Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

domingo, 13 de enero de 2013

Cuatro: Tanya








Cuatro





Tanya






“Ya ha pasado más de una semana desde que lo vi entrar en el ascensor y la frustración no me ha dejado en paz”.

Esa fue la última anotación que aquella mañana Tanya pudo hacer en su diario personal, luego de que hubiese dejado todo listo en la oficina del Almirante al llegar a la hora en que lo hacía siempre, es decir mientras el sol comenzaba a salir.
Una vez ordenada la correspondencia y clasificado el enorme cúmulo de despachos y memorándums que siempre estaban a la espera en la consola de su superior, se había dedicado a hacer algunas anotaciones en su diario. Costumbre que tenía desde que era una niña, mientras soñaba con ser parte de ese hermoso mundo que veía por el video de hombres y mujeres que se enfrentaban al espacio y sus misterios. Años después, y en contra de los deseos de su familia, se había presentado como recluta en el campo de entrenamiento de Vladivostok, en el que la habían recibido con los brazos abiertos, a pesar que tenía diez centímetros menos. Se exigía un metro sesenta y cinco para la conscripción, pero había insistido de forma tan vehemente que se le permitiera entrar, que finalmente así había ocurrido.
Ahora, siete años después de salida de ahí, y con un notable avance en su carrera, se preguntaba si llenar la solicitud de ingreso en la Academia de oficiales o esperar hasta tener el grado de sargento para hacerlo. Y claro, el asunto de dejar su puesto en la oficina del Almirante no la entusiasmaba. Porque la verdad es que su puesto actual le gustaba mucho y le traía bastantes satisfacciones en el día a día, aún cuando se rumoreaba que la Jefatura se trasladaría fuera del planeta. Si es que los rumores eran ciertos y se les daba crédito, claro.
Cerrando el diario luego de su última anotación se puso de pie y fue hasta la cafetera para servirse una tasa y ponerse a trabajar. Cuando llegó al mueble que estaba bajo la ventana que daba al norte, y mirando cómo las nubes se arremolinaban en el cielo matinal volvió a pensar en Neil.
—Ocho días —le dijo al cielo en voz baja— y no pude decirle nada.
Sintió como si las lágrimas se agolparan una vez más tras los párpados y los recuerdos de esa mañana volvieron para atormentarla.
—¡Al menos déjame que te lleve! —le había gritado con la frustración que ocupaba sus mañanas y noches desde hacía ya más de un mes, en las que casi no hablaban y sobre todo desde que Neil había recibido la comunicación de su ascenso junto con sus nuevas órdenes hacía un par de días. Tan pronto como el grito había salido de sus labios, Tanya quiso de inmediato haberlo dicho en voz más baja. Después de todo para él ella era la única culpable de todo y Neil, que se había opuesto a la decisión que sólo Tanya podía haber tomado, se sentía tan frustrado como ella, aunque por muy distintas razones.
Ella, porque sabía que en concreto había dado un paso para que lo que ellos tenían iniciara a agrietarse y él, porque aún cuando se lo había pedido de todas las formas posibles, no la hizo cambiar de opinión.
Habían subido al hoverjeep que le correspondía por su puesto en la Armada y en completo silencio, habían llegado a la base de la torre que estaba repleta de un grupo de técnicos y mecánicos que subirían con él hasta la plataforma del ascensor orbital. Llegados al estacionamiento para gente de la Armada Neil se había limitado a descargar de la parte trasera su equipaje y durante un momento pareció que iba a decir algo, pero con sólo un suspiro, se había echado a caminar. Había bajado del vehículo y con un hilo de voz había dicho su nombre, con lo que él se había detenido, pero no se había vuelto a mirarla.
Tanya sabía que tenía que decirle algo, dar los pasos que la acercaran a él, tomar su brazo, su mano, su hombro aprovechando que en ese lugar nadie los vería, pero no pudo. ¡no había podido moverse!
Frustrada y con la sensación de una enorme moneda en su garganta, sabía que las lágrimas estaban a punto de llegar, pero no pudo acercarse ni decir nada.
Finalmente Neil había levantado la cabeza y sin mirarla le había dicho:
—No se trata de amarte o no amarte, pues a esta altura sabes que te amo profundamente, pero como te digo, no se trata de eso. Tal vez esta separación sirva para que tú y yo pensemos en esto por un largo tiempo, por lo menos yo necesito saber qué haré más adelante. De momento es mejor así.
Aún sin poder decir nada, había visto como se alejaba y tras un momento caminó hasta la entrada y lo vio reunirse con el resto de los pasajeros. Lo vio subir al habitáculo como el último en llegar y antes que las puertas se cerraran, se había dado la vuelta y la había visto justo en la entrada.
Tanya, ahora metida entre aquellos que despedían a familiares y amigos, buscó sus ojos y las miradas de ambos se habían encontrado. Le había hecho el saludo, al que él había contestado, y luego que su rostro quedó cubierto por fin, había dado media vuelta y al llegar al vehículo había llorado como no lo hacía desde que era niña.
A veces sentía rabia auténtica porque él no entendía lo que ella sentía, a diferencia de otras personas que le habían dicho que había tomado la decisión correcta, y que era lo mejor dado quién era y lo que era, pero Neil no. Para él era blanco o negro, sin matices de gris ni escalas o mezclas de colores. Sonrió al pensar en colores, pues una de las primeras discusiones luego de haberse ido a vivir con él, había sido respecto al color que ella quería para la sala principal.
Irse a vivir con él le había parecido una gran idea y lo que correspondía, pero por las regulaciones de la Armada y la posición que ella ocupaba en el servicio era algo tremendamente peligroso para los dos. De ahí que la extraña forma que adoptaba la vida que desde entonces habían llevado de cara al mundo en el tranquilo suburbio de la ciudad era el menor de sus problemas. Para todo el mundo ella había arrendado la planta alta de la casa del tranquilo hombre que pertenecía al servicio de mecánicos, y cuando él se iba a trabajar saliendo por la puerta principal, ella salía por la entrada lateral del segundo piso.
