Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

sábado, 10 de diciembre de 2011

Katrina y Mariana

Dos





Katrina y Mariana






El Espartano interior de la sala de Ingeniería Central del Danubio, era para su Ingeniero jefe la suma de todos los sueños que había tenido desde que había ingresado al Instituto Naval de Ingeniería de Estocolmo hacía ya más de doce años. Una basta cámara de noventa y cinco metros de largo por cuarenta y tres de ancho. Una altura de sesenta y dos en su parte más alta, dominada por un enorme cilindro horizontal de casi trece metros de diámetro y un largo de treinta y dos metros que contenía el centro de los motores Goldberg que impulsarían la mole que aún incompleta era el Danubio. En total la así llamada área de Ingeniería ocupaba casi una octava parte del volumen total de la nave, sin contar los motores de impulso, los motores de maniobra, los de frenado y los de desplazamiento. Además toda el área crítica de mantenimiento y obtención de energía para toda la enorme nave, que por supuesto incluía defensa y armamento, estaban asociados a Ingeniería Central, por mucho que no estuviesen dentro de la sala.
Un gran número de consolas repartidas por las paredes, muchos estuches de herramientas perfectamente colocados y los servidores personales alineados a un costado de la entrada, daban una falsa idea de orden en la sala. En realidad las tres personas que estaban ocupando dicho lugar tenían a su alrededor herramientas, partes, componentes, cajas de control, tablillas de datos y los tres servidores que flotaban junto a cada uno de ellos. De ese modo, toda anterior idea de orden se perdía por completo… bueno, más o menos.
Con la cabeza metida por una portilla del cilindro Goldberg, e inspeccionando el interior del mismo, Katrina pensó una vez más que todo lo realizado hasta ese momento en su vida como ingeniera, al igual que los sinsabores que había debido soportar en ella, valían la pena por estar ahí, para poder mirar el interior de tan extraordinaria pieza de ingeniería aplicada.
Tomando el Escáner de alineamiento que era parte de los materiales asociados al ingenio que contemplaba, fue colocando las partes que había retirado del aparato en perfecta posición. Al ubicar la última y tras aparecer la luz verde en el pequeño aparato, cerró la portilla y colocó su código en el teclado que hacía de cerradura en el acceso principal del cilindro Goldberg, justo en la punta del mismo que apuntaba a proa del navío.
—Es fascinante —dijo al tiempo que colocaba el Escáner en el manipulador principal del servidor—, si tomamos en cuenta que se trata de una aparente unión de partes que no difieren mucho del sistema de energía de un motor de impulso común y corriente.
—Hasta donde sé —dijo González— mantiene la idea básica del alimentador de un motor de impulso, pero el cilindro Goldberg es lo que hace que haga lo que hace para pasar a la velocidad FTL y acceder a la comunicación FTL. Claro que el cómo y de qué forma lo hace no lo entiendo en absoluto. —Y sonrió tras el último comentario.
Katrina pensó no por primera vez que la PJ hacía gala de un humor más que agradable, considerando que había pasado casi tres días completamente sola en la enorme extensión del Danubio cuando por fin el Astillero dio el permiso para que abordaran los que estuvieran en condiciones de hacerlo, resultando que González era la única que estaba en la luna por aquel entonces. Humor agradable en verdad, si se tomaba también en cuenta la forma en que ella misma se había portado con la PJ del Danubio.
En su momento, y tras saber que había sido la primera y la única durante tres días a bordo, le preguntó qué había hecho durante ese tiempo.
La respuesta fue que se dedicó a recorrer toda la nave, por lo menos las partes que estaban ya instaladas y con soporte vital, así como mejorar en su entrenamiento de Caída libre.
A menudo Katrina se preguntaba por qué, si todas las especulaciones que había leído en los antiguos relatos de ciencia ficción que leía desde que era niña se habían cumplido, lo que nunca se había concretado era la gravedad artificial. Porque en realidad estar quién sabía cuánto tiempo flotando mientras duraba una derrota creaba tantos trastornos en el cuerpo humano, así como en la mente y sentidos de todas las personas que carecían de peso.
—Supongo que para usted da igual el como lo haga —fue el comentario que dijo a su interlocutora. Acto seguido y una vez que el servidor llegó nuevamente a su lado, tomó la tablilla que estaba sobre éste y marcó como finalizada la inspección de los sistemas del ingenio. Con ello, y una vez que comunicara al jefe del astillero que todo estaba ya revisado, se iniciaría la cuenta atrás para la salida de la nave hacia el quinto punto Lagrange.
Justo cuando estaba a punto de solicitar se enviara la comunicación, llegó la llamada desde el puente:
—Teniente Milovsky, El Cúter Antártica se aproxima y pide permiso para atracar.
—Aquí Milovsky. ¿Por cuál banda viene? —preguntó una vez que hizo contacto en el comunicador de la consola principal del cilindro a su izquierda.
—Se aproxima por la banda de babor, Jefa.
—Déle permiso e instrucciones para atracar en la exclusa dieciséis de la banda, Voy hacia allá. Y Alférez, le estoy enviando una comunicación para el jefe del Astillero que quiero que transmita de inmediato.
Cambió una mirada con la PJ y acto seguido esta tomó su tablilla del servidor personal y la examinó para ver quién debía llegar en ese momento. Mientras tanto, Katrina dio algunas instrucciones al hombre que esperaba pacientemente junto a la portilla del ingenio. Era un joven alférez recién salido del instituto Naval de Ingeniería que miraba todo como un niño que por primera vez se asomaba a las maravillas del mundo.
En concreto, ella necesitaba que se preocupara de poner en marcha la totalidad del sistema de comunicación entre las consolas del navío, lo que tendría al pobre ocupado casi todo un día, pero ella era la jefa y este muchachito era el último que había llegado de los miembros del grupo de ingeniería. Como era el último, en ese momento era el único que estaba desocupado, ya que los otros veintiuno andaban repartidos por toda la nave poniendo en marcha un buen número de sistemas y comprobando otros, lo que debía estar listo antes que el astillero les diera la orden de salida.
Tomando la uñeta del programa de comunicación del contenedor del servidor, lo entregó al Alférez y giró en el aire para mirar nuevamente a la PJ. Sin que tuviera que preguntarle nada, ella le informó:
—Son el Cirujano Jefe y trece miembros del personal médico, dos Inges más, otros dos pilotos y cuatro señaleros.
Tomó su propia tablilla, pero antes de poder activar nada, la PJ continuó:
—Sus dos Inges son en realidad la técnico informática Sondra Braxton y el técnico informático Andrew Collins. Ambos con el rango de Alférez recién salidos de Estocolmo. Eso significa que junto al joven alférez Larson que sale por la puerta en este momento, ya sólo le faltan treinta y nueve miembros de su dotación y para su desgracia —continuó con una sonrisa llena de hoyuelos—, sigue estando al mando de toda la dotación de la nave.
Reprimiendo un suspiro de resignación, comprobó que ningún cabello escapaba de los cordones y la traba que sujetaban su cola de caballo. Con una patada insignificante al borde del cilindro Goldberg se impulsó a la salida seguida de González, quien aún tenía un atisbo de sonrisa por la noticia de que seguía al mando.
Desde que había llegado en la cápsula personal al Danubio, esperaba que algún oficial superior apareciera para quitarle la responsabilidad de estar al frente de toda la operación de puesta en marcha, pero hasta el momento nada de eso había ocurrido. Aún cuando estaba en teoría capacitada y disponible para tomar el mando de cualquier nave, no le gustaba en lo más mínimo. Oh sí, recordaba la llegada a la nave con cierta frustración. Pensaba que muchas personas ya estaban dentro ayudando con los sistemas o la puesta a punto, pero cuando la cápsula personal atracó con El Danubio y una vez que la compuerta presurizada se abrió, sólo vio a una joven teniente rubia que portaba el uniforme de la nave algo mal puesto. Con los brazos cruzados bajo el pecho y sujetada con sus botas de fricción a la Alfombra, no sonreía, pero no obstante tenía una mirada alegre y esperanzada que le dijo mucho más de lo que quería saber.
Haciendo un impecable saludo militar se había presentado como Mariana González, Teniente, Piloto jefe del Danubio, oficial al mando de la nave hasta ese momento, “y “gracias al cielo que ha llegado pues ya no sé que hacer como comandante en esta monstruosidad”.
Katrina no había sonreído en ningún momento luego de la presentación de la oficial (no había razón para ello) y luego de presentarse a la PJ había pasado por la exclusa ordenando el cierre de la misma.
—¿Viene Sola? —Preguntó González—.
—Si, vengo desde la oficina central del Astillero y como están con la tarea de poner las cápsulas de salvamento en las áreas terminadas, simplemente me subí en una y la piloteé directamente hasta aquí.
En ese momento había visto que la PJ abría sus enormes ojos verdes y miraba detrás de ella para asegurarse, al parecer, de que era cierto lo que había dicho y en efecto, cuando ella misma vio por la porta de la exclusa se fijó en que la cápsula se apartaba para que la guía la colocara en su posición definitiva.
—¡Guau! Debe usted ser muy buen piloto, señor —Había dicho la joven acercándose con una sonrisa, gesto que la puso en guardia en el acto.
—Jefa, si no le importa, teniente —Había respondido al instante tras el comentario de González, lo que no le gustaba sobre si misma, pero ya estaba hecho, así que haciendo de tripas corazón continuó—. Llevo ocho años con el rango, pero mi calidad de ingeniero naval es lo que soy y como en esta nave seré Jefa de Ingenieros, por favor diríjase a mí como Jefa, teniente. Es una cortesía que no le costará adoptar. Además quiero que quede claro que no estoy en esta nave para hacer amigos ni conocer gente. Vengo a trabajar en mi área y le voy a pedir que haga lo mismo. No me interesa ser su amiga y si tengo facilidad para realizar ciertas tareas menores como por ejemplo pilotear una cápsula, no tiene nada que ver con mi trabajo, por lo que no es importante.
Si, Jefa —Respondió la teniente de forma brusca e inmediata—. Le pediría que usara el trato no oficial en mi caso que es PJ, si no le ve inconveniente.
Katrina había supuesto que en el fondo se lo merecía, pues acababa de darse cuenta que era la responsable de poner una brecha artificial entre ambas consistente en los rangos y el título naval, pero lo había hecho tantas veces antes que casi le dio lo mismo. Casi, porque normalmente en el pasado había ocurrido con compañeros de todo tipo de rangos, pero en este caso en concreto tenía la sensación de que había dejado pasar la oportunidad de hacer una amiga en la persona de Mariana González. Después de todo su sonrisa parecía genuina. No importaba, tenía claro que en más de una oportunidad tal vez se había equivocado al juzgar ciertas intenciones, pero como había dicho y se repetía a si misma, no estaba ahí para hacer amigos.
—Muy bien —Respondió en el mismo tono— y le pediría que me informara, ya que aparentemente estoy al mando, en qué situación estamos.
González le había indicado que la nave estaba en un setenta por ciento armada; pero que antes de dejar el astillero no se armaría más, pues los módulos faltantes se acoplarían por encima de Heinlein o bien en el ELE CINCO, momento en que se esperaba al grueso de la dotación. Los sistemas informáticos estaban sólo en un diez por ciento cargados y de ellos tan sólo una tercera parte estaba operativo, que resultó ser la parte cargada directamente por el astillero que era Soporte vital, conducción de motores, el programa de arranque y mantención del ingenio Goldberg, el sistema primario de comunicaciones externas y el sistema básico de comunicación interna. De igual forma le había dicho que hasta ese minuto contándola a ella eran en total 43 tripulantes y que en teoría se esperaban algo así como treinta más durante los próximos cinco días.
—Los están mandando tan rápido como se puede — agregó la PJ—, pero la oficina de personal aún está hecha un lío con las asignaciones. Sin embargo creo que toda la plana de oficiales está definida, pero ni idea de cómo o cuándo terminaremos de llegar. Creo —dijo haciendo un gesto vago con la mano—, que el capitán subirá a bordo en el Ele Cinco y no antes de ese punto.
Katrina le había pedido ver sus órdenes (si es que no era problema darles una mirada) y González había observado la tablilla que tenía bajo uno de sus brazos. Luego de buscar en el menú de contenido, se la había extendido con un gesto brusco, y hasta cierto punto frío.
