Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

domingo, 21 de julio de 2013

Seis: Mariana






Seis





Mariana






Mientras esperaba que desde el control de Descanso les dieran permiso para salir, Mariana terminó de revisar por última vez los sistemas de navegación, energía, timón y de motores. Le gustaba mucho la Lancha del Capitán, pues era un vehículo excelente. Gran capacidad de maniobra y unos motores tan nuevos que daban la posibilidad de ir de un kilómetro a setecientos kilómetros por hora en segundos, aumentar progresivamente hasta el máximo de mil ochocientos (según las especificaciones del fabricante), pero ella pensaba que daría más. si se forzaban las cosas y se hacía necesario llegar hasta ese punto, claro. En realidad lo que más le gustaba de la Lancha era la facilidad con que se podían hacer las maniobras.
Además todo estaba nuevo y olía a nuevo por todos lados.
De forma inconciente paseó dos dedos por el emblema de la nave que tenía en el uniforme, y se preguntó una vez más quién sería la persona que el capitán habría recordado al mirarla. No se trataba de un asunto de ego exacerbado ni mucho menos, pero ahí estaba la duda. ¿quién?
Giró un poco la vista hacia la parte de pasajeros de la lancha, notando que terminaban de acomodar sus traseros en los asientos en previsión de la caída libre, la que sentirían tan pronto se soltaran de la plataforma.
—¿Cómo vamos? —le preguntó a Bono, que al parecer estaba terminando de comprobar los dispositivos de señales y detección. Al tratarse de una nave nueva como aquella el asunto era medio redundante, pero las normas decían que debía hacerse.
—Si algo en esta consola falla, me comeré su insignia, PJ. Todo está del color más verde que he visto nunca en una nave como esta. El sistema es tan nuevo que casi no tuve que pedirle que hiciera la comprobación de rutina, en serio.
Mariana sonrió con ello, básicamente porque era cierto. Con ello recordó el cómo era que estaba ahí, recogiendo a los últimos que faltaban por abordar…, bueeeeno, faltaban los que se unirían a la tripulación en Clarke, pero en fin.
Estaba en su puesto cuando el Comandante Guzmán había salido de su oficina en el puente y le había dicho que por fin, el capitán iba a subir a bordo, de modo que tomara la Lancha y fuera a descanso a recogerlo junto con los que aún faltaban por abordar.
La Teniente MacAndrews, el cabo Altamira, la condestable Miranda, la alférez Van Hirst, el alférez Lian, el teniente Canin y los sargentos de artillería Gómez, Barja y Toledo.
Parecía que alguien había determinado de antemano quiénes se quedarían en descanso, porque la Lancha podía albergar diez pasajeros y contaba con dos asientos para piloto y señales, de modo que estaría completa al salir de la estación.
Llévese la lancha —había dicho Guzmán— y así veremos qué tal anda. Creo que está con sus etiquetas intactas, así que va siendo hora de sacarla de una buena vez.
El comandante le había dicho que se llevara al señalero Bonanova, al que todos llamaban Bono, y ambos habían bajado hasta la dársena de la Lancha. Pero antes de partir, cómo no,  se vieron obligados a (y no había otra forma de verlo) desempaquetarla: Quitar todas las fundas de plástico de los asientos, arrancar las tiras de protección de todas y cada una de las consolas, quitar los precintos de las taquillas, activar el generador de energía principal y llamar así como esperar a que un grupo de los negros se llevara el material que había protegido el interior de la nave, para que fuera reciclado. Con eso pensaba que estaba todo listo y por fin podría poner sus manos en el timón, pero no: Antes había que cargar la uñeta del programa de control, conectar la Lancha al sistema de comunicaciones de la nave y hacer el chequeo de todos y cada uno de los sistemas. Gracias a todo ello, y dos horas después de recibida la orden por parte de Guzmán, pudo por fin pedir que se abriera la compuerta exterior para sacar la Lancha de su dársena particular.
Por cosas de la ruta por la que habían entrado con la nave al L-5 debía rodear la nave para poder enfilar a Descanso, dado que la dársena estaba a babor, mientras que por la amura de estribor a más o menos treinta kilómetros estaba la estación. Destino al que no tenía mucha prisa por llegar, porque quería probar qué tal se llevaba ese timón. El problema era que en concreto la estación no estaba tan retirada como para tener mucho tiempo en tales asuntos, así que con la resignación pintada en la cara hizo subir la Lancha por el costado; pero se dio un pequeño gusto. Cuando había estado en el astillero sola los primeros días, había paseado por fuera del casco de proa a popa. Gracias a ello sabía exactamente dónde estaba casi todo en el Danubio, por lo que haciendo un pequeño desvío en el asenso para rodear la enorme estructura, pasó por sobre la cúpula superior del puente. Levantando la vista, había logrado ver gracias a la ventana curva de la Lancha la forma del serviola que estaba en la parte más alta y creyó ver que le hacía un gesto con la mano. Naturalmente, algo como eso significó que unos pocos segundos después recibiera una llamada del Comandante.
—Teniente, si va a alterar cada curso que se le dé en el futuro, le recomendaré al capitán que reclasifique al timonel y los demás pilotos.
Lo siento, señor —fue su respuesta inmediata—, pero es que estoy comprobando la maniobrabilidad de la Lancha del Capitán. —Claro que había notado que el comandante no estaba realmente enojado, pero la reprimenda se la merecía de todos modos. La llamada era solo de audio: Sabía que si la cosa hubiese sido más grave, la cara del teniente Guzmán se habría visto en todo su esplendor por sobre la consola.
Le había gustado trabajar con el teniente Guzmán durante esas casi dos semanas. Se notaba que era un oficial experimentado y sabía dar las órdenes correctas, aunque algunas veces no gustaran a todo el mundo, como lo de tener en el puente a dos miembros del cuartel médico como parte integrante de la dotación del mando del navío. Almeida había protestado declarando que era algo innecesario, que las distintas formas y rutas de llegar al puente lo hacían redundante. Pero Guzmán, cómo no, se había plantado frente al Buen doctor con la autoridad que le daban los galones de sus hombros y los diez centímetros de más que le sacaba a Almeida. Con un argumento que nadie se esperaba, le había explicado que durante maniobras, ejercicios y batallas o escaramuzas en el espacio se producían muchas veces desplazamientos de objetos o personas que causaban accidentes que requerían atención en muchos casos inmediata.
Desde luego el Buen doctor había dicho algunas cosas más, pero finalmente admitió que sonaba razonable, de modo que dos de los asientos que normalmente quedarían reservados a los invitados del capitán o los oficiales, quedaron destinados a dos miembros del personal médico. Los que según la rotación de las guardias cambiaría, siendo ocupados por alguna pareja de los Medis del navío.
Por otro lado, la taquilla que estaba junto a ese lugar, quedó destinada para una serie de suministros y equipos de emergencia para casos de accidente, “Por si acaso”, como había dicho el primer ocupante de la butaca médica del puente.
Una hora más tarde (y ella había sospechado que Almeida se había demorado a conciencia) la doctora Dillon había entrado en el puente con un servidor personal, junto al enfermero Miguel Quinteros, y  cargando con la caja que traía los suministros para la taquilla.
Era una mujer bajita de pelo rojizo oscuro y unos hermosos ojos verdes que sonreían en todo momento. De buena figura (como todo mundo en la flota) y de constitución robusta, era notablemente simpática en el trato con todo el mundo y Mariana había notado que ella y el primer oficial se conocían de antes. No habían dicho nada ni habían mostrado nada que así lo demostrara y por lo demás el comandante llevaba más de tres días a bordo. Era de suponer pues que se habían visto en más de una oportunidad, pero algo en la forma en que la doctora miraba al comandante y la amistad que se veía en la mirada de él le decían eso a Mariana, que justamente se conocían de antes de esa asignación.
Quinteros, tremendamente atractivo y con el gesto de ser de sonrisa fácil, había seguido a la doctora y con modos finos así como amables, se había sentado junto a Dillon. En apariencia, encantado de ser el primer enfermero en ocupar dicho puesto.
Luego de eso el comandante había realizado una serie de cambios en un montón de áreas de la nave. todas sensatas y bien orientadas de una forma tan lógica, pero al mismo tiempo de una naturaleza tal, que a Mariana nunca se le habrían ocurrido, pero una vez que El teniente Guzmán las había implementado, parecía que era la forma correcta de hacerlo todo en un navío estelar.
—Es la diferencia que se ve en quienes han pasado por la escuela de mando —le había dicho la Jefa cuando le había comentado ese asunto. y sospechaba que cuando el capitán se hiciera cargo del Danubio, estaría bastante satisfecho. O tal vez no, pues era tanto o más veterano que Guzmán y ya había capitaneado una nave de patrulla por un buen tiempo.
En el momento que pedía disculpas por haber pasado a pocos metros de la cúpula, ya se veía en todo su tamaño la estación Descanso. Haciendo un par de piruetas, Para ver qué tal…, se había aproximado al anillo central reduciendo cada vez más la velocidad de aproximación a la espera que le indicaran a cuál de las plataformas de aterrizaje dirigirse en la maniobra final.
Descanso era, en opinión de Mariana, un monstruo del espacio: Un enorme cilindro de más de diez kilómetros de largo y algo así como cien metros de ancho, tenía a distancias iguales tres anillos de un kilómetro de grosor. Con ocho radios que partían del eje, de un largo de tres kilómetros hasta la parte externa de cada anillo, formaban los soportes de las descomunales ruedas de carreta que eran los anillos de la estación. Anillos que giraban a la velocidad necesaria para darle a la parte más externa una gravedad del setenta por ciento de la terrestre. El anillo central, que giraba en la dirección contraria de los dos exteriores y que albergaba la parte militar de la estación, era con mucho el con más plataformas de aterrizaje. Después de todo el intercambio de personal militar era algo permanente…, más aún ahora con el Danubio.
En la parte final del eje que quedaba más cerca de la Tierra, un enjambre de naves civiles y militares estaban amarradas a las más de treinta dársenas de amarre que las conectaban mediante tubos flexibles para carga y pasajeros.
Amarrar ahí era simple, pues como el eje no rotaba, el asunto era llegar y, con mucho cuidado, afinar la puntería lo mejor posible para colocarse en una de las hileras y acercar la nave a la plataforma en que las bocas de los tubos esperaban la conexión. Por el contrario, aterrizar en los anillos era sumamente complicado. Pero claro, ella era una experta…, modestia a parte, por supuesto.
De modo que cuando el control de Descanso le dijo que se abriría la plataforma catorce, Mariana había puesto la Lancha junto a dicha entrada y había igualado la velocidad con la de la rotación del anillo. La cosa era mantenerse en paralelo y desplazarse lateralmente hacia el interior y cambiar en el momento justo y de modo paulatino de los impulsores laterales a los verticales cuando se extendiera la plataforma, activar los electroimanes para afianzarse en ella y una vez afirmada, apagar rápidamente todos los motores. De esa forma, tan pronto como se hiciera el contacto, la plataforma se retiraría del exterior y permitiría dejar su carga dentro de la estación.