Bajaba la escalera exterior de la casa como si pasara todas las noches en el espacio que tenía en el sitio, dando el aspecto más completo de normalidad y separación. Pero llegaba la noche. Llegaba junto a Neil, que la estrechaba en sus brazos y solo al llegar la madrugada, él regresaba al piso inferior para vestirse con el uniforme y salir. En ocasiones era ella la que bajaba hasta él para amarlo y estrecharlo en sus brazos. Daba lo mismo, vivían juntos aunque lo tuviesen prohibido.
Fuera de las discusiones y el sigilo con que debían comportarse por ser ambos miembros de la Armada, todo había sido perfecto y correcto durante los dos años que llevaban viviendo juntos, hasta que cuatro meses atrás ella había recibido la noticia.
Suspiró y al tiempo que terminaba el café, vio que ya eran las ocho en punto. Su jefe no tardaría en llegar y si no era así, las llamadas y mensajes iniciarían el desfile de cada día, así que dejó la tasa en la caja de limpieza. Cuando iba a cerrarla, se fijó por millonésima vez en el dibujo de uno de los lados. Una abeja posada en una flor en un cielo lleno de nubes que realzaban el azul de un cielo que era del todo irreal.
—Así es como te veo —le había dicho él en su cumpleaños—. Siempre trabajando para todo el mundo, preocupada por la gente para la que trabajas y haciendo lo posible por ayudar al resto, excepto a ti misma.
Esta vez no hubo forma de evitarlo por mucho que lo intentó. Las lágrimas cayeron y varias se mezclaron con los pozos del café chorreando al interior de la caja de limpieza.
¿Sería posible? ¿Había Neil adivinado lo que pasaría algún día con ellos?
Intentó detener el llanto y cuando lo logró, se secó los ojos e hizo todo lo posible para que no se notara el rojo de ellos. Se aplicó un poco de maquillaje ilegal por los bordes a fin de cubrir las huellas que las emociones le habían dejado. Al fin calmada y tras un suspiro algo hondo, regresó al puesto de trabajo.
sentándose a su escritorio se preguntó sobre el por qué ese día se había visto tan inclinada a los recuerdos y la tristeza. Desde que Neil se había ido cada día sentía su falta, pero ese día en concreto parecía que la cosa era peor que los anteriores y se sintió intrigada. Tal vez las notas en su diario lo habían destapado y posiblemente el día nublado aunque luminoso que había sobre río la habrían predispuesto con algún ánimo especial, pero mientras pensaba en eso, ninguna de esas dos situaciones hacían que supiera el motivo.
Miró el monitor y al ver que ya habían llegado los primeros mensajes para el almirante (unas diez personas querían una cita para verlo el día de hoy) se dedicó a trabajar rechazando a todo el mundo pues su superior tenía el día completamente ocupado. Tomando la agenda personal del almirante se preocupó de ver si había realizado alguna anotación que no le hubiera comunicado. Desde luego no llegaría temprano como ella había supuesto: Tenía junta con el estado mayor y las mismas solían durar bastante. Revisó que no hubiese más cambios, y tras ver que no era así, organizó lo mejor posible para los días siguientes reuniones con las personas que querían verlo.
Luego de más o menos una hora seguía trabajando en las tareas rutinarias como asistente personal del Almirante, y estando sumergida en sus tareas no se permitió pensar en mucho más que lo que tenía frente a ella en las tres consolas que ocupaba. Se le daba todo tipo de información en tiempo real de las actividades de un montón de personas e instituciones, privadas y gubernamentales, las que en su mayoría se relacionaban con la Armada. Informaciones que mayormente eran cribadas por el conjunto de secretarias que estaban en la antesala del edificio. Contaba con un observador particular para personas de cierta importancia, que en tales casos la informaba de modo directo, junto con advertir al resto que no interviniesen. Finalmente, y para su alegría profesional, su oficina era espaciosa, con una enorme cantidad de aparatos y mecanoides que le hacían el trabajo muy fácil. Sí, le gustaba mucho su puesto y la posición que iba con él.
Momentos más tarde, el Observador mediante un pitido le informó que alguien con un nivel de seguridad pertinente, iba a su oficina saltándose todo control por la gente de la entrada, la antesala y su propia secretaria. Un oficial con credenciales importantes de seguridad o alguien de rango superior. Se puso la chaqueta del uniforme que había puesto en el respaldo de su sillón de trabajo y más o menos un minuto después, entró por la puerta del despacho el visitante que el aparato le había advertido.
Se trataba de una mujer moderadamente atractiva, con uniforme de la Armada y galones de teniente segundo que con una sonrisa bastante agradable le extendió una tablilla, al tiempo que se presentaba con modos notablemente simpáticos.
—Con su permiso, cabo. Soy la teniente MacAndrews asignada al Danubio y traigo un reporte para el almirante Petrovsky, en el que está la derrota que nos llevará desde el L-5 hasta Clarke.
Ahí estaba. Eso era lo que le había traído a la mente todos los recuerdos y la melancolía relacionados con Neil y lo que pasaba entre ellos. El Danubio el día anterior, a eso de las mil novecientas, había arribado al L-5 y se había dado inicio al abordaje de gran parte de la dotación, entre los que estaba la gente que debía esperar al interior del módulo CL-3  para acoplarse a la superestructura del Danubio, entre los que estaba Neil, alejándose cada vez más de ella.
Una semana más tarde de lo esperado y cargado de problemas de comunicaciones, pero al fin la más grande y nueva nave de la Armada estaba a la vista para que todos la pudieran ver.
Neil luego de su paso por la estación del ascensor orbital Magallanes, se había incorporado a todo un grupo de mecánicos e infantes de marina que arribarían a la nave a bordo de uno de los módulos, que acondicionados en descanso, formaría parte del Danubio. El ce ele tres  se uniría a la nave sólo cuando llegara éste para ser completado en dicho lugar, y por fin la enorme nave estaba ya en el punto Lagrange. Durante todo ese tiempo, Tanya había seguido el progreso de Neil y los demás, gracias a la posición que ocupaba en la Flota del Sistema Solar.
—Siéntese, teniente —le dijo mientras se recostaba en su asiento y la miraba con curiosidad muy poco disimulada.