“Por medio de la presente se le requiere y ordena que asuma el cargo de Piloto Jefe de la dotación de hombres y mujeres del NCT Danubio, Clase Ribera que se encuentra actualmente en el astillero de la Luna en el conjunto de construcción 3 y asuma las funciones que a su llegada se le participen o sean necesarias. Al asumir un oficial superior a su rango y título deberá sujetarse a su mandato y obedecer sus órdenes y directrices haciéndose cargo de las consecuencias de no hacerlo”.
Seguía con la cháchara típica de las órdenes del cuartel general que explicaban los derechos y deberes como Teniente y Piloto en Jefe del navío para finalizar:
“para cumplir con tal requerimiento, deberá abordar lo antes posible el Chinchorro tres del Navío anteriormente indicado, el que se encuentra a la espera en el centro Heinlein, piloteándolo y asegurándolo en la dársena del Danubio y asumir con prontitud la función asignada”.
—¿Vive usted en la Luna? —había preguntado Katrina tras leer la orden de la PJ.
—Sí, Jefa. Me encontraba de permiso con mi familia cuando fui llamada al Centro y se me entregó la orden que ha leído —respondió luego de un momento para añadir—. Fui la primera de toda la dotación.
Katrina se había sentido admirada por ello y más aún al saber que durante tres días la teniente había estado completamente sola al interior del Danubio.
—¿Cómo lo hizo para no sentirse sola? —fue la pregunta inmediata.
—Bueno, la verdad es que me sentí muy sola —había contestado la PJ tras un largo momento de silencio—, pero supongo que me distraje cumpliendo con los requerimientos del astillero sobre situación de las obras y a parte de eso, recorriendo la nave de punta a punta. No niego que me aburrí mucho y usaba la comunicación más de lo que corresponde, pero cuando llegó el primer grupo fue un alivio poder asignar tareas y poder hablar cara a cara con futuros compañeros de tripulación. Hablaba mucho con los técnicos del astillero, pero (y aquí había sonreído abiertamente) cuando la gente que estará bajo su mando directo llegó, no puedo decirle lo agradecida que me sentí.
Luego de eso y tras hacer la comprobación de seguridad de Katrina en la consola que estaba junto a la exclusa, continuó dándole detalles sobre el estado y situación del navío y los que ya estaban en él.
Mientras la escuchaba y por fin tomaban rumbo a Ingeniería, Katrina, al notar la desenvoltura y buen humor que irradiaba de la PJ, lamentó lo ocurrido antes, pues al parecer había perdido la posibilidad de hacer una buena amistad. Sabía que aún cuando de forma leve, había herido las buenas intenciones de la teniente y se convenció que era algo medianamente irrecuperable.
Tanto en ese momento como ahora que debía ir a recibir a los que llegaban, no sabía qué tanto iba a necesitar la amistad de la mujer que había tenido y tenía ahora a su lado.
—¿Quiere que la acompañe? —preguntó la PJ que avanzaba junto a ella por el corredor de acceso a Ingeniería Central, mientras que con una que otra patada a los costados y asideros se daban impulso para seguir hasta uno de los elevadores laterales. Desde luego eso sirvió para llevarla de regreso del recuerdo de esos primeros minutos en el Danubio. Luego de un segundo y tras el asentimiento de Katrina, ambas llamaron a los servidores y tomándolos del asa trasera, dejaron que las guiaran hasta llegar al elevador doce de la banda de babor.
Para cuando llegaron a la exclusa dieciséis de dicho costado, se iniciaba el proceso de apertura supervisado por el infante Harrison, que era uno de los pocos infantes de marina que había llegado hasta ese momento. Por lo demás no estaba muy contento por ser justamente uno de los pocos que estaban en el Danubio, ya que se los tenía para realizar toda clase de tareas, con lo que estaban más que agotados de tanto que se les pedía.
Afirmando las botas con suela de fricción frente a la exclusa, Katrina dio la orden para abrirla. El infante así lo hizo, dejando a la vista el tubo flexible que comunicaba con el Cúter del centro Heinlein, por el que venía un grupo de personas en fila llevando el uniforme oficial de la armada. Todos con un gran equipaje militar siguiéndolos, de distintas edades y con el aspecto de estar más que hartos del viaje en el cúter.
Se fijó que al no llevar el uniforme de la nave, ninguno tenía botas o zapatos de fricción, por lo que flotarían a merced de la falta total de gravedad, pero se notó que estaban bien entrenados. Con sólo alguno que otro toque con las manos o los pies, sólo avanzaron lo justo para quedar a este lado del tubo flexible.
—Solicito permiso para subir a bordo en mi nombre y mis compañeros, señor.
Un hombre moreno y con insignias de teniente saludó y todos los demás lo imitaron tras que pidiera el permiso formal.
—Permiso concedido, teniente. Todos pueden abordar —con lo que bajaron del tubo hasta la alfombra intentando quedarse en ella lo mejor que supieron, al tiempo que las Roboletas terminaban de pasar por la escotilla. Sin más ceremonia, Harrison cerró la exclusa cuando el último equipaje pasó por ella y contactó con el Cúter para que iniciara la descarga de los suministros que venían junto con los pasajeros, suministros que serían cargados por los robots que esperaban fuera de la nave. Tras hacer la venia de rigor, se desenganchó del suelo y con vigorosas patadas se alejó por el corredor que rodeaba la banda en ese nivel.
—Bienvenidos al Danubio, caballeros y señoritas —les dijo Katrina saludando con la venia a todo el grupo—. Soy la Teniente Katrina Milovsky, Ingeniero en Jefe de la nave. —Señalando a su compañera, continuó—: Ella es la Teniente Mariana González, Piloto Jefe y de momento la segundo al mando.
—Teniente segundo Julio Almeida. Cirujano Jefe —se presentó el oficial que había pedido permiso y que estaba por delante de todos—. Creo que a pesar del rango, sigue la Teniente González como segundo al mando.
Era un hombre de mediana edad y de buen estado físico, alto y moreno con un tono de piel tostado y con cierta gracia de movimientos que daba la idea de haber estado en varias naves de la flota, porque llevaba la gravedad cero como algo natural. Parecía simpático y lo que al parecer era su característica más notable, su gran nariz, le daba la apariencia de un tipo de risa fácil.
Los demás se fueron presentando y con la tablilla enarbolada como si fuera a entregarla a alguien, la rubia PJ fue hasta la consola que estaba al costado de la exclusa e inició la tarea de dar el ingreso y confirmar que cada uno de ellos era quien decía ser, tomando e introduciendo la tarjeta de cada uno y escaneando la retina de todos, mientras cada equipaje pasaba por debajo de la consola para ser revisado minuciosamente.
Mientras Mariana hacía esto, el doctor Almeida se acercó a Katrina y con un tono amistoso (lo que la reafirmó en su opinión sobre el hombre) le preguntó:
—¿Ha llegado alguien más del cuerpo médico?
—Sólo la enfermera Bonden. Se ha preocupado de curarnos los raspones y cortes que hemos tenido mientras trabajamos, Doctor.
Almeida sonrió y sin quitar esa sonrisa dijo en voz alta:
—Bien, señor. La conozco y resulta que es una buena profesional.
—Refiérase a mi como Jefa o Jefa Milovsky, doctor —le dijo Katrina sin poder evitarlo—. Señor es inapropiado y después de todo soy la jefa de ingenieros de esta nave.
Y ahí estaba otra vez: El viejo hábito de crear la distancia con todo el mundo, usando el título o rango como escudo. Había hecho tantas veces lo mismo que ya lo hacía por costumbre y era parte de ella como el trabajo con modelos de aplicación y con motores o sistemas de cálculo avanzado;
Sabía que era por completo culpa suya y la decisión que había tomado hacía años, pero así estaban las cosas y se quedarían así.
—Como usted diga, Jefa —fue la respuesta del cirujano y se dio cuenta que la sonrisa no se había borrado de su cara, no acusando el golpe ni expresando rechazo por su comportamiento. Con el uniforme completo algo desmejorado por el viaje y unas pequeñas arrugas de expresión en el rabillo de cada ojo, daba la sensación de que Almeida era con mucho un tipo al que toda mención al rango le daba lo mismo. No tenía el aire de un insolente o rebelde, pero sí el aspecto de que toda orden que se relacionara con su área la iba a discutir si es que no la encontraba oportuna. Después de todo el Jefe Médico tenía poder para desautorizar incluso al Capitán y relevarlo del mando en caso necesario. Sin embargo no daba la impresión de que al buen doctor le gustara el poder.
—Bien, como le decía Conozco a Maureen Bonden desde hace unos años —continuó afablemente Almeida—, por lo que realmente me alegraré de ver una cara conocida.
Mirándola a los ojos y casi sin hacer pausa, le preguntó:
—¿Cuál es el protocolo de ingreso en esta mole?
—Bueno, cuando llegué a bordo la Teniente González era la oficial superior y como tuve que tomar el mando (aquí Almeida sonrió de forma pícara) opté por implementar lo que me pareció más razonable. Sin importar la hora de llegada, todo el mundo tendrá veinticuatro horas para acostumbrarse a la nave y conocer las áreas que le corresponden, a menos que se le requiera por algo importante o que no pueda esperar. Antes de doce horas deberán llevar al Cuartel Médico sus fichas personales y el Jefe de dicho cuartel los cargará en la base de datos. Como la llave de la consola la tiene el Jefe Médico —Finalizó haciendo el comentario que Almeida debería haber esperado—, deberá ingresar todas las fichas que hemos ido entregando desde nuestro arribo; pero no se preocupe, todos las hemos dejado sobre su escritorio para que no tenga que perseguirnos. Por cierto —agregó casi sin darle importancia—, contándolos a ustedes veintidós, ya somos en total ciento cuatro tripulantes.
Tal como ella esperaba, Almeida lanzó una risa plena y mostrando una dentadura casi perfecta, hizo que algunas cabezas del otro grupo se voltearan a mirar; pero con un gesto imperioso de la teniente González, que en ese momento explicaba el protocolo de ingreso, nadie tuvo mayores ganas de mirar al Doctor.
Katrina se dio cuenta que algunos de los nuevos le lanzaban esas miradas admirativas que ya conocía tan bien y que con el paso de los años había aprendido a ignorar, de modo que sin cambiar nada el gesto impasible de su cara, esperó que González completara la explicación. Una vez que terminó, le indicó al doctor que debía hacer lo que todos los demás ya habían hecho, por lo que fue el último en pasar por el proceso de ingreso.
Seguidamente les habló a todos informando que ya se había enviado la confirmación al astillero de que todo estaba en perfecto estado, por lo que se esperaba que se les diera el permiso para mover el Danubio al ele cinco para acoplar los módulos faltantes. Por otro lado, si les informaban que más tripulantes subirían en el astillero, tendrían que esperar.
Luego, y verificando las asignaciones de los cuarteles, ella y González se dividieron los grupos en dos para guiarlos hasta las áreas de trabajo, de modo que luego cada uno encontrara sus habitaciones por sí solos. Llevando a los técnicos de su propia sección, a los dos pilotos y los encargados de las comunicaciones, avanzó de regreso al ascensor doce seguida por ellos.
En la sala de Ingeniería Central mostró como chequear y activar los servidores y dejó a Braxton y Collins para que continuaran. Tras un montón de corredores y otros dos ascensores, dejó activando servidores a los encargados de comunicación en la salita que estaba detrás del puente y entró con los pilotos en él.

**********

Mientras Mariana avanzaba flotando por los corredores que iban al centro del Danubio seguida por los tripulantes médicos, pensaba:
Le caía bien la Jefa Milovsky a pesar del trato que le había dado al momento de llegar, en el que algo pudo advertir discordante en su actitud, pues era tan fría como la nieve en invierno…, invierno en el polo según parecía y no entendía la razón de tanta frialdad. Se jactaba de tener cierto don para conocer a la gente de forma un tanto íntima gracias al lenguaje corporal, lo que se veía en los ojos, la forma de moverse y el tono de voz que empleaban, pero en el caso de la jefa había algo que le chocaba. Oh sí, frío había ahí para helar la nave entera, pero de vez en cuando en sus ojos y cierta forma de mover los labios asomaba de tarde en tarde un algo que podría muy bien ser ardor para derretir Plutón…, O al menos eso le parecía.
Era una mujer hermosa sin duda ni reparo alguno y le daba la impresión de que aún con el cabello desgreñado y la cara manchada de grasa se vería bonita. De hecho cuando le tocó recibirla en la exclusa hacía casi tres semanas, fue conciente de todas y cada una de las imperfecciones de su uniforme, su pelo, lo descoloridos que le parecieron sus propios ojos, la pequeña mella que tenía en su dentadura y por primera vez en su vida se le ocurrió que el rubio de su cabello era en realidad un tono desteñido del castaño rojizo reluciente de la jefa aquel día en la exclusa.
