Literatura de Ciencia Ficción

El Danubio está listo para su primera misión. ¿Estará su tripulación lista para ella?

domingo, 30 de septiembre de 2012

Mabel y Víctor

Tres:


Mabel y Víctor




No le cabía duda alguna. El amor era algo maravilloso y mirando su reflejo en el espejo que tenía frente a sí, esa idea se reafirmó por completo.
Mientras se cepillaba el lustroso cabello negro que tanto le había gustado a su compañero, veía como el día aclaraba en la ciudad de Río y como el sol ya calentaba los tejados de los edificios de los alojamientos de los oficiales de la Flota. Era bueno, aunque no tanto estar otra vez en la Madre Tierra, pero mucho mejor que los catorce meses que había pasado en el Centro Heinlein mirando por las ventanas el espacio al que no podía llegar. Esperaba que por fin la asignaran a una nave de cierto tamaño, pues ya estaba aburrida de estar con labor de oficinista y en navecitas de poco tamaño como las espantosas correo o suministros.
No por primera vez Mabel pensó que la Armada no había sido muy justa con ella, a pesar de que no había sido la mejor en la academia de Viña, empero hasta donde creía, no lo había hecho tan mal desde que se graduara hacía tanto tiempo. Aún cuando el adiestramiento realizado en el Centro sin duda era más que provechoso, se había hartado del trato con los supervisores y los técnicos de batalla. También estaba desde luego el pequeño asuntillo con su padre, que por el simple asunto de ir en contra de sus deseos, había dejado consecuencias, claro. En fin, razones para que su carrera hubiese ido como había ido existían, pero de todos modos. Se había retrasado mucho respecto de los logros alcanzados por los amigos y compañeros que había tenido en la Academia. En teoría podía dar soluciones de combate y tácticas de batalla medio dormida con los conocimientos que había recibido en el Centro, sin embargo estar catorce meses en el lado oscuro de la Luna, la habían hecho saltar de alegría al poder largarse.  Además todo ese tiempo le había dejado la sensación de que el espacio era tan grande que se lo estaba perdiendo, quedándose encerrada con otros treinta estudiantes para oficial táctico, algo así como doce instructores y cientos de consolas y programas de entrenamiento.
—No pueden ir a muchos lugares para pasar el rato —les había dicho el coronel Smith en la primera clase—, por lo que lo mejor que pueden hacer en sus ratos libres es estudiar y practicar.
Mabel estaba más o menos segura que había llegado a odiar al hijo de puta, que menos mal ya estaba lejos, muy lejos. Después de todo llevaba ya quince días en Río y cuando el cúter la había dejado en el cuartel, sólo le dijeron que le darían otra asignación pronto; así que era mejor que esperara y descansara a fin de recuperarse del regreso de la gravedad. ¡Y vaya si lo había hecho! los primeros días sólo había dormido y comido (si es que se despertaba para comer) y la idea de sentir por fin la gravedad terrestre, aunque incómoda al principio, le había dado la mejor excusa para dormir a pierna suelta esperando la llamada de la oficina de personal.
Una mano que conocía muy, muy bien, le quitó el cepillo de la mano, y con una delicadeza (por no hablar de la ternura) que tanto había extrañado en el Centro, comenzó a pasarlo por su cabello. Tomó la mano que él había puesto sobre su hombro mientras pasaba lentamente el cepillo y entrelazó sus dedos con los de él.
—Eso es sumamente agradable —le dijo luego de unos segundos—, por lo que tienes prohibido detenerte.
Lo haré tan pronto como me canse —le respondió en el acto, con ese toque de humor que, Mabel sabía muy bien, solo desplegaba con ella.
Miró por el espejo hasta el rostro de la persona a quien más había amado en toda su vida. Tal como en el principio, tan solo a dos años de haber salido de la academia, sintió que era el hombre de su vida, a quien le había entregado su corazón y a quien se lo entregaría cada vez que se encontraran. Era alto, unos quince centímetros más que ella, con un pelo castaño que llevaba corto de forma tan estricta que parecía recién salido del barbero cada vez que se encontraba con él. De rostro cuadrado y facciones delicadas y firmes, era la cara que veía cada vez que despertaba mientras esperaba cada vez que por las asignaciones de la flota debían separarse.
Durante un buen tiempo no hablaron. Fuera de los sonidos normales que entraban por las ventanas abiertas del alojamiento, el único e intenso murmullo del cepillo deslizándose por su cabello se escuchó como acompañante de sus pensamientos. Recordó de repente cuando tras algo más de dos años luego de salir de la academia se habían encontrado. Era un curso de entrenamiento de supervivencia y luego de hablar sobre espacios comunes sacados de los recuerdos de sus cuatro años de instrucción, todo se había dado de forma natural. De recuperar una vieja amistad a convertirse en amantes les tomó menos de dos días, en que tras las horas de instrucción en Londres, pasaban todas y cada una de las horas libres que tenían juntos. Ya fuese paseando por el Embankment o por Hyde Park, visitando la Casa de Tommy en Highgate, mirando los patos en Saint James Park o mojándose bajo la lluvia corriendo por Knightsbridge, terminaban en la habitación de él o la de ella. Así descubrieron la magia del cuerpo del otro y las maravillas de la intimidad que en la práctica tenían prohibido compartir. Porque las regulaciones de la flota eran tajantes, pues nadie podía entrar en relaciones personales con otro miembro de la armada arriesgándose a una expulsión o algo similar en caso de contravención. De hecho lo mínimo que se podía esperar era una degradación, por lo que siempre todo había sido secreto absoluto, excepto para esas tres grandes amigas con las que se habían encontrado en el mismo curso. Sólo había faltado Tommy para que el grupo estuviese reunido como en los tiempos de Viña, puesto que no se podía tener todo en la vida. Igualmente desde ese momento, y a pesar de las separaciones, eran infractores de una norma naval, transformando el sigilo si estaban juntos en una forma de arte.
Norma establecida para supuestamente evitar problemas a bordo de naves con tripulaciones mixtas, en que el entorno de encierro podía generar rencillas, Muchas veces derivadas de los celos o envidias por parte de miembros de la dotación. Además, y más importante, prevenir que personas de rango superior presionaran a otras de uno inferior por favores sexuales, tanto como que los rangos inferiores pudieran presionar a sus superiores si compartían el coy o la cama. Lo anterior desde luego había servido para generar por supuesto más problemas de los que se querían evitar, y las relaciones ilícitas eran más frecuentes que si no hubiese existido la prohibición.
Mabel siempre se había preguntado si era por el hecho de que estaba prohibido, el que parecía que entre los compañeros se daba cierto aire de promiscuidad al estar en una nave durante mucho tiempo. Ella misma pensaba, o había pensado, si no sería producto de que estaba prohibido el que fuera amante de un compañero de la Flota. Sin embargo, y tras las separaciones y los reencuentros después de todos esos años estaba convencida que lo amaba más allá de que fuera amante, o por el simple disfrute del sexo que compartían.
—¿En qué piensas? —oyó que le preguntaba. Volviendo a mirarlo por el espejo y aún sintiendo que le cepillaba con una paciencia infinita el largo cabello negro, le sonrió y respondió:
—En lo mismo que pienso cada vez que nos encontramos sea donde sea.
—Ah. La dichosa norma que nos pena —le respondió casi de inmediato—. La que tantas veces hemos roto y seguiremos rompiendo.
Mabel no pudo menos que sonreír por el tono con que lo había dicho, lleno de sarcasmo y de inmediato vio que él también sonreía. Luego de un momento, puso el cepillo en el mueble que estaba junto a la ventana y declarando que su cabello estaba tan hermoso como siempre, se hizo el nudo de la corbata y el día oficialmente partió para Mabel y para Víctor. Terminó de vestirse con el uniforme oficial y mientras él le arreglaba su corbata (entreteniéndose más de la cuenta mientras la acariciaba en el cuello), hablaron de nada importante hasta que Víctor se puso la chaqueta y le preguntó:
—¿A qué hora estás citada?
—A las mil quinientas en la oficina de Amalphy.
Víctor le dijo que él estaba citado a las mil cien en la oficina de Rocco. Tal vez podrían almorzar juntos.
Ninguno de los dos sabía en concreto nada sobre las nuevas órdenes ni los destinos. De ahí que al igual que hacía siempre cuando se le daban nuevas órdenes, se permitió pensar en que tal vez podrían estar juntos donde quiera que los destinaran. Se puso otra vez frente al espejo (esta vez si estaba de pie) y se tomó el cabello recientemente cepillado y lo dejó en un moño bajo que le caía desde la nuca hasta la altura de los omóplatos con un sujetador que tenía el emblema de la Armada. Las mujeres de la flota (y en realidad también los hombres) podían llevar el pelo largo, eso sí, debía estar en todo momento de servicio en perfecto orden. Mabel lo había usado corto desde la academia; pero luego de un año de salir de ahí lo había dejado crecer hasta la altura actual y desde entonces lo mantenía siempre al mismo largo que tenía cuando se habían encontrado por primera vez, es decir, cuando se habían vuelto amantes.
Se puso su chaqueta y una vez abrochada correctamente, se miró una vez más en el espejo y tan pronto como se sintió satisfecha con el resultado, se dio la vuelta para mirarlo una vez más.
Fuera de lo maravilloso que era el aspecto físico de lo que compartían, Mabel realmente lo amaba y cada vez que se encontraban luego de haber estado separados, sentía las mismas ganas que sintió en ese momento. Ganas de saber si había estado en los brazos de otra mujer, si alguien le había llamado la atención desde un punto de vista físico, porque de todos modos estaba segura por completo que en el emocional era la única dueña de su alma. Sin embargo tenía muy claras sus carencias en el asunto de atributos corporales, por lo que tan pronto se había enamorado de Víctor, cada vez que se separaban llegaba la idea de que una mujer más dotada que ella (lo que en su opinión no requería un gran esfuerzo) pudiera aparecer y arrebatárselo. En realidad quitarle su cuerpo ya que su corazón le seguiría perteneciendo, sin embargo… ¿valdría la pena continuar amando a un hombre que ya no la reclamaría como suya?
Odiaba sus dudas, odiaba su cuerpo carente de atractivos y odiaba pensar que alguna belleza de grandes tetas se lo pudiera quitar, más aún pues siempre había visto en su mirada que le gustaba lo que veía, por poco satisfecha que ella se sintiera consigo misma; pero ¿Y qué tal si había ocurrido alguna vez? ¿Podría perdonar que su amado Víctor hubiese tenido otro cuerpo en sus brazos? Francamente no lo sabía y no quería saberlo. Esperaba el día en que pudiesen tener la misma asignación para no tener que despedirlo una y otra vez, como había ocurrido tantas veces antes.
