Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

lunes, 21 de noviembre de 2011

Prólogo

Por fin, y con la certeza de que ha estado muy cerca de perder la conciencia, el aire entra en sus pulmones intentando desalojar el humo que hace lo que le parece un siglo los llenaba, de modo que sabe que hoy no morirá, por mucho que sus enemigos lo han intentado.
Gracias a un gran esfuerzo se pone de espalda en esa superficie que le araña la cara y que le ha dañado la nariz al caer luego de volar por los aires de forma tan digna. Cuando por fin logra dejar su cara hacia ese extraño cielo, se da cuenta que hay otra buena noticia. No sólo hoy no morirá, también puede ver, por mucho que ese ser al que ama haya intentado dejarla a ella y a todos sus compañeros ciegos.
Claro que lo que puede ver no es el espectáculo más hermoso de contemplar, pero la sola idea de que aún sus ojos funcionan, le hace dar rienda suelta a lo que para muchos es uno de sus grandes atributos, su sonrisa.
El cielo está plagado de esas extrañas nubes que son siempre, en cualquier época del año, alargadas como gavillas de trigo al viento; pero el humo que finalmente ha encontrado las corrientes ascendentes de los pozos térmicos, mancha su visión de un color tan gris y negro que esas extrañas nubes quedan tapadas por una cortina aceitosa, que resulta del todo desagradable, ¡pero las puede ver! Eso basta para que tan desagradable espectáculo le parezca hermoso.
Lentamente se da cuenta de otra noticia. Puede oír. No es que haya mucho que escuchar ahora, pero el sonido de llamas que carbonizan materiales que habían formado parte de una impresionante construcción en un paraje que por lo demás está casi desierto, le dice que el primer recuento de su estado actual no va tan mal. Además el sonido del aire que se desplaza por sobre su cabeza es algo constante, pero al principio pensó que era el zumbido de sus oídos tras la deflagración que, espera haya dado una oportunidad a sus compañeros. Ya no importa mucho, si es que finalmente la explosión se produjo, porque no puede hacer nada más por ellos.
Su mente retrocede hasta un par de segundos y nota en ese recuento que hace de si misma que pudo ponerse de espalda, por lo que fuera del dolor que le causó hacerlo sus músculos necesarios para hacer eso también funcionan. El peligro está en que la sangre corra por alguna herida y la vida se le esté escapando por algún lado, pero hay que ir por partes.
Con gran esfuerzo y mucho dolor levanta las manos hasta su cuello intentando ver si puede llegar más arriba, pero el dolor de todos sus músculos castigados es intenso.
Lo intenta con todo su ser y con algo más de esfuerzo se palpa la cara, pudiendo ver la punta de sus dedos llenos de polvo, de modo que con cuidado se toca en las zonas donde siente dolor. La nariz es lo peor, sabe que está sangrando de la punta que le martilla como si la hubiese metido en una válvula de extracción, por lo que deberá encargarse de ella como mejor pueda, tomando inmediata conciencia de que está actuando mal.
Si Julio la viese, algún comentario jocoso echaría para la audiencia que lo rodearía como siempre y las risas o en el peor de los casos, las miraditas cómplices la harían enrojecer, eso de seguro, con o sin miraditas.
Como al parecer se está acostumbrando al dolor, logra abrirse la chaqueta del uniforme, la que en todo caso está bastante desastrosa, y se palpa los bolsillos del chaleco que lleva por sobre la camisa.
—Gracias, jefa —logra susurrar al humo que gira sobre ella recordando a quien admiraba desde hacía ya un buen tiempo, pero a quien había aprendido a comprender además de admirar. ¿La volvería a ver?
Finalmente encuentra el envoltorio más grande que lleva en el chaleco y lo abre.
Toma el pequeño cilindro que está arriba de todo y pulsando un botón diminuto que hay en el extremo, una espuma que no ve, pero que sabe muy bien es de color blanco inmaculado, es derramada en sus manos.
—Antes de hacer nada —Le parece que dice Julio en su cabeza—, las manos deben quedar esterilizadas. Pon atención en la punta de los dedos y bajo las uñas, que es donde se acumula la suciedad.
Deja caer el tubito sobre su estómago y se frota la espuma en las manos hasta que nota como comienza a absorberse en la piel. Se dedica a la punta de los dedos y por suerte las uñas las usa cortas como si fuera uno de los infantes de marina. Y claro, las uñas largas no permitirían que sus tareas las hubiese podido realizar de la forma en que las hizo durante todos esos meses. Una consola de señales no permite que las uñas puedan crecer de modo atractivo, por mucho que Baby lo intentó durante un tiempo.