Supuso que estaba acostumbrada a que los hombres la miraran, pero con el paso de los días se dio cuenta que si bien es cierto todos y cada uno de los varones de la nave la observaban con mucha atención, en realidad era como si a ella la miraran unos pájaros desde los árboles. No como si fueran algo inferior a ella, sino que más bien como si en realidad no le importara en lo más mínimo que alguien lo hiciera. Era en realidad y tras pensarlo mucho, como si le resbalaran.
Mariana en muchas oportunidades buscaba que los hombres la miraran y otras tantas veces disfrutaba sabiendo que podía atraer miraditas especiales de sus compañeros, así como ponía coto cuando esas miradas eran algo más que simple admiración, pero hacer caso omiso de tal situación era algo que nunca había pensado. Estaba más o menos conciente de que al guiar al grupo por los corredores más de uno le miraba el trasero. No le daba mayor vuelta, pues era parte de lo que supuestamente se debía esperar en una sociedad cerrada como la de una nave; sin embargo había visto cómo miraban a la Jefa algunos de los muchachos y aún cuando estaba claro que ella lo sabía, ni el más mínimo rastro de color en las mejillas acusaba tal situación. En todo caso parecía que realmente no había importancia para la jefa si la miraban, porque era evidente que se daba cuenta de las reacciones que quedaban luego de que ella pasara. En fin, era sólo que le llamaba la atención la indiferencia de esa mujer. Y sin embargo, no se sacaba de la cabeza que había algo artificial en ella…, en realidad en su actitud.
— ¡Teniente!
El grito de Almeida la sacó de sus pensamientos y se dio cuenta al mirar atrás, que absorta en sus pensamientos, no se había fijado en que avanzaba sin pensar en lo que hacía. Dando patadas y aferrando asideros para impulsarse de modo reflejo, había dejado muy por detrás a quienes la seguían. Dándose cuenta de ello y luego de mirar hacia atrás deteniendo su avance sujetando una de las barras verticales, vio que todos los miembros del grupo jadeaban por el esfuerzo de seguirla al ritmo frenético que llevaba por los corredores. Sin poder evitarlo se ruborizó y tragó saliva mientras esperaba que el primero de ellos la alcanzara. Se fijó en que el joven alférez se detenía a su lado resollando y la miraba de forma admirativa, pero se dio cuenta que era por la velocidad que había alcanzado en su desplazamiento y no por sus atributos femeninos. Esto no la complació mucho que se diga, tomando en cuenta lo que había estado pensando hacía tan solo unos segundos.
Fueron llegando uno tras otro y Almeida luego de posarse a unos pasos de ella y mientras miraba a los que faltaban comentó:
—Vaya ritmo de vuelo, Teniente.
Mariana volvió a sonrojarse y tras pedir disculpas por no darse cuenta, le dijo al doctor:
—Estaba pensando en muchas cosas y no me di cuenta. Ya verán que estarán dentro de poco tan acostumbrados a estos pasillos y tubos que les saldrá natural moverse como lo hago yo.
Al darse cuenta de lo que decía se sonrojó otra vez pues sonaba muy altanero, pero era cierto. La nave había sido diseñada de tal forma que los desplazamientos en caída libre eran facilitados no solo por las barras y asideros puestos de forma estratégica, y a las distancias precisas, sino que además para quien no deseaba ir rápido, o hacerlo sin esfuerzo se podían encontrar bandas manuales en las que bastaba asirlas con una mano y se movían a una velocidad constante, pero no tan rápido como el método empleado desde que el hombre estaba en el espacio en caída libre; moverse impulsando el cuerpo con empujones y tirones constantes cada cierta cantidad de metros junto con frenadas para virar o iniciar la llegada al lugar deseado. Como si fuera poco con eso, cada Servidor Personal contaba con un movilizador magnético que le permitía flotar y desplazarse empujando o tirando con sus potentes proyectores de campo, contando con un asa trasera que permitía que su usuario la tomara y permitiera que lo llevase a destino.
—Mi tono favorito de rojo —dijo Almeida al reparar en el sonrojo de Mariana y una seguidilla de sonrisitas por todo el grupo coreó sus palabras.
Tras carraspear para evitar que se sonrojara aún más, Mariana levantó la vista al corredor que dejaban atrás. Vio al último miembro del grupo, una jovencita que no debía superar aún los veintidós años, que seguida por su equipaje era la única del grupo de mujeres que vestía la versión del uniforme de tierra. Todavía llevaba falda en lugar de los pantalones del uniforme en espacio que eran sujetados por botas negras.
Era bonita, algo baja en comparación con el resto y llevaba el distintivo del cuerpo médico de la flota. En su placa del bolsillo superior de la chaqueta del uniforme se leía que era Nadia C. Donnelly y tras mirar sus hombros y su manga, se llegaba a la conclusión de que tenía el rango de alférez (como la gran mayoría de la dotación de oficiales) y que hasta donde recordaba de lo que había visto al revisar la lista en el cuarto del ingenio Goldberg le parecía que era enfermera o algo por el estilo.
De inmediato advirtió que de todo el grupo era la única que no jadeaba o demostraba el esfuerzo por seguirla por los corredores, pero sin embargo había sido la última en llegar a donde se encontraban en ese momento. Por supuesto. Al llevar falda, debía de haberse quedado rezagada para que nadie aprovechara lo ventajoso de un uniforme de tales características, pues en flotación por corredores de una nave estelar, sería muy simple asomarse…, para dar miraditas. Después de todo, la caída libre permitía asomarse para ver el interior de la prenda, más propia para el uniforme de tierra.
Girando el cuerpo hacia ella, Mariana le preguntó:
—¿No se cambió el uniforme en alguno de los transbordos anteriores al Antártica, Alférez?
—No pude, señor —Respondió casi de inmediato—, pues la orden de transferencia llegó justo cuando un transporte de tropas partía para Descanso y al llegar a la estación se me dijo que si quería podía tomar el Rápido al centro Heinlein. Cuando llegué al amarradero, estaba llenándose el cupo en el Antártica para venir aquí.
Llenó los pulmones de aire y finalizó con un suspiro de cansancio, que explicaba sus ojeras y el estado cetrino de su piel, para informar que no había dormido como correspondía desde hacía cuatro días. Que aún cuando podría haberse cambiado durante los innumerables viajes, había caído rendida tan pronto como había podido tomar asiento en cada uno de los rumbos que la habían traído desde la estación Descanso.
—La verdad moriría por una ducha y que pudiera tener las veinticuatro horas que nos dijo que tendríamos al llegar, señor.
Luego de esa última declaración, al tiempo que agachaba la cabeza y toqueteaba la falda que tenía algo más arriba de las rodillas, no dijo nada más. Mariana sintió que la empatía que sentía por todos los jóvenes que iniciaban carrera en la Armada, creciera en el caso de la joven Donnelly como nunca antes había sentido, y suavizando el tono de voz lo más posible le replicó:
—No se preocupe, Alférez. Tendrá sus veinticuatro horas y al menos podrá tomar una ducha luego de un rato.
Se volteó para mirar al resto del grupo y justo cuando iba a darles un breve curso sobre cómo moverse por el Danubio, advirtió que uno de los jóvenes alférez había soltado un tanto la corbata del uniforme. Probando que tal iba lo de detentar el rango le dijo:
—Su corbata, alférez.
El muchacho enrojeció de forma automática y soltando la barra se la ajustó con movimiento experto sin decir palabra. Con ello sonrió para sus adentros y una vez más decidió que la disciplina militar era algo maravilloso, cuando era ella quien tenía el rango superior, por supuesto.
Tras un breve intercambio de ideas sobre cómo usar los corredores de la nave, se pusieron otra vez en marcha con la alférez Donnelly al final de todos, desde luego. En un momento se cruzaron con uno de los infantes de marina, que boca abajo pasó por encima de ellos arrastrando una serie de robots de carga. Mariana pudo ver que más de uno torcía el gesto como tratando de evitar las náuseas de ver a alguien al revés, por la gravedad cero. Comprendió que para muchos el concepto de arriba o abajo seguía estando arraigado en lo más profundo de sus mentes. No tardarían en darse cuenta de que casi en toda la nave no importaba el arriba o abajo, pero ya llegaría, ya llegaría.
Al cabo de un par de minutos de avance más o menos rápido, llegaron a la amplia exclusa que significaba una de las dos entradas principales al área médica. Una puerta del tamaño del corredor del techo al suelo, del ancho de las paredes que estaba por norma general cerrada. Tenía un panel enorme a un costado que indicaba si se podía abrir o no, y cual era la dirección en caso de estar activada la rotación del área, de qué intensidad era la gravedad que tenía y finalmente, si se había dado alguna orden para que permaneciera cerrada.
Mariana advirtió que no estaba conectada la rotación (recordó que el sistema aún no estaba activado) y luego de ver la luz verde ordenó la apertura de la compuerta, la que una vez abierta permitió el paso de todo el grupo. Pudo ver las expresiones de asombro, igualitas a la que ella misma había mostrado, cuando el técnico del astillero la había guiado hasta el cuartel médico que estaba justo en el centro de la nave.
Un espacio más grande que la sala de Ingeniería central, dividido en compartimentos por todo el cuerpo cilíndrico, cruzado por radios cada cierto trecho con escalas, pasarelas, cabos de sujeción y toda clase de artilugios que permitían moverse desde un punto al contrario en la circunferencia del cilindro. En realidad más que un cilindro parecía una rueda ancha, pero daba lo mismo. Por otro lado, desde la esclusa central hasta la contraria al otro lado del eje, había distribuidas varias pasarelas que cruzaban los más de cien metros que tenía de largo el espacio. Tales pasarelas se encontraban con todos y cada uno de los radios que permitían la llegada desde y hacia los bordes. Activada la rotación, todas esas pasarelas se recogían para no impedir el paso de personas o equipos y la mejor forma de entrar era, si se era un veterano de la caída libre, saltar hasta el centro del eje, o flotar mediante el uso del servidor.
Cuando todos estuvieron más o menos a su lado o alrededor, Mariana les informó que cuando se conectaba la rotación del cuartel, era la única parte de la nave que podía contar con gravedad.
—En realidad un vigésimo de gravedad —aclaró seguidamente— y gracias a eso se permite realizar de forma mucho más segura y limpia operaciones y tratamientos médicos.
—Sabía que algo así estaba en planificación —Dijo de inmediato Almeida seguido por un coro de asentimientos—, pero no tenía idea que ya estaba listo para funcionar ni siquiera como prototipo.
—Es que sólo puede tener resultados en una nave tan grande como esta —Fue la respuesta de Mariana— debido a que el espacio requerido para la rotación debe por fuerza ser grande para que no hayan problemas de desplazamientos innecesarios o no deseados. Originalmente se pensó en hacer el cuartel médico del ancho total o casi total del Danubio, pero o bien se colocaba en proa o bien se interrumpía el paso desde o hacia los motores de popa, los angares y la zona de aterrizaje.
La jefa le había explicado que por el efecto de Coriolis no podía implementarse una rotación mayor, a fin de buscar una mejor gravedad y que por el tamaño del cuartel si se aumentaba, dicho efecto haría que todo se desplazara en sentido contrario al de la rotación. Se le ocurrió a Mariana que la inercia en el espacio era (a diferencia de la disciplina militar) algo francamente inconveniente.
—Por fin —dijo la Alférez Donnelly sorprendiendo a varios— no estaremos luchando con la dispersión de la sangre.
Mariana la miró con mucha atención y en ese momento creyó entender por qué era la única del grupo que no parecía tan afectada por la carrerilla hasta el cuartel.
—¿Lleva mucho tiempo en servicio de flota? —le preguntó entonces.
—Sí, señor. Casi tres años por aquí y por allá en naves de todo tipo y la estación Simpson.
—¿Simpson? —preguntó un joven oficial que estaba casi al final de la hilera que formaban en la entrada, también con insignias de Alférez y hasta donde podía ver, bastante guapo. Como no estaba muy cerca de ella, solo alcanzó a ver que su placa lo identificaba como de apellido Quinteros.
—Encajada en el cráter de Fobos —aclaró Almeida.
El interés de Mariana por Donnelly aumentó, pues en Simpson se realizaban experimentos de nuevas tecnologías médicas para curar enfermedades y nuevos tratamientos para todo tipo de trastornos relacionados con los largos viajes espaciales.