La oficial hizo lo que se le decía y Tanya volvió a sentir esa sensación tan extraña. Era un suboficial menor y la otra mujer era un oficial superior, pero al ser ella asistente personal del Almirante a cargo de la Flota del Sistema solar, tenía mayor autoridad que muchos oficiales, incluso a quien tenía en frente. ¡era muy  raro! Y sobre todo si se tomaba en cuenta la diferencia de galones entre ellas, que desde luego se dejaban notar tan pronto como Tanya saliera de su oficina, en que si la teniente quería, podría pedirle que se parara de manos. Pero estando al interior de su oficina, era como si llevara estrellas sobre sus hombros. Porque mientras se acomodaba frente a ella y la miraba abiertamente, Si le decía que debía irse y presentarse horas o días después por mero capricho, la Teniente debería obedecer. Sin decir nada ni protestar. A fin de cuentas, eso era por lo que estaba tan orgullosa.
Si tan solo Neil lo entendiera, todo sería más fácil, todo sería claro y los desacuerdos y los silencios serían más fáciles de soportar.
Dentro de su esfera y en la particular posición que tenía en la Armada, Tanya era una figura de autoridad a pesar de ser sólo una cabo en un puesto administrativo. Muchos oficiales podrían sentir resentimiento o animadversión ante el poder que ella tenía, pero ahí estaba lo gracioso del asunto, todos lo aceptaban y lo respetaban.
—Entiendo que la nave no tiene navegante —le dijo a MacAndrews—, de modo que me permite preguntarle ¿Cómo es que tienen un curso trazado hasta Clarke?
La oficial sonrió de modo agradable antes de responder.
—Es que el capitán Patrick, desde Descanso, estimó el tiempo y la rotación pensando en la fecha de partida para tres semanas más. Trazó la derrota según dicha suposición…, y según parece no estaremos en condiciones de cumplir con tal estimación. Y en todo caso la nave tiene navegante, Cabo. Lo que ocurre es que al tener los problemas de comunicación que tenemos, el capitán en persona realizó la derrota. Yo, por decirlo así, sólo soy el correo.
Al ser el almirante Petrovsky el comandante de la Flota en el Sistema Solar, se le debía informar de la derrota y destino de toda nave que pasara por ahí o que iniciara una derrota al interior del sistema. Como estaba personalmente interesada en todo lo relativo a esa nave, supo por las palabras de MacAndrews que el capitán no se creaba problemas a la hora de hacer ciertas cosas. En concreto y de un modo profesional, trazar la derrota que los llevaría hasta Clarke, por ejemplo. Al parecer debería darle una miradita a la hoja de servicio del Capitán Patrick, sobre todo porque ni la había mirado.
Luego de un momento en que dio un vistazo de pasada al trazado de la derrota hasta Clarke y de soslayo continuó mirando a la teniente, archivó el curso en la consola y regresándole la tablilla le preguntó:
—¿Cuándo estiman que los suministros y la dotación estarán completos?
Para lo que ocurrió tras la pregunta Tanya no estaba preparada. MacAndrews se llevó un dedo a los labios y tras darse unos golpecitos le dijo:
—Francamente no tengo ni idea, cabo. Yo solo transmito el comunicado del capitán como parte de las formalidades, que por cierto me parecen ociosas. Como le dije recién, solo soy el que lleva y trae los encargos.
¡Pero qué franqueza! Ella se había sentido igual ante ese tipo de normas que lo único que hacían era que aumentara el número de archivos que el almirante nunca leería. Se suponía que la oficina de personal y la junta del estado mayor elegía a los capitanes con cierto grado de inteligencia para evitar rumbos que no fueran erróneos, o que colisionaran con la multitud de estaciones y puestos repartidos por el sistema y el Afuera.
No fue hasta mucho más tarde, tras varios meses en realidad que supo el motivo que la indujo a decir lo que dijo en ese momento, pero tras decirlo, se sintió como parte de algo especial y de un modo bastante extraño, parte de una idea de compañerismo que no había sentido nunca en la Armada.
—Me agrada, Teniente. Es bueno saber que hay gente que ve más allá de las órdenes y lo que se le asigna —y como ya estaba lanzada, se incorporó hasta poner los codos en el escritorio mientras decía—. Ésto a mi me parece una estupidez y nos ahorraríamos un montón de papeleo si todos se comportaran como usted y el capitán Patrick.
La teniente se limitó a hacer un gesto de reconocimiento acompañado por una sonrisa y extendió los dedos de la mano derecha en señal de aceptación.
—Verá, Cabo. Yo en este momento soy el único oficial que está en Tierra, por ello se me han asignado un montón de tareas que por mí no realizaría, pero hay una cantidad de normas de la Armada que están tan pasadas de moda que todo sería mucho más fácil sin ellas. En este momento —continuó MacAndrews—, debería estar en el simulador familiarizándome con la consola táctica del Danubio, pero gracias a la burocracia estoy aquí. Si puedo hablar con libertad, hace cinco días que debería estar en la estación Descanso, por no hablar de que a esta altura mi silla en la nave debería estar ocupada por mi gracioso trasero.
Tanya no pudo menos que admirarla y cuando estaba a punto de hacer un comentario de ese estilo, la teniente arrojó sobre ella un misil que la dejó muda durante un minuto entero.
—Me perdonará por el atrevimiento, cabo, pero debido a mi propia historia personal tengo que hacerle una pregunta: ¿El Sargento con quien la vi hace ocho días en la base del elevador está relacionada con usted de un modo…, especial?
—Es que uno llega a reconocer ciertas cosas —Siguió al ver que ella no decía nada—. Sé que me estoy metiendo donde nadie me llama, pero a menos que sea un familiar cercano, me parece que alguien muy querido para usted partirá en esa nave. Como me ha tocado hacer un montón de tareas especiales en lugar de lo que me corresponde —añadió mientras Tanya todavía estaba algo atontada—, tuve que ir a Ecuador para supervisar la subida del personal hasta Magallanes y estaba cerca de la subida a la terminal cuando usted lo fue a dejar en el hoverjeep. Como le dije antes, hay cosas que se aprenden a reconocer con el paso del tiempo.