Cuando está segura de que está por completo limpia en las manos, toma un envoltorio de plástico del tamaño de su palma y lo levanta hasta que sus ojos pueden confirmar que es justamente lo que anda buscando.
Levanta la solapa del costado y este se expande haciéndolo más grueso, adoptando el grosor de su dedo pulgar con lo que por fin puede sacar lo que necesita. Con la punta de los dedos de su mano derecha separa una tela del espesor de una molécula y al sacarla del paquete, se extiende hasta triplicar su tamaño. Suspira con alivio al notar que su medipac aún funciona. Hace más de un mes que no lo ha revisado y podría estar vencido.
Con una de las puntas de la hoja separa el pelo que tiene sobre el rostro y cuando cree que lo ha logrado, toma el resto de la misma y se da toquecitos por la cara para por fin determinar los daños que tiene.
Desde luego al tocar la nariz la tela queda empapada de sangre, pero le parece que es más porque se ha quedado en su cara; sin embargo realmente le duele. Con la otra mano, que tiene libre, y mientras sigue palpando su cara, coge el tubito y con un leve toque sobre el botón deja caer espuma sobre su nariz.
—Siempre—Vuelve a escuchar a Julio—, siempre hay que limpiar la herida.
Pero esas palabras le dan poco consuelo ante el tremendo dolor que siente cuando los químicos entran en la carne lacerada. Arde, ¡Arde! ¡Cómo arde!
Su visión se llena de puntitos de colores que casi le tapan todo lo demás, pero descubre que tiene un corte o una herida en la frente, que también le duele y también algo en una mejilla, la que no le duele por alguna razón. Tal vez las otras duelen demasiado para que note esa, pero también ha de ocuparse de ella.
Del Medipac saca una barrita de una especie de pasta que moldea con los dedos y que se va deshaciendo hasta formar un tipo de emplasto que se aplica en la frente, la nariz y la mejilla, con lo que el dolor se transforma en algo soportable.
Mete todo dentro del Medipac y lo deja junto a su cadera y mientras sigue mirando al cielo y las extrañas formas que adopta la enorme nube de humo que se va formando, intenta hacer un recuento de las partes del cuerpo que le duelen, pero es difícil. Le duele casi todo el cuerpo y tratar de dilucidar si hay dolores focalizados en algún lugar resulta un poco complicado. Decide, como la prueba suprema de parte del estado en que está, intentar sentarse, de modo que trata de darse ánimos para hacerlo, pero el dolor le pide que se quede ahí para descansar. Y está tentada, realmente tentada de hacerle caso para reponer fuerzas, pero la idea de que se esté desangrando la aterra.
Como paso previo estira las manos lo máximo que puede para pasarlas por los muslos sabiendo que deberá esterilizar otra vez sus manos al tener el uniforme completamente cubierto de polvo, pero necesita saber, eso es todo.
Lentamente sube y al no notar humedad ni dolor en la zona genital, suspira aliviada y siente que un peso se va de sus hombros. No cree que podría haber superado la indignidad de haberse orinado por la explosión del generador, por lo que animada ante su buena suerte, sigue subiendo por su estómago y los costados.
Humedad por sobre la cintura en el lado derecho. No parece ser importante, pero deberá atenderlo. Un dolor punzante bajo el ceno derecho y soportando el intenso dolor, cree que se trata de una costilla rota. Respira hondo y cuando llega a cierto punto, siente el dolor producto de la expansión. Puede ocuparse de ello después. Algo más tarde descubre que hay bastante dolor en el hombro izquierdo, pero puede moverlo, así que no debe ser tan importante, o eso espera.
Ha terminado de momento, así que sumando el ánimo que logra juntar producto de las buenas noticias, afianza los codos en el suelo para incorporarse. El codo derecho le molesta. Le molesta bastante, pero decide hacer caso omiso de eso por el momento y deja que el húmero reciba el esfuerzo hasta que las muñecas y finalmente las manos reciban el encargo de hacer subir el torso.
Se marea un poco, pero logra sentarse y cuando el panorama deja de girar, solo ve extensiones de cereales muy lejos frente a ella. Puede ver el humo por todos lados, pero al parecer en la caída la construcción que albergaba al generador ha quedado a su espalda o más o menos en uno de sus costados. De momento no le importa, tiene otras preocupaciones de las que hacerse cargo.