Lo había hecho un montón de veces, pero no pudo evitar sentir un orgullo enorme cuando comprobó que la había puesto en el centro exacto de la plataforma. Luego vino el peso aplastante de la gravedad repentina y el tirón hacia atrás de la velocidad de la rotación. Pero cuando la plataforma estuvo por fin dentro y la compuerta se cerró, las fuerzas naturales del cuerpo como el oído medio y la musculatura hicieron lo suyo  y se fue sintiendo menos torpe con cada segundo que pasaba.
Bono, con el gesto de estar pasando por lo mismo que ella, informó del acoplamiento completado, y el mando de Descanso inició el cierre de la compuerta y posteriormente la presurización, hasta que por fin todo se puso de un hermoso color verde. Las luces giratorias del interior se apagaron y una alarma de dos segundos sonó por todo el lugar, dando por finalizada la maniobra de entrada. Además al escuchar el sonido, quedó claro que tanto la Lancha como el lugar al que se había fijado compartían el aire, lo que quedó más que claro pues el olor de la estación era manifiestamente más envejecido que el suministrado por la nave que había piloteado, puro y nuevecito.
Se desamarró del asiento y se puso de pie al mismo tiempo que Bono y notó lo torpe que aún estaba, pues llevaba un montón de semanas viviendo en la ausencia total de gravedad desde que la habían sacado de la luna para ir a la nave. Por ello con dedos algo torpes se palpó la cola de caballo que bajaba desde la parte baja de la nuca hasta un poco más debajo de los hombros y comprobó que no habían pelos o mechones sueltos, así que fue hasta la escotilla de babor y una vez abierta, bajó la rampa, y por primera vez en mucho tiempo no tuvo que realizar los movimientos que la harían flotar hasta su destino. Desde luego no había superficie de fricción ni agarraderas o pasamanos móviles, así que se sintió algo más torpe que sus dedos al pensar que debía caminar por la superficie metálica sin apoyos o sujeciones. Por un momento no supo qué hacer con las manos y pensó que se caería, pero tan pronto comenzó a caminar, la cosa fue mejorando de a poco.
En una de las puertas interiores vio que había tres personas de uniforme oficial que estaban junto a los clásicos equipajes robotizados militares.
Un hombre y dos mujeres que la miraban. Tan pronto como estuvo a un par de metros de ellos, le hicieron el saludo al que respondió de forma automática. Los tres eran sargentos de artillería y tenían un aire serio y correcto, aún cuando la mujer más alta y delgada de piel del color del café tenía una sonrisa algo especial. Fue ella quien hizo las presentaciones ya que al parecer era la suboficial de mayor antigüedad. Se llamaba Casandra Toledo y los otros eran Ricardo Gómez y Jemima Barja, todos sargentos de artillería asignados al Danubio y en el caso de Barja, la primera vez que salía del planeta.
Mariana se había presentado así como a Bonanova y les había preguntado por el resto. No tenía ninguna intención de pasar por la puerta, pues no había llevado sus charreteras y llevaba el uniforme de la nave, lo que significaba una falta al protocolo si entraba de esa forma en la estación. Además había supuesto que atracarían y todos estarían listos para irse de inmediato.
—Altamira, Lian y Canin vienen de camino —le dijo Toledo—, pero los otros cuatro están al otro lado del anillo haciendo algo con la Jefatura y ni idea cuánto rato más demorarán.
—Bien —le dijo Mariana—, si lo prefieren pueden subir a bordo hasta que los demás lleguen. Los equipajes en la parte de carga, por favor.
Bono había abierto la sección de carga y de los tres, Gómez fue el único que quiso subir, pero a petición de Toledo se llevó las Roboletas para dejarlos al interior de la Lancha. Se fijó en que Bono escaneaba los equipajes y le hacía el chequeo a Gómez, lo que significaba que no había olvidado las instrucciones de Guzmán, de modo que se las había explicado a las otras dos.
—Como llegaremos a la nave junto con el capitán, en ese momento se hará la ceremonia de rigor. Por ello es que el chequeo de seguridad se debe hacer ahora y tan pronto como lleguen todos, el alférez enviará los archivos a la nave.
En ese momento Bono se acercó con la consola de seguridad y ambas le entregaron la tarjeta y pasaron por el escáner de retina, luego del cual Toledo había preguntado si en ese momento podrían tener el emblema, señalando al pecho izquierdo de Mariana.
En todos los uniformes de la nave, sobre la parte izquierda, había un óvalo de color oro en que se veía una estilizada letra D de color celeste que era atravesada por una corriente de agua azul claro. Con ello se simbolizaba al río de Europa que le daba el nombre al navío, del que todos estaban tan orgullosos.
—Lo tendrán que comprar en la tienda de la nave —les había dicho Mariana sonriendo, pues Brawnie (como llamaban todos al encargado de la tienda) los había llevado a bordo autorizado por la Flota y los estaba vendiendo a todo el mundo a puñados. Ella misma había comprado el que por obligación debía llevar, pero estaba tan orgullosa de pertenecer a la dotación, que había comprado otros dos para llevar siempre el emblema en el uniforme.
Gómez se había perdido ya al interior de la Lancha y los cuatro iniciaron una agradable conversación en la que las artilleras les preguntaron por el navío. Tanto Mariana como Bono habían hablado bastante de lo espaciosa que era, los sistemas nuevos que se estaban usando por primera vez en la Armada, lo cómodo de algunos de ellos (como el de comunicación interna que era francamente magnífico) y lo atareados que habían estado.
—Eso no es nada —había dicho Toledo—, aquí hemos tenido una enorme cantidad de trabajo y por suerte para el capitán, Altamira volvió de la Tierra junto con MacAndrews y Miranda para ayudarnos. Personalmente he estado bajo el mando de tres capitanes, pero puedo decir que el nuestro, por lo menos en apariencia y por lo que he visto en estas semanas, es un gran tipo.
Barja se había dedicado a asentir a lo que la otra mujer decía; Mariana estaba medio convencida de que era muda o tremendamente tímida, pero en ese momento dijo que si no hubiese sido por la alférez Van Hirst y el teniente Canin, todos habrían caído rendidos mucho antes. Barja, que era bastante atractiva y tenía una voz preciosa se había ruborizado casi hasta la raíz del pelo y no dijo mucho más, de modo que lo de que era tímida fue lo que al parecer había determinado que hablara tan poco.
Un minuto después la puerta se abrió y tres personas entraron a la plataforma, seguidos por seis Roboletas, de las cuales tres eran más grandes de lo normal. El suboficial era el Cabo Alfredo Altamira, y los otros dos eran miembros del equipo de señales. El alférez Kim Lian y el jefe de los señaleros de la nave, el teniente Stephen Canin.
Era realmente una buena cosa ver a su antiguo compañero de la academia, con un rostro (negro como la noche) que no había cambiado en nada desde los días de Viña del Mar. No es que hubiesen sido los mejores amigos en aquellos años, pero Mariana debía reconocer que había sentido bastante alegría al ver que Stephen estaría con ella en esa nave.
Todos se habían presentado con bastante cortesía a Mariana y a Bono, y se habían sometido de inmediato al chequeo de seguridad. Altamira había ido rápidamente a la parte trasera seguido por todas las Roboletas a petición de los demás, con lo que Mariana se había fijado en el suboficial:
Tal vez unos pocos años mayor que ella y con cierto atractivo, destacaba por ser hijo de una de esas familias de rancio abolengo de la Confederación. En apariencia algo estirado o formal; sin embargo tenía para ella un aire amable que destacaba por sus ojos, que parecían francos.
Y entonces se fijó realmente en la cantidad de equipaje con la que cargaba rumbo a la lancha. Le habían explicado a Mariana que los más grandes eran los efectos personales del capitán y los otros eran los de cada uno de ellos. Recordaba que el equipaje del primer oficial era más grande de lo normal, pero se preguntaba por qué tantos efectos personales podía tener un capitán, ya que en sus asignaciones anteriores nunca se había fijado en cuántos bultos cargaban los oficiales al mando de los puestos en que había servido.
Kim era, como le habían contado sus compañeros de la Academia y que estaban ya en la nave, serio y formal hasta el paroxismo. No muy alto, de rasgos orientales marcados y pelo negro como un pozo, no había dicho mucho fuera de presentarse. Según su hoja de servicio bastante bueno en señales, pero a Mariana no le cayó bien al tenerlo tan cerca. Imposible decir bien el por qué, pero ahí estaba: no tenían por qué caerte bien todos tus compañeros, pero era una lástima que alguien te cayera mal a la primera. En fin, nada que hacer por ahí.
Altamira al regresar con ellos les había contado que el capitán y quienes estaban con él llegarían luego, porque la jefatura estaba discutiendo con él sobre recursos tácticos, de modo que la teniente MacAndrews y la condestable estaban dando la cara por las necesidades de la nave. La Alférez Van Hirst, con todos sus encantos (y era el término que Altamira había usado)  intentaba por todos los medios posibles detener la carga del último módulo que faltaba para incluir en él los suministros que estaban intentando conseguir.
—La burocracia de la Armada ha resultado decepcionante en el armado de la nave —fue su comentario final a todo esto.
Luego de algo así como veinte minutos, en que hablaron desde luego sobre el Danubio, llegaron el capitán, la condestable y la oficial táctico junto a sus equipajes, que pasaron el escaneo y más tarde a Miranda y a MacAndrews se les hizo el chequeo de seguridad. Al capitán, como ya sabían casi todos a bordo de la nave, se le había realizado un completo chequeo en Río al momento de recibir su nombramiento.
Mariana y Bono se habían puesto firme frente a los oficiales y en especial al capitán, que tenía una mirada de expectación muy similar a la que ella había visto reflejada en el espejo, mientras esperaba que la fueran a buscar para poder subir al astillero hacía ya casi tres meses.
Todos los que habían llegado, incluyendo al capitán, vestían el uniforme oficial del servicio de color azul, camisa blanca y corbata azul marino, pero MacAndrews y el capitán Patrick llevaban bajo el brazo la gorra del mando, y como en la mano izquierda el capitán llevaba un maletín de aluminio, para saludar había puesto dicha gorra bajo el otro brazo y mediante un saludo bastante mecánico había cumplido con la formalidad y devuelto la gorra a su anterior posición. Con la orden de “¡descansen!”, pronunciada por MacAndrews en tono bajo pero firme, todos se habían relajado y Mariana pudo ver que el capitán miraba con ojo crítico la Lancha.
Era de unos treinta y cinco o treinta y siete años, (no podía recordar lo que decía la ficha que había leído); de más o menos un metro y ochenta y algo centímetros. De constitución fuerte y gesto firme, de rostro cuadrado, mandíbula y barbilla fuerte y unos agradables ojos grises que flanqueaban una nariz recta. En conjunto, en opinión de Mariana, Nelson Patrick era atractivo más que bien parecido, porque su rostro no era bello bajo ningún aspecto, pero sus gestos y el conjunto de todas sus partes generaban un atractivo sexy que le hizo sentir cierto calor en la parte baja de su estómago.