—¿Cómo lo supo? —preguntó haciendo un esfuerzo por recuperarse. MacAndrews se encogió de hombros con un estilo muy particular y con una sonrisa bailando en sus ojos le dijo:
—Una reconoce ciertas cosas después de un tiempo, en particular el cómo se hacen ciertas despedidas. No se preocupe —dijo sin hacer pausa—, su secreto está a salvo conmigo.
Y luego, mientras el silencio se había instalado por unos segundos continuó.
—Espero que el mío lo esté con usted.
Tanya volvió a reposar la espalda en su asiento y miró directamente a los ojos a MacAndrews hasta que ella bajó la vista. Ahí lo vio. La oficial también tenía una historia ilícita en la Armada.
—¿Él se queda en tierra mientras usted se va? —le preguntó—.
La otra mujer se puso en pie y Tanya creyó que se largaría de inmediato, pero luego de ir a la puerta y asegurarse que estaba cerrada, y sin mirar hacia ella le dijo:
—¿El mío lo está con usted?
Esperó hasta que se volteara a verla y cuando lo hizo, Tanya asintió con un único movimiento de su cabeza.
—Es el primer oficial —le dijo aún de pie junto a la puerta—, nos conocemos desde la academia y hace trece años que somos más que compañeros dentro de la Armada. Él, el capitán Patrick y yo fuimos buenos amigos en la Academia y a pesar que el Teniente Guzmán y yo somos amantes desde hace trece años, en total hemos estado juntos algo así como cuatro a cinco meses, creo.
Tanya se puso de pie y fue hasta la ventana para volver a mirar las nubes que ocultaban el sol, y luego de ofrecerle a MacAndrews un café que fue rechazado, le preguntó sin mirar hacia ella.
—¿Lo ama?
—Más que a nada en el mundo.
—¿Él le corresponde?
—Si.
Ante tan directa y simple respuesta, Tanya se giró y la miró de frente para ver que mantenía la calma por completo. Volvió a quitarse la chaqueta y poniéndola en el mismo lugar que antes le dijo:
—Hace tres años que mantengo una relación con el que es ahora Jefe de mecánicos de su nave, Teniente. Y hace algo menos de dos años que vivimos juntos gracias a que la casa que compartimos tiene dos entradas y en teoría parece como si fueran dos residencias en lugar de una.
Tomó aire con un gran suspiro y continuó:
—Nunca antes había amado a nadie como lo hago con él y no sólo se trata de que se marcha en unas semanas, sino que por culpa de un problema del que no estoy preparada para hablar, nos despedimos hace ocho días en malos términos.
¿Cómo podía hacer tales confesiones a una completa desconocida? ¡Era una locura!
—Es decir —le dijo MacAndrews mientras volvía a acercarse al escritorio—, que yo estaré en la situación suya desde ahora y usted estará en la mía. De ahí lo que le dije, Cabo. Cada vez que tuve que separarme de él, intenté despedirlo en la partida, de modo que reconocí el gesto en usted ese día en la subida de la terminal.
A cada momento le agradaba más esa mujer. No sólo era inteligente, segura y franca de una forma que la desarmaba por completo, sino que parecía que la naturalidad con la que se tomaba todas y cada una de las declaraciones y confesiones que le había hecho fueran de una normalidad simple y cotidiana. El último comentario de la oficial francamente la había dejado patidifusa, pero no había detectado nada de malicia ni agrado por su parte, sólo una comprensión de lo que se le venía. Tanya lo entendía y como parte de esa comunión que se daba en cierto tipo de mujeres y a pesar que la Teniente era por lo menos unos seis o más años mayor que ella, sabía que debía hacerle entender que había captado el mensaje, alegrándose por ella.
—Gracias y me alegro —Fue todo lo que dijo ante eso, a lo que MacAndrews respondió con una inclinación de su cabeza.
Parecía que algo más iba a decir, pero levantando la mano haciendo el gesto universal que significaba que por favor la esperara, sacó la tarjeta de la manga izquierda, observó algo en su implante, para luego mirarla y preguntarle:
—¿Me permitiría usar su consola?
Mientras Tanya movía la consola por el escritorio y la activaba, MacAndrews le explicó que el Capitán Patrick la llamaba desde descanso y según la indicación del MP que le había enviado junto a la petición de comunicación, en apariencia algunos problemas se habían arreglado. Se sentó frente a la consola y al tiempo que introducía la tarjeta tomó el auricular, hasta que luego de un par de segundos se pudo ver la cara del capitán del Danubio en la pantalla de la consola.
—Sí, señor. —dijo MacAndrews a algo que Tanya no pudo oír—. —Gracias, señor; pero el agente de suministros asignado a nosotros derivó la responsabilidad a la gente del cuartel. No se trata de nada tan extraordinario, me temo. Sólo más suministros alimenticios y similares, creo.
Luego de un momento la oficial miró a Tanya al tiempo que le decía al capitán que estaba en la oficina del Almirante Petrovsky hablando con su asistente, Tanya Vilkova. Activó el Manos Libres y en ese momento se escuchó en la oficina la voz de Nelson Patrick.
—Buenos Días, Cabo Vilkova. ¿el Almirante no está?
—Buenos días. No, señor. El Almirante está en junta con el estado mayor y no vuelve hasta las mil cien.
Se había ido acercando al lugar donde la oficial estaba sentada para poder entrar en el campo de visión del censor y cuando su implante le dio la luz verde, se detuvo a unos diez centímetros de la silla de MacAndrews para que Patrick la viera.
—Muy bien —Dijo el capitán asintiendo con la cabeza al poder verla—, ¿sería posible que el Almirante me llamara a Descanso en cuanto pueda?
Tanya tomó su tablilla y haciendo una anotación le respondió:
—Lo he anotado ahora mismo, señor. ¿alguna indicación del asunto a tratar?
Vio cómo una mano aparecía para pasar un dedo por la barbilla de Patrick durante un segundo y le dijo:
—El traslado a Clarke será suficiente como indicación, creo. Gracias, cabo.