—Disculpe, Alférez, pero si no es indiscreción ¿cuántos años tiene? —preguntó Almeida adelantándose a Mariana que iba a hacer la misma pregunta.
—Veintiséis, señor.
Notó en el acto que no era la única que abría los ojos con sorpresa. ¡La mujer no representaba más de veintiuno! Todas las mujeres que estaban en el grupo incluyendo a Mariana estaban o con los ojos abiertos de par en par o con la boca abierta, mientras que los hombres asentían con aprobación mirando a la engañosamente joven Alférez Donnelly.
—¡Mi otro tono de rojo favorito! Dijo Almeida lanzando una carcajada sonora. En efecto, Donnelly estaba completamente roja desde la raíz del pelo hasta el cuello y Mariana se preguntaba si descendería hasta lo que la falda permitía ver.
Carraspeando sonoramente para desviar la atención excesiva en Donnelly, les indicó que era hora de entrar.
—La forma más fácil si no está activada la rotación, es dejarse caer hasta cualquiera de los espacios de ahí abajo, pero recomiendo que fijen una trayectoria que descienda gradualmente y que pase por varias de las cuerdas o escalas que forman los radios. Nuestro punto de destino es…, ahí —y señaló con el dedo un sector cuya única diferencia con los demás era el tamaño (considerablemente más pequeño que los otros) y el color de la alfombra de fricción que era de un color azul intenso… casi eléctrico.
—Mi oficina, supongo.
—En efecto, doctor.
Almeida le mostró los dientes en una sonrisa completa y acto seguido, sin dejar de sonreír amistosamente, comentó:
—Supongo que pedir cambio de color es absurdo.
Sonriendo por el comentario, Mariana señaló nuevamente la oficina del Cirujano y con un leve impulso, inició el descenso.
Dijeran lo que dijeran, ella adoraba la falta de gravedad. Era tan fácil moverse a todos lados con poco esfuerzo y flotar. ¡Cómo le gustaba flotar! Se sentía volar y la liviandad de su cuerpo le daba una idea de libertad que sólo quedaba limitada por los espacios de la nave.
Llegó a la entrada de la oficina del Cirujano y mientras sus botas de fricción la afirmaban en la alfombra, sintió más que vio que alguien llegaba junto a ella. Era Donnelly que en este caso fue la primera, por la misma razón de que antes había sido la última. Al no tener suelas de fricción en el calzado, se afirmó de uno de los apoyos laterales que estaban junto a la puerta y con una sonrisa tímida dedicada a Mariana, se dispuso a esperar que llegara el resto. De inmediato hizo lo posible por acomodar la falda del uniforme de la forma más recatada posible.
Salvo la alférez y Almeida, que llegó junto a ellas casi de inmediato tras ellas, el resto había seguido el consejo de Mariana, avanzando por el radio más cercano a la oficina principal. Seguidos por el enjambre de equipajes, más luego que tarde llegaron hasta donde estaban esperando y una vez reunidos, Mariana abrió la puerta dejando a la vista el pulcro interior de la oficina del cirujano jefe del Danubio. En el interior había una mujer de aspecto agradable concentrada en una tablilla de datos que flotaba frente a ella. Con el uniforme de la nave modificado para el cuerpo médico, tenía puesta toda su atención en lo que la pantalla de la tablilla le mostraba, de modo que no se dio cuenta que la puerta se había abierto hasta que la voz de Almeida sonó por todo el lugar.
—Vaya, Vaya. Maureen Bonden. La gente de personal debe estar desesperada por mandarte aquí. ¿En qué lío te metiste esta vez? Porque debes haber hecho algo gordo para que te sacaran de Marte.
La jefa de enfermería miró a la entrada y con una amplia sonrisa que le dio un aspecto aún más agradable que antes, saludó efusivamente al cirujano de la nave con un afectuoso “¡Julio!” que a pesar de lo breve, dejó claro que le daba un enorme gusto poder ver a Almeida después de quién sabía cuánto tiempo. Tras un breve intercambio de palabras afectuosas, todos fueron entrando hasta que el lugar pareció abarrotado de gente. Mariana en ese momento se puso en piloto automático y abrió la taquilla de los servidores y dio inicio al reparto de ellos indicando como cargarlos, activarlos y proceder al reconocimiento de implantes de cada uno de ellos. Repitió brevemente el protocolo de ingreso a la nave recalcando lo de las veinticuatro horas de aclimatación y tras indicar más o menos donde estaban las habitaciones del personal médico, se dispuso a marchar para dirigirse al Puente. Ahí debía esperar la señal de salida del astillero, la orden de la Jefa para mover la nave, sacarla de las instalaciones de amarre, fijar el rumbo (aún cuando no tenían navegante), orbitar la luna hasta alinearse y llevar la nave al ele cinco para la llegada del resto de la dotación.
—¿Teniente González?. Preguntó Bonden justo cuando estaba separando sus botas de fricción—. He terminado de revisar la lista de suministros del cuartel, de modo que ahora que ha llegado este encantador grupo podremos comparar si todo está como indica el manifiesto.
—Lo lamento, Sargento. Esta gente tiene veinticuatro horas de descanso hasta que inicien servicio —fue la inmediata respuesta de Mariana, pero cuando la Sargento Bonden iba a replicar, Almeida le puso la mano en el hombro y con voz calmada dijo:
—Calma, Maureen. La nave no saldrá del astillero hasta un par de días más, por lo que hay tiempo para eso. Déjalos descansar.
—Sí, señor —fue la respuesta de la jefa de enfermería.
—¿Un par de días? —preguntó Mariana de inmediato.
—En Efecto, Teniente. Aún cuando el oficial al mando haya dado la señal de conformidad —Mariana vio que Bonden apretaba los labios, pues a la enfermera no le caía para nada bien la Jefa Milovsky—, el encargado de las operaciones del Astillero no puede dar el aviso de salida. No hasta cuarenta y ocho horas de recibido el aviso de conformidad. Deduzco que es su primera vez en el astillero, porque es el procedimiento estándar.
Mariana asintió sin decir nada, pues en efecto nunca había estado en una nave desde la partida, ya que siempre había llegado como reemplazo de alguien o para llenar cupos por baja o muerte.
—Bien —dijo acto seguido—, entonces no hay problema. Que toda esta gente descanse y se asee.
Sin embargo pensó que a la Jefa Milovsky no le iba a hacer gracia nada de todo aquello, pues ya tenían unos cuatro días de retraso. Como de todos modos tenía que ir al puente, supuso que le correspondía el dudoso honor de informarle.
Ni ella ni la Jefa lo sabían, pero tendrían que esperar más aún para partir a la Tierra.
Por fin fuera del Cuartel Médico, se desplazó por los corredores a una velocidad que a los nuevos miembros de la dotación habría dejado asombrados, haciendo los cada vez más odiosos desvíos por las compuertas cerradas debido a los módulos que faltaban por acoplar al Danubio. Pudo además darse cuenta que aún cuando eran todavía pocos para el total de miembros de la tripulación, cada vez se veía que los corredores estaban más transitados que los primeros días. Desde luego supuso que en el ele cinco estarían abarrotados de gente a cada momento, dándole al sitio el verdadero aspecto de una nave en servicio. Recordó esos primeros tres días en que salvo cuando los técnicos del astillero trabajaban en algún detalle o probaban algún sistema, se encontraba completamente sola en la enorme nave que sería su hogar por quién sabía cuanto tiempo. Cuando había recibido a la Jefa le había dicho que se había sentido sola, pero en realidad la primera vez que los técnicos se habían largado, tras una serie de pruebas en la estructura de los corredores centrales, un miedo creciente la había dominado hasta la médula. Para sacárselo de encima se había dedicado a recorrer todo el lugar y poco a poco el miedo dio lugar a la curiosidad, así como el asombro por la que en definitiva era la nave estelar más nueva de la flota. Con mucho la más grande que se había armado hasta la fecha, orgullo del astillero y los muchos técnicos que a diario pasaban por ahí haciendo quién sabía qué cosas con sus medidores, instrumentos o sólo con sus ojos.
En pocas palabras el Danubio era un armable infantil de proporciones gigantescas. Una serie de módulos de diferente tamaño se acoplaban de forma precisa siguiendo un esquema complicado de partes que formaban a la larga y con mucha imaginación por parte de los diseñadores, una figura que de lejos parecía como si hubiesen colocado planchas de diferente tamaño una sobre otra, más grande en la sentina para ir resultando más cortas y angostas mientras se subía de nivel, idea que se perdía un tanto al verla de más cerca. Llena de bultos de forma oblonga o trapezoidales daban la imagen de un caparazón simétrico de una criatura fantástica, pero definitivamente artificial.
Claro que cuando Mariana había llegado, tenía muchos agujeros de todos aquellos módulos que faltaban por colocar y si bien es cierto aún había varios que faltaban, eran una gran cantidad los que había colocado la gente del astillero en un par de días. Sin embargo esa primera noche que Mariana estuvo sola en la nave, esa horrible y más tarde maravillosa primera noche, vio que todas las compuertas estaban abiertas y se veía la línea de montaje y más allá el espacio negro y punteado de estrellas. El jefe de mecánicos le había dicho que la envoltura seguiría ahí por unos días más, principalmente porque al día siguiente se colocarían módulos que ya estaban listos, pero en ese momento no lo había entendido.
La nave estaba rodeada de una funda de Aluminio Cristal que no solo evitaba que el vacío se la llevara junto con el aire del soporte vital, sino que también dejaba un espacio de diez metros entre el casco externo y el vacío exterior. Al tener la misma atmósfera y temperatura del interior, le permitió saltar por la superficie externa del navío y de vez en cuando rebotar contra el campo que tenía bastante solidez.
Un enorme número de placas de Aluminio Cristal unidas de forma casi imperceptible, creaban un capullo invisible que permitía ver la nave en toda su aterradora enormidad, punteado por aquí y por allá por exclusas de entrada que permitían que los técnicos pasaran de las instalaciones del astillero al Danubio, tanto como posibilitar el trabajo por el casco primario del navío. Dos días después ese campo de placas fue retirado cuando se selló el interior de la nave, sin embargo ella había flotado por el exterior creyendo, o mejor dicho intentando imaginar que vagaba por el vacío.
Al llegar a la primera compuerta abierta al vacío al faltar un módulo enorme, no supo en un primer momento qué era lo que pasaba, pero más tarde se dio cuenta de lo que era y tragando saliva había saltado por la compuerta abierta. Al llegar al otro lado, en que la otra compuerta parecía una boca que se la tragaría, se dio cuenta que podía ver el andamiaje a simple vista y en ese momento lo entendió. Al parecer podía recorrer la parte externa del Danubio por completo, de modo que muy poco le costó tomar la decisión de salir del todo. Y claro, se había dedicado a piruetear y volar por el contorno del navío, hasta que llegó a la proa. Desde ahí, en que los andamios y asideros no estorbaban, vio la profundidad que era el basto espacio y el contorno tan familiar del lado oscuro de la Luna que se perfilaba casi por debajo de toda la zona del astillero.
Sobrecogía. Sobrecogía tanto que Mariana se rompió.
—¡Oh, Dios, oh! ¡Daniel! Daniel, ¡Daniel! —le había gritado al infinito. Estaba sola en la nave, sola tal vez en toda esa sección del astillero y lo peor de todo, estaba sola en la vida.
En la cuarta cúpula del complejo de la ciudad lunar de San Miguel, se recuperaba del golpe, el doloroso golpe que había recibido unos días atrás en el Centro Heinlein. Sin saber si quería seguir en la armada, habían llegado las órdenes que la habían llevado hasta el Danubio. No había pensado en nada más. Sólo salir de ahí, salir de la cúpula y dejar todo atrás, y ni siquiera se había dado cuenta de a qué nave la estaban mandando. No importaba. Mientras más lejos estuviese, mejor. Pero con lo que no había contado era desde luego con que podría contemplar desde la parte más lejana del Danubio el espacio infinito que se veía por todas partes.
Por fin y luego de más de tres semanas desde que le habían dado la noticia, lloró. Y fue tal su desesperación que se arrojó contra el campo para intentar salir con un único grito que repetía una y otra vez.
—¡Daniel! ¡Daniel! ¡oh, Daniel! ¡Danieeeeel!
Derrotada y rendida, con los ojos enrojecidos de tanto llorar volvió al interior y calló en su coy sin desvestirse y por primera vez en semanas había dormido de verdad, logrando al fin descansar como hacía mucho que no lo hacía. Le faltaba tiempo para poder exorcizar todas sus penas y dejar realmente atrás el dolor, pero esa noche, como recordaba en ese momento, había dado un paso para sanar.