Tal vez era por la mirada de esos ojos, o por el aire de autoridad que irradiaba de todo su ser; pero realmente para alguien como Mariana, que había disfrutado de la pasión y la entrega, que además tenía una buena cantidad de amor en su pasado, la imagen de ese hombre y lo sensual de su porte le hicieron sentir algo que desde Daniel no había experimentado. Atracción, de la clase más primitiva y animal, por lo que se encontró preguntando si le pasaría sólo a ella, a unas pocas o a muchas mujeres lo mismo con ese hombre.
Luego de un momento él la había mirado de frente, y haciendo un gesto con la gorra a la Lancha, le había preguntado qué tal andaba.
Mariana le había dicho que era una embarcación excelente, de gran capacidad de maniobra y de timón suave.
Él se había acercado al vehículo y comenzado a caminar a su alrededor con aire crítico, pero al mismo tiempo satisfecho y en ese momento una voz a su lado, que reconoció muy bien, le dijo:
—Es impactante ¿No lo cree, teniente?
Había hablado casi todos los días con la Teniente MacAndrews por lo menos tres a cuatro veces por turno, pero su voz, grave y alegre al mismo tiempo resultaba mejor en persona. La condestable estaba por detrás de la Teniente MacAndrews y junto con ella se encontraban solas, pues el resto estaba organizado en grupos que charlaban y admiraban la Lancha, pero sin interrumpir el paseo que hacía el capitán. Cuando Mariana miró a la teniente, se fijó en que miraba a Patrick, de modo que fijando la vista en su comandante mintió:
—No sé a qué se refiere, señor —aunque lo entendía perfectamente.
—Oh vamos, teniente González —dijo acto seguido MacAndrews—. El capitán debe ser uno de los sujetos más atractivos que hay hoy por hoy en la Armada. Lo conozco desde la academia y puedo asegurarle que es como el buen vino. Hablé con él todos los días y a cada rato por consola hasta que llegó Alfredo a Río, pero hace seis días, cuando por fin pudimos subir hasta aquí y lo vi esperándome en la escotilla del tuvo flexible, lo pude ver en todo su, llamémoslo esplendor.
Al mismo tiempo se miraron y con su gorra bajo el brazo izquierdo, extendió la mano derecha diciendo:
—Es un placer conocerla en persona por fin, Mariana.
—Lo mismo digo, señor —respondió estrechando la mano que le había ofrecido.
—Oh, cuando no estemos en servicio o similar llámeme Mabel, por favor.
—No creo poder, señor. Por lo menos al principio no creo poder.
Tómese su tiempo con calma, mariana —respondió ella sonriendo. Descubrió que después de todo, la teniente le agradaba bastante. Y aunque le costara, pues la formación era algo tremendo, la terminaría llamando por su nombre de pila, le tomara el tiempo que le tomara.
—A mí llámeme Alicia, PJ.
Era la condestable, con su cabello y ojos negros, de una atractiva figura y un aire de melancolía o amargura en el gesto.
—Es un placer, Condestable…, eh…, Alicia. Llámeme Mariana o PJ, lo que le sea más fácil.
—Gracias, Mariana —respondió la mujer, que por primera vez que viera, sonrió de forma auténtica—. El capitán también es un viejo amigo mío, así que le puedo decir que como dice Mabel, realmente es un digno espécimen del sexo masculino…, que ha mejorado bastante desde la época de la Academia.
Justo en ese momento, desde el ascensor que estaba en un rincón de la plataforma, salió una joven mujer que sonreía abiertamente seguida por su roboleta y cargando con un par de tablillas en su antebrazo derecho. Había mirado por todo el lugar y al ver al capitán, que aparecía por el lado de estribor de la Lancha junto a la rampa de la parte posterior de la misma, se había dirigido hacia él y al verla, él, dando grandes zancadas había ido a su encuentro.
—¿La Alférez Van Hirst? —preguntó Mariana.
—En efecto —respondió MacAndrews—, y al parecer trae buenas noticias. Esa sonrisa es inconfundible y cuando en estos días la ha mostrado, a varios nos ha dado alegría.
—Bueno —dijo Mariana—, es que me parece que es lo bastante atractiva para que más de algún oficial burócrata le conceda algo si ella lo pide de manera adecuada.
—¡Ya lo creo! —dijo MacAndrews con una risa que era tan contagiosa que Mariana no pudo hacer otra cosa que echarse a reír—. Desde que el capitán le fue asignando ciertas tareas, quedó claro que lograríamos doblar la mano de ciertos señoritos estirados de la jefatura de suministros —concluyó largando otra risa franca, mientras el capitán y la alférez caminaban hacia ellos.
Mariana trató de borrar un tanto la expresión divertida del rostro, pero sospechaba que no lo había logrado mucho, pues el capitán al verla de frente elevó la comisura de su boca. Junto a ello, cierto brillo en sus ojos apareció al dirigir la vista a MacAndrews y a Miranda, la que también se había contagiado con la risotada de la comandante.
—Teniente González —le dijo el capitán—, le presento a la alférez Érika Van Hirst. Alférez, la PJ del Danubio.
Luego del saludo de rigor, la apariencia de la joven alférez se destacó ante los ojos de Mariana. Fuera de su figura juvenil, que realmente era llamativa, su melena de color rojo en combinación con unos hermosos ojos grises, la convertían en alguien a quien no se podía pasar por alto. Su pelo relucía y parecía encendido, como si brillara con luz propia. Tenía un aire de inocencia que desde luego engañaba, pues al mismo tiempo se le notaba una mirada pícara muy similar a la del Buen doctor Almeida. Lo que a ojos de Mariana la hacía destacar realmente mucho, es que era conciente del efecto que causaba en los hombres y si bien era cierto que no hacía mucho por provocarlo, no hacía nada en absoluto por ocultarlo. ¡qué distinta era de la Jefa Milovsky! A quien no le causaban efecto alguno las miradas y que parecía intentar ocultar su enorme belleza.
Se fijó en que el capitán la miraba y pensó que tal vez deberían subir a bordo para partir, pero cuando iba a decir algo, él se le adelantó:
—Disculpe, teniente. Es que tiene un aire que me recuerda a alguien que conocí hace tiempo, pero me doy cuenta que es el color del pelo. No tiene importancia, no se preocupe.
Vio que Miranda y MacAndrews intercambiaban una rápida mirada al escuchar eso último. Había sido tan breve que creyó haberlo imaginado, pero lo almacenó en su memoria para analizarlo más adelante. Por otro lado, Mariana quería preguntar a quién le recordaba, pero el capitán se dirigió a MacAndrews diciendo:
—Bueno, gracias a la alférez lograremos embarcar todo en el módulo y en teoría en dos días más se acoplará por fin.
—Bien hecho, alférez —dijo la teniente MacAndrews.
Gracias, señor. —Tenía una voz delicada y muy agradable, por lo que al pensar en el conjunto se preguntó quién sería el encargado de activar y enseñarle el uso del sistema de comunicación interno de la nave.
Bono llegó junto a ellos y le pidió a Van Hirst que pasara por el chequeo, lo que hizo de buena gana. Le pidió que llevara la roboleta a la parte de atrás de la Lancha para el escaneo, con lo que, y dando un cabeceo en que solicitaba permiso para retirarse dirigido al capitán, se fue siguiendo a Bono hasta donde estaban la mayoría de los que esperaban. Sin embargo Mariana casi no había prestado atención a la partida de la alférez: Al mirar hacia el capitán se dio cuenta que los ojos de ella y de él eran exactamente iguales. Sumó dos más dos y como el resultado no dio cuatro, notó cómo se le formaba una expresión extraña en la cara justo cuando miraba directamente a los ojos del capitán; Comprobando que lo que había visto en los de la alférez, se repetía por igual en los de él. Intentó por todos los medios adoptar una postura facial que fuera algo neutra, pero el capitán, asintiendo con la cabeza de forma aprobatoria y al mismo tiempo precavida le dijo:
—Veo que tiene una notable capacidad de observación, teniente. Le pido que no le diga a nadie la relación que ha hecho, pues me parece que en toda la nave deben haber pocas personas que saben que es mi sobrina. Mabel —dijo al tiempo que posaba la mano izquierda en el hombro de MacAndrews, el comandante Guzmán, la Condestable, la doctora Dillon y supongo que el doctor Almeida, a parte de uno que otro por ahí. No quiero, y le repito que no quiero que se piense que podría haber trato de favor hacia ella por parentesco.
Lo había dicho con un tono tan rotundo y de un modo tan directo, que a Mariana le dieron ganas de ponerse firme y cuadrarse con su mejor estilo.
—Sí, señor. O sea no, señor. Es decir…, yo…, si, o bien no, eeeeh.
No hubo caso, no sabía cómo decir que había entendido todo lo que se le había ordenado o mejor dicho se le había impuesto. Su sofoco aumentó cuando vio que MacAndrews se tapaba la boca con las dos manos y sus hombros se agitaban cada vez más violentos con la risa que hacía todo lo posible por contener, mientras a miranda le brillaban los ojos. Sintió el rubor subir por su cuello en dirección ascendente y cuando notó que le cubría las mejillas, agachó la cabeza y justo cuando lo hacía, vio algo extraordinario: La cara del capitán, severa y austera, sin mayor atractivo mirada en solitario respecto al resto de su persona, se transformó por completo cuando una amplia sonrisa de blancos dientes apareció. Pero cuando esa misma sonrisa se reflejó en sus ojos del color del amanecer, Mariana creyó ver en ello a una persona de un rostro que más que austero, era el de una persona que se había visto forzada a ser así.
—Cuando esté lista, PJ, partiremos rumbo a la nave —escuchó que le decía el capitán—. Y gracias. Yo sí entendí lo que me quiso decir.
Al levantar la vista, vio que la expresión normal había reaparecido al girarse para dejarlas ahí. MacAndrews por su parte se había soltado el pelo y con ambas manos se arreglaba la cola de caballo al tiempo que un bonito broche con el emblema de la armada esperaba en la mano de la condestable. Mariana hizo lo mismo con el suyo y mientras veía que el capitán se reunía con los demás, se atrevió a preguntar:
—¿Lo conocen hace años?
—Sí. estuvimos juntos en la academia y aún cuando nunca volvimos a ser los amigos que fuimos entonces, he tenido contacto regular con él todos estos años. Y es que él ha llevado su carrera por el espacio mucho más que bastantes de nosotros. No creo que se pueda totalizar más de un año en que haya estado en la tierra después que le dieran su primer mando. Qué demonios, creo que no llegan ni a seis meses.
—Yo me lo encontré por aquí y por allá de vez en cuando; pero como dice Mabel, es todo un lobo del espacio, nuestro querido Tommy…, es decir Nelson. —Al rectificar el modo en que se había referido al capitán, Miranda le dio a entender que la vieja amistad que tenían con el gran hombre había quedado atrás, al parecer muy atrás.