Luego miró a MacAndrews y le informó:
—En este momento Víctor va de camino a la nave a asumir el mando hasta que lleguemos y se llevó a todos los oficiales que estaban aquí. Creo que la administración por fin podrá relajarse, pero hasta que él llegue, no se hará ningún acoplamiento ni abordaje hasta que Víctor asigne funciones a todos ellos para la entrada y chequeo de todos los que están llegando.
—Muy Bien, señor —respondió MacAndrews—. Creo…, sí, creo que sería bueno hacerlo así.
—Por otro lado —continuó el capitán—, desde aquí he cambiado el protocolo de ingreso a la nave y me temo que los pobres que están en los módulos serán los únicos que contarán con las veinticuatro horas de permiso. Víctor y los demás tendrán que asumir cargo y funciones desde ahora mismo, pues creo que la organización del abordaje de toda la dotación restante es prioritario.
—Así lo creo, señor —Respondió la oficial con gesto convencido en dirección de la pantalla.
—¿Se comunicó usted con la Jefa Milovsky?
La teniente Mac Andrews Asintió con la cabeza e informó.
—Hace una hora hablé con ella y el Cirujano Jefe Julio Almeida. En apariencia y según la jefa, no podremos partir en la fecha propuesta en atención a la carga del sistema y las pruebas de tensión de materiales una vez acoplado todo lo que falta. Por desgracia añadió haciendo un gesto en dirección a ella —, ya había recibido la orden de traer la derrota trazada hasta la estación, la que desde luego ya no sirve.
Tanya vio que una expresión de cansancio aparecía en el rostro del capitán al tiempo que sus hombros se hundían.
—Bueno —dijo tras un momento—, ella es mi Jefa de ingenieros y no puedo ignorar lo que me dice. Y lo peor de todo (apareciendo una cierta ira esta vez en sus ojos) es que no puedo comunicarme con la nave desde aquí.
—Dice que lo ha intentado todo y que incluso si se sabe en el cuartel ciertas cosas que ha hecho para lograrlo le abrirán un expediente, pero insiste…
—Sí, ya lo sé —la cortó Patrick.
Miró a Tanya y le dijo:
—Disculpe por lo que le voy a decir, pero la burocracia militar es un desastre. Por culpa de no sé quién, no puedo hablar con los oficiales ni con el personal que está en la nave, pues la uñeta de carga del sistema operativo de las comunicaciones secundarias se me entregó a mí en lugar de a la Jefa.
—No se preocupe, señor —le dijo Tanya, aún cuando tomó nota de la mirada feroz que había aparecido en los ojos del hombre—. Si puedo hacer algo por ayudarle —dijo enseguida sin saber muy bien por qué lo había hecho—, estaría encantada.
Pareció durante un momento que Patrick lo pensaba, pero justo cuando iba a decir algo, apareció un suboficial que a Tanya le resultó familiar, el que flotando hasta apoyarse en el sillón de Patrick le extendió una tablilla con un simple “Disculpe, señor”.
El capitán la tomó y luego de una rápida lectura la firmó con un lápiz óptico y levantando la vista se dirigió a MacAndrews.
—Teniente MacAndrews, le presento al Cabo Alfredo Altamira. Él bajará hoy para que usted pueda cumplir con las funciones que le corresponden y la liberará de todas las cargas que le he impuesto (y volvió a mirar a Tanya) gracias a los errores burocráticos del cuartel.
En efecto el cabo Altamira era un viejo conocido suyo. Compañero en la instrucción en Vladivostok y más tarde en la escuela de administración. Había intentado flirtear con ella, pero al cortarlo en seco, se había portado como un perfecto caballero y un agradable compañero de instrucción, casi un amigo, por mucho que los padres de él y los de ella no se tragaran mucho.
—Mucho gusto, cabo —dijo MacAndrews—, espero su llegada ansiosamente. Ella es la cabo Vilkova, la Asistente personal del Almirante Petrovsky.
—Gusto en verla otra vez, Tanya —dijo este y hablando a MacAndrews continuó—. Fuimos compañeros de instrucción hace años.
—El gusto es mío —dijo Tanya—, y si tienes tiempo, espero que vengas a saludar y recordar viejos tiempos.
Altamira asintió y casi de inmediato el capitán Patrick le dijo a la teniente:
—La nave que llevará al cabo Altamira debería estar llegando a Río a las dos mil de hoy. Espérelo y hágale entrega de todo lo que no tenga que ver con sus funciones asignadas por la oficina de Personal, él se hará cargo. Como no puedo pedir más favores de los que ya pedí para lograr que lo metieran en esa nave, volverá con usted cuando concluya lo que tiene que hacer en tierra.
Le devolvió la tablilla a Altamira y este, haciendo un gesto a Tanya y MacAndrews con el que se despedía, salió de la imagen y en ese momento volvió a ver el cansancio en las facciones del capitán. Como pasó un rato sin que dijera nada más, MacAndrews le preguntó:
—¿No debería descansar un poco, señor?
Él le sonrió con una expresión francamente amistosa y con un tono que no había empleado en ningún momento de los anteriores, le dijo:
—Lo intentaré. Es bueno saber que contaré contigo abordo, Mabel.
—Lo mismo digo, Nelson.
Patrick adoptó el tono formal y a Tanya le dijo:
—Gracias por todo, cabo. Espero volver a verla.
—Lo mismo digo, señor.
Volvió hasta su asiento y agregó a la lista de los pendientes la solicitud que había hecho Patrick para el almirante. De pasada, y dado como estaba puesta la consola, podía ver más o menos al hombre, sin que ella fuese vista por él.
Aún cuando el capitán y la teniente siguieron hablando, ella no levantó el auricular, por lo que Tanya escuchó que tras hablar con el doctor Almeida, se había dado el pase para que los que estaban abordo iniciaran el refuerzo de calcio y hierro de forma provisional. Por otro lado, la orden del cirujano de la nave de agregar a los turnos de guardia el tiempo de una hora de ejercicios de trabajo muscular tenía ya carácter oficial, incorporándola a la rutina diaria.
