nave.
Un espacio más grande que la sala de Ingeniería central, dividido en compartimentos por todo el cuerpo cilíndrico, cruzado por radios cada cierto trecho con escalas, pasarelas, cabos de sujeción y toda clase de artilugios que permitían moverse desde un punto al contrario en la circunferencia del cilindro. En realidad más que un cilindro parecía una rueda ancha, pero daba lo mismo. Por otro lado, desde la esclusa central hasta la contraria al otro lado del eje, había distribuidas varias pasarelas que cruzaban los más de cien metros que tenía de largo el espacio. Tales pasarelas se encontraban con todos y cada uno de los radios que permitían la llegada desde y hacia los bordes. Activada la rotación, todas esas pasarelas se recogían para no impedir el paso de personas o equipos y la mejor forma de entrar era, si se era un veterano de la caída libre, saltar hasta el centro del eje, o flotar mediante el uso del servidor.
Cuando todos estuvieron más o menos a su lado o alrededor, Mariana les informó que cuando se conectaba la rotación del cuartel, era la única parte de la nave que podía contar con gravedad.
—En realidad un vigésimo de gravedad —aclaró seguidamente— y gracias a eso se permite realizar de forma mucho más segura y limpia operaciones y tratamientos médicos.
—Sabía que algo así estaba en planificación —Dijo de inmediato Almeida seguido por un coro de asentimientos—, pero no tenía idea que ya estaba listo para funcionar ni siquiera como prototipo.
—Es que sólo puede tener resultados en una nave tan grande como esta —Fue la respuesta de Mariana— debido a que el espacio requerido para la rotación debe por fuerza ser grande para que no hayan problemas de desplazamientos innecesarios o no deseados. Originalmente se pensó en hacer el cuartel médico del ancho total o casi total del Danubio, pero o bien se colocaba en proa o bien se interrumpía el paso desde o hacia los motores de popa, los angares y la zona de aterrizaje.
La jefa le había explicado que por el efecto de Coriolis no podía implementarse una rotación mayor, a fin de buscar una mejor gravedad y que por el tamaño del cuartel si se aumentaba, dicho efecto haría que todo se desplazara en sentido contrario al de la rotación. Se le ocurrió a Mariana que la inercia en el espacio era (a diferencia de la disciplina militar) algo francamente inconveniente.
—Por fin —dijo la Alférez Donnelly sorprendiendo a varios— no estaremos luchando con la dispersión de la sangre.
Mariana la miró con mucha atención y en ese momento creyó entender por qué era la única del grupo que no parecía tan afectada por la carrerilla hasta el cuartel.
—¿Lleva mucho tiempo en servicio de flota? —le preguntó entonces.
—Sí, señor. Casi tres años por aquí y por allá en naves de todo tipo y la estación Simpson.
—¿Simpson? —preguntó un joven oficial que estaba casi al final de la hilera que formaban en la entrada, también con insignias de Alférez y hasta donde podía ver, bastante guapo. Como no estaba muy cerca de ella, solo alcanzó a ver que su placa lo identificaba como de apellido Quinteros.
—Encajada en el cráter de Fobos —aclaró Almeida.
El interés de Mariana por Donnelly aumentó, pues en Simpson se realizaban experimentos de nuevas tecnologías médicas para curar enfermedades y nuevos tratamientos para todo tipo de trastornos relacionados con los largos viajes espaciales.
—Disculpe, Alférez, pero si no es indiscreción ¿cuántos años tiene? —preguntó Almeida adelantándose a Mariana que iba a hacer la misma pregunta.
—Veintiséis, señor.
Notó en el acto que no era la única que abría los ojos con sorpresa. ¡La mujer no representaba más de veintiuno! Todas las mujeres que estaban en el grupo incluyendo a Mariana estaban o con los ojos abiertos de par en par o con la boca abierta, mientras que los hombres asentían con aprobación mirando a la engañosamente joven Alférez Donnelly.
—¡Mi otro tono de rojo favorito! Dijo Almeida lanzando una carcajada sonora. En efecto, Donnelly estaba completamente roja desde la raíz del pelo hasta el cuello y Mariana se preguntaba si descendería hasta lo que la falda permitía ver.
Carraspeando sonoramente para desviar la atención excesiva en Donnelly, les indicó que era hora de entrar.
—La forma más fácil si no está activada la rotación, es dejarse caer hasta cualquiera de los espacios de ahí abajo, pero recomiendo que fijen una trayectoria que descienda gradualmente y que pase por varias de las cuerdas o escalas que forman los radios. Nuestro punto de destino es…, ahí —y señaló con el dedo un sector cuya única diferencia con los demás era el tamaño (considerablemente más pequeño que los otros) y el color de la alfombra de fricción que era de un color azul intenso… casi eléctrico.