Momentos después, Mariana se había dedicado a la tarea de revisar el exterior de la Lancha con gran atención, revisando los patines y los impulsores. Cuando estaba llegando a la parte trasera escuchó que el capitán ordenaba que se organizaran de mejor forma los equipajes dejando un pasillo central desocupado, de modo que Barja y Toledo (al parecer Gómez se había quedado profundamente dormido) estaban en ello cuando ella llegaba a ese sector. Se dio cuenta que sólo el capitán y MacAndrews estaban ahí, al tiempo que Miranda esperaba en lo alto de la plataforma. Después de todo era la condestable, superior de todos los artilleros del navío…, bueno, en ese momento no estaban en labor de artillería… en fin.
—Todo revisado, señor —le dijo a Patrick. Él y la teniente subieron por la plataforma de carga y Mariana, tras asegurarse que quedaba correctamente cerrada, subió por la escotilla de babor, selló todo el hábitat de la Lancha y ordenó a la computadora que iniciara la presurización propia del navío.
Se había ido a la parte delantera en la que Bono estaba hablando con el control de la estación. Al pasar por la zona de pasajeros, vio que todo el mundo charlaba y pudo ver justo cuando Toledo le daba un codazo a Gómez para que se despertara, con lo que varios se rieron bastante.
Se dio cuenta mientras se amarraba al asiento que se sentía algo envidiosa, pues parecía que en el grupo se había generado una camaradería bastante agradable. Y tras revisar todos los sistemas mientras esperaba que el control de la estación les diera permiso para salir, quiso con todo su corazón formar parte de esa camaradería.
Bien, era hora de saber si aquellos a los que había ido a buscar, conjuntamente con los que estaban ya en la nave, podrían formar un grupo decente de marineros. No sabía muy bien el por qué, pero tenía la idea de que aquellos que estaban con ella en el Danubio, fuese desde hacía poco o mucho, podrían llegar a ser una buena dotación. había estado en naves de variados tamaños con anterioridad, pero no recordaba una sensación como aquella. Y francamente esperaba no equivocarse.
Si no resultaban ser los marineros que la propia Mariana esperaba, sin lugar a dudas sería una decepción. Si realmente lo eran, le permitiría decir con orgullo que era la mejor asignación de su carrera. Y es que en realidad estaba harta de oficiales y comandantes decepcionantes. Al menos Toledo había dicho que Patrick era un buen tipo, lo que esperaba confirmar pronto.
¿A quién le habría recordado?
Una vez todo listo, y al tiempo que Bono le decía que control había dicho veinte minutos, se giró en el asiento y los vio ahí a todos sentados.
MacAndrews, Miranda, Kim y Van Hirst hablaban tranquilamente y con cierta expectación por el arribo a la nave. En realidad Kim no hablaba, pero parecía contentarse con escuchar. Stephen, Altamira y Barja hacían otro tanto, pero eran más sonrientes y Toledo y Gómez  parecían discutir amistosamente sobre algo que Mariana no pudo entender.
Vio que el capitán estaba sentado y ya amarrado al asiento en la parte más alejada de la cabina, junto a su escritorio y con el rostro iluminado por la tablilla que consultaba con total concentración.
¿A quién le habría recordado hacía unos momentos? Vah, daba igual. aunque el hecho de habérselo preguntado por tercera vez le preocupó un poquito.
—Veinte minutos, señor —dijo en voz alta para todos, pero en especial para el capitán.
—Gracias, teniente. Por favor prosiga según su criterio y experiencia.


domingo, 24 de marzo de 2013

Cinco: Katrina








Cinco





Katrina






—Compuerta cerrada y presurizada, Contramaestre.
Tras las palabras de Brennan, y cuando el cuadro de mandos se puso de color verde, Schulz ordenó:
Abra la puerta, Marinera.
Cuando estuvo abierta gracias a la orden de la morena mujer, , Katrina pudo ver cómo terminaba la maniobra de sujeción del gran Cúter Azul. El aparato podía albergar a más de ciento cincuenta personas en su interior y por su tamaño, ocupaba casi por completo la Dársena tres de babor del Danubio. Dejando los reglamentarios siete metros entre el borde del ala y el mamparo interior de la dársena, parecía ocupar el sitio desde toda la vida. Era un aparato hermoso, estilizado como una punta de lanza y dos alas diminutas además de una cola casi igual que ellas, las que serían del todo inútiles en el espacio. Claro que en cualquier tipo de atmósfera le darían suficiente capacidad de maniobra, lo que lo convertía en un navío perfecto para las distancias de superficie a la órbita y distancias espaciales nave a nave o nave a estación. Desde luego era el Cúter número dos (o el azul) del propio Danubio, así que en el fondo no hacía más que estacionarse en su propia dársena. La maniobra, realizada con gran precisión por Zúñiga terminó con el apagado de las luces de posición y anticolisión y el murmullo de los estabilizadores finalizó con un silbido del escape de hidrógeno. El rítmico murmullo de los extractores, que estaban sacando el vapor de la dársena se confundió con los chasquidos del casco externo del aparato, que estaba soportando el cambio de la temperatura exterior por la interior.
La escotilla se abrió y la rampa de fricción se extendió hasta tocar el suelo metálico de la dársena y una figura calzada con botas de sujeción unidas a un perfecto y pulcro uniforme bajó hasta ponerse justo antes de tocar el suelo de metal.
—Permiso para subir a bordo —dijo haciendo el saludo al milímetro. Katrina lo devolvió de la mejor forma que supo, mientras avanzaba desde la compuerta y respondió:
—Permiso concedido, señor.
El primer oficial Guzmán dio un paso firme y puso ambos pies justo al otro lado con una gracia tan impresionante para no salir flotando, que Katrina supo que estaba frente a un veterano del espacio. La contramaestre había dicho que podría perderse mucho tiempo colocando la alfombra en la llegada del cúter, y  el Sargento Yáñez se había mostrado de acuerdo con ello. Para Katrina había bastado. Si ambos estaban de acuerdo, para ella valía. Así que finalmente todos intentaban flotar en el menor desorden posible como hacía ella para no salir disparada al no estar aferrada a ninguna parte. y sin embargo el primer oficial parecía como si estuviese en la tierra.
—¿Botas imantadas? —había preguntado ella ante la sugerencia de la Joven Rosamunt Kent, la que después de todo estaba en su primera salida al espacio. Katrina, que no había podido evitar (y en realidad ni lo había intentado) el tono de sorpresa de su voz en la pregunta, había pasado a explicar lo molesto que podía ser el usar ese tipo de calzado en un entorno de caída libre: Cargar no solo con el generador del campo magnético, sino que también con los anuladores de campo, las superficies retirables y claro, tener que evitar apuntar por accidente al propio servidor personal, o al servidor de otro… con la posible cagada que algo como eso podría generar.
La práctica de ella por tantos años en el espacio, le permitía estar ahí sin mayor apuro (no mucho en todo caso) mirando al alto primer oficial; y sin embargo una parte de su mente estaba preocupada por no salir flotando ante el retiro del aire por los extractores y el empuje del nuevo aire por los ventiladores. Guzmán por el contrario parecía como si estuviese plantado en el planeta, con la cara llenita de tranquilidad. Se preguntó si se atrevería a preguntarle cómo mierda lo hacía; y supuso que no, no se atrevería.

—La relevo del mando —Declaró colocándose a exactos dos metros de ella.
Quedo Relevada, señor.
El grupo que había esperado junto a Katrina ya casi había terminado de instalar y conectar las consolas de acceso y los escáneres bajo las órdenes de la contramaestre, dejando todo dispuesto para recibir a las personas que venían al interior del aparato. Al verlo, Guzmán asintió en señal de aprobación y girando el torso dijo a los que esperaban dentro:
—Pueden todos subir a bordo, teniente Ortiz. Por favor organícelos para el acceso.
Una bonita oficial morena precedió a un enorme caudal de gente desde el interior y flotando a pocos centímetros del suelo de la dársena les iba dando indicaciones sobre dónde dirigirse.
Luego de presentarle a Margarita Schulz al primer oficial, con pequeños saltos y movimientos que daba la práctica, ambas lo guiaron hasta una consola desocupada y Margarita Schulz procedió a realizar el ingreso y chequeo del Teniente comandante al mando de la nave. La Roboleta pasó por debajo del escáner y el chequeo tomó unos pocos segundos que demostrando una vez más lo veterano del oficial, fueron los más cortos que ella había visto en la realización de este trámite. Mientras alrededor la actividad para el ingreso crecía de modo exponencial, Guzmán se quitó la gorra y poniéndola bajo el brazo le dijo:
—Entiendo que le avisaron que me traigo al grupo que le faltaba en ingeniería.
—Sí, señor.
—¿Le hablaron de lo otro que traigo conmigo para usted? —Agregó crípticamente apenas girando los ojos para indicar a la contramaestre.
—La teniente MacAndrews me lo dijo, señor —respondió ella intentando no mirar a la mujer.
—Ah —dijo de inmediato—, nuestra pobre Mabel. Le ha tocado terriblemente difícil en casa. Como ya se habrá dado cuenta, la burocracia nos ha creado un montón de problemas y la pobre teniente MacAndrews se ha debido de ocupar de gran cantidad de tareas que escapan a sus funciones y asuntos propios de los que ocuparse. —Al parecer le divertía mucho la situación de la teniente, porque un brillo especial apareció en sus ojos al hablar de ella y sus labios se curvaron levemente con una sonrisa.
—Entiendo que el capitán iba a enviar a alguien para ayudarla —Intervino Schulz, tal vez para intentar saber algo más del caos en que estaban sumidos, justo como Katrina quería hacer.
—En Efecto, Contramaestre —respondió de inmediato—. El capitán tuvo que mandar a Río a su propio asistente personal para completar los pendientes y aligerar la carga de nuestra oficial táctico.
Sintió un profundo respeto por el capitán al oír esas palabras, pues un capitán de fragata con todos los privilegios del rango necesitaba realmente de su asistente para un gran número de tareas, y al parecer no era la única que pensaba así. La Contramaestre intercambió una mirada con ella, que vino a significar que estaba tan sorprendida como la propia Katrina. Era la primera vez que ella escuchaba que un oficial de ese rango por propia voluntad hacía algo así. Pensó que tal vez el capitán Patrick fuera un hombre en el que se pudiera confiar.
—Si no le importa que le pregunte —le dijo a Guzmán—, ¿Quién está asistiendo al capitán en Descanso?
—De momento nadie en concreto, jefa. En todo caso los oficiales que se quedaron atrás hacen lo posible por ayudarlo y la Alférez Van Hirst es la que de momento lo asiste.
Volvió a sentirse algo admirada, pues un oficial normalmente no estaba obligado a asumir ese tipo de tareas, pero no era inusual o extraordinario. Iba a decir algo a ese respecto, pero la Contramaestre, con su ronca voz y sus modos precisos, les preguntó si podía usar la consola para el ingreso de un grupo de los recién llegados. Guzmán recuperó su tarjeta, se disculpó con el suboficial que esperaba pacientemente junto a la consola y le pidió a Katrina que lo guiara hasta su cabina y luego al puente. Ella le dijo que “desde luego”, pero que intentaría primero dar órdenes a los miembros de su área para asignar funciones…, si es que él no se oponía, claro. Eso de tener que obedecer en lugar de estar ella al mando era algo a lo que tendría que acostumbrarse… en fin.