—Esto ya me tiene harto —dijo Patrick tras el informe de lo hablado con Almeida—, he pensado en tomar un transbordador y colgarme de la onda portadora del satélite para hablar con la nave yo mismo. Lamentablemente aquí hay tanto que hacer aún que no he tenido tiempo ni para pensar en cómo robar un transbordador. Por suerte Víctor se llevó, de forma ilegal, la uñeta de carga del odioso sistema junto con otras 12 que creo que son prioritarias. Le dije que hablara con la Jefa y le diera la orden de poner en línea todo el sistema de comunicaciones como primera tarea. Que dejara otras de lado de ser necesario y debido a esto junto a Víctor dejamos a algunos oficiales aquí en Descanso y subimos a todos los de ingeniería que faltaban por abordar. Ahora estoy junto a Érika tratando de conseguir una nave que se lleve a los oficiales que se quedaron hoy. Y si puedo abusar de ella, intentaremos hacernos con un segundo láser de comunicación entre hoy y mañana.
Tanya sabía que la red de comunicación de la estación Descanso no era primaria, pues dependía de la conexión FTL de los satélites comerciales. Se preguntó a qué clase de idiota se le había ocurrido la idea de no enviar al Astillero la carga completa de los programas de comunicación, al mismo tiempo que ordenaba al Danubio que atracara en el L-5.
Descanso, la más grande y moderna estación Lagrange era el punto principal de acceso a la tierra y la más cercana al quinto punto Lagrange, y como el Danubio era un nuevo tipo de navío militar, no cabía en ninguna de las dársenas de la estación. Como había ocurrido en otras oportunidades ya, debía aguardar quieta en el centro del punto L-5  a que llegaran principalmente desde Descanso las naves y transbordadores con la dotación del rol. Patrick había dicho que los que llegaban al interior de los módulos tendrían ciertas horas de permiso, lo que hizo que se acordara de Neil otra vez, pues él llegaría a la nave en uno de ellos, pero también había dicho que mientras no se asignaran órdenes a los oficiales, no atracarían ni acoplarían ningún módulo. Neil y un montón de otros hombres y mujeres tendrían que quedarse tal vez un día más esperando dentro del módulo flotando a la espera de que les permitieran abordar.
Al recordarlo, le hizo gestos a MacAndrews para que también lo recordase, lo que al parecer funcionó.
—Ahora que recuerdo, señor —escuchó que decía la teniente MacAndrews al capitán—, la Jefa me habló del Jefe O’Brian expresamente. Le necesita lo antes posible para complementar las tareas y como el acoplamiento del ce ele tres estaba previsto para hoy (consultó su Implante) dentro de unas seis horas, ¿Cree usted que se podría permitir dicho acoplamiento?
Tanya en ese momento le puso toda la atención que pudo.
—¿Por qué es tan importante? —dijo Patrick—.
—Verá, señor. O’Brian llegará con toda una brigada de mecánicos y eso acelerará en gran parte el proceso de revisión y control de estabilidad, según me informó la Jefa. Además tiene a varios de los técnicos realizando tareas de mecánicos, pues no ha subido ninguno a la nave, creo.
—Muy bien, teniente —dijo finalmente el capitán—, daré la orden aquí en la estación y le pido que llame al Danubio y le indique a la jefa y a Arriman que autoricen el acoplamiento según lo previsto.
Pudo ver cómo Mac Andrews suspiraba al mismo tiempo que lo hacía ella, y más adelante desde la estación llegó la voz del capitán que sonaba algo más alegre.
—Por cierto, le tengo otras dos noticias que creo le agradarán, teniente. Dado el rango de maniobra que se da a los capitanes de fragata he reclasificado a dos oficiales. Marco Zúñiga pasa a ser Segundo Timonel y la Alférez Gorvayeva, a recomendación del propio navegante, pasa a ser primer asistente de derrota. de modo que por favor le pido que lo actualice en las fichas que usted maneja. Le estoy enviando ambos archivos a la consola en este momento, cosa que le pido reenviar al Danubio y ponga en antecedentes a Milovsky junto con Arriman. Por otro lado dentro de unos quince minutos debería aterrizar Alicia en el cuartel de Río. Asumirá la función de hacerse cargo de los suministros que estaba haciendo usted, de modo que por favor entréguele todo lo que haya hecho en tal sentido hasta ahora.
Al escuchar eso último MacAndrews se inclinó a la consola con una enorme sonrisa mientras decía:
—En serio, señor. Esa es una muy buena noticia. No tiene ni idea de cómo es ese asunto y yo no soy oficial de artillería ni por asomo.
—Supuse que esta noticia le agradaría, teniente.
—Sí, señor. Iré a recibir a la Condestable ahora mismo. Disculpe, capitán —dijo a continuación MacAndrews—, pero ¿Sabe ya cuándo podrá abordar?
—Por lo que parece, lo haremos juntos, teniente.
Luego de unas palabras más por parte de ambos la señal se interrumpió y MacAndrews le pidió si podía usar nuevamente la consola.
Luego del permiso que Tanya le dio de inmediato, la oficial marcó un código y tras unos momentos, apareció la cara de un joven que resultó ser un tal George Arriman, al cual se le informó de las modificaciones en el rol y del envío de tal información. Se le informó del próximo arribo del primer oficial y luego del asentimiento, se le pidió hablar con la Jefa. Unos segundos después, apareció en la consola el rostro de una mujer de más o menos treinta y cinco años que era realmente bonita por lo que Tanya podía ver desde su posición.
—Buenos días, señor —dijo la mujer en la pantalla.
—Buenos días otra vez, Jefa. El capitán me pide que le informe que se autoriza el acoplamiento del CL3 según lo previsto, así que por favor dé las instrucciones pertinentes para hacerlo.
Parecía que la montaña que había llevado la oficial de la pantalla sobre sus hombros se aligeraba, pero lo que MacAndrews le dijo después pareció quitársela por completo de encima.
—Además le informo que hoy, no sé muy bien en qué momento, arribará uno de los cúteres del Navío en el que van la mayoría de los oficiales comandados por el primer oficial, teniente comandante Guzmán. Además se dejó a algunas personas en la estación para enviar al resto de su gente a bordo.