Trece años como amantes y Mabel estaba segura de que no habían pasado ni seis meses de tiempo real juntos. ¡Puta mierda, ella quería quedarse con él para siempre! Eeeeh, un momentito. ¿Eso era cierto? ¿Realmente quería quedarse con él para siempre? ¿No se llevarían como el perro y el gato por pasar tanto tiempo juntos? Uuuy, no tenía idea de si quería saber también eso.
—¿Ocurre algo? —preguntó Víctor. Mabel se dio cuenta de que llevaba un buen rato mirándolo fijamente y sin decir nada.
—Nada —mintió descaradamente—. Solo te miraba.
—Humm… —murmuró él mientras se le acercaba—. ¿Y si volvemos a la cama? Después de todo falta mucho para las mil cien.
—No me tiente, teniente Guzmán. Además ya estamos correctamente uniformados y usted me ha cepillado todo el cabello, así que no creo que quiera hacerlo otra vez.
—¿Está realmente segura de eso, Teniente MacAndrews? —preguntó mirándola con esos ojos del color del chocolate que tanto adoraba.
Eh…, no mucho, teniente. —Y la verdad es que los viejos deseos se estaban apoderando de ella, y las ganas de arrojarlo sobre la estrecha cama iban en franco crecimiento.
Se quedaron ahí muy cerca el uno del otro mirándose por un ratito, hasta que sin decir nada más, se separaron y ambos se dirigieron a la puerta. Como tantas otras veces fue ella quien se asomó y tras mirar lado a lado en el corredor del alojamiento, le indicó que no había moros en la costa. Se apartó de la puerta y Víctor con grandes zancadas caminó hacia el fondo del pasillo y con un gesto de una velocidad que solo podía dar la costumbre, entró en una habitación que tenía asignada, y que no había usado ninguna de las noches que llevaba en la ciudad.
Escuchó que la puerta de él se cerraba y sin prisa ninguna caminó hasta los ascensores y bajó hasta la planta baja del edificio, lugar en que el sol entraba por todos lados por los grandes ventanales que rodeaban casi por completo el lugar.
A la temprana luz del sol que venía desde el este, recordó cuando hacía tres noches volvía a su cuarto tras haber paseado por la ciudad y entonces disfrutó del paseo por la playa en una época del año en que hacer eso era justo lo que mejor podía ofrecer Río. Todo esto sin la aglomeración de los turistas, bañistas, compradores, fotógrafos de muchachas en bikini y toda la otra jungla veraniega, que en verano colmaban por todos lados sin dejar que los que querían simplemente caminar lo hicieran tranquilos.
Desde luego en esas latitudes el otoño no era muy diferente del verano en otras partes del planeta, no obstante comparado con el verano en ese lugar, la época en que estaba le permitía desde luego disfrutar de cierta tranquilidad e intimidad para sus pensamientos y recuerdos.
Se había preguntado por enésima vez si en ese inesperado permiso podría ver a Víctor y a qué lugar distante los enviarían esa vez, empero ya llevaba once días en el cuartel y no había tenido ni señales de su paradero. Todo lo que sabía era que estaba como Piloto Jefe en una nave de patrulla, la que hacía el recorrido por las inmediaciones de Golondrina. Un mensaje de Víctor recibido un mes antes de bajar desde el Centro, le dijo que su nave dejaba Golondrina y que regresaba a la Tierra. Gracias a eso, algunos días de su bienvenido permiso se los había pasado preguntando si la Nébula había regresado desde ese extraño mundo. No preguntaba todos los días, pues era sin lugar a dudas peligroso considerando que ella y otro miembro de la Armada eran amantes. Si demostraba mucho interés por alguien, de quien no debía demostrar mucho, otra persona suspicaz podría preguntarse cosas que ella no quería que nadie preguntase.
Ya en el interior, había recorrido con toda calma las avenidas y paseos hasta uno de los comedores para oficiales. Tenía hambre, la caminata la había cansado de modo agradable y sin el uniforme se sentía en paz con el mundo. Al llegar a su destino, había visto a un buen número de personas por fuera del comedor sur, todos uniformados y seguidos por los típicos equipajes militares. Sin duda alguna el contingente de una nave había llegado. ¿Sería posible?
Su corazón se había acelerado cuando vio entre ellos a un oficial de cabello castaño muy bien cortado y que destacaba por su altura, quien estaba conversando con otro oficial con insignias de capitán junto a la entrada del comedor. Cuando había reparado en quién era, se había detenido en seco sin que sus pies se movieran durante algunos segundos y cuando por fin pudo volver a caminar, intentó disimular la alegría que había sentido al reconocer a Víctor, por fin de regreso a su lado. Al estar justo en la entrada del comedor, a Mabel se le presentó la excusa perfecta para poder hacer saber a su amante que ella estaba ahí, de modo que con un carraspeo desierta intensidad, les dijo a ambos:
—Perdón… ¿Me permiten pasar?
Los dos se habían dado la vuelta y al verla, tomando en cuenta que no llevaba el uniforme, les ofreció un saludo informal, al que respondieron con algo de duda. El Capitán Olsen, a quien Mabel había reconocido un momento antes, le dedicó una sonrisa amistosa y sin reparar en la sonrisa que Víctor le había lanzado a ella, le estrechó la mano diciendo:
—Qué gusto volver a verla, Teniente MacAndrews.
—El gusto es mío, Capitán.
—¿Conoce usted al Teniente Guzmán? —le dijo Olsen señalando a Víctor con un gesto de la mano.
—Desde luego que sí, —había dicho Víctor en ese momento—, nos conocemos desde la academia. Entramos y salimos de ahí al mismo tiempo junto a otros actuales oficiales en servicio.
Mabel había sentido que sus piernas temblarían a la menor oportunidad, de modo que para intentar calmar las emociones que se agolpaban en su ser se había propuesto alargar la conversación.
—Dígame algo, Capitán. ¿Por qué veo a todos sus oficiales en Tierra? ¿Todos han tenido que bajar?
—Por desgracia, la tripulación de la Nébula se disuelve y la nave será destinada a quién sabe qué tareas. —Tras un par de segundos, continuó—: A mi me van a ascender a Coronel y formaré parte del estado Mayor del almirante Petrovsky.
Acto seguido, Víctor le entregó información que en apariencia era sin importancia, pero que le decía a Mabel lo que quería saber en concreto.
Nos hemos pasado casi todo el día entregando informes de misión y de tripulación ante la gente de Rengifo. Me muero por una ducha. Jamás pensé que diría algo como esto, pero estoy deseando encerrarme en mi habitación de las barracas de tenientes de mando.
¡Bien! Estaban en las mismas barracas. Era cosa de ponerse de acuerdo y ver si estaban en el mismo piso.
—Yo llevo quince días aquí en el cuartel, y más que nunca he disfrutado las barracas que menciona, teniente. Algo incómodas como siempre, pero al menos desde el quinto piso puedo ver el amanecer.
No diría más, con eso esperaba fuera suficiente para él. Además siempre podía mandarle un MP dando más detalles.
—¿Fue a ver a su familia? —le preguntó Olsen.
—Desde luego —mintió ella. No quería hablar de su padre con el capitán, pues seguramente querría preguntarle por el estado del General. Mabel no quería decirle que llevaba casi dieciséis años sin hablarle, por muchos intentos que había realizado el gran general MacAndrews por hablar con ella—. No pude verlo —se apresuró a decir—, pues anda fuera del planeta.
—Eso había escuchado —le dijo Olsen asintiendo de forma pensativa—. De modo que por lo menos habrá podido ver a su madre.
La rabia que le había dado la mención de su padre creció un poco más al oír hablar de su madre, a la que llevaba mucho más tiempo sin dirigirle la palabra. Se limitó a negar con la cabeza al tiempo que dijo que no lo había podido hacer, pues también estaba fuera del planeta.
—Sólo pude ver a mis hermanos —volvió a mentir, ya que en realidad sólo había hablado con ellos por enlace y se habían limitado a ponerse al día sobre ellos. Ella por cierto no había preguntado por sus padres y sus hermanos no los habían mencionado. Después de todo sabían perfectamente que ella no hablaba con ninguno de los dos.
A esto siguió un poco de charla insustancial sobre conocidos de la Flota y el estado de las misiones importantes de que se tenía noticias, hasta que luego de un momento el capitán Olsen inició la despedida de forma bastante agradable. Finalmente le puso la mano derecha en uno de los hombros a Víctor y dijo:
—Teniente, ha sido un honor tenerlo bajo mi mando.
Le hizo la venia y tras devolver el saludo, Víctor le dijo que el honor había sido suyo, tras lo cual Olsen se había despedido someramente de ella. Desde luego se había dado cuenta de que le miraba las piernas, tal vez la mejor parte de su pobre figura. Bajando por la calle de la derecha, Mabel lo vio irse seguido por su equipaje. Se veía…, abatido. Algo triste, mas en realidad abatido era la palabra que describía su porte algo encorvado. Por ello fue que pensando en voz alta, dijo:
—Parece algo triste.
Víctor le puso la mano en su hombro (con lo cual ella se sintió como gelatina) y le dijo:
—Por mucho que el ascenso sea agradable, le ha dolido perder su nave. Es un buen hombre —fue su comentario final cuando el capitán se perdía de vista. Luego, casi como si siguieran un impulso, giraron las cabezas al mismo tiempo y se habían mirado a los ojos durante un momento; puesto que como la entrada del comedor seguía con algunas personas dando vueltas por ahí, no podían hablar ni decirse nada de lo que querían hablar.
Él le dijo que iría a descansar a su habitación y ella que iría a comer algo. Lo que había hecho con bastante prisa y al volver a su cuarto había esperado durante un par de horas hasta que un golpe en la puerta le había indicado que Víctor estaba al otro lado, esperando a que le abriera. Luego de dejarlo entrar, la entrega, al igual que siempre, había sido total y con la misma urgencia que siempre estaba presente entre ellos cuando se encontraban tras la separación.
Los dos días siguientes se habían comportado de forma profesional, encontrando a viejos conocidos por el cuartel y siempre en compañía de otras personas.  Sólo al caer la noche eran el uno para el otro y el resto, con las preocupaciones sobre destinos y asignaciones quedaban fuera y el deseo, el ardor y las ganas de recuperar el tiempo perdido ocupaban las horas de la noche y parte de la madrugada.
Ahora, mirando el sol que entraba por los ventanales, no pudo evitar sonreír al pensar en las noches anteriores.