Justo esos recuerdos llegaron a ella, cuando la compuerta que esa primera noche había cruzado hacia el infinito cortaba su camino rumbo al puente para reunirse con la Jefa. Por un momento, solo un momento que pasó por su lado trayéndole el aroma de Daniel, recordó cómo había intentado dejar todo atrás y salir de la caparazón que rodeaba el Danubio. Había golpeado, pateado, arañado e incluso había intentado morder la superficie rígida e inconcebiblemente grande; pero nada había podido contra la unión de esas placas que le daba consistencia y fuerza al envoltorio. Se había tenido que conformar con quedarse pegada a él con la mayor superficie de su cuerpo, pero tampoco pudo ser por mucho tiempo. Tal vez alguna corriente de aire que venía de algún lado o algo que no podía entender; pero la había separado por completo del campo y lentamente dio con su espalda contra el casco exterior de la nave. Nave que sería el único lugar en que podría sentirse como en casa por mucho tiempo.
No supo entonces cuánto había pasado tendida en el casco, pero al parecer había sido muy poco. A la mañana siguiente solo pudo pensar en lo sola que se sentía y en lo extraño que era no querer salir ahora al espacio como la noche anterior. Había querido morir, pero ya no. Era una locura haberlo intentado, pero sabía que no lo haría de nuevo. Así habían pasado los días hasta que por fin un grupo de técnicos de Ingeniería de la nave, y por ello compañeros de tripulación, habían llegado desde el Centro Heinlein y su soledad se había visto empequeñecida. No terminada, pero si un poco menos profunda que antes.
Mientras seguía avanzando hacia el puente y los recuerdos recientes compartían su mente con la labor de llegar a su destino, no advirtió que una solitaria lágrima rodaba por el rabillo del ojo derecho, y se disolvía entre los pocos mechones de pelo que escapaban de su moño rubio. Mientras cierta calma especial se apoderaba de ella, pensó que tal vez, la Jefa guardaba alguna pena o algún recuerdo del pasado que le hacía ser tan fría y distante. Pena del pasado, tal como le pasaba a ella.
Cuando llegaba al puente de mando y se preparaba para seguir con sus tareas, se dio cuenta que estaba en calma y se sentía bien.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Nelson

Uno





Nelson






Por fin, y tras unos interminables 6 días, la compuerta se abrió y los pasajeros bajaron de los hábitats en la estación 01 de la terminal central del Elevador Orbital de Sudamérica, que no sólo estaba en plena línea del Ecuador, sino que además a una altura de 4.850 metros por sobre el nivel del mar. Al salir de las puertas de la terminal sumaron a los músculos agarrotados, la falta de sueño, el mal sabor de boca y la desorientación de tanto tiempo encerrados, el frío de la altura que iría disminuyendo tan pronto iniciaran el descenso por el camino que bajaba desde la cima en la que estaba la estación y en general toda la terminal.
La cabina propiamente tal del elevador era un pequeño edificio de 6 pisos en cuyo interior se dividían los pasajeros según el valor del pasaje que habían podido costear, y aún cuando el hábitat tenía un gran número de comodidades para evitar el aburrimiento que significaba el encierro, las condiciones entre la primera clase y la económica eran del todo distintas.
Para Nelson el viaje podría haber sido diferente y tal vez, sólo tal vez, podría haber esperado el trasbordador que bajaría desde descanso al día siguiente de la llegada por el ascensor; pero sus órdenes eran claras, pues debía por el medio más rápido a su disposición llegar a cualquiera de las estaciones que estaban al interior de la nube de Oort, alcanzar cualquiera de los puertos intermedios de la órbita de Júpiter y dirigirse a uno de los puntos L de la Tierra para descender lo más pronto posible hasta llegar al cuartel de la Armada de Río De Janeiro.
Afortunadamente todo eso estaba terminando y en su mente cansada, reflejo del dolor de su cuerpo por volver a sentir la gravedad, sólo quería volver a subir otra vez de regreso al espacio. Sabía que no ocurriría muy luego, pero debido al cómo se habían dado las cosas desde el mensaje que lo había sacado de su nave, una pequeña esperanza de poder regresar pronto le daba algo de ánimo para soportar ese regreso que había evitado por tantos años.
En cada punto de llegada desde que partiera en el momento en que recibió las órdenes, debía contactar con la Armada en la Tierra e indicando donde se encontraba, por qué medio partiría o continuaría el viaje y el tiempo aproximado que tardaría en llegar a su siguiente destino. Todo ello con el único propósito de que en la Jefatura de Río supieran cuándo esperarlo y poder programar una reunión sin alterar los horarios de tan importantes individuos.
En Descanso el Capitán Lumiere le informó que a su llegada lo estaría esperando un cabo de la Armada con algunas instrucciones y con un paquete que debía abrir en presencia de dicho cabo, quien además lo conduciría al cuartel, como si él no supiera como hacerlo.
Gracias al rango y lo en apariencia urgente de las órdenes, pudo ocupar un puesto en la primera clase del elevador, pero eso no evitaba que al salir del hábitat entre los primeros pasajeros que pudieron hacerlo, se sintió un poco más animado por el sólo echo de poder salir de ahí, de modo que en apariencia se veía como el único o uno de los pocos que al parecer no se movían como muñecos de trapo tras el descenso. Si su rostro no se hubiese petrificado en un gesto de indiferencia desde hacía tantos años, tal vez alguien se hubiese dado cuenta de lo que lo afectaba la gravedad, pero durante mucho tiempo había cultivado el aspecto que debía tener un oficial naval.
Como los grandes ventanales del sector de llegadas habían quedado cubiertos por el hábitat, al principio no reconoció en qué lugar se hallaba la zona de recogida del equipaje, hasta que vio cómo subían los bultos al amplio mesón desde el piso inferior, dado que la zona de carga del hábitat era el nivel inferior del mismo. Sacó su portátil del bolsillo y esperó a que apareciera su gran Roboleta de viaje, que tenía desde que se había iniciado en el eterno ir y venir por el espacio desde que se graduara hacía casi quince años.
Tan pronto la vio salir, digitó el código de la Line Up que le habían dado en Magallanes y la cadena de la línea lo soltó permitiendo que lo tomara del asa.
Tras ponerlo en el suelo, lo activó y caminó hacia el área común para averiguar si el famoso cabo lo estaba esperando o no.
Al principio se sorprendió bastante al notar la poca gente que había en la terminal, pero luego recordó que en la subida a Magallanes y las otras 3 estaciones de llegada de los ascensores lo que más subía era la carga y no los pasajeros. Por un momento pensó que si se daba la vuelta, podría ver que el interior de la cabina en la que había llegado estaría siendo desmantelada para dejarla en estado de recibir los grandes contenedores que de forma ininterrumpida salían del planeta a todo el basto sector del sistema solar, así como a las colonias del afuera. Como no dio la vuelta para mirar, no supo que en efecto las zonas superiores donde estaban los miradores y la clase económica estaban siendo vaciadas del mobiliario y los artefactos que estaban disponibles durante la bajada desde la estación.
Al llegar al mesón de la recepción, y luego de que el hombre a cargo del control vio el uniforme y tomó la tarjeta de color azul, casi ni miró de dónde venía Nelson y sin decir nada, aplicó el láser de sellado y se la devolvió mientras miraba cómo la Roboleta pasaba frente al escáner dándole un somero vistazo al contenido; sin embargo Nelson sabía que los pobres que venían detrás de él serían escrutados de forma minuciosa y sus pertenencias analizadas con la amplitud total del escáner y hasta con láser de eliminación de virus y microorganismos celulares.
En el momento en que vivía actualmente, casi le daba lo mismo si entraban cosas raras al planeta, pero de todos modos gracias a las diferencias en el control de ambiente de las naves de la Flota, estaba seguro de que su cuerpo no contenía nada peligroso para el mundo al que regresaba después de tantos años. Una vez más había que dar gracias por la seguridad médico- militar.
Luego de este reconfortante pensamiento, salió al área común y tras buscar por un breve momento, se dio cuenta que sólo había una persona con uniforme de la Armada, de modo que caminó hacia él seguido por la Roboleta.
En ese mismo momento el tipo lo vio y se encaminó a su encuentro a paso regular, de modo que Nelson vio que era joven, no más de 25 años o así; se dio cuenta que el uniforme lo llevaba impecable y al parecer ni una sola mota de polvo se había adherido a la basta del pantalón, lo que solía ocurrir en ese sitio, siendo de forma inmediata conciente de lo arrugado y sucio que debía estar el suyo.
¡Mierda! Debería haberse cambiado en algún baño de la estación o del hábitat en lugar de ser el primero en bajar.
—Bueno — murmuró un poco menos afligido —lo hecho, hecho está —y continuó caminando hacia el muchacho.
Cuando estaban a más o menos un metro y medio, se detuvieron al mismo tiempo y el joven suboficial hizo la venia a la que Nelson respondió, notando que en ambos casos el saludo había sido impecable.
—Buenas tardes, Señor. Soy el cabo Alfredo Altamira. ¿Es usted el Capitán Patrick?
A menudo Nelson se preguntaba si esa tendencia a lo obvio era una de las tantas cosas que lo molestaban de sus compañeros del servicio, de modo que como tan a menudo hacía, respondió de forma brusca:
—Me parece que eso es evidente, cabo. Además por mucho que comande una nave espacial, sólo tengo el grado de teniente primero y como mi nombre está en la placa de mi uniforme —señalándole el lado izquierdo superior de su chaqueta —la pregunta es innecesaria, creo.
Lo que de inmediato lo sorprendió fue la falta de reacción de Altamira, pues de cierta forma, Nelson estaba acostumbrado a que la gente acusara sus golpes. ¿Le habrían advertido de cómo era él? Además de todo, tanto la cara como el nombre del suboficial le resultaban familiares. Bueno, ya habría tiempo para salir de algunas dudas.
—Si, señor. Me disculpo —Respondió Altamira a su comentario.
Mucho después, Nelson lamentaría haber sido tan brusco con él ese día, tal como lo seguiría siendo más adelante.
Acto seguido y sin mediar más palabras, le alcanzó una caja plana de color negro en cuya superficie se veían un lente de color rojo y una hendidura ovalada cerca de la esquina inferior derecha.
Puso el pulgar sobre la hendidura y de inmediato se encendió el lente de color rojo, así que lo acercó a su ojo derecho y una vez terminado el escaneo una ranura fue visible en uno de los costados. Introdujo su tarjeta y un pequeño compartimiento se abrió en la superficie dejando a la vista una uñeta de control y recarga.
Al extraerla, Altamira le dijo:
—Permítame, señor.
La tomó de la mano de Nelson y mientras la introducía en la línea de control de su Roboleta, le explicó que era el nuevo sistema operativo de seguridad.
—La Jefatura me ordenó que fuera cargado en su equipaje como primera cosa al encontrarlo, pues se le entregarán nuevas órdenes el día de hoy —concluyó manteniendo la vista en el sitio por el que la uñeta había desaparecido.
El casi eterno zumbido que siempre hacía su equipaje se apagó y sobre la superficie de la tarjeta apareció la pregunta: “¿Mantener clave o cambiarla?”. Indicó “mantener” y una vez el sistema operativo quedó cargado, la Roboleta inició nuevamente a zumbar.
¿Tiene idea de mis órdenes, cabo?
—Si, señor. Todo lo que me permiten decirle es que se embarcará otra vez pronto, pero la Jefatura se las entregará en persona hoy. Tengo un saltador militar esperando para llevarlo a Río ahora mismo.
En ese momento la caja dio un pitido y su tarjeta quedó liberada, conteniendo toda la información que necesitaría para ordenarse en el Cuartel de la Armada. Le entregó la caja a Altamira, quien guardó la uñeta y se la puso bajo el brazo abriendo el camino a la salida.
Pensaba que al salir se daría cuenta que había extrañado el sol y los paisajes de la Tierra, pero la verdad es que no lo emocionaba haber regresado en lo más mínimo. Por alguna razón prefería el vacío, así como la microgravedad o la ausencia total de esta, la luz cruda de las estrellas y la adrenalina que estaba como una fiel compañera ante el riesgo permanente de las descompresiones o aberturas de casco que podían significar muerte o mutilación en el mejor de los casos. En comparación con su vida en el espacio, la vista al salir de la terminal le pareció pobre.