—Gracias, señor —dijo la Jefa—, me ha dado un montón de buenas noticias.
—¿Está usted sola? —Preguntó MacAndrews
—Sí, señor.
—Bien, porque además el comandante Guzmán le lleva un regalo ilegal —y al ver el seño de la oficial en la consola se apresuró a continuar—. Es una serie de programas que estaban en poder del capitán, entre los que está su siguiente prioridad absoluta: El sistema operativo de todos y cada uno de los rangos de comunicación de la nave. El secundario y el interno tienen prioridad total y ahora que tendrá mecánicos y el resto del cuadro de ingeniería, preocúpese exclusivamente de eso, por favor.
—Desde luego, señor. Me encargaré tan pronto como el comandante me los entregue.
—Por último —dijo MacAndrews—, el capitán ha ordenado un cambio en el protocolo de acceso que le estoy enviando en este momento. Ningún oficial tendrá el descanso de veinticuatro horas, a menos que llegue en alguno de los módulos que tienen tripulantes a bordo.
—Muy bien, señor.
Luego de esta respuesta, se despidieron y la oficial se puso de pie al tiempo que retiraba su tarjeta de la consola y guardaba la tablilla en el bolso que había llevado con sigo.
—Bien, Cabo. Le agradezco sus atenciones y la charla —dijo mirando a los ojos a Tanya—, pero ya ha visto cómo están las cosas con la llegada del Danubio. Supongo que como habrá escuchado, la singladura propuesta no sirve —concluyó haciendo ondear la mano hacia la consola de trabajo de Tanya.
Se puso en pie y mientras colocaba la consola en su lugar, le dijo:
—Espero alguna vez verla otra vez, Teniente. Después de todo es posible que desde ahora también conozca el otro lado que hay en una relación de amor, como las discusiones, las peleas y los desacuerdos.
—Y Usted —Respondió ella—, la añoranza, los recuerdos y la impaciencia.
Ambas sonreían abiertamente y con un gesto de la cabeza la oficial se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. La abrió y salió por ella, pero justo cuando Tanya se sentaba para retomar sus tareas algo más confortada, la mujer asomó la cabeza y le dijo:
—Sé que tenemos comedores distintos, así que ¿Le gustaría almorzar hoy conmigo?
Sin que Tanya pudiera decir nada, ella continuó:
—Hay un bonito lugar para almorzar a dos manzanas fuera del cuartel, bajando por la avenida estelar. Se llama Bruno y es bastante bueno.
—Encantada, Teniente.
Luego de eso se fue y eso la dejó de mucho mejor humor.
Más o menos una hora más tarde, se le informó que el Almirante entraba al edificio. Lo vio en una de las pantallas llegar al piso de la oficina y hablar con un par de secretarias y entrar finalmente en su despacho.
Tanya, al haber sido informada de que había llegado, entró al despacho del almirante cuando él miraba sus mensajes y tras saludarla de manera informal, le dijo:
—Tal y como siempre, Tanya, su café debe ser el mejor de todo el cuartel. Gracias por tenerlo siempre listo cuando llego. ¿Algo que destacar?
De echo sí, señor. Estuvo aquí la oficial táctico del Danubio con la derrota propuesta para llegar a Clarke, la que me parece que ya no sirve pues la fecha estimada para la partida será retrasada. Mientras hablábamos, el capitán Patrick llamó y pidió que por favor lo llame a Descanso tan pronto como pueda. Le dejó una indicación para informarle, la que agregué en el orden del día.
Dejó la tablilla con los asuntos pendientes y el orden del día, en el que estaba la nota del capitán del Danubio sobre el escritorio y se dispuso a llenar nuevamente la tasa del Almirante.
—¿Hay alguna otra cosa de interés? Le preguntó él cuando ella le dejó la tasa junto a la consola.
—Lo de siempre, señor. En la agenda hay una propuesta para los siguientes dos días y me gustaría que le diera su aprobación para comunicarme con las personas con quienes deberá citarse.
—Bien, entonces llamaré a Patrick ahora y la agenda la veré tan pronto termine con él. Además necesito que organice una reunión con todo el personal de la oficina para dentro de dos horas más o menos.
Una vez que informó a todos en la antesala que el jefe hablaría con todo el mundo a las mil trescientas, volvió a su oficina y colgando nuevamente la chaqueta en el sillón, volvió al trabajo. Era mucho más cómodo para Tanya trabajar sin la chaqueta del uniforme, pero tenía un inconveniente. Al tener el busto bastante grande a pesar de su poca altura, la corbata quedaba colgando por delante de su estómago, por lo que el broche debía usarlo de forma incorrecta por debajo del pecho. De este modo, cada vez que salía de la oficina se ponía la chaqueta pues ya fuera con la corbata colgando suelta o bien recogida de forma indebida, destacaba y la miraban con demasiado interés ciertas personas.
En realidad la miraban igualmente, pues la chaqueta hacía poco por disimular el busto y aún recordaba al doctor Olguín cuando le había cambiado el implante y le había dicho: “Usted me distrae, cabo. Debería usar abrigo aún en verano”.
Ella trataba de disimularlo de alguna forma, pero las normas sobre el uso del uniforme eran muy estrictas y no era mucho lo que podía hacer a ese respecto, por desgracia.
Más o menos una hora después, el almirante entró en su oficina y tras sentarse en el mismo lugar que MacAndrews había usado antes, le dijo:
—Le tengo una noticia que le cambiará la vida. En realidad nos cambiará la vida a todos aquí en la oficina. El mando superior ha aprobado el traslado de la dirección de la flota del sistema a la estación Clarke. Mi estado mayor y yo nos vamos obligados, pero todo el personal de administración deberá ir como voluntarios del servicio.
Tanya estaba sin habla. Se trataba de dejar la Tierra por un largo, largo periodo de tiempo. Los rumores pues eran ciertos.
—¿Dejar la Tierra, señor?
Cuando el almirante asintió, Tanya se puso a pensar. Hacía más de un año que no salía al espacio y después de todo la idea de salir había sido el germen que la había hecho dejar la familia y presentarse como voluntaria a la instrucción de la escuela de suboficiales. Pero dejar todo eso por un lugar como la estación Clarke significaba también que debería acostumbrarse a una gravedad disminuida, de más o menos el setenta por ciento. Le faltaría además la luz solar y las nubes, la lluvia, el viento, el rocío en la mañana, las flores…, tantas cosas le faltarían.