Al llegar a la entrada tras salir del ascensor, y mientras bajaba la escalinata, vio que del alojamiento de enfrente una mujer salía por las puertas junto a un par de jóvenes con los que mantenía una alegre conversación. La reconoció en el acto y levantó la mano para hacerle saber que estaba ahí. En ese momento ella la vio y la sonrisa fue deslumbrante. Se despidió a toda prisa de sus compañeros y terminando de bajar los escalones, corrió por la calle hasta llegar junto a Mabel, quien en ese momento terminaba de descender por la entrada de su alojamiento.
Con un caluroso “¡amiga mía!” que se escuchó por todo el lugar, Diana le dio un fuerte abrazo al que Mabel respondió sin dudar. Una de aquellas personas de las que se había hecho amiga íntima en la Academia hacía más de dieciocho años, Diana Dillon seguía siendo una de sus más grandes y más queridas amistades en todo el servicio, al igual que el hombre al que había dejado cinco pisos arriba. Quince meses antes se habían despedido cuando Mabel Partía a la Luna, mientras que Diana pasaría a formar parte del cuerpo médico de la estación Descanso, al mismo tiempo que seguiría con un curso para mejorar su condición como cirujano naval.
—No tenía idea que estabas aquí —le dijo Mabel, una vez que se separaron del enorme abrazo que habían compartido—, y tenía entendido que seguías en descanso o algo así.
—Qué va —Respondió su amiga—, dejé la estación un día después de mi último mensaje y llevo casi un mes reforzando mi entrenamiento de gravedad cero en Magallanes. —En ese momento volvió a sonreír para agregar con alegría muy poco contenida—. Me asignaron al cuerpo médico del Danubio y tengo que embarcar hoy para encontrarme con ellos en el L-5. ¡Estaré bajo el mando de Julio Almeida!
Almeida, que había sido instructor de ellos en el curso de supervivencia hacía casi trece años en Londres, era tal vez la persona a la que Diana más admiraba en todo el mundo. Había estado bajo su mando en un par de naves cuando la propia Diana había salido de la academia médica de Marte unos años después, y tal como sabía Mabel, Para su amiga era el mejor médico que tenía la Armada en la actualidad. Casi de inmediato Diana siguió hablando y lo que le dijo no fue nada nuevo, pero sí le confirmó algo que había escuchado durante los quince días que llevaba en el cuartel.
—Se está juntando casi toda la dotación del Danubio y según me dicen, la nave debería ser sacada del astillero en estos días y escuché que deberá estar lista para partir en algo así como un mes.
En efecto, Mabel sabía que la nueva y espectacular nave de la Flota estaba casi lista, aunque pensaba que su entrada en servicio sería mucho más tarde. Mientras permanecía en el Centro todos esos meses, miraba de vez en cuando hacia arriba. Veía las estructuras del astillero principal de la Armada y por medio de los rumores al principio, y luego por los boletines de la Oficina de comunicaciones, supo que se estaba armando una nueva clase de navío por encima de su cabeza. Más tarde supo que la nueva clase de nave era Ribera y la primera sería el Danubio. De ahí las especulaciones y rumores se habían iniciado por todos lados. Sobre el comandante de la nueva nave, sus oficiales superiores, destino, misión y todo lo demás. Como su autoestima en general era algo baja, Mabel lo había visto todo casi como desde afuera, pero de vez en cuando, casi sin pensarlo, se había encontrado soñando con la idea de pertenecer a la dotación del Danubio. Al terminar su entrenamiento en la escuela táctica del Centro Heinlein, se le había ordenado ir directo al cuartel de Río, y junto con muchos otros, había fantaseado con la idea de que la asignaran al Danubio gracias a sus recién adquiridas nociones sobre tácticas y estrategias. Lo que casi de inmediato supo, o mejor dicho pensó,  fue que jamás mandarían a una oficial recién salida de la escuela a una nave como esa.
—¿Sabes quién asumirá el mando de la nave? —le preguntó a Diana.
—Ni idea, es en apariencia el secreto mejor guardado de Rengifo y según dicen ya fue asignado, mas nada se ha dicho que se pueda confirmar.
—¿Y ante quién debes reportarte? —Le preguntó acto seguido.
—Según mis órdenes tengo que reportarme ante la Jefa de Ingenieros, alguien llamado Millansky o algo así. —Sin mediar pausa, señaló con el pulgar al edificio del que acababa de salir y agregó—: Los dos con quienes estaba también fueron asignados al Danubio y son pilotos de combate, por lo que podemos afirmar que tal como decían los rumores la nave es de estilo completo.
            Mabel asintió lentamente y llegó a la misma conclusión. Al parecer el Danubio era lo bastante grande para llevar un grupo de tareas destinado a manipular naves de combate de tipo individual o de exploración.
Antes que Diana pudiera decir algo más, le preguntó:
—¿A qué hora embarcas?
—A las mil novecientas directa a Descanso, y luego a esperar que llegue la nave para el transbordo.
Parecía que iba a decir algo más, pero entonces vio cómo sus ojos verdes se abrían con asombro y sus labios se entreabrían con una sonrisa. Se giró para ver quién era el centro de atención de Diana y vio que bajaba la escalinata Víctor, acompañado por un oficial que a Mabel le resultaba de algún modo familiar y que sin embargo no podía situar.
     Diana Dillon era una de las tres personas de la Flota que seguían con vida que sabían que ella y Víctor eran pareja y aún cuando era bastante discreta, Mabel supo que debía andarse con mucho cuidado para no dar a entender nada a nadie. Cuando aún no estaban muy cerca de ellas, Diana, casi como un comentario al pasar le dijo en voz baja:
—Bien, por lo menos lo has visto en esta estadía.
Sólo pudo asentir, pues en ese momento Víctor y su acompañante llegaron hasta donde ellas estaban.
—Tal vez no lo recuerdes —dijo Víctor—, pero permíteme que te presente al Teniente de Marina Henry Davis, flamante Jefe de Pilotos de Ala del Danubio.
Señalando a Mabel con la mano izquierda y hablándole a Davis dijo de inmediato:
—Henry, ¿Te Acuerdas de Mabel MacAndrews?
Con una elegancia de gesto que tan solo consistió en inclinar la cabeza hacia ella, Davis le dijo:
—Teniente MacAndrews, un placer verla después de tantos años.
Primero por el nombre y luego por su voz de barítono, así como por su elegancia que destacaban por sobre muchos otros oficiales, Mabel lo reconoció: uno de aquellos jóvenes alférez que habían realizado la instrucción en Londres cuando ella, Diana, Alicia, Annie y Víctor se habían encontrado por primera vez tras la academia.
—Y permíteme —continuó Víctor casi sin mediar pausa—, presentarte, si es que no la reconociste también, a Diana Dillon, Cirujano Naval y por el estado de sus hombros, Teniente Junior de la Armada y antigua amiga muy querida.
—Yo sí que lo recuerdo —intervino Diana antes que Davis pudiera decir nada— y debo decir que estoy encantada de volver a verlo, Teniente.
Tras estrechar la mano de Diana y antes que pudiera decir nada, ella le soltó que también estaba asignada al Danubio y que estaría en el cuerpo médico.
Víctor y Mabel se miraron a los ojos y al mismo tiempo, sonrieron ante el entusiasmo de Diana, que tenía muy pocos reparos en demostrar sus emociones y se veía radiante por su asignación. Así también se enteraron que embarcaban juntos ese día rumbo a Descanso y que al igual que ella, Davis debía reportarse a la Jefa de Ingenieros que estaba al mando hasta ese momento. Por otro lado, Diana sacó de un pequeño bolso que llevaba colgado, un modelo diminuto del Danubio y los cuatro con curiosidad muy poco contenida le dieron una mirada y al final, como al parecer era un modelo tan nuevo y muy poco difundido entre los miembros de la Flota, sólo pudieron (gracias a Henry Davis) determinar las áreas de lanzamiento de las Agujas y las pistas de llegada de las mismas. Desde luego también vieron los motores y a grandes rasgos decidieron que muy posiblemente el Puente estaba más o menos hacia la mitad de la nave y en su parte superior, o al menos eso parecía. Diana (que según Mabel se pondría a dar saltitos de entusiasmo) les contó que hasta donde se suponía el cuartel médico era el primero con sistema de rotación interno con capacidad de generar cierto tipo de gravedad, con lo que se podrían realizar intervenciones de forma más segura.
Víctor aprovechó que Diana tomaba aire para decir que deberían ir a desayunar y en ese momento con una naturalidad que Mabel siempre había envidiado en su amiga, se colgó del brazo de Davis y aún charlando abrió el camino hacia el comedor de oficiales.
Mabel se puso junto a Diana y Víctor junto a Davis. El tema de conversación siguió por los mismos derroteros que antes, lo que al parecer no molestó al Teniente de Marina. También, con poco disimulo, tenía ganas de hablar sobre su nueva asignación, y mientras se acercaban a su destino, Mabel pensó que tal vez no sería tan descabellado pensar que la podrían asignar a la nueva nave. Por otro lado como Víctor estaba también allí en ese momento, se permitió fantasear con la idea de que tal vez podrían estar por fin juntos en una asignación después de tanto tiempo.

**********

Eufórico. Esa era la palabra que describía el estado de ánimo de Víctor mientras salía de la oficina del almacén central de Abastecimientos y suministros de la Flota, con una tablilla en la mano derecha y un maletín de aluminio en la otra. Reprimiéndose para no echarse a correr en dirección a la Plaza del Cielo, pensaba en todo lo ocurrido después de que junto a sus tres acompañantes salieron del comedor de oficiales esa mañana.
¿Había sido esa misma mañana? Tenía la sensación de que el tiempo se había detenido, o prolongado, o estirado a su favor desde que había entrado al feo edificio que albergaba la oficina de personal.
Guiado por su implante había dado con la oficina de Rocco, uno de los tantos auxiliares del almirante Rengifo para que se le dieran nuevas órdenes, y de preferencia recibir una asignación que lo hiciera volver al espacio.
Una bonita cabo a la que el uniforme le sentaba de maravilla, lo había hecho esperar sentado en una de las sillas que plagaban la antesala de Rocco. Cuando tras ver que una mujer mayor que él salía del despacho del Coronel, una señal en el escritorio de la cabo se había encendido; en el acto había extraído un maletín de aluminio de uno de los estantes de la pared central. Le había indicado que entrara tras ella y haciendo un gesto grácil, le había mostrado la silla al tiempo que dejaba el maletín en el escritorio.