Tomaron el riel de traslado hacia la pista de la armada donde un único Saltador estaba en espera para el despegue. Subieron por la rampa seguidos por el equipaje, que se dirigió a la zona de carga anclándose a la rejilla inferior y casi de inmediato, tan sólo luego de esperar que se amarraran los cinturones, se inició el despegue.
Revisando la tarjeta, Nelson se dio cuenta que tendría más o menos una hora para cambiarse y darse una ducha, pues la reunión con el Jefe de personal de la Armada estaba fijada para las 1600 y llegarían a Río poco antes de las 1500. Se preparó para intentar olvidar que estaba en la Tierra, que sentía el peso de su cuerpo como si lo aplastaran y que el motor del vehículo, por muy silencioso que supuestamente fuera, no se comparaba con el silencio del espacio. Claro que el viaje hasta el cuartel no sería muy largo y dudaba que pudiera dormir mucho.
Estaba a punto de guardar la tarjeta, cuando advirtió que contenía muy poca información, pero pensó que tal vez le darían una tarjeta nueva o bien la caja contenía poca carga para él. Normalmente cada vez que había llegado a la tierra se le cargaban un enorme número de citas y reuniones, incluso las de carácter social a las que debía asistir de forma obligatoria y aquellas a las que podía faltar si quería. Sin embargo en esta carga sólo se contenían la ubicación de su alojamiento, un plan de viaje al Amarradero de Atacama, una reunión con un tal Spader de suministros y la reunión a la que se dirigía en ese momento. El resto eran las típicas actualizaciones de las ordenanzas y códigos militares que regían la vida en la Armada, los mensajes oficiales y personales que se habían acumulado durante algunos días (normalmente desde que había iniciado el viaje a la Tierra) y notas de prensa sobre actividades del cuerpo.
Finalmente se guardó la tarjeta en la manga y justo al momento de cerrar los ojos se preguntó otra vez por qué tendría tan poca información.
Tal vez por el cansancio o por pensar en todo lo que había dejado atrás con ese viaje, pero lo cierto es que no se le ocurrió la posibilidad más simple.

**********

Bañado, afeitado y con un uniforme impecable, Nelson Patrick, siempre en compañía del Cabo Altamira, caminaba por la Plaza del Cielo rumbo a la Jefatura de Personal del cuartel General de la Armada de la Confederación Terrestre, cuando escuchó una voz que lo llamaba desde su derecha. Tanto él como el Cabo se detuvieron y pudieron ver que el capitán (aún cuando también era teniente primero) Brown se les acercaba con gesto amigable en la cara.
— ¡Pues vaya, aquí está mi predecesor! Gusto en verlo otra vez, Patrick.
—Igualmente, —dijo Nelson haciendo la venia al mismo tiempo que Brown—, Pero no entiendo eso de predecesor.
En la plaza del cielo, centro geográfico del enorme cuartel de Río, se hacía omisión de los rangos, pero se saludaba formalmente más por una cuestión de cortesía. Eran todos iguales, aunque esa parte le molestara a Nelson al tener a ese hombre frente a él.
— ¡Ah! Es que mañana parto a ocupar el mando de la Everest, por lo que supongo que debía darle mis respetos y esperanza de que la encuentre en buen estado de hombres y maquinaria.
Si bien es cierto Nelson suponía que le darían otro destino, pensaba que tal vez lo dejarían volver junto a sus hombres. Sin embargo en ese momento le estaban diciendo que ese pomposo oficial se haría cargo de su gente. Bien, ahora sólo le quedaba esperar que Brown no tratara muy mal a su gente y por otro lado, le comenzó a dar importancia a la cuestión de cuál sería su nuevo destino.
Sin embargo, y debido a cierta historia compartida con ese idiota al que tenía en frente, no pudo evitar pensar que estaban premiando a ese hijo de puta cabrón y traicionero. Sabía que Brown había perdido su nave combatiendo contra la flotilla del Pirata Murteaw, y aún así le daban una estupenda nave, con una dotación extraordinaria y un historial magnífico de logros, en su mayoría conseguidos por el propio Nelson.
—Pues bueno, espero que le vaya bien y si me permite —Dijo en voz alta ocultando lo mucho que odiaba a ese hombre—, le puedo contar que el primer oficial Donoso es un excelente elemento y el segundo es un muy buen navegante; pero lo mejor de la dotación es sin duda el equipo de mecánica e Ingeniería. Son de lo mejor que he visto, en verdad.
—Pues gracias —respondió Brown al tiempo que se acariciaba la barbilla—, pero me interesaría más saber si hay algo que no funciona bien.
¡El muy idiota! Esa dotación era de lo mejor de la Armada y pensaba sólo en si había algo que no andaba bien.
—En este momento no se me ocurre nada que pudiera decirle que no sea bueno de esa gente, realmente es una excelente dotación.
Brown pareció meditarlo y tras un breve momento dijo:
—Bien, supongo que usted los conoce, así que le creeré. En todo caso —dijo adelantando la mano derecha para estrechar la de Nelson— espero que no se equivoque. Mientras veía cómo Ignacio Brown se alejaba por la Plaza, Nelson escuchó que Altamira le preguntaba:
—¿Conoce bien al Capitán Brown?
—Es un idiota —dijo antes de reprimirse y mirando a Altamira agregó:
—Disculpe, no me cae particularmente bien desde que lo conocí hace unos años en aquello que se dio en llamar la Rebelión Joviana.
—No se preocupe. Yo tampoco lo aguanto.
Sin decir nada más, continuaron caminando rumbo a la Jefatura por el amplio espacio que era la Plaza. Entonces se pudo ver un edificio de 4 pisos con forma de un semicírculo de color metálico que era de un modo funcional, particularmente feo.
Un gran número de personas entraban y salían, casi todas de uniforme azul y algunas con Roboletas junto a ellos. En la escalinata de acceso parejas o grupos conversaban o pasaban el tiempo mientras esperaban a que los atendieran o quien sabía por qué asuntos los había llevado a ese lugar.
Nelson vio en el implante la hora. Faltaban 14 minutos para su cita con el jefe de personal, de modo que no varió el ritmo de caminata.
Al tiempo que se acercaba reconoció algunos rostros y varios hombres y algunas mujeres lo saludaron, pero en general lo ignoraron la mayoría de las personas que lo vieron. Fue cortante con quienes le hablaron diciendo que tenía una cita pronto y que hablarían después, aún cuando esperaba no tener que hablar con nadie, pero supuso que no tendría tanta suerte. Aprovechándose del rango la conversación con Altamira había resultado pobre en el mejor de los casos; pero no podría hacer eso mismo con cierta gente que estaba en el edificio o los alrededores. Por otro lado, tras hacer un par de ejercicios mentales mientras se vestía, había por fin dado con el porqué le parecía familiar el cabo. Era bastante parecido a su padre, uno de los hombres más ricos de toda la Confederación; la primera vez en que lo había visto, había sido cuando el suboficial era un niño de menos de cuatro años y todo debido a unos asuntos con su familia. Tal vez Altamira supiera exactamente quién era él, pero Nelson no deseaba dar ni una sola muestra de que lo había reconocido.
Tan pronto como cruzó la entrada, apareció frente a sus ojos la indicación: “Nelson Patrick, 16:00 horas, oficina 303, Almirante Rengifo”.
De acuerdo, se entrevistaría con el viejo en persona, el mismísimo Jefe de personal de toda la bendita flota de la Armada; con lo que tal vez podría pasar los tragos amargos de saber en primer lugar que perdía su nave y en segundo lugar, que se la habían dado al mierda de Brown.
—Por el Ascensor si no le importa, cabo. Aún tengo problemas con el regreso de la gravedad —le dijo a Altamira cuando lo vio encaminarse a las escaleras.
—Desde luego, señor —respondió de inmediato y se fue hacia el grupo de seis elevadores que estaban a un costado del hall de entrada.
Ya en el tercer piso salieron a un pasillo con puertas a distancias iguales y Altamira se movió hacia una que estaba más o menos cerca de los ascensores. Puso la manga del uniforme frente a la cerradura y la puerta se abrió dejando a la vista una antesala que Nelson había visto en solo una ocasión; francamente no había cambiado nada en más de diez años, desde que había pisado la alfombra verde de dicha oficina, en la que tres mujeres de aspecto eficiente trabajaban al parecer sin parar en sus escritorios.
La más joven de las tres suboficiales, que era la más cercana a la entrada que habían franqueado ellos, levantó la vista de la tablilla que usaba y al parecer reconoció al cabo, pues le dijo:
—Buenas tardes, cabo. Llega justo a tiempo, el Almirante está esperando.
Miró entonces a Nelson y continuó casi sin pausa.
—Buenas tardes, señor. ¿Me permite su tarjeta?
Cuando él se la entregó, tomó otra tablilla de las muchas que estaban encima de su puesto de trabajo y la deslizó por el costado apareciendo en la pantalla del aparato una serie de líneas con información que Nelson no pudo leer, aún cuando en realidad no le importaban mucho que se diga. Acto seguido le devolvió la tarjeta y poniéndose de pie fue a un mueble que estaba detrás de ella y luego de abrirlo con su propia tarjeta, tomó un grueso maletín de aluminio que puso sobre el escritorio (apartando varias tablillas que estaban encima) y lo deslizó hacia Altamira. Este se sacó de la manga su propia tarjeta y la introdujo en una ranura que estaba junto a uno de los cierres. Se escuchó un timbre corto y el cabo tomó el maletín por el asa. Luego la joven pulsó un botón de su panel central y al cabo de un momento, se activó una luz de color verde.
—Ya pueden pasar, caballeros —y con un ademán grácil les señaló la puerta interior.
Altamira presionó con la mano libre el botón de apertura y precedió a Nelson al interior del despacho del Jefe de personal de la flota.
—Con su permiso, señor. Cabo Alfredo Altamira y el Teniente Nelson Patrick —exclamó con voz firme el joven una vez dentro. Tan pronto como ambos estuvieron uno al lado del otro saliendo la última sílaba de su boca, ambos al mismo tiempo se pusieron firmes y realizaron uno de los gestos más antiguos de las fuerzas militares, es decir, el saludo con la mano estirada cerca de la cien derecha.
Manuel Rengifo, almirante y Jefe de personal de la Armada desde hacía 6 años, se puso de pie detrás de su gran escritorio y les devolvió el saludo. Sólo cuando bajó la mano, los recién llegados adoptaron la posición de descanso, pero de inmediato Altamira se adelantó dejando el maletín sobre el escritorio.
Rengifo levantó su propia tablilla y le dijo al cabo:
—Dígame el número, por favor.
—Cero tres seis, nueve nueve uno, ocho tres dos dos, uno cero cinco, cero cero uno punto uno —respondió éste leyendo la cifra en el implante que aparecía gracias a su tarjeta, al mismo tiempo que el almirante digitaba la serie en su tablilla.
—El código, por favor —le pidió el almirante.
—Alfa cero tres tres cero uno —dijo de forma automática y agregó.
—Altamira, Alfredo, Cabo segundo. Sello temporal desactivado.
Una campana sonó en el maletín y la tarjeta del cabo fue expulsada, guardándola en su manga de inmediato, ayudando a Rengifo a recostar el contenedor en el escritorio.
—Gracias, cabo. Eso será todo —dijo el almirante mientras sacaba del interior varios objetos que Nelson fue reconociendo a medida que salían de uno en uno.
Altamira saludó sin que Rengifo lo viera, se dio media vuelta y se encaminó a la salida. Cuando pasó junto a Nelson, éste estuvo a punto de levantar el brazo para hacer el saludo, pero aquel simplemente pasó a su lado, abrió la puerta y desapareció.
Hasta ese momento a Nelson Patrick le había dado la impresión de que el joven cabo era el modelo de conducta militar y se sintió un tanto confundido por su falta de respeto. Nuevamente no se le ocurrió la posibilidad más simple dadas las circunstancias.
Haciendo un esfuerzo por salir de la pequeña confusión y tratando de poner bajo control la ira que asomaba por lo irrespetuoso del actuar del joven, miró los objetos que estaban frente a él.
Una caja de carga similar a la que Altamira le había entregado en la terminal, un contenedor cuyo tamaño hizo pensar a Nelson que podría contener más o menos unas doscientas uñetas; un cubo de datos con el sello de la Armada, otro con el del almirante, uno con el de la Confederación y otro cuyo sello no veía por estar del otro lado; Tres tablillas de datos de igual tamaño y una cajita del tamaño de su mano de color negro. Se veían algunas otras cosas en el interior, pero no pudo distinguirlas, pues solo lograba ver un poco y además porque el viejo lo cerró cuando al parecer se sintió satisfecho con lo que ya había sacado. Desde luego de todos los objetos la pequeña cajita era el que le intrigaba, pues no recordaba que algo así formara parte del despliegue de apoyo de las órdenes, por muy extrañas que fueran. Claro que el contenedor de uñetas era el más grande que había visto y normalmente también bastaba con uno o dos cubos de datos. Por último tres tablillas parecían redundantes.