—¿Tenemos que presentarnos como voluntarios hoy mismo?
—No —dijo el almirante—, tienen más o menos una semana para tomar una decisión a este respecto.
Hizo una pausa, tomó un poco de aire y continuó:
—Tanya, durante ya no sé cuánto tiempo usted me ha ayudado y podría decir que me ha cuidado. Quiero que venga conmigo a Clarke y participe en el proceso de manejo de los tipos a los que entregamos los mandos de las naves que andan por ahí con un miserable enlace FTL para hablar con casa. No le voy a mentir, todo va a cambiar en su vida, sus amistades y su futuro, pero realmente me encantaría que viniera conmigo.
Ella se puso en pie y caminó una vez más hasta la ventana y pensó. Pensó furiosamente como hacía ya un largo tiempo no pensaba. Ahora que Neil ya no estaba y la relación con su familia, si bien es cierto había mejorado, no había sido extraordinaria desde que se había opuesto a los deseos de su padre, así que en la Tierra ya no tenía nada que pudiera llamar atadura.
Giró para mirar a ese hombre que era casi como un padre y como siempre notó que le miraba los pechos, pero su mirada siempre había sido apreciativa, nunca lasciva y ya casi le resbalaban. Al ver en sus ojos el cariño que sentía por ella, caminó hasta un mueble con llave en el que guardaba un montón de cosas que consideraba importantes en su vida. Lo abrió con su código y sacó un libro de su interior. Era un volumen viejo, aunque no tanto como para tenerlo en una red de protección. Mirando otra vez a su jefe le dijo:
—¿Alguna vez le he dicho por qué me uní a la Armada?
El almirante asintió con lo que ella extendió la mano al tiempo que le decía:
—Explorar. Llegar lejos y descubrir cosas que me asombraran. Ese libro —continuó mientras lo ponía en manos del almirante—, fantasía pura y completa me hizo cuando tenía unos seis años querer ir al cielo y ahora usted me permite que viaje justo al límite que hay entre “La Ciudad y las Estrellas”. Muchas veces me veía a mi misma viviendo en Diaspar o arrastrándome por la montaña de cristal, pero siempre quise conocer y explorar. A veces pensaba que si hubiese nacido hombre me habría cambiado el nombre por el de Alvin, pero así es como llegué al mundo y así me moriré.
Apoyó la espalda en el mueble del que había tomado el libro y continuó:
—Antes de venir a trabajar con usted recorrí gran parte del planeta ¿Sabe? Hace poco más de tres años salí a la luna con usted y más tarde fuimos a Descanso, Magallanes y Colón. Luego nos tocó ir a Júpiter para inspeccionar todas sus estaciones mineras y luego volvimos aquí. Desde los seis años, señor. Desde los seis años he querido ser como Alvin, como Matt Dodson, Delos D. Harryman, los hermanos Bartlett, los niños de Jijo y tantos otros de esos libros que me leía de niña. Me preguntaba cómo sería vivir en el espacio y cómo sería estar sin gravedad en el cuerpo. Como, con tantas historias a cuestas, habíamos por fin llegado a las estrellas sin que yo pudiera ir.
—Ahora usted, a quien tanto debo, me pide que dé el siguiente paso para dejar la Ciudad y partir a las Estrellas. En concreto, señor: no necesito pensarlo mucho, pues se inicia o mejor dicho se continúa el sueño de mi vida. Ahí me tendrá —dijo al tiempo que sentía como se estiraban los músculos de su cara en una sonrisa de oreja a oreja—, hasta que el sueño termine o siga avanzando hacia el final.
—Mi querida niña —dijo el almirante con voz quebrada—, no tiene idea lo que significa esto para mí.
Se puso de pie y acercando el libro hacia ella le dijo:
—Gracias. Ahora tengo que decírselo al resto en un rato más, pero en realidad me preocupaba por su decisión y ahora me siento más tranquilo.
Tanya tomó el libro y tras acariciarlo un momento fue hasta el escritorio. Con el lápiz que solía usar para el diario escribió en la primera hoja: “Un regalo para la próxima partida”.
Fue hasta su jefe que estaba casi en la puerta y le extendió el libro.
—Es mi forma de darle las gracias, señor.
Le puso el libro en la mano y al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas se volvió para ir hacia su escritorio, pero como ya tantas veces había ocurrido esa mañana, fue sorprendida.
Le puso la otra mano en el hombro y haciendo que girara, la abrazó, lo que nunca había hecho antes. Fue muy breve, pero fue un gesto al que no supo cómo responder y la dejó de pie en la oficina cuando sin decir una palabra el almirante salió haciendo que se quedara totalmente paralizada.
Casi cuando era la hora del almuerzo, entró una vez más a la oficina del Almirante para dejarle unas notas sobre ciertas reuniones de la tarde y entregarle el menú del comedor de oficiales superiores. En ese momento él le preguntó por la cantidad de gente que se había ofrecido.
—Bueno, señor, de momento tengo a tres personas que se presentaron voluntarios para el traslado a Clarke, pero creo que durante esta semana aumentarán. Francamente —dijo enseguida—, creo que de los doce llegaremos con suerte a ocho, señor.
—Bien, creo que habría que pensar en hacer una selección de personal para la próxima semana —dijo Petrovsky—, porque me parece que no podremos retrasar la subida más allá de dos a tres semanas más.
—¿Tan pronto, señor?
El almirante asintió y le dijo que por eso había hablado con Patrick.
—El Danubio nos trasladará a todos a Clarke en calidad de invitados.
Cuando más tarde sentada en un agradable lugar que estaba lleno de oficiales y suboficiales de la armada le contó a MacAndrews que estarían en la primera Derrota oficial del Danubio, la sonrisa que esta le dirigió fue deslumbrante.
Aprovecharía la oportunidad para hablar con él, nada lo evitaría y trataría de que lo entendiera de un modo o de otro.

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