Aparta la chaqueta y levantando chaleco y camisa intenta dejar al descubierto el lado derecho de su torso. Vuelve a aplicarse la espuma esterilizadora en las manos, saca otra hoja química del sobre que las contiene y la aplica en el lugar donde cree está la herida. Por suerte logra ponerla en el punto exacto a la primera y con eso puede conseguir limpiar parte de ella. Intentando no ensuciarse las manos ni nada de lo que necesita, vuelve a moldear la pasta que cubre las heridas (no puede recordar cómo se llama) y luego de haberla aplicado se toca donde está la costilla rota, hasta que nota que hay un poco de desviación. Tiene que colocarla donde corresponde, pero es mejor que lo haga estando de pie ¿O no? No puede recordarlo, así que lo intenta y tras unos segundos parece que fue una buena idea cuando se limpia la boca al vomitar por el dolor extremo que ha sentido. Otra vez está del todo desorientada, pero recuerda palparse, y descubre que en apariencia quedó bien colocada.
Una vez que su visión se aclara, toma el medipac y saca un aparato cuadrado que va poniendo por diferentes partes del cuerpo y tras revisar lo que aparece en la diminuta pantalla, respira más aliviada pues según lo que indica, no hay ninguna hemorragia interna de la que preocuparse.
Por fin se dedica a sus piernas y gracias a la entidad superior en la que nunca ha creído mucho, no hay grandes daños, si no se cuentan las perneras del uniforme, que en varios sitios están rotas o desgastadas hasta el punto en que se han formado agujeros de todo tipo. Se limpia los cortes y les aplica la pasta, hasta que endurecida como un poco de piel algo más dura, se ve en la decisión de ponerse de pie.
En ese momento ocurre algo que hace que la decisión sea inevitable, pues tan pronto ha guardado todo en el Medipac es asaltada por la unión de todo lo que ha pensado hasta ahora.
La explosión, el fuego, el humo, el rescate, la lucha más allá del cielo, sus compañeros y la persona a quien ama en secreto.
¡Tiene que encontrarlo!
No quiere preguntarse si estará vivo, tiene que estarlo, o el dolor por todo lo que ha sufrido no servirá de nada. Así que se pone de pie sin pensar y se marea otra vez. Está a punto de caer por el dolor, pero algo más grande que ella misma, que todo lo que la rodea hace que se quede donde está. Hay cosas más importantes que hacer ahora.
Se gira lentamente y poco a poco ve la franja de tierra arrasada bajo ella. Ha llegado a lo alto de una loma que la ha protegido en parte de la comunión de fuerzas que se produjo colina abajo, porque lo que queda del edificio de control satelital y la instalación que lo contenía casi ha desaparecido del todo.
Logra ver que otras figuras humanas están en los alrededores. Muchos sentados que sacuden la cabeza o miran sin ver lo que los rodea y hay una que cojeando va hacia ella, pero su avance es lento, torpe y difícil por los accidentes del terreno y hasta donde ve, por una herida en la pantorrilla.
Como sabe que llegará hasta ella, pasea la vista por lo que se puede ver y de forma automática intenta reconocer a quienes tiene a la vista. Harrison y Barja a cuatro patas se acercan el uno al otro arrastrándose lentamente. Rossini está sentada intentando aclararse. Zolotukin se intenta levantar, al igual que Nbatu, Carter y Jakrusky. Larson está sentado sin moverse, pero logra ver que parpadea furiosamente y otros están en el lento proceso por el que ella ha pasado; sin embargo no ve a quien busca, hasta que distingue un retazo de color blanco a unos diez metros de donde ella está de pie.
Aún le faltan personas que ver, pues bajaron veintiocho en el cúter y hasta el momento cuenta trece, pero ese blanco sucio que ve cerca puede ser alguien más, y espera que sea quien quiere ver.
Se obliga a avanzar y lo consigue a pesar del dolor de las piernas, pero no es la primera en llegar y al ver que la figura de una mujer se arrodilla junto al cuerpo tendido que ahora puede ver con más claridad, piensa que es la persona a quien él ama en lugar de ella, la que hace que no pueda ver que otra le ha entregado su corazón. En secreto, pero se lo ha entregado casi desde el primer día que lo vio, pero decide que no puede ser, ella está luchando arriba con los otros que tenían la esperanza puesta en ellos.
Más cerca se da cuenta que no es ella, su cabello es corto y más claro, según se puede ver entre la suciedad que lo mancha en varios sitios; sin embargo quien está tendido entre la corta hierva es él. Se apresura y al llegar ve que respira, aún cuando sus ojos están cerrados, pero parece intacto, o por lo menos tan intacto como están todos ellos.
La mujer que está con él abre un bolso que tiene una telaraña de marcas indicadoras que se arrastró por el suelo recientemente e inicia la labor de sacar de su interior una serie de aparatos médicos y suministros de ese tipo.
Por fin la reconoce, pues se trata de una enfermera con la que ha compartido muchas veces antes y que le es simpática en grado sumo por su carácter alegre. Además comparten un dolor que hace muy poco descubrieron como conexión.