El Capitán de navío Ruggiero Rocco era un sujeto bajito de complexión atlética, de rostro que parecía moldeado de arcilla húmeda, pues daba la impresión de que en cualquier momento se largaría a sudar; sin embargo sus modos eran tan duros como si en realidad estuviese tallado en piedra. Luego de la ceremonia de recitado de códigos y números que permitían abrir el dicho maletín, la secretaria salió y el Coronel Rocco sacó una serie de elementos del interior de éste y le había indicado a Víctor con un gesto que se sentara.
—Bien, teniente —Había iniciado Rocco—. La oficina de Personal ha tomado una decisión en cuanto a su nuevo destino.
Sin decir nada más, tomó una de las tablillas que había sacado del maletín y la había dejado frente a él. Luego tomó una caja de carga y haciendo una señal para que Víctor la tomara, se la había entregado sin agregar nada. Apoyando el pulgar en el sitio correspondiente y permitiendo el escaneo de su retina, esta se había abierto y le había rebelado el paquetito que contenía una charretera de oro. Junto a otra que tenía en el hombro derecho, le daba el rango de Teniente Primero. Con ello bailando en su mente,  Rocco se había puesto en pie y evitando que él también hiciera lo mismo, le había enganchado la insignia en el uniforme. Con un casi imperceptible “Felicitaciones”, volvió a su sillón del escritorio y mientras Víctor se sentía en la cima del mundo por su ascenso (llegado antes de lo que esperaba), el Coronel le dijo lo que no se había atrevido a pensar antes.
—Según las órdenes que están asignadas desde el día de ayer, se presentará con su nuevo rango en calidad de Primer oficial y segundo al mando del NCT Danubio dentro de tres a cuatro días, que es cuando se estima que llegará al L-5. Se reportará ante quien esté al mando en dicha ocasión y si no es su capitán comandante, asumirá el mando de la dotación presente en ese momento.
Mientras sentía como si una niebla plateada lo rodeara por completo llenándolo de una sensación cálida, escuchó que le decía casi sin hacer pausa que debía ir a las instalaciones médicas para el cambio de su implante y la actualización de su tarjeta. Ir a los almacenes para el aprovisionamiento que iba aparejado con el cargo, la oficina de administración financiera para la actualización del estipendio, que desde luego se vería aumentado con su nuevo rango, y la posición como oficial superior de una nave de tipo estelar. Además le enseñó un contenedor de unas pocas uñetas que contenían programas relativos al personal de la nave que debían cargarse en su consola de a bordo. La llave de esta, otra tablilla con datos de instrucción de su nuevo puesto y un cubo de datos con la ficha completa de todos y cada uno de los miembros de la dotación. Agregó que hasta ese momento estaba casi completa, y respecto de la cual faltaban doce puestos por llenar, para indicar que dentro del maletín había una última tablilla que contenía el listado completo de la dotación hasta ese momento ordenados y clasificados por rangos, grupos de tareas, antigüedad, honores, etcétera.
Víctor había pensado que se había quedado sin voz, pues durante toda la entrevista no había dicho casi nada y la avalancha de lo que Rocco decía no dejaba lugar a que pudiera decir nada que fuera coherente. El sólo hecho de saber que se le había ascendido, que se le había asignado al Danubio y que sería el primer oficial lo habían dejado patidifuso. Para más colmo de todo, Rocco se había puesto en pie, con lo que a Víctor le quedó claro que la reunión terminaba y haciendo el saludo militar se encontró fuera de la oficina casi sin darse cuenta.
Vagamente fue conciente de haber visto que la secretaria entraba acompañada de una mujer alta y tremendamente delgada con insignias de sargento. Cuando salió del interior, le dedicó una sonrisa amplia y le dijo:
—Permítame felicitarlo, señor.
Musitó un flojo “gracias” y con la sensación de estar flotando entre nubes, bajó por la escalera aferrando el maletín de aluminio que contenía todo lo necesario para iniciar sus funciones recién asignadas.
Al llegar a las oficinas médicas unos minutos después, el mismísimo Olguín le había cambiado el implante. Con un parloteo mucho más agradable, había puesto la Araña en su ojo derecho, había eliminado su antigua tarjeta y calibrando la nueva (mientras hablaba de los deportes que se practicaban en la ciudad) le había cargado el nuevo sistema operativo. Fuera de aparecer la fecha y la hora actual en su implante tras el cambio, su rango y asignación actual figuraban en letras de color oro frente a su ojo derecho. En seguida el doctor le había hablado de ciertas jovencitas que lucían estupendas con los uniformes actuales y algo sobre la Jefa de Ingenieros del Danubio, que era una belleza realmente notable, se había deslizado en su perorata.
—Si me permite el comentario, —le había dicho a Víctor— más de un corazón va a suspirar por esa mujer. Es realmente preciosa y le diría a cierta señorita de cabello negro como ala de cuervo que lo tenga bien vigilado.
Casi se había caído de la silla al escuchar eso, no obstante como Olguín se dedicó a disimular como si no hubiese dicho nada, no se animó a nada más que asentir, pensando que tal vez le estaba dando al viejo una corroboración que no había pedido. Después de todo al veterano doctor lo conocía desde hacía muchos años. En varias ocasiones los había visto juntos y suponía que tal vez se había percatado de algo, pero francamente no se atrevió a decir nada y prefirió que la cosa se quedara como un misterio que tal vez nunca se resolvería.
Finalmente el doctor le señaló que muchos de los que esperaban fuera de su despacho también eran parte de la dotación del Danubio y tal vez querría darles un vistazo para familiarizarse con alguna que otra cara.
Y desde luego Víctor así lo había hecho, y además se regodeó viendo el particular estilo del doctor Olguín como amo y señor de esa parte del edificio de la oficina de personal. Porque saliendo detrás de Víctor, se había parado en la puerta de su despacho y mirando de uno en uno los rostros de quienes esperaban fuera, había levantado el dedo. Apuntando directamente a una mujer alta de cabello rojo encendido le había dicho simplemente “¡Usted!”, y entrando en su oficina se había quedado de pie junto a la puerta esperando que ella entrara.
La joven Alférez que había dudado sobre qué quería decir con eso, no hizo ningún movimiento hasta que desde dentro el vozarrón del buen doctor le había dicho que se apurara. Que no tenía todo el día y que debía hacer un montón de cambios de implante ocular. Así que (y aquí varias sonrisas y ciertos sofocos se repartieron por igual en la antesala) sería bueno que pusiera en marcha esas estupendas piernas y se quitara el pelo rojo de los ojos si no quería agarrarse una infección que le impediría asumir funciones. La chica, que había enrojecido notoriamente, había puesto en marcha sus en efecto estupendas pantorrillas. Entrando en la oficina de Olguín con cierto apuro, había dejado tras de sí una serie de miradas evaluadoras por parte del grupo de varones del lugar.
En ese momento un sargento se había dado cuenta del rango que anunciaban los hombros de Víctor y gritó un sonoro “¡Atención!” con lo que toda la sala se había puesto en pie adoptando la posición de atención.
—Descansen —Había dicho él con lo que algunos se sentaron—, pero disimulen mejor ciertas miradas, caballeros.
Mientras unos se sonrojaban y otras miraban con aprobación al recién nombrado Teniente Primero, se había dedicado a dar una mirada por los rostros de quienes estaban ahí, siguiendo el consejo de Olguín. Eran más o menos quince personas en total (sin contar a las dos secretarias del doctor y un asistente) que en su mayoría se trataba de alférez de diversas edades, además de un par de suboficiales.
Un Teniente de tal vez veintisiete años, alto y sumamente delgado de una piel tan negra que en ciertas partes de su cara parecían aparecer tonos de color azul. Tenía una mirada de inteligencia y seriedad, que le dijo a Víctor que era de alguna forma un tipo de cierta valía. Parecía tener algún tipo de experiencia en el área a la que pertenecía, pues tenía la mirada del que ha visto más que otros. Logró ver que su apellido era Canin, y creyó que tenía el distintivo de señales de la flota.
La mujer alta y delgada que había visto antes, con insignias de sargento y que lucía el emblema de mecánico en la chaqueta, con unos impresionantes ojos negros que debía rondar por la cuarentena esperaba sentada junto a una de las ventanas con expresión serena. Una jovencita que parecía haber salido hacía un par de años de la academia con unas relucientes insignias de alférez, sin ningún emblema distintivo que la identificara como parte de algún área del servicio, tenía una mirada que, al parecer, Víctor estaba seguro estaba hecha para sonreír. De cabello castaño claro corto y algo menuda, le dio la impresión de que sería una revoltosa en cualquier grupo al que llegara, sobre todo por la mirada sin vacilación que le dedicó con sus bonitos ojos castaños, que parecían relucir con la anticipación. La placa del uniforme la identificaba como Katyuska E. Gorvayeva y como en el caso de los anteriores, se preguntó si la vería en la nave. Supuso que se conocían con la pelirroja que había entrado, ya que antes de ingresar se habían mirado durante un momento; esto lo hizo preguntarse si también vería días más tarde a la bonita alférez que estaba al interior de los dominios de Olguín
Durante algunos instantes se dedicó a mirarlos de uno en uno, lo que al parecer a casi todos les pasó inadvertido, salvo a un alférez de rostro simpático y de mirada acosada…, o mejor dicho tímida.
—Bien —dijo a la concurrencia—, supongo que no muchos de ustedes conocen a nuestro doctor Olguín y sus maneras tan directas. —Los que tenían más edad sonrieron con complicidad, mientras que los más jóvenes mostraron expresiones de cierto azoramiento, pero en general a todos se les podía ver algún grado de diversión—. Lleva haciendo este trabajo desde toda la vida y ha sido quien ha modificado en su mayor parte los implantes oculares desde que aparecieron por primera vez.
Adoptando un tono confidencial continuó.
—Dicen que lo primero que hizo al ver el implante fue decir que se podía mejorar, lo que hizo un año después que entraron en servicio como parte del uniforme.
—Fueron nueve meses, dijo la conocida voz detrás de él. Se giró intentando no mostrar nada de sonrojo (lo que no estuvo seguro de haber conseguido) y le dijo a Olguín que se había limitado a repetir lo que se decía por ahí.
La alférez pelirroja se encontraba junto al doctor sosteniendo un pañuelo de papel sobre su ojo derecho y varios de los más jóvenes mostraron cierto grado de incomodidad, lo que desde luego le dio pie a Olguín para lanzar otra de sus invectivas.
—Oh, está bien. Sólo tuve que darle un golpe para que se tranquilizara.
La sargento de mecánica se tapó la boca con la mano para ocultar la risa y algunos lo hicieron abiertamente, no obstante la chica objeto de todo negó con la cabeza sonriendo, lo que tranquilizó en cierta forma a los demás.