En ese momento comenzó a preguntarse realmente en serio de qué iría todo eso, y su primer pensamiento fue que no todo el contenido era para él.
Rengifo le hizo gestos para que se acercara al tiempo que le decía:
—Acérquese, Teniente. Esto es para usted.
Al tiempo que Nelson llegaba hasta el escritorio, el almirante estiró el brazo con la caja de carga en la mano, de modo que inclinándose un poco (el escritorio era realmente enorme) la tomó y como había pensado, resultó que era igual a la anterior que había visto ese mismo día; pero una vez que le hizo el escaneo retinal, advirtió que no se abría la ranura para la tarjeta, por lo que no era más que un contenedor personalizado para él: en efecto, se deslizó la portezuela superior pudiendo ver que había un paquetito envuelto en terciopelo negro. Se le aceleró el pulso y sintió que una enorme alegría crecía en su interior, mientras pensaba que ojalá fuera lo que él creía.
Para aumentar su júbilo y pensando que era lo único bueno que hasta el momento le había pasado en su agotador viaje a la Tierra, tomó el bulto con ambas manos; al momento que lo desplegó, una enorme sonrisa del tipo que no era para nada frecuente en su austero rostro, se le formó en las facciones.
Rodeadas por el paño de terciopelo estaban dos charreteras de oro, una para cada hombro que significaban que lo ascendían a Capitán de Fragata, además de una de plata que permitía igualar las que ya lucía en la chaqueta.
—Felicidades, capitán —le dijo Rengifo—. Por favor tome asiento.
A Nelson no se le borraba la sonrisa y advirtió que el almirante sonreía también, pero pensó que la suya posiblemente era más grande que la del Jefe de personal.
—Sobra el comentario de que pensamos casi todos que el ascenso lo tiene merecido por su desempeño en la Everest durante estos 2 años, pero además porque ha demostrado que es un buen comandante.
—Gracias, señor.
—No sea modesto, hijo. Usted y su tripulación hace un año lograron solos y sin mucha ayuda capturar a toda una pandilla de piratas y contrabandistas que nos estaban dejando muy mal parados frente al Consejo de la Confederación. ¡Una pequeña nave capturando a cuatro transportes cargados hasta arriba con productos robados! Así que en realidad yo soy de la opinión que se lo merece.
Al tiempo que Rengifo decía esto, el recién ascendido capitán pensaba que desde luego había alguien o más de uno que pensaba o bien lo contrario, o algo distinto de lo que el Jefe de personal pensaba de él. De todos modos no pudo evitar un ramalazo de placer cuando el almirante recordó una de sus victorias personales, tras poner en ridículo a otro de aquellos a los que odiaba con todo el corazón.
—Claro que hay gente que no opina como yo —dijo el Almirante como si le leyera el pensamiento anterior—, pero el jefe aquí soy yo y sólo dependo de la junta del estado mayor para este tipo de decisiones.
Haciendo un gesto afirmativo con la cabeza y sacando otra vez una sonrisa (ya no tan grande), Nelson pensaba que el viejo tenía la personalidad para imponerse aún ante el estado mayor para las cosas que quería.
Sin embargo el almirante no había terminado.
—Ahora bien —dijo reclinándose en su comodísimo sillón—, ascenderlo fue la parte fácil, pero su nueva misión como capitán de Fragata es otro asunto.
—Tengo aquí — agregó tras un suspiro y poniendo la mano sobre una de las tablillas— algo para usted. No obstante no puedo ordenarle que acepte, pues el mandato del estado mayor es que sólo se lo ofrezca, pero yo quiero que lo acepte. ¿Está claro?
Nuevamente Nelson asintió, pero esta vez no sonreía. Realmente las sonrisas ya le duraban muy poco.
—Según tengo entendido —dijo Rengifo al ver el asentimiento—, en algún momento dentro de estas próximas tres semanas sacarán del astillero la última nave que se ha fabricado por la Armada. Es la primera en su clase y como le digo, llegará a la órbita en unas semanas procedente del astillero de la luna. Quiero que usted asuma como capitán comandante y la haga hacer cosas notables.
Nelson puso la espalda rígida y sintió el sudor que le empapaba las manos en las que sostenía sus nuevas charreteras. Era más de lo que podía haber esperado en ese viaje. Era un sueño realizado, pero al mismo tiempo pensaba que no podía ser. Una nave nueva no se la darían a alguien recién ascendido, tal vez luego de unos años, pero no recién ascendido.
Fijó la vista en Rengifo y luego de un momento este le dijo:
—Inicialmente el Danubio fue asignado a Jorge Narita, pero cuando venía de camino al cuartel falleció de un ataque al corazón mientras dormía. El pobre infeliz no pudo pedir ayuda y lo encontraron muerto luego de 14 horas desde que había estirado la pata.
El viejo resultaba sincero, pues le estaba diciendo que como él ya venía de camino, fue lo mejor que se les podía haber ocurrido. Para su asombro pareció que otra vez le leían el pensamiento.
—Usted ya venía de camino, y originalmente le teníamos destinada la Trafalgar. Yo lo propuse de inmediato, pues creo que hasta ahora se ha portado como un oficial digno y sumamente competente, pero muchos señalaron que no podía recibir este mando recién ascendido. La alternativa era esperar hasta que alguno de los de mayor antigüedad pudieran venir hasta el planeta, pero insistí en que el Danubio se pusiera en órbita lo antes posible. Gané en esto, capitán Patrick, sin embargo si lo acepta no sólo estará en juego su carrera, sino también mi credibilidad, así como el buen juicio que hasta el momento se han hecho de mi en el consejo de la confederación.
Para Nelson pasó mucho tiempo, no obstante en realidad lo que fueron un montón de preguntas que se respondía sólo, fueron cosa de segundos hasta que dijo:
—Si, señor. Acepto con mucho gusto.
Rengifo dio un suspiro que a Nelson le pareció más de alivio que de resignación, como si algo encajara para el viejo, pero daba igual. ¡El Danubio era suyo!
Acto seguido, el Jefe de personal pasó a explicar el contenido del maletín.
—Aquí —inició señalando con su dedo el contenedor— están las uñetas con los programas que deben ser cargados en la órbita terrestre. Son en total 177 programas individuales de una gran variedad de funciones, eso sí, van con el capitán cuando sube a bordo, sin peros y sin excepciones. Algunas cosas no me gustan de este tipo de despliegues, pero en esta parte no puedo hacer nada. Ya lo entenderá —agregó levantando una mano cuando él iba a preguntar a qué se refería.
Luego tomó la tablilla sobre la que había posado la mano y le dijo:
—En esta se encuentra su nombramiento como capitán del Danubio y el manual técnico de operaciones básicas. Debe aprenderlo al pie de la letra como lo ha hecho antes con sus otras naves.
Dejando la tablilla a un lado, tomó otra y levantándola se la mostró por el lado de la pantalla diciendo:
—Esta otra tiene el listado completo de la dotación que hasta hoy en la mañana ha sido asignada a usted. Faltan más o menos 25 puestos por cubrir, pero la junta de selección va a paso de tortuga con esto por muchas prisas que les pongo. Lamento decir que en este caso no se le ha dado a usted ningún margen. No puede elegir, ni participar en el nombramiento de nadie de la dotación. Política, ya sabe.
—Lo entiendo, señor —fue la escueta respuesta del Capitán Patrick. Y claro que lo entendía, ya que si le hubiesen dado la oportunidad habría mutilado la tripulación de suboficiales de la Everest para asumir funciones en el Danubio.
—Junto con el listado, está la hoja de servicio de cada persona, aún cuando llevará varios novatos, quienes en su mayoría son de los Infantes de Marina, lo que supongo no será mucho problema. Un par de alférez en timón y señales son casi recién salidos de la Academia y unos artilleros, pero en general cuenta con personal experimentado.
Finalmente tomó la tercera tablilla y esta vez se la entregó al tiempo que le decía:
—Estas son sus órdenes de inicio. Como podrá ver más tarde no son simples, pero nada se puede hacer. En resumen debe llegar a la Estación Clarke y recoger a un grupo de gente que va a la colonia que hay en Zafiro. Son cerca de 120 y llevan de todo para formar parte de los colonos que ya están ahí. En Zafiro recogerá un cargamento de partes para maquinaria agrícola, semillas así como otros variados tipos de suministros para agricultura y llevarlo todo hasta Vanorts en el sistema Babilonia. Regresar al sistema Sol y rendir informe de tarea de la nave y la dotación.
En ese momento dio un respingo y mientras acercaba la mano al comunicador del escritorio comentó antes de llamar a una de sus asistentes:
—Casi se me olvida algo muy importante. Señorita Williams, por favor que venga Olguín.
Miró a Nelson con una leve sonrisa y pareció que algo iba a decir, pero se arrepintió, tomando con su mano derecha el primero de los cubos de datos, que era el marcado con el sello de la Armada.
—Este cubo debe ser desplegado sólo en la consola de su oficina en el Danubio; junto con la uñeta de carga que coincida con el número de serie tendrá la activación y carga del sistema de control de armas y del sistema de seguridad.
—Además está el manual y planos completos de la nave y cuando le digo completos, es justamente eso. Está todo, desde el uso de las consolas de comidas hasta los motores Goldberg. No creo que deba indicarle que debe intentar memorizar casi todo el contenido ¿Cierto?
Nelson asintió con sólo un movimiento de la cabeza y el Almirante prosiguió mientras tomaba el cubo marcado con su sello personal.
—Aquí está la ficha personal de todos y cada uno de los miembros de la dotación elegida hasta esta mañana. A medida que se complete el número final recibirá la actualización en su consola y puede elegir guardarla en el cubo o dejarla en ella.
Se produjo un breve silencio y mientras el almirante daba golpecitos con su dedo en el cubo, al recién ascendido capitán le dio la impresión de que algo más iba a decir su superior, pero que al parecer estaba meditando si hacerlo o no. Sin embargo si había algo más, él podría verlo en su consola tan pronto como abordara el Danubio.
—Además de lo anterior —dijo finalmente el jefe de personal— aquí están las fichas o informes personales y profesionales de los colonos que recogerá en Clarke, todo ello recopilado por el SSN.
Esto era una sorpresa. El Servicio de Seguridad Naval normalmente se dedicaba a la inteligencia de las personas que formaban parte de la armada y no la de los colonos que partían al “Afuera”.
¿Se habría perdido algo mientras recorría próxima como un lunático? La última vez que lo había comprobado, algo de problemas se filtraba entre los comunicados que llegaban de ciertas colonias; empero al mismo tiempo parecía que eran cosas sin importancia, como descontentos por el reparto de materiales y gastos, mas nada serio.
—Hasta este momento —Continuó Rengifo— usted casi por entero ha estado en misiones de patrulla y vigilancia en Próxima y Antares, pero a partir de ahora tendrá un trato más cercano y formal con la gente de las colonias. De ahí que la información de los civiles fue recopilada por el SSN. No le voy a mentir, en este último par de años las cosas se han extraviado un tanto por el Afuera y nos interesa calmar todo lo posible ciertos ánimos algo alterados que se ven por algunas partes del sector Dieciséis. Espero que usted al momento de regresar nos pueda dar un informe completo de lo que pueda apreciar en Vanorts. ¿Me entiende?
—Si, Señor.
Claro que entendía. De lo que se trataba era de realizar un informe de inteligencia sobre las condiciones actuales en el sector Dieciséis y en concreto del estado de la gobernación de dicho sector que estaba justo en Vanorts, principal asentamiento colonial en Babilonia.
— ¿Quién es el Oficial del SSN a bordo? —preguntó Nelson en seguida y su superior respondió en el acto con un cabeceo de aprobación.
—El Alférez George Harryman de señales, y me alegro —dijo estirando su mano derecha en reconocimiento a lo rápido de los procesos mentales del capitán— que sea tan rápido a la hora de sumar dos más dos.
En efecto era lógico que si se esperaba un informe de inteligencia luego de una misión, un miembro de la dotación fuera del SSN, pero muchos capitanes no sabían, o no se daban cuenta de que por lógica uno de sus tripulantes era, o mejor dicho debía ser un oficial de inteligencia.