Cuando iba a girarse para buscar con la mirada a su gente, él le tomó el brazo y con gran delicadeza y economía de movimientos le puso con la otra mano una cajita de madera que cabía perfectamente en su palma. lo miró sin dedicar ni una mirada a su mano e intentó hacer una pregunta silenciosa. Guzmán entendió y solo dijo “si”, a lo que Katrina activó su tarjeta y le envió un MP a Sondra Braxton para que fuera a la dársena tres.
Mientras esperaban y veían cómo el grupo iba pasando por cada una de las consolas, Katrina fue interrogada por Guzmán: Sobre la nave y cómo se había comportado en el traslado desde el astillero; Cómo se había portado la dotación que estaba a bordo; los aspectos técnicos y los mecánicos; los oficiales y suboficiales y finalmente, sobre el importantísimo (para Guzmán al menos) asunto de la comida. Luego de que ella le diera una idea general sobre esos temas y le hubo dicho que todo había estado muy bien, Guzmán hizo señas a un joven teniente que se acercó prontamente a ellos, presentándose como Harold Tanaka. Era un teniente junior bajito con rasgos orientales que le daban un aspecto bastante simpático a su piel morena.
Con el nombre entendió que por fin tenía a su segundo en Ingeniería, lo que casi la hizo sonreír. Se presentó y cuando Braxton llegó formaron un apretado grupo. Katrina alzó la mano y les ordenó que ellos dos, y sólo ellos dos se pusieran de inmediato a la tarea de poner en línea los sistemas de comunicación que faltaban. Que ella iría a reunirse con ellos pronto, pero que nadie debía ver el contenido de esa caja.
Braxton guiaría a Tanaka a su habitación y una vez que se hubiese cambiado el uniforme, se dedicarían a eso.
Salieron los cuatro por la escotilla de la dársena y mientras Braxton y Tanaka se fueron hacia arriba, ella y el primer oficial tomaron por el corredor de la derecha. Justo al salir, Katrina vio que la contramaestre, de brazos cruzados junto a la entrada de la dársena, observaba el chequeo e ingreso de los pocos que faltaban por cumplir con ese trámite.
De las asignaciones anteriores en que había servido, el Contramaestre de un navío solía lanzar gritos a diestra y siniestra por todos lados y a todos los que se mostrasen algo lentos en sus tareas. Por el contrario, Margarita Schulz estaba ahí simplemente mirando. Todo se hacía con eficiencia y en orden, con lo que desde luego no eran necesario ni los gritos ni las miradas furiosas. Tal y como le había ocurrido desde que la mujer había subido a la nave, se sintió agradecida por tenerla a cargo de la marinería. Bueno, ahora todo eso quedaba en manos de Guzmán, por suerte.
El hombre estaba preparándose para salir rumbo a sus cuarteles, pero Katrina lo detuvo.
Disculpe, señor. Le presento al sargento Hernán Yáñez, jefe de servicios.
Guzmán, que al parecer ni se había fijado en el Negro, simplemente giró la vista y al verlo, sonrió.
—Vaya, vaya. Mi Negro favorito. ¿cómo le va, Hernán? —terminó adelantando su mano que el sargento estrechó.
Yáñez le había dicho que había servido en la Nébula junto a Guzmán, que en esa nave también había servido como Jefe de los Negros y que en general se podía decir que el primer oficial del Danubio, al que estrechaba vigorosamente la mano, era un muy buen tipo.
—Bien, señor. Contento de estar en esta nave y contento de verlo otra vez.
Se trataba de un hombre alto, de rasgos latinos y un bigote discreto que lo favorecía mucho. Guapo, de mirada inteligente y de porte elegante. Además, y hasta donde ella podía decirlo, un extraordinario jefe de servicios. Por lo menos desde que había subido al navío junto a Schulz, el hombre simplemente se había lucido organizando las tareas de su área.
—Cuando me dieron el nombramiento —dijo el primer oficial luego del saludo de Yáñez—, no lo vi en el listado de la dotación, sargento. ¿Cómo es que está aquí?
—El cargo se lo habían dado a otro, señor. Santiago Samaniego, al que conozco muy bien; pero el hombre está accidentado e intenta recuperarse en el hospital Naval de Valparaíso. Yo, por decirlo así, soy su remplazo.
Al finalizar, se encogió de hombros de forma modesta y gesto elegante.
—Bien —dijo Guzmán—, hablaremos más tan pronto se solucionen algunas cuestiones, sargento. De momento voy a mi cabina para intentar ponerme al día en esta mole.
El Jefe de los Negros dio un taconazo al mamparo y saludando a ambos por igual, partió a popa por el corredor lateral de la dársena. Guzmán sin decir palabras le dio a entender que ya era hora de continuar, así que Katrina así lo hizo.
Consultando en la tablilla cuál era la habitación del primer oficial, tomó por un corredor secundario que cruzaba dos cubiertas hacia arriba y al llegar al que también contenía su propio Cuartel, giró a la derecha y se detuvo tres puertas más hacia proa.
Por el camino habían hablado más en profundidad sobre cómo había sido el traslado y de paso le pidió que hablara francamente sobre los tripulantes que estaban ya a bordo y le relatara con algo más de detalle las operaciones.
La sensación de haberse sentado en la gran silla había sido al principio emocionante y más tarde, del todo intrascendente. Era, después de todo un lugar más donde poder dar órdenes a hombres y mujeres. Para lo que había sido se le había ocurrido que podría haberse quedado flotando o de pie en algún lugar del puente.
—Verá, señor. Salimos del astillero con una maniobra impecable de la PJ y enfilamos justo al centro Heinlein para recibir dos módulos que se acoplarían cargados de suministros y algunas personas más, lo que se hizo a la perfección. Ordené el rumbo al L-5 siguiendo la derrota propuesta por el único navegante que tenemos a bordo, el Alférez Puri, a la potencia máxima de los impulsores de popa. Tras doce horas, como podrá ver en el diario de navegación, desde Brin se nos envió otro módulo que se acopló con éxito y treinta horas después recibimos señal de parar motores justo aquí. Tengo que decir que el comportamiento de la PJ fue extraordinario sin exagerar, señor. Parece que hubiese nacido con el don de pilotear y creo que le gusta hacerlo. El alférez Puri demostró saber su trabajo y los suboficiales que cumplieron junto al encargado de señales se portaron bien hasta donde puedo saber.
—Por otro lado el cirujano es competente y con un sentido del humor algo especial, —Agregó recordando el estilo tan particular de Almeida—, pero de todos modos un buen cirujano en mi opinión.
—El único oficial de señales que hemos tenido hasta hoy, el alférez Arriman, lo ha pasado muy mal. doble turno y con diferentes reemplazos hasta hoy está al borde del colapso, creo. Al saber que venían ustedes de camino le ordené que se tomara un día completo de descanso, de modo que la gente de señales que llegó recibirá del Cabo Chabka el equipo y se irá a dormir. Por supuesto si usted dispone otra cosa, llamaré al puente para la contraorden.
Guzmán le dijo que no, que de momento con los suboficiales de Señales bastaría hasta que alguno de los alférez que habían llegado con él se hiciese cargo del área.
—Turnbull, Hunter o Fitzgerald, creo. Tengo que asignarles rango dentro del área, lo que por supuesto no he hecho —Finalizó con aire divertido. Y es que Katrina sabía que la mayoría de los oficiales menores de señales tenían la misma antigüedad, con lo que el organizarlos en rango dentro del área sería peliagudo, por decirlo de un modo simple.
—Otros que están realmente agotados son los infantes de marina que tenemos a bordo — añadió notando como fruncía el seño intentando concentrarse—. se los ha usado para todo tipo de tareas y al ser sólo dieciocho, comprenderá que no han descansado mucho. De hecho luego de terminar con los que llegaron con usted irán a las compuertas de unión con el ce ele tres pues más o menos en media hora debería acoplar.
Esta última declaración que hizo justo cuando llegaron a la habitación al parecer lo tomó por sorpresa.
—Tenía entendido que todo acoplamiento quedaba suspendido hasta que los oficiales nos organizáramos —dijo al tiempo que introducía la tarjeta en la cerradura.
—La Teniente MacAndrews a petición mía habló con el capitán Patrick y el capitán autorizó ese acoplamiento, pues en él viene Neil O’Brian y una cuadrilla de mecánicos que son indispensables para poner en orden la nave, señor.
Mientras Guzmán introducía el código de acceso a su cabina, vio que comenzaba a asentir con la cabeza de forma reflexiva.
—Bien pensado, Jefa —dijo justo cuando la puerta se abrió para dejarlo entrar.
Katrina no dijo nada y justo cuando iba a ingresar tras él, vio que de una puerta que había más allá salía la PJ y le hizo señas para que se acercara. La dejó pasar a la cabina antes que ella y carraspeando de forma recatada le dijo:
—Señor, le presento a la PJ, la teniente Mariana González.
El primer oficial se dio la vuelta y recibió el saludo de la PJ de forma elegante, lo que le recordó que había sentido lo mismo cuando lo había hecho con ella.
—Bienvenido, señor —dijo González—, y si me permite decirlo, la Jefa está más que contenta con que usted quede al mando.
Le lanzó una mirada envenenada que González fingió no ver. La verdad es que desde que había llegado al astillero y subido a bordo había dicho casi a todo el mundo que no quería estar al mando, por mucho que le gustó dar las órdenes de salida y rumbo. Es que el Danubio era una gran nave, sin duda, pero era cierto, ella quería dedicarse a Sus sistemas operativos, sus fórmulas, sus ecuaciones y sus modelos, junto con sus motores, los sistemas y el equipo de la nave.
Guzmán se rió abiertamente.
—No por mucho, teniente. El capitán debería poder arribar como muy tarde en dos semanas.
Katrina y la PJ cambiaron una mirada de duda, pues pensaban que el capitán llegaría en un par de días tras el primer oficial, por lo que esta última información era una sorpresa, así que finalmente ella se animó a preguntar:
—¿Dos semanas, señor?
—Sí, jefa. El capitán está totalmente entrampado con el suministro y el servicio de la nave. Quería dejarme a my en Descanso y venir él en persona, pero el Almirantazgo no se lo permitió. Está agotado —dijo mientras abría la Roboleta para sacar el uniforme de la nave—, no aparecen más que problemas y pocas soluciones, tenemos un retraso de siete días en la carga de todas las provisiones y para colmo ahora se quedó sin asistente personal, pues tuvo que mandarlo a Río para aliviar un poco a la teniente MacAndrews. él está decidido a llenar la nave de pertrechos de todo tipo —agregó de modo algo críptico—, pero los militares tienen preferencia…, en fin.
¿A quién se referiría con ese “Él”? ¿sería el capitán Patrick? Y sin embargo, la expresión meditativa desapareció del rostro del primer oficial tan veloz como había aparecido. Lo vio mirar más detenidamente a la PJ, así que ella misma giró un poquito los ojos para mirarla también. En ese momento se dio cuenta que al venir despertándose para asumir funciones, el uniforme de la nave estaba perfecto y se veía muy bonita con el pelo recién lavado. Tocó su corbata y sintió ganas de ir a cambiarse el uniforme oficial por el suyo de la nave, pero no podía irse mientras el teniente no la autorizara.