—Mi oficina, supongo.
—En efecto, doctor.
Almeida le mostró los dientes en una sonrisa completa y acto seguido, sin dejar de sonreír amistosamente, comentó:
—Supongo que pedir cambio de color es absurdo.
Sonriendo por el comentario, Mariana señaló nuevamente la oficina del Cirujano y con un leve impulso, inició el descenso.
Dijeran lo que dijeran, ella adoraba la falta de gravedad. Era tan fácil moverse a todos lados con poco esfuerzo y flotar. ¡Cómo le gustaba flotar! Se sentía volar y la liviandad de su cuerpo le daba una idea de libertad que sólo quedaba limitada por los espacios de la nave.
Llegó a la entrada de la oficina del Cirujano y mientras sus botas de fricción la afirmaban en la alfombra, sintió más que vio que alguien llegaba junto a ella. Era Donnelly que en este caso fue la primera, por la misma razón de que antes había sido la última. Al no tener suelas de fricción en el calzado, se afirmó de uno de los apoyos laterales que estaban junto a la puerta y con una sonrisa tímida dedicada a Mariana, se dispuso a esperar que llegara el resto. De inmediato hizo lo posible por acomodar la falda del uniforme de la forma más recatada posible.
Salvo la alférez y Almeida, que llegó junto a ellas casi de inmediato tras ellas, el resto había seguido el consejo de Mariana, avanzando por el radio más cercano a la oficina principal. Seguidos por el enjambre de equipajes, más luego que tarde llegaron hasta donde estaban esperando y una vez reunidos, Mariana abrió la puerta dejando a la vista el pulcro interior de la oficina del cirujano jefe del Danubio. En el interior había una mujer de aspecto agradable concentrada en una tablilla de datos que flotaba frente a ella. Con el uniforme de la nave modificado para el cuerpo médico, tenía puesta toda su atención en lo que la pantalla de la tablilla le mostraba, de modo que no se dio cuenta que la puerta se había abierto hasta que la voz de Almeida sonó por todo el lugar.
—Vaya, Vaya. Maureen Bonden. La gente de personal debe estar desesperada por mandarte aquí. ¿En qué lío te metiste esta vez? Porque debes haber hecho algo gordo para que te sacaran de Marte.
La jefa de enfermería miró a la entrada y con una amplia sonrisa que le dio un aspecto aún más agradable que antes, saludó efusivamente al cirujano de la nave con un afectuoso “¡Julio!” que a pesar de lo breve, dejó claro que le daba un enorme gusto poder ver a Almeida después de quién sabía cuánto tiempo. Tras un breve intercambio de palabras afectuosas, todos fueron entrando hasta que el lugar pareció abarrotado de gente. Mariana en ese momento se puso en piloto automático y abrió la taquilla de los servidores y dio inicio al reparto de ellos indicando como cargarlos, activarlos y proceder al reconocimiento de implantes de cada uno de ellos. Repitió brevemente el protocolo de ingreso a la nave recalcando lo de las veinticuatro horas de aclimatación y tras indicar más o menos donde estaban las habitaciones del personal médico, se dispuso a marchar para dirigirse al Puente. Ahí debía esperar la señal de salida del astillero, la orden de la Jefa para mover la nave, sacarla de las instalaciones de amarre, fijar el rumbo (aún cuando no tenían navegante), orbitar la luna hasta alinearse y llevar la nave al ele cinco para la llegada del resto de la dotación.
—¿Teniente González?. Preguntó Bonden justo cuando estaba separando sus botas de fricción—. He terminado de revisar la lista de suministros del cuartel, de modo que ahora que ha llegado este encantador grupo podremos comparar si todo está como indica el manifiesto.
—Lo lamento, Sargento. Esta gente tiene veinticuatro horas de descanso hasta que inicien servicio —fue la inmediata respuesta de Mariana, pero cuando la Sargento Bonden iba a replicar, Almeida le puso la mano en el hombro y con voz calmada dijo:
—Calma, Maureen. La nave no saldrá del astillero hasta un par de días más, por lo que hay tiempo para eso. Déjalos descansar.
—Sí, señor —fue la respuesta de la jefa de enfermería.
—¿Un par de días? —preguntó Mariana de inmediato.
—En Efecto, Teniente. Aún cuando el oficial al mando haya dado la señal de conformidad —Mariana vio que Bonden apretaba los labios, pues a la enfermera no le caía para nada bien la Jefa Milovsky—, el encargado de las operaciones del Astillero no puede dar el aviso de salida. No hasta cuarenta y ocho horas de recibido el aviso de conformidad. Deduzco que es su primera vez en el astillero, porque es el procedimiento estándar.