—La irritación pasa en uno o dos minutos —dijo Víctor—, así que no se preocupen.
—Claro que en este caso la señorita Van Hirst llorará muchos días ahora que vamos a separarnos— interpuso de inmediato Olguín arrancando nuevas sonrisas en los que estaban esperando.
Dándole una palmada en el hombro, le dijo que se moviera y tras despedirse de Víctor, recordándole que lo esperaban en la oficina financiera, volvió a gritar “¡Usted!” señalando al alférez de mirada tímida.
Cuando salía al pasillo tras la alférez, pensó que tal vez la vería en el Danubio. Era bastante bonita…, bastante guapa en realidad, de buen porte y algunas pecas en la nariz que realzaban unos ojos grises hermosos y que crearon en él una idea de familiaridad.
Al notar que él la miraba, se apresuró a preguntarle:
—¿Primera asignación?
—No, señor. Es la segunda y al parecer me estoy dirigiendo al área de señales y detección.
—¿Danubio?
—Sí, señor. Lo encuentro increíble —fue su respuesta que acompañó con una radiante sonrisa.
—Muy bien —le dijo él—, entonces nos veremos arriba.
Ella había abierto sus hermosos ojos y antes que pudiera decir algo, Víctor señaló con el pulgar la puerta que tenía detrás y le dijo:
—Es muy posible que veamos a varios de ellos también en poco tiempo.
Van Hirst se tapó la boca con el pañuelo de papel diciendo— ¡Oh, no! ¡Qué vergüenza!
            —No se preocupe, con usted el buen doctor estaba calentando los impulsores. A algunos de esos pobres les espera algo que superará con mucho las bromas que le hizo a usted.
Se dio cuenta de algo más en la cara de la joven y aún notando la sensación de familiaridad, creyó ver algo en ella y por estar más o menos seguro de lo que creía, se atrevió a preguntar:
—¿Van Hirst? ¿Por casualidad su padre es René Van Hirst?
—Sí, señor.
—Entonces usted es Érika.
—Sí, señor. Me llamo Érika Van Hirst. ¿Supongo que conoce a mi padre?
—Sí, pero en realidad conozco mucho más, y hace muchos años al hermano menor de su madre —había finalizado notando como su cara sonreía con todos los recuerdos.
Ella lo había mirado un tanto a la cara y sus ojos se abrieron algo más cuando pudo al parecer identificarlo.
Víctor por fin había podido reconocer a la niña que hacía tantos años había visto por última vez, cuando vio como su boca se abría en una expresión de total sorpresa, que lo llenó de recuerdos de tiempos anteriores a muchas cosas. Tiempos felices, tiempos en que el universo no parecía tan grande como había resultado ser.
—¿Tío Víctor? ¿En verdad es usted? ¡Lo siento! Por favor disculpe, señor. No quise faltarle el respeto.
—No se preocupe, Érika. Es muy bueno verla otra vez después de tantos años.
Con el sonrojo avivando nuevamente sus mejillas, caminaron juntos hasta la escalera del fondo del corredor y al acceder al hall de acceso, se despidieron recibiendo su primer saludo como segundo al mando del Danubio.
Recordaba de igual forma lo de la oficina financiera, que había consistido en un mero trámite. Más tarde, en los almacenes de los que acababa de salir había adquirido un juego nuevo de uniformes, un nuevo equipaje (más grande del que tenía), una serie de elementos de comida y bebida, destinados a agasajar a quienes serían sus invitados a bordo en las comidas que debería ofrecer. Además de todo ello, una serie de tablillas vacías que serían indispensables para sus tareas como jefe de personal y finalmente una cantidad de suministros de gran variedad de géneros y tamaños. Éstos se los enviarían directamente a la nave en dos o tres días, debiendo pagar por el envío, desde luego. Con todo ello, su primer pago del nuevo estipendio y parte de los anteriores pagos de los que no había hecho uso, fueron tremendamente disminuidos cuando salía de la oficina de facturación.
Al final de la rampa se quedó esperando su nueva Roboleta y luego de unos segundos, la vio aparecer por las puertas acristaladas de la oficina. Se quedó junto a él y con ese característico zumbido que hacían todos los equipajes militares, dio la impresión de que era un perro junto a su amo esperando la siguiente orden. Lo abrió, introdujo en él el maletín y tras cerrarlo le ordenó mediante el implante que lo llevara hasta su habitación en las barracas de los tenientes. Lo vio alejarse y de inmediato pensó en Mabel preguntándose dónde estaría. Si había alguien con quien quería compartir su alegría y excitación era con ella, además de Diana, mas ella tal vez ya lo supiera, o lo sabría al embarcar. Daba igual, él quería ver a Mabel.
Cuando llegaba a la esquina noroeste de la Plaza del Cielo, por instinto o premonición miró al semicírculo que era la oficina de personal y la vio. Bajaba la escalinata junto a un sargento de la infantería de marina que la guió hasta un Hoverjeep, que se puso en marcha tan pronto como ambos estuvieron sentados en su interior. De inmediato enfiló recto por la avenida Lunar, lo que podía indicar varios destinos posibles, salir del cuartel, por ejemplo; sin embargo también podía ser que fueran a los barracones de los suboficiales, el área central de entrenamiento de los infantes de marina, el sector de almacenes de armas y algunas dependencias más. Le parecía que Mabel no lo había visto, puesto que hablaba seriamente con el sargento cuando los había avistado bajando de la entrada del feo edificio de personal. Mirando cómo su cola de caballo ondeaba en la cabina abierta del Hoverjeep, se preguntó si la vería esa noche, o si bien debido a las nuevas asignaciones que ambos ya tenían, volvería siquiera a estar con ella para despedirse.
Parte de la euforia que había sentido hasta ese momento se desvaneció. Por ello, cabizbajo y ya sin sonreír caminó rumbo a la plaza, pensando en buscar algún asiento desocupado. Quería pensar en lo que se le venía y lo que tal vez dejaría atrás, debido a que no se hacía ilusiones. Pensar que podrían por fin estar juntos, por primera vez y en la misma nave, era ser tal vez demasiado optimista. En ese momento tuvo una idea y tratando de ver si aún podría divisar a Mabel, lo que no logró, esforzó su memoria a corto plazo intentando recordar si ella iría tal vez con el ojo derecho por detrás de un pañuelo de papel. Su esperanza se desinfló cuando la imagen de ella bajando la escalinata se formó y la visión de un maletín de aluminio más grande que el de él estaba colgando de su mano derecha, mientras en la otra su bolso estándar se balanceaba indiferente. Sí, realmente era ser optimista pensar que podrían estar juntos.
Esperando que una columna de cinco Hovertracks pasara por la calle, su ánimo bajó una vez más elucubrando sobre el destino de Mabel y cuando por fin cruzó hacia la plaza, un peso familiar se había instalado en su pecho, al que le dio la bienvenida como un viejo amigo. Amigo al que no quería ver, pero que siempre llegaba cuando la separación de la mujer amada se hacía inminente. Ni la visión de la Fuente de las cien Torres que se extendía por donde caminaba, con sus cien chorros de agua que el viento dispersaba, le levantó el ánimo. Caminando por los senderos que formaban islas de caprichosas formas de césped bien cortado y mantenido, se cruzó con parejas y grupos de miembros de la Flota que mostrando diferentes grados de apuro o calma se dirigían a sus destinos concretos, o bien como lo hacía él simplemente paseaban. No se alzaban manos para hacer la venia, ni se adoptaban posturas de atención o firmes, ya que era una norma no escrita que al interior de la plaza los rangos no significaban nada, de modo que pudo ver a gente de distinto rango charlando amistosamente o bien intercambiando bromas. Algunos hombres lo saludaron con sonrisas o gestos de la cabeza y la mano, mientras otras le sonreían con afecto a la distancia.
Conocía a mucha gente de aquella que andaba por ahí y devolvió tantos gestos de amistad como recibió; sin embargo no tenía ganas de hablar con nadie. De ese modo, más pronto que tarde se encontró caminando por los lugares menos concurridos, hasta que se vio recompensado con un solitario banco de madera que daba la espalda al sol que ya bajaba hacia el poniente. Durante un par de minutos se quedó sentado con los antebrazos apoyados en las rodillas y sosteniendo la tablilla con ambas manos. Miraba sin ver el espectáculo de la plaza y las personas que se veían a cierta distancia, ya que sólo pensaba en ella.
Después de un único suspiro que resumía su estado de ánimo, apoyó la espalda en el asiento y tras poner una pierna sobre la otra, activó la tablilla en la que estaba guardado el listado completo de la tripulación de su nueva nave.
La pantalla de la tablilla le mostró que podía elegir si separar los listados por rango, por grupos de tareas, por asignaciones anteriores, por edades o por certificados de estudios complementarios, así como por honores recibidos, fueran medallas, condecoraciones u otras análogas. Seleccionó por grupo de tareas y se desplegó un nuevo menú con el listado de tareas de la nave encabezado por el Puente (aunque no era un grupo de tareas en sí) y seguido por pilotaje, Navegación, Señales, Ingeniería, enfermería, Suministros, Mecánica, Táctica, Ala de ataque, Infantería de marina, Ciencias, Servicios y comisionados. A su vez cada uno de ellos estaba dividido en subgrupos específicos de cada tarea, dividiendo el puente por ejemplo en Señales, Timón, Operaciones, Tácticas y Comando. Se dio cuenta que antes de cada subgrupo de cada tarea se señalaba el oficial o suboficial al mando bajo el enunciado de “COMANDANTE”. Sin que se pudiera ver ni nombre ni rango, así que sin pensarlo mucho, estuvo a punto de abrir la información de quién figuraba en dicha calidad en el grupo de tareas del Puente. Volvió sin embargo atrás y en lugar de eso seleccionó ver el listado de la tripulación por el rango y sin darse cuenta del nombre, pulsó en el lugar que decía “COMANDANTE – CAPITÁN”.
Una captura que iba desde la cabeza hasta la mitad de los muslos ocupó la totalidad de la pantalla. En la parte superior estaba el nombre completo, el rango, el puesto dentro de la tripulación y el número de serie personal de la flota. Claro que la sorpresa hizo que durante un buen rato no se fijara en el nombre, porque no podía apartar la vista de la captura de quien sería su capitán en el Danubio.