—Ya están todas sus cosas a bordo —le dijo para intentar acelerar el asunto— y el infante Harrison ha acomodado la mayoría en la cabina, señor.
Guzmán la miró y después paseó la vista por la cabina, que era sin lugar a dudas un sitio utilitario. Se podía ver un escritorio lleno de consolas, (todas apagadas) unos sillones de amarre para caída libre, una serie de estanterías por las paredes laterales y una porta de gran tamaño que miraba al espacio, bajo la cual había una hilera de taquillas. Dos puertas juntas en medio del mamparo de la izquierda comunicaban con el baño y el dormitorio y poco más que eso. Era casi igual que su propio camarote, pero este era bastante más grande en el cuarto principal en el que se encontraban.
—¿Mis suministros personales ya llegaron? —preguntó Guzmán.
—Sí, señor —respondió Katrina.
—Bien —dijo acto seguido—, iré con usted al puente, teniente González. Supervisaré  el acoplamiento. ¿Está ya a bordo el despensero de la Cámara? —preguntó mirándola directamente a la cara.
—Viene en el ce ele tres, señor.
—Si es posible, Jefa, pida a alguno de los infantes que venga a deshacer mi equipaje. La puerta no estará asegurada —dijo tras un momento en el que suspiró de modo resignado—. Es la primera vez que estoy en un navío desde el principio y jamás pensé que un caos como este pudiera ser posible. En fin, vamos al puente.
Salieron los tres y en el corredor vertical la PJ y el primer oficial subieron en dirección al puente principal, mientras Katrina seguía hacia su habitación para cambiarse el uniforme.
Una vez tras la puerta se dejó flotar por el espacio del salón de la oficina y mientras estaba boca arriba se quitó la corbata, la chaqueta y la camisa quedando de cintura para arriba sólo con el sostén. Puso su cuerpo en medio de los chorros de aire que refrescaban toda la nave y se sintió mejor.
—Podría acostumbrarme a esto —le dijo al aire que le acariciaba el cuerpo. Se quitó las botas y los pantalones del uniforme oficial, y casi se sintió feliz. Estaba agotada, realmente agotada con todo lo que se había visto obligada a hacer. Con mucho, nunca había tenido tanto trabajo como en los últimos días y se recordó que aún no había terminado por culpa del dichoso sistema de comunicaciones. Tenía que ir a ver eso, pero como el rango tenía ciertos privilegios, podría tomarse su tiempo antes de ir a buscar a Braxton y Tanaka.
Se vistió con los pantalones grises y la camiseta de color crema que la identificaba en cualquier lugar como ingeniera naval. Después tomó del sillón más cercano lo que no formaba parte del uniforme y que había descubierto entre los pertrechos de los mecánicos. Era un chaleco gris, del mismo tono de sus pantalones que no tenía mangas, pero estaba cubierto por todos lados de bolsillos y abrazaderas para herramientas e instrumentos, lo que le encantaba. El que se puso en ese momento ya estaba cargado de aparatos y herramientas, y lo mejor de todo, tenía tras el hombro derecho una agarradera para colgar con toda comodidad una tablilla, de modo que tomó la suya y la puso ahí.
Activó su servidor y luego de calzarse las botas, salió al corredor; sin embargo volvió a entrar cuando al ver a un infante de marina que iba seguido por una serie de contenedores subiendo por el corredor vertical del puente, recordó lo del equipaje de Guzmán. Por ello regresó al interior y activando la consola central, introdujo la tarjeta y vio qué estaban haciendo los infantes de marina por la nave.
Harrison dormía, Pérez, Salander y Jakrusky iban a la compuerta del CL3. Donato, Ampuero y Rossini estaban con labores de acarreo de suministros y el resto ayudaba en la enfermería.
Pulsó en la consola el código de este último lugar y esperó hasta que alguien tuviese las ganas y la amabilidad de responder la llamada.
—¡Puto sistema de comunicación interno! —gritó y como si fuera una invocación expresa, la pantalla, que hasta ese momento sólo mostraba el cartel de “Llamando”, cambió para mostrar el rostro de la enfermera Donnelly, que al parecer estaba relajada. ¿Habría escuchado la palabrota? Vah, daba igual.
—Buenos días, Jefa —dijo cuando vio a Katrina en el monitor.
—Buenos días, Nadia. Necesito saber si alguno de los infantes que están ahí podría hacerse cargo del equipaje del primer oficial.
Donnelly giró el cuerpo para mirar hacia atrás y le dijo una vez volvió a su posición.
—No lo creo, Jefa. El Buen doctor tiene a todo el mundo moviendo los analizadores y aparatos del laboratorio para (puso las manos a la altura de su cara haciendo el signo de las comillas) aprovechar mejor el espacio. Los únicos que estamos desocupados somos la Teniente Dillon, que acaba de llegar, la alférez Moweth, igual que ella, la Enfermera Tsatsuki y yo. El resto, incluso muchos de los recién llegados están en ello.
Katrina se puso a pensar a quién recurrir o derechamente usar su autoridad para quitarle un infante a Almeida, pero de pronto Donnelly habló:
—Aquí estarán una hora como mínimo y no tengo nada que hacer. Si quiere yo puedo hacerme cargo de las cosas del Teniente Guzmán.
—¿En verdad podría hacerlo? —le preguntó como si se aferrara a un clavo ardiente.
—Claro, no hay problema. Le avisaré al Buen doctor y voy para allá.
Cuando la pantalla se apagó, Katrina pensó en el título más que informal con que habían apodado a Almeida. Un día en el puente, justo cuando esperaban la orden de salida del astillero, Mariana González le había dicho en voz alta que esperaba que el “Buen Doctor” no se pusiera pesado con lo de hacer ejercicio una hora al día mientras estuvieran tan ocupados por no tener la dotación completa. De ahí en adelante, el apodo o forma en la que ella y la PJ se referían a Almeida en privado había corrido como un reguero de pólvora por toda la nave. Hasta el mismo cirujano había animado a la gente a llamarlo así, lo que no había sorprendido a nadie. Después de todo la personalidad del hombre era conocida por todos.
Bien. con el tema de Guzmán en camino de solucionarse, volvió a interesarse por lo que consideraba más importante: Le mandó un MP a Tanaka preguntando dónde estaban. La respuesta fue que estaban instalando el software de comunicación secundaria y corrían un diagnóstico después de haberlo cargado. Le pidió que dejara a Braxton a cargo de eso y que se reuniera con ella en la compuerta 2 del ce ele tres, para iniciar el largo proceso de activar el sistema de comunicación interno. Tanaka le dijo en otro MP que cargaría el programa en la consola del puente y se reuniría con ella, a lo que Katrina respondió con un simple “OK”.
Salió por la puerta agarrada del servidor. Al llegar al cruce del corredor de las habitaciones de oficiales y el vertical del puente se detuvo a esperar a que llegara Donnelly. Al ver a un grupo de oficiales que subían presuntamente en dirección al mando, pensó que tal vez se habían terminado los días en que la nave estaba tan tranquila, pues habían pasado los oficiales cuando un infante de marina cruzó en dirección contraria seguido por una serie de servidores. Seguramente iría a buscar más suministros. Y resultaba que eso era solo el principio, la nave en cuestión de dos a tres días se llenaría de gente.
Vio cómo Donnelly se acercaba por el corredor de las habitaciones y cuando estuvo segura que la había visto, dio un salto para encaminarse rumbo al cuartel de Guzmán y cuando la Enfermera llegó, abrió la puerta y entró tras Katrina. Le indicó el equipaje que seguía abierto en el mismo lugar en que lo había dejado el primer oficial y se dio cuenta que el uniforme de la nave, que recordó estaba sacando cuando habían decidido que iría al puente, casi había salido por completo. De seguro gracias a las corrientes de aire que circulaban por los cuarteles. ¿Debería hablar con Yáñez sobre la fuerza de los flujos? Bueno, ya tenía mucho de qué preocuparse, pero hizo la nota mental por si acaso.
Le mostró a Donnelly un contenedor que estaba junto al escritorio que Harrison en apariencia había dejado sin animarse a abrir, pero Donnelly ya había terminado de sacar el uniforme de Guzmán y estaba haciendo lo posible por no arrugarlo.
Justo cuando iba a salir y despedirse de ella, vio que metía la mano en la Roboleta y sacaba una captura enmarcada. se la quedó mirando y sin decir palabra se la extendió. Katrina pudo ver a cuatro personas que sonreían. Sentadas en un banco de algún parque había dos mujeres. Detrás de este y de pie pudo ver a dos hombres que al igual que ellas sonreían abiertamente. A pesar de que eran rostros de personas jóvenes, pudo reconocer al capitán Patrick y al Teniente Guzmán uno al lado del otro demostrando una simpatía natural, y con galones de alférez cada uno en el hombro derecho. Por otro lado, a una de las mujeres la reconoció aún cuando estaba tan joven como los dos alférez. Era la teniente MacAndrews que tenía los mismos galones de alférez, pero a la cuarta figura sonriente no pudo reconocerla. Era más bonita que MacAndrews y tenía una hermosa cortina de cabello rubio que enmarcaba un rostro en forma de corazón al que la sonrisa franca y abierta que lucía iluminaba de forma espectacular. Ambas tenían el cabello suelto, pero ninguna lo tenía demasiado largo y la mano derecha de Guzmán estaba sobre el hombro de la rubia, mientras que la izquierda de Patrick estaba sobre el de MacAndrews.
—Había visto en el rol que el capitán, el primer oficial, la jefa táctico, la doctora Dillon y alguien más  habían salido el mismo año de la academia —dijo Donnelly—, pero me pregunto quién será la otra.
—No importa —le dijo Katrina—, mejor es que siga con ello. Una vez haya terminado comuníquese con el puente y avísele al comandante lo que haya hecho.
—Sí, señor.
—Jefa —dijo Katrina cuando salía del cuartel de forma automática. De un modo o de otro terminarían acostumbrándose a llamarla así, pues bastante había luchado por conseguir ese puesto y ese cargo. Mientras veía cómo algunos recurrían al método de pedir o cobrar favores personales para conseguir mejorar en la instrucción o en los ascensos, ella sabía que no podía apelar a ningún trato de familia o de relaciones con personajes poderosos en la Flota, así que solo le quedaban dos posibilidades para mejorar. Su belleza y su inteligencia. Decidida a nunca usar la primera, se había esforzado por hacer uso por completo de la segunda y cada vez que veía que algún superior o instructor daba indicios de que lograría algo más si era “flexible” en ciertas cosas, ella adoptaba la postura de levantar un muro de protección. Muro que con las señales claras de desagrado por esa actitud, dejaba claro que no haría nada de ese estilo y lentamente, pero de un modo progresivo había ido tomando la fama de ser una belleza fría y distante.