Mariana asintió sin decir nada, pues en efecto nunca había estado en una nave desde la partida, ya que siempre había llegado como reemplazo de alguien o para llenar cupos por baja o muerte.
—Bien —dijo acto seguido—, entonces no hay problema. Que toda esta gente descanse y se asee.
Sin embargo pensó que a la Jefa Milovsky no le iba a hacer gracia nada de todo aquello, pues ya tenían unos cuatro días de retraso. Como de todos modos tenía que ir al puente, supuso que le correspondía el dudoso honor de informarle.
Ni ella ni la Jefa lo sabían, pero tendrían que esperar más aún para partir a la Tierra.
Por fin fuera del Cuartel Médico, se desplazó por los corredores a una velocidad que a los nuevos miembros de la dotación habría dejado asombrados, haciendo los cada vez más odiosos desvíos por las compuertas cerradas debido a los módulos que faltaban por acoplar al Danubio. Pudo además darse cuenta que aún cuando eran todavía pocos para el total de miembros de la tripulación, cada vez se veía que los corredores estaban más transitados que los primeros días. Desde luego supuso que en el ele cinco estarían abarrotados de gente a cada momento, dándole al sitio el verdadero aspecto de una nave en servicio. Recordó esos primeros tres días en que salvo cuando los técnicos del astillero trabajaban en algún detalle o probaban algún sistema, se encontraba completamente sola en la enorme nave que sería su hogar por quién sabía cuanto tiempo. Cuando había recibido a la Jefa le había dicho que se había sentido sola, pero en realidad la primera vez que los técnicos se habían largado, tras una serie de pruebas en la estructura de los corredores centrales, un miedo creciente la había dominado hasta la médula. Para sacárselo de encima se había dedicado a recorrer todo el lugar y poco a poco el miedo dio lugar a la curiosidad, así como el asombro por la que en definitiva era la nave estelar más nueva de la flota. Con mucho la más grande que se había armado hasta la fecha, orgullo del astillero y los muchos técnicos que a diario pasaban por ahí haciendo quién sabía qué cosas con sus medidores, instrumentos o sólo con sus ojos.
En pocas palabras el Danubio era un armable infantil de proporciones gigantescas. Una serie de módulos de diferente tamaño se acoplaban de forma precisa siguiendo un esquema complicado de partes que formaban a la larga y con mucha imaginación por parte de los diseñadores, una figura que de lejos parecía como si hubiesen colocado planchas de diferente tamaño una sobre otra, más grande en la sentina para ir resultando más cortas y angostas mientras se subía de nivel, idea que se perdía un tanto al verla de más cerca. Llena de bultos de forma oblonga o trapezoidales daban la imagen de un caparazón simétrico de una criatura fantástica, pero definitivamente artificial.
Claro que cuando Mariana había llegado, tenía muchos agujeros de todos aquellos módulos que faltaban por colocar y si bien es cierto aún había varios que faltaban, eran una gran cantidad los que había colocado la gente del astillero en un par de días. Sin embargo esa primera noche que Mariana estuvo sola en la nave, esa horrible y más tarde maravillosa primera noche, vio que todas las compuertas estaban abiertas y se veía la línea de montaje y más allá el espacio negro y punteado de estrellas. El jefe de mecánicos le había dicho que la envoltura seguiría ahí por unos días más, principalmente porque al día siguiente se colocarían módulos que ya estaban listos, pero en ese momento no lo había entendido.
La nave estaba rodeada de una funda de Aluminio Cristal que no solo evitaba que el vacío se la llevara junto con el aire del soporte vital, sino que también dejaba un espacio de diez metros entre el casco externo y el vacío exterior. Al tener la misma atmósfera y temperatura del interior, le permitió saltar por la superficie externa del navío y de vez en cuando rebotar contra el campo que tenía bastante solidez.
Un enorme número de placas de Aluminio Cristal unidas de forma casi imperceptible, creaban un capullo invisible que permitía ver la nave en toda su aterradora enormidad, punteado por aquí y por allá por exclusas de entrada que permitían que los técnicos pasaran de las instalaciones del astillero al Danubio, tanto como posibilitar el trabajo por el casco primario del navío. Dos días después ese campo de placas fue retirado cuando se selló el interior de la nave, sin embargo ella había flotado por el exterior creyendo, o mejor dicho intentando imaginar que vagaba por el vacío.