Nelson Thomas Patrick había sido uno de sus mejores amigos durante los años de la academia, y un contacto más que frecuente en los años transcurridos desde la graduación, con mensajes constantes y regulares. Alguien a quien de forma sana había envidiado por sus logros, los que lo habían llevado al mando de naves antes que muchos oficiales más experimentados que él. De hecho su primer comando, casi accidental, había estado en su momento casi al nivel de una leyenda. De ahí en más, Tommy simplemente había ido como flecha en dirección al cielo.
No se podía decir que actualmente fueran amigos íntimos, pero sí que lo habían sido en la Academia y tenían una amistad que a pesar de las distancias, muchas veces alargadas durante años, había perdurado hasta el presente. Qué demonios, había sido su mejor amigo durante los años de la Academia e incluso desde antes. Sabía de los logros personales como comandante y la excelente campaña que había realizado como capitán de la Everest hasta el mes anterior; no obstante jamás se habría imaginado que alguien que tenía su misma edad pudiera ser nombrado comandante de una nave como el Danubio, la más nueva joyita de la Armada y en teoría lo mejor que se había fabricado en años.
En la imagen se le veía de buen talante, con las manos en la espalda y las piernas separadas, con el uniforme completo y perfectamente arreglado, que le daba una idea de seguridad y autoridad que ya hubiese querido Víctor para sí mismo.
—Vaya, vaya —dijo tras un momento y se preguntó si fuera de los nombres que ya conocía, algún otro que pudiera sentir como cercano estaría en el personal bajo su mando.
Pulsó sobre el ícono marcado para ir a la siguiente entrada y se vio a sí mismo en una imagen del mismo tipo que la anterior, con los brazos a los costados y una expresión seria que habría hecho sonreír a Mabel. En la parte superior se leía que era Teniente Primero y que era primer oficial al mando del Danubio, lo que hizo que se preguntara una vez más si era cierto aquello, pues aún le parecía irreal.
En la siguiente entrada vio a un oficial al que conocía también de la época de la Academia, llamado Jorge Belisario Santamaría, teniente piloto y Navegante del Danubio. Los recuerdos de Patty que desde luego estaban asociados a Jorge Santamaría, se hicieron presentes, regresando nuevamente a esos años en que todo parecía más fácil. Intentando apartar todo aquello de su mente (nunca era fácil lograrlo) continuó viendo el listado.
La siguiente imagen que apareció cuando quiso ver quién seguía en orden jerárquico a Santamaría, le transformó el resto del día por completo. Mirándolo desde su tablilla con sus hermosos ojos de color miel estaba Mabel Elizabeth MacAndrews, teniente segundo, Jefe táctico y de seguridad del Danubio.
Si alguien lo hubiese estado mirando a la cara en ese momento, habría visto sin duda cómo su gesto de concentración se convertía en uno de sorpresa, luego cómo se le dividía la cara con una sonrisa. Finalmente, tal observador habría visto cómo se tapaba la boca con una mano mientras sus ojos se habrían de par en par con una expresión jubilosa.
Casi puso los dedos de la mano derecha (una vez quitada de su boca) sobre el rostro de la imagen que veía de Mabel para tocarla. Pensando en que tal vez alguien lo observaba, se limitó a pulsar renuentemente el ícono para la siguiente entrada y sin mermar en nada la alegría que sentía en su pecho, no pudo menos que concordar con el doctor Olguín. Katrina Tatiana Milovsky, Teniente segundo y Jefe de Ingeniería del Danubio era con mucho una mujer hermosa.
De cabello castaño rojizo que brillaba a pesar de estar sujeto en un moño bajo, tenía unos ojos grandes de color azul que de por si eran impresionantes y que eran el complemento perfecto para el resto de sus facciones. Pómulos altos, nariz pequeña y levemente respingona, labios del grosor justo y una barbilla fina, era sin duda un rostro que no pasaría desapercibido en ninguna multitud. El punto es que no era un rostro perfecto, pues tenía lo que en cualquier otro se llamarían imperfecciones. Un lunar algo grande sobre la ceja derecha, una pequeña cicatriz a un costado de la frente, y las pecas esperables en una piel tan blanca como la de esa mujer. Tales imperfecciones en total servían para realzar el conjunto y le quitaban la idea de ser una cara de muñeca, para tener el toque justo de realidad que hacía que fuera en apariencia de una personalidad única.
Se dio cuenta que había hecho lo que se había negado en el caso de Mabel, al pulsar en un indicador que parpadeaba junto a la cabeza de quien ocupase la pantalla, aumentando el rostro de la Ingeniera para ocupar casi la totalidad de la superficie.  Al ver durante un buen rato de forma clara lo que tenía en frente, quitó el zoom de la imagen y vio una vez más a tamaño normal a la teniente Milovsky. El rostro no era lo único digno de admiración, pues el resto era tan llamativo de un modo sutil, empero al mismo tiempo inequívoco. Pechos pequeños realzados por el talle fino y unas caderas que muy poco se disimulaban por la falda y la caída de la chaqueta, ni por la postura que tenía en la foto con las manos tomadas por delante y las piernas decorosamente apenas separadas.
Actuando por primera vez como jefe de personal, pensó que tal vez la teniente podría ser un foco de problemas, principalmente por las reacciones masculinas. Después de todo, y si se tenía en cuenta el encierro al que estarían obligados durante tal vez meses, más de alguien querría estar un poquito más cerca de ella. Tomó nota mental de tener vigilada la posibilidad de que problemas derivados del aspecto de Milovsky se produjeran en la nave, ya que sabía muy bien que cosas como esas podían ocurrir.
Antes de ponerse de pie e intentar localizar a Mabel para darle la estupenda noticia, vio la captura de quién sería la piloto jefe del Danubio. Una bonita muchacha llamada Mariana Patricia González, le sonreía abiertamente desde su imagen con una mueca bastante agradable.
Sacando la tarjeta de su manga, accesó en el menú principal los mensajes personales. Vio el último recibido ese día. Era el que Mabel le había enviado respondiéndole a él, cuando le había avisado que tal vez no podrían almorzar juntos. En lugar de crear un nuevo MP, ordenó responder a ése y desplegando el teclado virtual le escribió diciendo que iría a comer algo. Más tarde estaría en su habitación, así que esperaba que ella se pusiese en contacto. Lo envió y sin esperar la confirmación de que el MP había sido recibido, cruzó la plaza hacia las barracas de oficiales mientras seguía pasando las imágenes de la plantilla del Danubio, y desde luego vio varios rostros conocidos.
No solo había descubierto temprano que estaría junto a Diana, si no también sabía que Tommy sería su oficial superior, por ni hablar de Mabel. Además de todo ello, la condestable de la nave era otra de aquellas personas miembros de su grupo de amigos más queridos e íntimos de la Academia. Cinco de los seis que habían formado el grupo más revoltoso de aquellos años.

**********

Mientras la penumbra del final del día inundaba la habitación de Mabel, Víctor aún no podía creer del todo el giro de su vida en la armada. Contemplaba a Mabel mientras ella, sentada en la cama le narraba su propia historia del cómo se habían dado las cosas en su entorno.
Y a pesar del esfuerzo por ponerle toda su atención, seguía pensando en que el día que estaba terminando era uno de aquellos que no podría olvidar. Había sido casi perfecto y el fin de este no había hecho más que hacerlo sentir que estaba en la cima del mundo.
Luego de llegar del comedor sin tener aún noticias de ella, siguió revisando la lista de la tripulación. Había entrado a su propio alojamiento para ver las órdenes inmediatas y darles una lectura bastante completa. No supo cuánto rato había pasado hasta que el implante le indicó que tenía un MP de Mabel. En él le decía que por fin estaba en su habitación. Al ver que nadie estaba en el pasillo del quinto piso, caminó hasta la habitación de ella y luego de presionar en el Llamador, manteniendo la tablilla de sus órdenes y la del listado de la dotación aferradas en la otra mano, vio que la puerta se abría y Mabel, correctamente uniformada, le hacía un saludo militar perfecto como si se tratara del mismísimo comandante en Jefe de la Flota en lugar suyo.
—¿Señor? —Le había dicho al verlo con una seriedad tan sólo desmentida por el brillo de sus ojos—. ¿En qué puedo ayudarlo?
Aunque iba sin el uniforme le respondió el saludo y con voz de mando le dijo:
—Necesito hablar con usted, teniente.
Ella había dado dos pasos hacia atrás y se había puesto firmes con lo que Víctor pudo entrar y tan pronto como cerró la puerta, y antes que pudiera decir nada, Mabel le preguntó:
—¿Puedo hacerle una pregunta, señor?
—Desde luego, teniente. ¿De qué se trata?
—Es una pregunta sobre el protocolo, señor. —Como Víctor no dijo nada, dando un paso hacia él manteniendo la  postura y con voz formal le dijo:
—Dado que usted es mi oficial superior y que a menos que se trate de una orden ilegal o contraria a la situación de mi rango estoy obligada a obedecerlo; Que como el artículo 315 de las normas de conducta de la Armada prohíbe las relaciones personales que no sean familiares entre el personal, ¿si usted tiene intenciones románticas hacia mí ¿Debo negarme a una orden de, por ejemplo, besarlo, señor?
—¡Oh! —respondió él de inmediato—, usted en ese caso debería denunciarme y ordenarle a mi oficial superior que se me separara de mis funciones. Seguidamente mi oficial superior debería solicitar a la oficina de personal que se me relevara de mi puesto, y junto con sancionarme con tal vez una degradación se me debería trasladar a otro destino. Tal vez sería expulsado de la Armada por acoso, impartir órdenes ilegales e intento de coaccionar a un subordinado.
Era ni más ni menos que una pantomima entre ellos, de palabras rebuscadas y algo cursis. Sin embargo Mabel había sido, era y seguiría siendo una bromista. Eso él lo tenía claro, y por lo demás le encantaba jugar con ella.
—Entonces —dijo Mabel dando otro paso—, si yo le pidiera, dado que no puedo darle órdenes a usted, que me besara, ¿Qué debería hacer usted conmigo, señor?
—Bueno —respondió él retrocediendo hasta dar con la espalda contra la pared al tiempo que luchaba por no largarse a reír—, como su oficial superior mi primer deber sería señalarle lo inapropiado de su petición. Decirle firmemente que ese tipo de conducta no es propia de un oficial de la Armada, y también debería ordenarle que se retirara a sus habitaciones. Hacer que se quedara confinada en su interior hasta que un consejero pudiera hablar con usted, o bien hasta que esas ideas las descartase. Además —continuó mientras veía que ella daba otro paso hacia él— debería, por supuesto, informar de su conducta a la oficina de personal y pedir que la trasladaran si es que no recomendara que se le sancionara por faltar a la norma del artículo 315 del código de conducta.