Sin duda se había echado encima la inquina de más de alguien, lo que nunca quedó demostrado en su carrera, pues a pesar de esas enemistades que creía haber ganado, los resultados obtenidos hablaban del empeño por hacer su trabajo lo mejor posible; pero ahora eso era parte del pasado.
Durante años había tomado decisiones que la habían llevado hasta ese momento y si bien es cierto se arrepentía de algunas, no pensaba en ningún momento echar pie atrás e intentar cambiar parte de su pasado. Por el contrario, lo único que atormentaba sus sueños era algo que no tenía nada que ver con el camino recorrido…, bueno, más o menos, pero no cambiaría en nada lo que había hecho con Leopoldo. Tal vez olvidar lo que él le había hecho a ella, pero no lo que ella había hecho, de ningún modo. Era su dolor y viviría con él hasta el fin de sus días, pero lo aceptaba.
En realidad no lo aceptaba del todo, pero lo intentaba. Aún despertaba sudando de tarde en tarde tras revivir ese momento en que todo había cambiado para ella de modo tan brutal, pero siempre se consolaba, siempre se sumergía en el trabajo para olvidar o intentar hacerlo. Pero cada vez que se miraba en el espejo recordaba lo que tenía por maldición o bendición, según lo viera quien lo viera.
Katrina sabía que era una mujer bastante atractiva y salvo dañar su cuerpo hacía todo lo que se atrevía a hacer para disminuir lo que los demás veían, pero sabía, muy dentro de si, que a grandes rasgos era casi inútil. Como se le negaba (en realidad era imposible) trabajar sola, siempre había sentido por un lado las miradas y la lascivia de los hombres y por otro, la envidia y el rechazo de las mujeres. Hasta que tras Leopoldo y lo que había venido después, había decidido despedirse del romance o el amor levantando ese muro que antes estaba solo para los que se le acercaban más de la cuenta, transformarlo en algo permanente y para el otro lado, ignorar a las mujeres que la rodeaban poniendo por delante únicamente el aspecto profesional del servicio, los rangos entre las personas con las que trabajaba y cierto desdén hacia los intentos de socializar que se daban en todo grupo hermético como el de una nave espacial.
Así las cosas, se había quedado sin amigos ni amigas, tenía una fama de fría que conocía perfectamente y aún cuando muy posiblemente era la mejor en lo que hacía, no era conocida en todos lados por ello, sino por lo desagradable que podía llegar a ser con quienes se acercaban a ella. Como no discriminaba o mejor dicho no sabía discriminar entre las intenciones de quienes se interesaban por ella, se había convertido en la persona más solitaria de la Armada y para muchos, en un completo misterio. Se decía a si misma que le daba igual, pero se engañaba de la peor forma posible. Katrina nunca lo admitiría, pero su corazón sufría, y sufría mucho. En realidad era alguien terriblemente sensible, lo que se notaba en cómo realizaba su trabajo. Guardaba en su interior un deseo tan intenso de terminar con su soledad, que por otro lado su razón hacía todo lo posible por mantener, basada en ideas corruptas que se había obligado a tomar como verdaderas, que un dolor que lentamente se estaba dejando sentir debería haberla advertido sobre lo que le estaba pasando.
No había querido darse cuenta que las pesadillas hace tiempo que no la despertaban angustiada, sino que por el contrario la angustia que sentía al despertar se debía a que no podía quitarse de la cabeza lo mal que se había portado con Mariana González. Recordaba la sensación de que había lamentado la posibilidad perdida de haber podido hacer una amiga, a la que había alejado de forma tan rotunda tan pronto como había abordado hacía unas semanas.
Meses más tarde comprendería que durante todos esos años se había herido por propia iniciativa, cuando al verse reflejada en otro ser tan herido como ella, pero de otra forma, no podría evitar sacar del baúl todas y cada una de las cosas que la habían llevado hasta el punto actual. Claro que antes, debido a dos personas iniciaría el derrumbe de ese muro cargado de soledad. Estaba muy próxima a iniciar a curar sus profundas heridas, pero como toda sanación, sería dolorosa y en ciertos momentos, casi insoportable al punto de sentir que caería en un pozo profundo. El rescate, inesperado como sería para ella, vendría de manos de una persona de cuya existencia ya sabía, pero que aún no conocía.
Pensando e intentando no pensar en demasiadas cosas a la vez, no advirtió justamente algo que debería de haber visto antes. La nave, cargándose y llenándose de gente, estaba en un desorden creciente, de modo que mientras flotaba sin estar aferrada a su servidor, se dio un golpe en la cabeza que aunque no muy fuerte, la sobresaltó.
¡La puta que…!
Mordiéndose la lengua para no largar más palabrotas, al tiempo que intentaba detener el rebote producido por el golpe, tomó aire de forma que pensaba sería discreta intentando no suspirar tan notoriamente.
Debía recordar que estaban todos o casi todos los que faltaban próximos a llegar al navío, así que sería bueno aprender a moderar un poco el uso indiscriminado que daba al lenguaje.
—¿Se encuentra bien, señor?
Por detrás del enorme contenedor con el que había dado con la cabeza, asomó el rostro de una de las pocas negros que estaban abordo, marinera que junto a Yáñez y Schulz habían llegado al navío justo cuando estaba al salir del astillero. Jovencita que al igual que la meca Brennan estaba en su primera salida y con mucho, una de las más lentas en adaptarse al entorno de caída libre.
—Sí, marinera. Estoy bien. no me fijé por donde iba, así que disculpe.
La muchacha… ¿Cómo mierda era que se llamaba? No hizo gesto alguno, pero Katrina creyó ver un algo divertido en su mirada. Seguramente por el lenguaje poco apropiado para una oficial superior del navío, o tal vez porque era cómico para todo marinero ver a los oficiales darse de cabezazos contra los contenedores.
Al ver el tamaño del contenedor con que avanzaba la negro, e intentando desviar la atención de la mujer, preguntó:
—¿Y ese contenedor tan grande…?
—¿Esto…? —preguntó a su vez ella—. Bueno, creo que es de ustedes, teniente Milovsky. Por lo menos el manifiesto que me dio el sargento Yáñez —y alzó una tablilla que estaba en el servidor— dice que es de la bodega de la cámara de oficiales.
—Ya, pero de dónde salió?
—Del esquife, señor. Amarró en su dársena hará unos quince minutos —y con un nuevo aire divertido, finalizó: ¿No escuchó el aviso?
De vez en cuando, pero cada vez con mayor frecuencia, se escuchaban por toda la nave los avisos generales, como los de amarre y desamarre de alguna de las auxiliares. Como se hacían cada vez más seguido tales maniobras, casi ni les prestaba atención.
—No, marinera. He estado ocupada —respondió fríamente, dado que en su opinión personal la joven estaba sobrepasando un tanto el decoro con un superior. Y desde luego la chiquilla se dio cuenta, dado que empalideció de forma brusca, entendiendo el tono de Katrina.
—Sí, señor. Disculpe, señor.
—Continúe —finalizó con la misma frialdad en el tono, para seguir por el corredor de la cámara hasta tomar por el vertical dos, tal vez el que podría estar más desocupado para llegar al punto de unión con el CL3.
Vana esperanza. También, como parecía estar toda la nave, un grupo de personas estaba arrastrando o empujando contenedores y embalajes de todo tipo, en un desorden aparente. Bueno, ni tan aparente si es que podía juzgar algo como ello por una discusión entre dos marineros.
—¿Qué ocurre aquí? —dijo en voz alta y usando el tono oficial al que ya se había acostumbrado.
Uno de ellos, con el distintivo de los Contables en la chaqueta, y por ello superior del que a todas luces era otro de los negros, le respondió:
—No es nada, Jefa. Una pequeña colisión con este negrito.
—¿Y entonces por qué las voces tan altas?
—Disculpe, Jefa, pero es que teníamos un pequeño intercambio de ideas respecto al derecho de paso.
Casi sin pensar ya en cómo lo hacía, supo que su tono había bajado un par de grados de temperatura cuando dijo:
—Se terminó el intercambio de ideas, señor Armstrong, señor Briceño.
Había logrado ver las placas identificativas, lo que no había podido hacer con la marinera de antes. Debía darles una orden y una reprimenda en toda regla, pero antes había otra cosa que hacer.
Había de alguna forma notado que todos los que por ahí andaban, se habían detenido y podía sentir cómo la miraban o bien miraban a los otros dos.
—¿Y ustedes? —dijo en voz alta mientras se giraba al resto—. Creo que tienen trabajo que hacer.
—¡Señor Whitfield! —agregó al ver que se acercaba el segundo asistente de contramaestre—. ¡Quiero este corredor despejado en cinco minutos!
Whitfield asintió demostrando que estaba de acuerdo con ella, así que supo que el trabajo se haría cuando escuchó su voz al tiempo que Katrina se enfrentaba a los otros dos.
—¡Ya escucharon, tropa de desadaptados! ¡Muévanse y no quiero ni una rozadura en esas cajas!
Si algo de lo que está en esos contenedores —dijo en voz baja mientras seguían resonando las voces de Withfield— se ha dañado por su colisión, me lo avisarán tan pronto como lo sepan. Es la última vez que ustedes en particular y el resto en general, se dedican a hacer el tonto en los corredores del navío. Estamos llenándonos de gente, por no decir nada de que el primer oficial ya está abordo. Si me hacen quedar mal, arreglaré castigos y reprimendas con la señorita Schulz. Ahora fuera de aquí, pero no olviden revisar el contenido de esos contenedores.
Bien, al parecer ahora se dedicaba a intimidar marineros, si es que podía juzgar algo como ello con las caras de ambos. Habían palidecido en el acto, supuso que por más temor a ella que a la contramaestre.
Va, daba igual. Era oficial superior en un navío nuevo y los marineros debían obedecer. No importaba si les gustase o no su oficial superior, lo importante era cumplir con la disciplina y el reglamento.
Cuando por fin llegó a la compuerta del ce ele tres vio que estaba todo preparado y se escuchaban ya los sonidos que hacían los cierres al encajar durante la maniobra de acoplamiento. Para no molestar con la operación de ingreso que se llevaría adelante tan pronto como se igualaran las presiones ambientales, se quedó cerca del techo. Notó más tarde que se instalaba alguien a su lado, reconociendo a Tanaka. Aún llevaba el uniforme oficial y con un servidor a la saga y una serie de tablillas llegaba para continuar con el largo proceso de instalación y carga del sistema de comunicación interno.
—¿Por qué vamos a partir por aquí, Jefa? —preguntó cuando terminó de oscilar y quedarse quieto junto a ella.
—Es que cuando uno de los módulos se acopla, pasan algunas horas sin que los programas de la nave tomen el control. De ese modo las consolas están casi en blanco, por lo que es mucho más fácil cargar lo que queramos y de la forma en que lo queramos.
En ese momento apareció en su campo visual la figura del Teniente Guzmán que lentamente se instalaba frente a ella. Era algo muy raro, pues Katrina flotaba horizontalmente respecto de la cubierta, de modo que ahora veía al primer oficial frente a ella, mientras que por detrás de él se veían los encargados de recibir a los que llegarían cuando la compuerta se abriera puestos de forma perpendicular. Guzmán con un movimiento de las piernas y los brazos que resultó grácil y al mismo tiempo brusco, se detuvo para quedar justo en frente de ella, por completo inmóvil.