Al llegar a la primera compuerta abierta al vacío al faltar un módulo enorme, no supo en un primer momento qué era lo que pasaba, pero más tarde se dio cuenta de lo que era y tragando saliva había saltado por la compuerta abierta. Al llegar al otro lado, en que la otra compuerta parecía una boca que se la tragaría, se dio cuenta que podía ver el andamiaje a simple vista y en ese momento lo entendió. Al parecer podía recorrer la parte externa del Danubio por completo, de modo que muy poco le costó tomar la decisión de salir del todo. Y claro, se había dedicado a piruetear y volar por el contorno del navío, hasta que llegó a la proa. Desde ahí, en que los andamios y asideros no estorbaban, vio la profundidad que era el basto espacio y el contorno tan familiar del lado oscuro de la Luna que se perfilaba casi por debajo de toda la zona del astillero.
Sobrecogía. Sobrecogía tanto que Mariana se rompió.
—¡Oh, Dios, oh! ¡Daniel! Daniel, ¡Daniel! —le había gritado al infinito. Estaba sola en la nave, sola tal vez en toda esa sección del astillero y lo peor de todo, estaba sola en la vida.
En la cuarta cúpula del complejo de la ciudad lunar de San Miguel, se recuperaba del golpe, el doloroso golpe que había recibido unos días atrás en el Centro Heinlein. Sin saber si quería seguir en la armada, habían llegado las órdenes que la habían llevado hasta el Danubio. No había pensado en nada más. Sólo salir de ahí, salir de la cúpula y dejar todo atrás, y ni siquiera se había dado cuenta de a qué nave la estaban mandando. No importaba. Mientras más lejos estuviese, mejor. Pero con lo que no había contado era desde luego con que podría contemplar desde la parte más lejana del Danubio el espacio infinito que se veía por todas partes.
Por fin y luego de más de tres semanas desde que le habían dado la noticia, lloró. Y fue tal su desesperación que se arrojó contra el campo para intentar salir con un único grito que repetía una y otra vez.
—¡Daniel! ¡Daniel! ¡oh, Daniel! ¡Danieeeeel!
Derrotada y rendida, con los ojos enrojecidos de tanto llorar volvió al interior y calló en su coy sin desvestirse y por primera vez en semanas había dormido de verdad, logrando al fin descansar como hacía mucho que no lo hacía. Le faltaba tiempo para poder exorcizar todas sus penas y dejar realmente atrás el dolor, pero esa noche, como recordaba en ese momento, había dado un paso para sanar.
Justo esos recuerdos llegaron a ella, cuando la compuerta que esa primera noche había cruzado hacia el infinito cortaba su camino rumbo al puente para reunirse con la Jefa. Por un momento, solo un momento que pasó por su lado trayéndole el aroma de Daniel, recordó cómo había intentado dejar todo atrás y salir de la caparazón que rodeaba el Danubio. Había golpeado, pateado, arañado e incluso había intentado morder la superficie rígida e inconcebiblemente grande; pero nada había podido contra la unión de esas placas que le daba consistencia y fuerza al envoltorio. Se había tenido que conformar con quedarse pegada a él con la mayor superficie de su cuerpo, pero tampoco pudo ser por mucho tiempo. Tal vez alguna corriente de aire que venía de algún lado o algo que no podía entender; pero la había separado por completo del campo y lentamente dio con su espalda contra el casco exterior de la nave. Nave que sería el único lugar en que podría sentirse como en casa por mucho tiempo.
No supo entonces cuánto había pasado tendida en el casco, pero al parecer había sido muy poco. A la mañana siguiente solo pudo pensar en lo sola que se sentía y en lo extraño que era no querer salir ahora al espacio como la noche anterior. Había querido morir, pero ya no. Era una locura haberlo intentado, pero sabía que no lo haría de nuevo. Así habían pasado los días hasta que por fin un grupo de técnicos de Ingeniería de la nave, y por ello compañeros de tripulación, habían llegado desde el Centro Heinlein y su soledad se había visto empequeñecida. No terminada, pero si un poco menos profunda que antes.
Mientras seguía avanzando hacia el puente y los recuerdos recientes compartían su mente con la labor de llegar a su destino, no advirtió que una solitaria lágrima rodaba por el rabillo del ojo derecho, y se disolvía entre los pocos mechones de pelo que escapaban de su moño rubio. Mientras cierta calma especial se apoderaba de ella, pensó que tal vez, la Jefa guardaba alguna pena o algún recuerdo del pasado que le hacía ser tan fría y distante. Pena del pasado, tal como le pasaba a ella.
Cuando llegaba al puente de mando y se preparaba para seguir con sus tareas, se dio cuenta que estaba en calma y se sentía bien.

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