Nadia, al igual que ella se siente más que atraída por ese hombre; pero ambas saben que su corazón es de otra, a la que no pueden odiar, a la que no pueden desafiar, a la que no pueden dejar de sentir cariño. Esa mujer que sabe lo que sienten, pues con muy pocas palabras de por medio lo supo al ser ellas mismas las que lo confesaron, sabiendo que era la dueña absoluta de su alma.
La vida es curiosa, pues siente que hay que salvar la vida de ese hombre para que pueda tenerlo otra, porque sabe que él sólo será feliz estando con la persona amada. Y la envidia, ¡cómo la envidia! Porque si sobrevive, correrá a los brazos que le han pertenecido desde hace trece años y lo más extraño, lo más confuso de todo, es que si lo logra, ella estará feliz por él y al mismo tiempo, como si en realidad fuera el orden natural de las cosas, lo estará por ella.
Nadia levanta la cabeza y le dice que está bien, pero que está conmocionado, que hay que intentar despertarlo, que se puede quedar en ese estado y que puede derivar en un coma sumamente peligroso.
Con un gran esfuerzo se pone de rodillas junto a él y con voz suave le habla.
—¿Señor? Despierte, señor. Lo necesitamos, despierte, por favor.
No funciona, así que le habla más fuerte, cada vez más fuerte y cuando cree que las lágrimas saldrán de sus ojos, le separa los labios, le mete un dedo hasta que se abren del todo y lo lleva hasta la garganta intentando hacer que vomite como vio hacer a Julio una vez al tiempo que le grita.
—¡Ella lo necesita, señor!
Pero no pasa nada. No hay reacción y ahora teme que se ahogue por el vómito si es que se produce.
No sabe qué hacer, no puede pensar y el dolor de la costilla le pulsa otra vez el pecho, así que se sienta sobre sus talones y vuelve a gritar.
—¡Comandante! ¡Despierte!.
Nota que unas lágrimas caen sobre él y se da cuenta que ya no puede gritar más.
Al parecer Nadia ha encontrado lo que buscaba y le aplica lo que ella supone es un estimulante en la carótida.
Ya sea por las arcadas, los gritos, la medicina o la mención de ella — ¿Quién sabe? —Los ojos se abren para dejar ver el color del chocolate en todo su esplendor.
Junto con un suspiro que es puro alivio y la alegría pueril que significa que lo primero que haya visto sea su rostro manchado y herido, vuelve a apoyarse en los talones para sentarse y mira alrededor.
Muchos han llegado hasta ese lugar y con un cierto alivio ve luego de un momento que hay más o menos veinte personas formando un círculo alrededor de ellos, pero falta gente. Se siente tentada de ordenar que algunos vayan en busca de los demás, pero están todos en un estado tanto o más lamentable que el de ella. Barja, la pobre se ha orinado encima, pero Harrison la abraza y ella, totalmente lejana a la dignidad del servicio se aferra a él como si fuera la rama de un árbol que impide que caiga por una catarata. Al verlos se sorprende. Nunca ha pensado que esos dos pudieran ser algo más que compañeros, pero Harrison, un férreo infante de marina símbolo de lo aguerrido de ese cuerpo de elite de la Armada trata a Barja con una ternura de tal intensidad que no puede dejar de envidiar. Así que no dice nada y al igual que todos los demás, mira los intentos de Nadia por lograr que el hombre que los guía en esa locura se levante de entre los muertos y como tantas otras veces antes los saque de la problemática situación en que se encuentran.
También nota que las heridas de Jakrusky son terribles, casi no puede andar y le hace una seña para que se siente.
Es ahí cuando recuerda otra cosa. Los han dejado. Sus compañeros se han ido y están solos.
Necesitan que el comandante se ponga de pie lo antes posible, puede que enemigos que los han perseguido durante tanto tiempo bajen al planeta y les den caza para usarlos tal vez en contra de sus compañeros.
Por fin él se sienta y se toma la cabeza con las dos manos haciendo una mueca de dolor tan profunda que deforma en gran parte su rostro que considera tan adorable.
A pesar de todo ello, por fin se da cuenta que su cuerpo herido puede empezar a relajarse, pues su comandante volvió de entre los muertos para guiarlos a más victorias como lo han hecho él y los demás oficiales durante casi un año.
Habrá otro día para luchar, otra semana para vencer o incluso otro año de lucha en contra de quienes les hicieron tanto daño.
Tal vez por fin puedan vengarse, lo que la hace sonreír un poco, aunque sabe que esta vez su sonrisa no tiene mucho de agradable.

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