—¿Y eso quiere decir que el interno no estará hasta que los otros ocho módulos no estén acoplados? —preguntó como si hubiesen estado hablando durante todo el tiempo con él. Al tiempo que veía como llegaban junto a él la PJ y la alférez Donnelly, Katrina le respondió:
—En concreto sí, señor, pero una vez que lleguen y se acoplen los conectaremos al interno y mientras tanto nos dedicaremos a cargarlo en toda la nave. Después tendremos que hacer que cada uno de nosotros se inscriba en él y hacer las pruebas de reconocimiento.
Guzmán asintió entendiendo el concepto y luego de un momento, tras escucharse en toda la sección que las presiones se igualaban a un noventa por ciento, le pidió que lo ayudara.
Extendiendo la mano, lo acercó a su lado hasta que por su propio impulso pudo desplazarse de lado hasta quedarse a su izquierda, después de lo cual él ayudó a González a hacer lo mismo, quedando a su vez junto a él Mientras Tanaka hacía lo propio con Donnelly.
Mientras se escuchaba la indicación de “noventa y cinco por ciento”, Katrina vio que en los controles de la compuerta había un sargento con el uniforme oficial. Junto a él, un teniente que tenía las alas de piloto, estaba flanqueado por la contramaestre dejando más o menos en claro que se encargaban de la apertura de la enorme compuerta, por lo que preguntó quiénes eran.
—El sargento Wilhelm es el jefe de los artilleros —dijo la PJ—, y el teniente es Raùl Gervais, tercer…, cuarto piloto, ahora que Zúñiga es el segundo.
Frente a la compuerta puestos en semicírculo había un nutrido grupo de oficiales y algunos infantes de marina, quienes terminaban de conectar y ajustar las consolas y los escáneres destinados a hacer el chequeo de los que estaban a punto de unirse a la dotación. Los contó de izquierda a derecha y totalizó treinta y cuatro.
—¿Cuántos en teoría llegan? —preguntó Guzmán.
Katrina descolgó la tablilla del chaleco y accesando la red de operaciones, fue diciendo en voz alta lo que leía en beneficio de los que estaban con ella.
—Noventa y dos infantes de marina, veintitrés mecánicos, catorce cocineros, los 2 barberos, treinta y tres encargados de mantenimiento y doce ayudantes de la condestable. Además están el Jefe de mecánicos y su asistente, el retirado suboficial a quien se le autorizó a poner la tienda, los veintitrés cadetes en instrucción, el despensero de la cámara de oficiales, el despensero del capitán, el de la cámara de oficiales menores, el suboficial a cargo de la armería y sus tres asistentes, doce comisionados de laboratorio, dos suboficiales del equipo de señales, el sargento de instrucción y una carga de suministros que mantendrá a todo el mundo clasificando y distribuyendo durante días.
—Gracias, Jefa.
—El problema —intervino Tanaka —es que hasta donde pudimos ver en la Estación en el ce ele nueve vienen entre otras cosas algo así como setenta marineros sin clasificar, señor.
—Los que me tocará organizar en guardias y categorías —acotó Guzmán con un enorme suspiro—. ¿Cuándo debería acoplar el CL9?
—Creo que mañana, señor. Junto al CL10, el CL11 y el CL23.
—Adiós horas de sueño —murmuró en voz tan alta como para que todos escuchasen.
Luego de decirle eso a sus acompañantes, le hizo una señal a Schulz la que miraba en su dirección al ser la encargada de la organización de la tropa,  que hizo una señal a Gervais para avisarle que el primer oficial iba a hablar.
Al grito de “¡Atención!”, todos miraron en su dirección y Guzmán con voz clara dijo:
—Una vez terminado el ingreso, los infantes de marina irán a tomar el mismo descanso que los compañeros que llegan ahora y los jefes de brigada asignarán las tareas de clasificación y distribución de los suministros que están en el módulo y los que aún no se han repartido. Nadie tocará nada del interior del módulo y nadie ingresará salvo la gente de la Jefa —e hizo un gesto con la mano señalándola—, el personal de señales y aquellos que sean autorizados. —y dándole la indicación universal de continuar a Gervais terminó—. Proceda, teniente.
La luz verde de la consola había aparecido mientras el primer oficial hablaba, pero como el artillero no podía hacer nada sin órdenes, había tenido que esperar. De modo que sólo cuando Gervais ordenó: “abra la compuerta”, esta pudo por fin iniciar la subida hacia el techo.
Katrina, mientras escuchaba el cómo iban soltándose los cierres magnéticos uno por uno, volvió a colgarse la tablilla del hombro y notó que Guzmán la miraba para decirle:
—Me gusta su chaleco, Jefa.
—Lo encontré entre los pertrechos de los mecánicos, señor. Como vi que era práctico, me hice con este.
—¿Podría conseguirme uno? —preguntó de inmediato.
Katrina asintió, pero cuando iba a decir algo más, el último cierre se soltó y la alarma de apertura sonó por dos segundos iniciándose la subida de la compuerta. De reojo vio que fuera de los que estaban esperando para el ingreso, se habían congregado unos cuantos miembros de la tripulación para mirar cómo llegaban los nuevos compañeros. Yáñez flotaba lentamente por detrás de su gente sin (al menos en apariencia) detectar problemas con las consolas de chequeo, mientras Schulz se había apartado un tanto de Gervais.
El silencio se hizo total cuando la puerta permitió ver el triste espectáculo que tenían tras la abertura. No había nadie que no tuviese aspecto de agotamiento, con barbas mal afeitadas, los uniformes arrugados, ojos rojos y bolsas bajo ellos, así como cabellos desgreñados. sumado a todo ello el olor a cuerpos sin asear que comenzó a filtrarse en la sala de acceso, hablaba de un lamentable estado de todos quienes estaban abordando el Navío.
—Desde que supe cómo llegarían muchos de la dotación —dijo en voz baja la PJ—, dije que era algo inhumano.
—Voy a llamar a la enfermería —dijo a su vez Donnelly, pero cuando iba a hacerlo, Katrina la detuvo y le señaló una de las entradas en que casi la totalidad del equipo médico estaba reunido.
—Tal parece que el Buen doctor se lo esperaba —le dijo mientras le hacía un gesto para que no se fuera con ellos—. Traen equipos y cilindros de agua.
Guzmán se mostró conforme con las palabras de Katrina y al parecer con la actuación y previsión del cirujano, con lo que pensó que al parecer en efecto el primer oficial era un verdadero veterano del servicio.
El que parecía ser de mayor rango entre los desdichados que esperaban, que resultó ser el Jefe O’Brian, haciendo un saludo impecable al teniente Gervais pidió permiso para subir a bordo, el que fue otorgado de inmediato; con bastante iniciativa, el teniente preguntó si habían personas en mal estado físico para que pasaran primero al chequeo.
—No, señor —respondió O’Brian con un suspiro—, sólo cansados y hartos del viaje.
Se dio impulso para ir a un costado de la entrada para que todos los demás iniciaran el ingreso, lo que pareció agradar a Guzmán, que miraba a O’Brian con aprobación.
Mientras Katrina veía que los encargados de las consolas llamaban a cada uno de los que iban saliendo, escuchó que Gervais le decía a Wilhelm:
—Asegure, trabe y cierre.
Un sonido metálico fuerte que se pudo escuchar a pesar de las conversaciones que tenían por debajo, marcó la unión del módulo, con lo que el CL3 dejó de serlo y del modo firme y rotundo que se había escuchado, pasó a formar parte del Danubio. A medida que los recién llegados superaban el chequeo y pasaban al otro lado de la línea, mientras el cuerpo médico les entregaba bulbos con agua y los examinaban de forma rápida dejándolos en manos de quienes los guiarían a sus alojamientos, pasaron a formar parte de la dotación con igual firmeza que el módulo que los había llevado con sus compañeros.
—¡Señor Wilhelm! —llamó Guzmán con voz poderosa, haciendo que Katrina y la PJ dieran un respingo.
El Artillero mayor, al parecer suponía algo malo, porque llegó flotando hasta ellos algo sonrojado.
—¿Señor…?
—¿Llegó en el esquife, cierto?
—Sí, señor.
Con la última respuesta, Katrina supo que sería reprendido. Qué tanto era prerrogativa del primer oficial, pero de que sería reprendido era algo evidente.
—Dígame por qué no respetó el protocolo de ingreso al navío, Sargento.
—No tengo respuesta para eso, señor. —en esta ocasión, sí que se sonrojó.
—Estoy esperando, sargento —dijo Guzmán un momento más tarde, cuando al parecer el artillero no diría nada más.
—Pensé que se necesitaría a todo el mundo aquí, señor.
Y sin embargo yo veo que desde el primer momento sobra gente, señor Wilhelm.
El hombre abrió la boca, pero el primer oficial lo cortó sin más ceremonia.
—Como el esquife llegó hace casi una hora, su descanso será de veintitrés en total. Se hará cargo de los dos primeros turnos en el control de artillería y al finalizar cada guardia, se presentará al encargado de suministros para asistirlo con el control de inventario durante los próximos tres días.
Wilhelm saludó, asintió y tomando su servidor con la mano izquierda, partió derecho a la escotilla más cercana.
Nadie dijo nada, pero para Katrina fue evidente que por lo menos Donnelly quería decir algo a favor del artillero; sin embargo nada dijo. Era duro ver que se le hacía algo así a un recién llegado, pero el protocolo era lo que era, tanto como lo era la desobediencia.
Cuando el número de quienes aún esperaban para ingresar era ya visiblemente menor, le pidió permiso a Guzmán para entrar. Una vez que este asintió, sacó del cinturón el gancho y apuntando el disparador al costado de la entrada lo disparó y una vez que quedó fijado con el imán, le dijo a Tanaka que se tomara del brazo. Movió el selector para que recuperara el cable, con lo que salió hacia el lugar gracias al tirón. A cierta distancia apagó el imán y la cuerda regresó al gancho. Se soltó de su acompañante y moviendo las piernas hacia delante, se posó a medio metro del Jefe O’Brian, pero debió ayudar a que Tanaka se detuviera, ya que por la falta de práctica en ese tipo de movimiento iba derecho a chocar con el Jefe de Mecas. Miró a O’Brian y con un tono que quería ser agradable le dijo:
—Bienvenido a bordo, Jefe. Soy la Jefa de ingeniería Katrina Milovsky. Aquí todo el mundo me llama Jefa, así que por favor haga lo mismo.
—Sí, señor. Muchas gracias, Jefa.
Pareció que iba a decir algo más, pero Katrina lo cortó y le dijo que ya hablarían mañana más o menos a la misma hora.
El jefe volvió a agradecer y ella acompañada por Tanaka entraron a cargar los sistemas de la nueva parte de la nave.
Debido a todo lo que había hecho en su vida respecto a sí misma, a pesar de que se giró a mirarlo, no se dio cuenta de que los ojos del suboficial eran los más tristes que alguna vez habría podido ver.