—Ah —dijo ella mientras daba un diminuto paso adelante—, es que ahí está la cuestión, señor.
—¿El qué?
—Verá, señor. En el caso en cuestión yo no tengo relación ninguna con usted, sólo le estaría pidiendo un beso, de modo que no se trata de ir en contra de la norma, señor. Es más —continuó llevándose un dedo a los labios—, aún cuando usted accediera amablemente a mi petición, y me besara por única vez, no se faltaría al código de conducta, señor. En concreto no se podría afirmar que tuviésemos una relación personal, señor. ¿No le parece, señor?
—Eso podría ser cierto, teniente, pero aún cuando yo la besara a usted una sola vez —le dijo de inmediato mientras ella se acercaba un poco más—, el caso es que entre usted y yo se podría crear una situación de cierta tensión. Tensión que podría poner en peligro el fiel cumplimiento de nuestras funciones, lo cual es el motivo principal para que exista el artículo 315 que le señalé.
En ese momento Víctor ya se daba cuenta que no tenía ganas de reír, porque por el contrario todo tenía cada vez más un aire de sensualidad que le estaba poniendo los pelos de punta. Al tener la ventana tras Mabel y como la luz del día menguaba rápidamente, no veía muy bien sus facciones, pero se sentía atrapado por su mirada y no podía (ni quería) mirar a otro lado que no fuera ella y sus maravillosos ojos.
—Pero señor, —dijo suavemente ella mientras con otro paso diminuto se ponía más o menos a quince centímetros de él—, supongamos por un momento que yo…, estuviese afectada por una o varias emociones de tipo intenso. Que debido a ello yo le pidiera un beso inocente que estuviese destinado a calmarme o consolarme, que luego de ello no se pudiera derivar nada más que el cumplimiento como Jefe de Personal, ¿No podría justificar que usted atendiera o considerara mi petición, señor??
—La verdad, teniente, es que si ese fuera el caso, debería negarme y recurrir a un consejero o a la medicación para lograr que usted se calmara.
—¿Y si no fuera posible recurrir a nada de eso, señor? —preguntó dejando finalmente sus dos pies juntos y perfectamente alineados a diez centímetros de los de él—. ¿Si yo, por ejemplo, estuviera impedida de acceder a un consejero y a las áreas médicas quedándome como única posibilidad de que usted me consolara, señor?
—Bueno, —respondió escuchando su respiración onda y pausada—, como oficial superior que debe dar ejemplo no sólo a usted sino a un grupo de personas, debería de todos modos negarme e intentar ayudarla de otra forma.
—Entiendo, señor. Veo que sus funciones como segundo al mando son de una responsabilidad enorme, señor.
—No tiene idea, Teniente.
Y se quedaron en silencio. Como él era más alto que ella, a medida que se había acercado poco a poco, se había visto obligado a agachar la cabeza, mientras que con cada pequeño paso había levantado más la cara hacia él para no romper el contacto visual. Al pasar las tablillas de su mano izquierda a la derecha para poder dejarlas en una mesilla que estaba a su lado, rozó las manos que había juntado delante suyo y la descarga de electricidad le recorrió todo el cuerpo. Habiéndose acostumbrado a la tenue luz de la habitación veía la suave curva de su cuello que desaparecía por debajo de su camisa y notaba, a pesar de la poca luz, el latido de la carótida a un ritmo acelerado.
Notaba sus pequeños pechos que subían y bajaban al ritmo de su onda respiración y su boca, entreabierta e invitadora, era como un capullo que a punto de abrirse al sol significaba para él la promesa y la seguridad de que era suya. Toda suya, como lo había sido desde tanto tiempo antes. Además estaba el olor de su perfume que le inundaba las fosas nasales y que hacía que ningún otro aroma fuera perceptible. Sentía que podía seguir mirándola por horas, aún cuando cada vez más quería tomarla entre sus brazos y refugiarse en sus labios que lo llamaban con urgencia.
—¿Señor? —dijo Mabel rompiendo el silencio con voz tan suave que por un momento creyó no haber escuchado.
—¿Sí, teniente? —dijo él con un tono muy parecido al de ella.
—¿Podría pedirle algo, señor?
—¿De qué se trata, teniente?
Tomando aire de forma entrecortada ella susurró:
—Es que verá, señor. En este momento estoy embargada por un cúmulo de emociones fuertes que necesito desahogar y por ello siento que el consuelo sería lo mejor para superar mi situación actual, señor. —y luego de una pausa—. ¿Podría usted besarme, señor?
El calor, que cada vez más iba creciendo, se apoderó de él cuando respondió:
—De poder hacerlo, en realidad no puedo, teniente.
—Entonces —le dijo Mabel casi de inmediato—, ¿Querría usted besarme, señor?
Sin decir nada más y de forma simultánea, Mabel separó sus manos y las levantó hacia el rostro de Víctor, mientras que él las separaba de sus costados hasta su cintura. Ella le acarició las mejillas mientras avanzaba hasta su nuca y él le acarició la espalda al rodearla con los brazos.
Ambos adelantaron el pie derecho hasta que estos se tocaron y mientras ella levantaba el izquierdo para subir hacia él apoyándose en sus hombros, él la ayudaba a subir gracias al agarre que iba afianzando en su espalda, al tiempo que descendía hacia ella sin que ninguno de los dos dejara de verse en los ojos del otro. Luego la inercia, la práctica y el puro deseo que compartían por igual se hizo cargo del resto y fundidos en un abrazo que a ambos acomodaba, sus bocas se encontraron durante un largo momento.
Recostado contra la pared mientras Mabel apoyaba la frente en su pecho, él jugueteaba con los pocos mechones que se habían escapado de su cola de caballo. Pensaba que tal vez podría acostumbrarse a estar así con ella más seguido de lo que nunca antes, desde que se habían hecho amantes, lo habían podido estar.
Era tan agradable poder estar así con ella con la tranquilidad y seguridad de saber que seguirían estando juntos una vez que dejaran el planeta, lo que nunca antes había ocurrido.
Recordó la primera vez que se habían despedido cuando subía a un Cúter en Heathrow tras haberse amado por primera vez durante dos meses que habían pasado en Londres. Él subiendo la escalinata girando justo antes de entrar por la escotilla para verla junto a la puerta de salida y donde se había quedado con otros miembros de la flota que estaban esperando para ver la partida.
Ella de pie en el extremo del campo de lanzamiento en Río cuando se habían encontrado por cuatro días en el cuartel general, mirando como entraba junto a otros seis en una nave correo que lo llevaría a Descanso. Simulando un tropiezo con la escalerilla, había agachado el torso y girando los ojos la había visto por última vez hasta dos años después. Por una avería en el tuvo flexible en una exclusa de la estación descanso, habían enviado un equipo de control de daños en el que estaba Víctor como supervisor mientras se adiestraba como piloto. Mabel, llegada a cargo de un grupo de cadetes de la academia que iba rumbo al Centro Heinlein, había abierto los ojos de par en par al verlo. Cuando Víctor había declarado que no podría estar todo listo antes de cinco horas, ella había dado permiso a los cadetes para que recorrieran la parte civil de la estación mientras ella se reportaba a la jefatura. Tan sólo en el ascensor habían podido abrazarse y hablar con tranquilidad, pues durante esas cinco horas en muy pocas ocasiones se habían quedado solos.
Siete meses después durante una semana en una pequeña ciudad, del primer mundo con atmósfera que se había encontrado en el Sector Veintiuno, Mabel le había dicho que no podía dejar de pensar en él y que sentía que se había enamorado por completo. Él, alagado aunque inseguro si podría corresponder a tal declaración, había subido a un transporte de tropas que lo llevaría a su primera asignación en una nave de la Flota y entonces la había visto sentada a una mesa de la diminuta terminal de ese mundo que poco a poco se iba poblando de gente.
Un año después y habiendo pensado en ella durante gran parte del tiempo, le había dicho que creía que podía corresponder a los sentimientos que ella le había declarado antes, si es que aún los tenía hacia él.
Así, muchas otras veces se despidieron intentando siempre verse en el momento de la partida, procurando robar cada minuto al tiempo que pasaban juntos; sin embargo nunca había podido ser tan extenso como cuando estuvieron en Londres. Y todo llevaba hasta ese momento en que no tendrían que separarse, ya que las asignaciones en una nave estelar, a menos que ocurriera algo inesperado, solían durar mucho.
—¿Cómo te enteraste que sería tu oficial superior en el Danubio?
Separándose de mala gana de él, levantó la cabeza para mirarlo y con los ojos puestos en el recuerdo de esa tarde le dijo que tras recibir la asignación de que estaba en la dotación del Danubio, había mirado sus órdenes mientras esperaba que Olguín le cambiara el implante.
Tomó de la mesilla la tablilla que estaba junto a las que Víctor había dejado hacía unos minutos y se sentó en la butaca mientras la encendía sentándose en la cama mientras ella le contaba lo que había ocurrido.

—Ya sabía que estaría en el Danubio como Jefe táctico y de seguridad, aunque mientras Olguín estaba ocupado con alguien en su oficina me senté junto a una ventana y leí mis órdenes. No tienes ni idea cómo me sentí cuando descubrí que luego de una semana a partir de hoy subiría a Descanso para hacer el trasbordo a la nave, debiendo reportarme al primer oficial de la tripulación, el Teniente Primero Víctor Guzmán.
—Cuando Olguín me llamó con su familiar “¡Usted!”, estaba literalmente caminando sobre nubes. O sea entiéndeme, haber sido asignada a esa nave, y como si fuera poco estar junto contigo, hizo que la felicidad de este día se acercara a cuotas desconocidas hasta ahora.
¿Sabes? — agregó bajando la voz— Olguín me dio a entender que sabe lo nuestro. Me dijo que tuviera cuidado, porque estaría distraída en la nave por un oficial superior de pelo corto a cepillo que medía algo así como metro noventa. Me quedé sin respiración cuando me dijo eso y no pude decir nada. El caso es que cuando salí de ahí debía ir a suministros y más tarde volver para reunirme con el suboficial de la infantería de marina del Danubio; mientras cruzaba la plaza terminé de leer mis órdenes inmediatas.
—A partir de mañana a las setecientas y durante siete días, pasaré tres horas en el simulador para conocer la consola táctica del Danubio hasta familiarizarme con ella por completo. De las mil a las mil doscientos treinta deberé supervisar el suministro de armas y pertrechos tácticos de la nave. Además, todos los días de mañana en adelante, pasaré desde las mil quinientos hasta las mil ochocientos haciendo la revisión de seguridad de un grupo de civiles que viajarán con nosotros hasta zafiro con un analista del SSN. Y por cierto, soy oficialmente miembro del Servicio, de modo que cuando volvamos a casa tras la misión, deberé hacer el curso de seis meses para tener el grado de Analista del SSN con todos los privilegios que algo como aquello conlleva.