—Harryman es un analista según me informó el Capitán Phillips y no un operativo, sin embargo le ordeno en este momento que le dé acceso a toda la información que crea pertinente para componer su análisis. Desde luego se le permite también recurrir a él para completar el suyo.
Y así estaban las cosas. La misión como carguero de suministros de Zafiro a Vanorts no era más que la pantalla para redactar un informe sobre la calidad de la lealtad del Gobernador… ¿Cómo se llamaba? Algo así como… Scott. los funcionarios de la gobernación y el ánimo de los colonos que vivían ahí. De pasadita y sin que se notara mucho, darle una ojeada al trabajo de Sir John Fleming en Zafiro y en ambos casos mostrar la nueva joyita de la Armada Confederada, una nave nueva; también demostrarles claramente que se tenían los medios para hacer que todas las cosas se quedaran tal como estaban: todos tranquilos, ya sabemos quienes son y tenemos los medios para que todo se quede como está. Una sola nave, pero al mismo tiempo la demostración de que los medios para defender la integridad de la Confederación existían. Era una buena jugada sin lugar a dudas. Sutil, pero inequívoca por donde se la mirara.
En su interior quería discutir que él no estaba para ese tipo de cosas, que una nave como esa podía hacer mejores empresas que dedicarse a espiar a miembros de la confederación iguales a él y a su superior, tal como mandar mensajitos de advertencias sutiles; pero dando un suspiro de resignación se recordó que si quería continuar comandando el Danubio debía cumplir sus órdenes.
Era un militar y desde hacía tiempo se había fijado la meta de convertirse en el mejor de todos ellos, de modo que no discutiría.
—Bien —continuó tras una pausa el almirante—, en este otro cubo está un completo informe de todo lo que se sabe del estado actual del sector Dieciséis y cada una de las colonias que hay en él, junto a un análisis político, económico y militar. Además encontrará completos perfiles de los funcionarios y personas importantes de la gobernación y las provincias del sector.
Tomó el cubo marcado con el sello de la Confederación y continuó:
—Por último, podrá encontrar un estado total actualizado hasta hace un par de meses del estado material de aspectos tan variados como alimentación, infraestructura, salud, educación y mantenimiento de los colonos, sistemas de seguridad gubernamentales y privados, estado de sus sistemas de comunicación y de archivo de datos, etcétera.
Acercando el cubo a las manos de Nelson y hablando en voz más baja le dijo:
—Este cubo sólo puede ser desplegado en su consola, pues está codificado para responder a ella. Si Arriman quiere tener acceso a la información contenida dentro, sólo puede hacerlo de dos formas: Dándole acceso a su consola o bien transfiriendo datos a la del alférez. En este segundo caso él sólo podrá ver lo que usted quiera pasarle y nada más.
Estaba claro, el encargado de los aspectos de comprobación de datos en terreno era él, no el hombre del SSN.
Pareció que el almirante iba a decir algo más, pero en ese momento sonó una llamada en su consola. Vio quién era y dio acceso a un hombre que Nelson no veía desde hacía ya muchos años.
El Doctor Olguín era un hombre mayor, tal vez cercano a los ochenta años y con una cara sonriente que parecía decir a quien lo quisiera escuchar, que estaba haciendo lo que quería hacer y que estaba en el lugar en que quería estar.
Un civil comisionado desde toda la vida realizando mejoras en las modificaciones corporales para los hombres y mujeres de la Armada: había revolucionado todo lo relativo al implante ocular, así como cambiado por completo el método de reemplazo de miembros amputados por actos de servicio. Casi una leyenda viviente en la Flota, Para Nelson fue un verdadero gusto verlo después de tantos años y darse cuenta de que casi no había cambiado nada. En el último tiempo eran tan pocas las cosas que lo ponían de buen humor, que al ver la sonrisa del hombre, pensó en que tal vez debería hacer el intento por ir a Londres a ver a su madre.
—Con su permiso, señor.
Fue todo lo que dijo al entrar y casi sin más fue hasta el escritorio del almirante. Dejó un sobrio maletín de género y estiró la mano con la palma hacia arriba en dirección del jefe de personal.
Sin mediar palabras Rengifo le pasó la cajita de color negro que Nelson había visto antes y el doctor la abrió con un juego de dedos dignos de un tercero frente a la consola de detección.
Y claro, ahora tenía una nave nueva, recién pintada y oliendo a nuevo. Ni el implante ni la tarjeta que cumplía como interfaz le servían ya.
En ese momento se dio cuenta del verdadero significado de la poca información que estaba en su anterior tarjeta. Iban a darle la que correspondía con su nuevo rango. Como el implante estaba ligado del todo a la tarjeta, era obvio que también se lo cambiaran.
Luego, y mientras Olguín iniciaba una cháchara del clima, los deportes, el mucho trabajo que tenía, los deportes, lo bien que quedaban las faldas de las oficiales jóvenes, los deportes, la comida de la cafetería del edificio, los deportes y más deportes, vino la operación del cambio de implante.
Puso sobre el ojo derecho de Nelson un artefacto parecido a una araña de gran tamaño conocido como…, bueno, la Araña. A través de una de sus patas se le inyectó un anestésico localizado que le inmovilizó el globo ocular. Luego mediante micro láser le cortó la zona en la que estaba insertado el implante, lo retiró y cauterizó la herida.
Olguín, aún hablando de deportes, insertó el nuevo implante por un costado de la Araña y en cosa de segundos ésta le injertó el reemplazo exactamente en el mismo lugar en que estaba el anterior. Se le inyectó el contra anestésico y de forma inmediata comenzó a lagrimear de forma copiosa.
—No se preocupe si ve todo borroso —dijo Olguín mientras sacaba un aparato rectangular de su maletín—, pues estos nuevos implantes tardan en asimilar la química del humor vítreo. En un par de horas estará como antes o incluso mejor, pero ahora tengo que calibrarlo con su nueva tarjeta. Piense que nos demoraremos menos de un minuto a diferencia de como era antes, que con suerte era un par de horas.
Con poca delicadeza puso el aparato sobre el ojo de Nelson y una serie de colores desfilaron por la retina del capitán; cuando luego de un breve momento el artefacto fue retirado, dejaron un mareo débil en su cabeza.
Le pareció escuchar algo de que la jefe de ingenieros del Danubio era hermosa y que se había demorado mucho más en la instalación de su implante allá en la Estación Descanso; no obstante como su ojo lagrimeaba otra vez le puso poca atención a la entretenida cháchara del hombre.
Tomó el pañuelo de papel que el doctor le extendió y de forma torpe hizo lo posible para secar su cara y su ojo, no obstante parecía como si alguien le hubiese dado una mala noticia y sólo pudiera llorar por un solo ojo.
Pudo ver que Olguín tomaba la tarjeta nueva que estaba también dentro de la cajita negra y la introducía en un lector, el que se iluminó pudiendo ver en su implante la fecha y la hora, su código personal, su rango nuevo y la leyenda inferior que decía: “Asignado como capitán del Navío de la Confederación Terrestre Danubio”.
El mensaje lo veía claramente, aunque el resto de lo que podía ver con su ojo derecho era en efecto borroso; aún así logró ver que la nueva tarjeta era igualmente azul, aparte de llevar una banda color oro que la atravesaba de forma diagonal.
Aún hablando de un montón de cosas a la vez, Olguín regresó la tarjeta nueva en la cajita, arrojó con una gran destreza la Araña a un reciclador que estaba detrás del escritorio del almirante y guardó el calibrador del implante y el lector de tarjetas en su maletín. Le ofreció la mano a Nelson y dirigiéndose al jefe de personal dijo:
—Listo, señor. Me voy, tengo que transferir algo así como 30 implantes más.
El almirante asintió con la cabeza y tal como había llegado, el doctor se fue del despacho.
—Bien —dijo el almirante cuando la puerta se serró—, ya conoce al doctor. Muchos dicen que es insoportable, pero yo lo encuentro refrescante.
Se puso de pie indicando al capitán del Danubio que lo hiciera también y rodeando el escritorio se acercó con la mano derecha extendida.
Nelson, que no las había soltado desde que las tomara, le entregó las charreteras y el almirante se las prendió en el uniforme. Luego tomó la cajita, que sostuvo abierta frente a Nelson para que sacara la tarjeta de su interior.
Así lo hizo el capitán y dejando la vieja en el interior del recipiente, la puso en su manga.
El almirante cerró la caja y al igual que lo había hecho Olguín, la arrojó al reciclador.
—Felicitaciones, Capitán Patrick.
—Gracias, señor.
Una vez ambos estuvieron sentados, Rengifo continuó:
—En cuanto a la total naturaleza de su misión, nadie más a bordo está enterado de nada, con lo que queda a su discreción informar a sus oficiales principales sobre ella. Por otro lado y ya hablando de asuntos más agradables, como capitán de Fragata y de una nave como el Danubio podrá ver que tiene varias mejoras a su haber: un asistente personal en la persona del cabo Altamira, un aumento en su estipendio, acceso a los suministros de oficiales superiores y algunas otras ventajas.
Saber que el cabo Altamira era su asistente personal, le hizo pensar en la falta de saludo anterior y lo comprendió en ese momento. Estaría fuera esperando que él saliera de la junta con el almirante y según recordaba estaría disponible para toda labor que el capitán le encargara en calidad de secretario, ayudante, asistente y recadero, inclusive. Para rangos y puestos de menor responsabilidad, normalmente el escribiente del navío debía asumir parte del aspecto burocrático del mando, mas ahora tenía un asistente, al tiempo que se preguntó quién sería designado como despensero a su servicio. Ni eso le estaban permitiendo elegir, por todos los demonios.
Por otro lado, la mención del acceso a los suministros le recordó que en su antigua tarjeta estaba la designación de una reunión con un tal Spader de ese departamento; de este modo por fin cuadró la poca información que se le transmitía al implante por la dicha vieja tarjeta.
—Señor —dijo acto seguido—, figura una visita al amarradero de Atacama, pero no dice con quién he de verme ahí, sólo la hora y la indicación de que es en la torre oriental.
—Ah, no tengo idea si en efecto debe juntarse con alguien ahí. En todo caso la idea de que vaya mañana se debe a que será catapultado uno de los módulos del Danubio y que esperarán a que llegue a la órbita en las próximas semanas.
—Bien, señor.
— ¿Y el último Cubo? —preguntó antes que el viejo pudiera volver a hablar.
Con una sonrisa algo tenue, Rengifo giró el objeto y al tiempo que se podía ver un emblema que nunca antes había visto, le dijo:
—Su cuaderno de navegación, por supuesto.
Tras más o menos media hora, en la que se discutió principalmente sobre los aspectos no escritos de su misión en el sector 16, Nelson abandonó la oficina del Jefe de Personal y en la antesala estaba esperando Altamira, quien junto con las tres secretarias se puso de pie e hizo el más correcto saludo militar procediendo a felicitarlo por su ascenso.
El capitán Patrick le entregó la maleta metálica como primera de sus obligaciones de asistente y juntos dejaron el edificio en dirección a los alojamientos de oficiales. A Nelson le interesaba darle una mirada a la lista de oficiales y tripulantes para ver si conocía a alguno o a varios.
Le encargó a Altamira que se preocupara de los detalles del traslado al Danubio lo antes posible, lo que significaba una vez que todas sus obligaciones en tierra se hubiesen terminado mientras esperaba que la nave llegara a la órbita, desde luego. Sin embargo se propuso subir a descanso para esperar sin tener que soportar el aplastamiento de la gravedad del planeta. Envió mediante la tarjeta las disculpas por no asistir a la comida de esa noche, despidió al cabo con la indicación de que lo vería en la mañana antes de partir a Atacama y cuando ya se hacía de noche, comenzó a trabajar, enviando un mensaje a Londres indicando que disponía de un par de horas para estar ahí.
Sin el uniforme, con un vaso de cerveza fría en la mesa y con la calurosa brisa que entraba por la ventana de una noche de verano en la ciudad de Río de Janeiro, por segunda vez en el día una sonrisa se abrió paso por el normalmente reservado rostro de Nelson: pues había leído la lista de los oficiales superiores que estarían bajo su mando.
—Vaya, vaya —le dijo a la noche y tras un par de horas en que revisó de punta a cabo la lista de la dotación, se metió en la cama y mientras el sueño lo vencía ya estaba haciendo planes para su nueva nave.
Justo antes de dormirse se preguntó qué habría pensado Annie si lo hubiese visto con su nuevo rango.