—Si me queda tiempo y no caigo muerta al final de cada día, tengo que revisar toda la lista de los miembros de la dotación y revisar las fichas confidenciales que el Servicio tiene de todos nosotros. Si hay imperfecciones u omisiones que detecte durante la Misión, tengo que actualizarlas y reportarlas tan pronto como se actualicen.
—Supuestamente hay otro oficial del SSN, aunque no he abierto para nada la lista de tripulantes… no tuve tiempo. Cuando salí de suministros y regresé a Personal para encontrarme con el sargento Nakasato, me enteré que debíamos ir a pertrechos para que me escanearan la retina y así poder acceder al edificio y los laboratorios.
—Mientras estaba en el laboratorio de desarrollo de armas personales, recibí tu MP diciendo que ibas al comedor. En ese momento me acordé que estaríamos juntos en esta misión y quién sabe cuantas más, así que se me fue todo el cansancio, te lo aseguro. Un  par de horas después fui a comer y me vine tan pronto como pude. Quería ducharme, ponerme guapa, llamarte a fin de recibirte como mi oficial superior y seducirte, lo que me parece que conseguí con algo de tu parte, je,  je,  je; así que en fin, así estuvo la cosa desde que me fui del comedor a la hora de almuerzo. Por cierto, almorcé con otros miembros de la tripulación: Diana, Davis, un piloto llamado Gervais que estará en el Danubio y una alférez que es parte del equipo de señales. Una estupenda pelirroja que tenía cautivado al teniente Gervais. cuando descubrí que es la pequeña Érika, de la que supongo te acuerdas, me quedé sin respiración otra vez. Ha crecido mucho y es tremendamente guapa… Ah, ahora recuerdo que me dijo haberte visto…, sí, algo así recuerdo. Sea como sea, todos embarcaron hoy rumbo a Descanso.
Tras escucharla mientras le contaba su día y su experiencia, e intercalando los correspondientes oohs y aahs de rigor, Víctor se sentía fascinado por ella. Era muy poco frecuente que hablaran en términos profesionales, dado que normalmente tenían otros temas de que hablar cuando estaban juntos. Al notar que se mostraba tan seria e interesada en sus nuevas funciones, intentó ser objetivo para ver si estaba viendo a un buen oficial de la Flota; sin embargo los intentos de objetividad se hacían añicos. El mero movimiento de su boca lo desconcentraba y los gestos gráciles que hacía con las manos mientras le hablaba, lo desconcentraban del intento de evaluación que como su futuro jefe de personal intentaba hacer. ¡Cómo quería ser objetivo! No podía, eso sin dudarlo.
Cuando ella terminó de hablar, le preguntó:
—Si no diste ni una mirada a las fichas de personal de la nave, supongo que aún no sabes quién es nuestro comandante.
Estiró la mano hacia una de sus tablillas para activarla y seleccionar la foto de Tommy. Dándola vuelta se la puso en las manos. La vio abrir los ojos de par en par, entreabrir la boca, aspirar un poco de aire y en voz baja la escuchó decir:
—¿Tommy es nuestro capitán?
—En efecto.
—¡Pero no puedo creerlo!
Víctor se encogió de hombros y no dijo nada, aunque Mabel alternaba la mirada entre él y la tablilla con cara de incredulidad. Sin soltar ni cambiar la imagen que veía, se recostó en la butaca y con un escueto “Vaya, Vaya”, se quedó con un aire pensativo.
—Hay otros conocidos nuestros —le dijo él—, fuera de los que ya sabemos como Diana, Érika y Henry. No he terminado de mirarla por completo, pero supongo que mientras más bajo sea el rango menos nombres y caras conocidas encontraremos. Sin embargo también estaremos en este viaje junto a Alicia.
—¡Me tomas el pelo! —exclamó por completo sorprendida y haciendo que un brillo muy conocido apareciera en su mirada, por lo que, y tras la negativa que él le dio, se dedicó a repasar las imágenes de la dotación.
Luego de un momento en que miraba las capturas (lo había mirado sonriente cuando había llegado a la imagen de Víctor) levantó la vista con cara de sorpresa y le dijo:
—Por eso me sonaba de algo cuando Diana la mencionó. La conozco —le dijo mientras levantaba la imagen de la jefa de ingeniería para que él la viera—. Estuvo en el centro Heinlein hace cosa de seis meses en no sé qué tareas, y la había conocido en Descanso hace cosa de tres años. Es una mujer sumamente inteligente, no obstante es fría como el hielo y no he podido conocer a nadie que pueda decir que es amigo o amiga suya. Dentro del servicio es famosa por un apodo que anda dando vueltas desde hace años. La conocen —dijo tras un momento— como “Blancanieves”, y según alguien me dijo por ahí, hace tiempo que está esperando que algún príncipe la bese para despertarla. Es bastante bonita —agregó al tiempo que apagaba la tablilla— y créeme si te digo que la captura no le hace una total justicia.
Fijó sus hermosos ojos en él, y con una mirada traviesa lo apuntó con un dedo y remató su comentario diciendo:
—Ni se te ocurra mirarla con otras intenciones que no sean propias del servicio, o descubrirás lo solitario que puede llegar a ser el tener un rango superior en una nave estelar.
Hablaron durante un buen rato más sobre las cosas que sabían de la nave y su tripulación, así como especular sobre la misión. El tiempo pasó mientras ambos, emocionados por la asignación, hablaban sobre todo aquello. Luego de un buen rato en esto Víctor le dijo que al día siguiente debía embarcar a las mil ochocientas rumbo a Descanso, pues cada vez más gente de la dotación se iba instalando a la espera de que llegara al L-5 el Danubio. Asumiría pues sus funciones como jefe de personal en la estación, y se haría cargo de todos los miembros de la tripulación que ya estaban ahí, tal como con quienes fueran llegando en los siguientes días.
—De modo que nos volveremos a separar —finalizó—, aunque por unos pocos días.
Al ver la hora se dio cuenta que eran más de las dos de la mañana y mirando a Mabel le dijo:
—Deberíamos ir a dormir, tu día empieza temprano y el mío poco después.
—¡Ni hablar! —respondió ella mientras se ponía en pie—. ¿No te das cuenta que durante quién sabe cuánto tiempo viviremos en Caída libre?
Sin decir nada más ni desabrocharse la chaqueta del uniforme, con un movimiento de su mano derecha y posando la izquierda en el hombro de Víctor, desabotonó la hilera de pequeños botones de la falda. Esto causó que la prenda diera contra el suelo, dejando a la vista lo que muchos habían dado en llamar el mejor par de piernas del Centro Heinlein.
Alzándose sobre él, y gracias a que se apoyaba en sus hombros, puso sus rodillas a cada lado de las caderas de Víctor y sentándose sobre sus rodillas al tiempo que se soltaba el lustroso pelo negro, le dijo:
—Tenemos que despedirnos como corresponde de la gravedad, ya que siempre la hemos tenido cuando estamos juntos y nunca lo hemos hecho sin ella.
Lo besó profundamente y con un movimiento ágil se puso más cerca de él, arqueando la espalda y poniendo sus pechos a la altura del rostro de Víctor. Gracias a ello, de inmediato empezó a separar los broches que cerraban la chaqueta de su uniforme, mientras ella le quitaba la corbata, para pelearse enseguida con los broches de la suya.
Una vez que pudo quitarle la chaqueta a Mabel, le deshizo el nudo de la corbata con dedos ansiosos. Antes de intentar hacer algo con la camisa del uniforme, le acarició los pechos, al tiempo que se regodeaba en su rostro que sonriente, le devolvía una mirada ávida que de un modo muy extraño le decía que se tomara su tiempo, que esta vez realmente lo tenían para estar juntos y perderse el uno en el otro.
En ese momento, y mientras ella hacía todos los esfuerzos posibles por quitarle los pantalones sin dejar de estar sobre sus piernas, Víctor inició el lento trabajo de dejarla sólo en ropa interior, mientras ella hacía lo posible por lograr lo mismo. Una vez conseguido, enterró la cara en el canalillo de sus pechos y la suave tela del sostén mientras llevaba las manos a la espalda para quitárselo y una vez que lo logró, pasó los pulgares por los erectos pezones y presionándolos con cierta intensidad la escuchó dar un gemido de placer.
Luego de estar así provocándose durante unos instantes, ella bajó su rostro al suyo y se besaron con mucha más urgencia y ardor que antes, para terminar cuando Mabel lo empujó hacia la cama al tiempo que lo despojaba y se despojaba de todo rastro de ropa que les pudiera quedar.
Cuando pudo mirarla a los ojos mientras se ponía justo sobre él, le dijo:
—Dios, cómo te amo.
A pesar de la oscuridad y que la veía rodeada por la cortina de su cabellera que le cosquilleaba las mejillas, vio que su sonrisa era deslumbrante cuando le dijo:
—Lo sé.

**********

Aún cuando el día siguiente fue agotador para los dos, se les vio tranquilos y en general sonrientes. Para quienes estuvieron con ellos durante ese día, era la demostración de la alegría que sentían por estar como oficiales en su nueva asignación; sin embargo aún cuando no volvieron a verse hasta bastante más de una semana después, sus caras alegres en efecto tenían mucho que ver con el futuro, pero se debía a una historia compartida que venía de los años pasados, lo que les daba ánimo para enfrentar lo que vendría con toda seguridad en los meses por venir.
Y desde luego, esa tarde con una pobre excusa que igual dio resultado para escaparse media hora antes de lo que estaba presupuestado, Mabel estaba junto a otras personas, que al igual que ella, simplemente esperaban. Acodada en la barandilla de la terraza del control de despegue, miraba la pista de la que partían los cúteres de la Flota. Uno de ellos, previa parada en Magallanes, iba rumbo a descanso para esperar la llegada del Danubio. Estaba siendo abordado por un grupo de oficiales y suboficiales ante la atenta mirada de un hombre digno de contemplar. de casi metro noventa, de pelo castaño cortado a cepillo y muy, pero que muy guapo, hablaba con una joven teniente Junior mientras todos los demás subían al aparato.
No le había mandado ningún MP avisando que estaría ahí, como lo habían hecho siempre, aunque pensaba que no se equivocaría o mejor dicho esperaba no equivocarse.
Mientras el grupo subía al transbordador, miró levemente a quienes estaban cerca de ella. Se preguntó si más de alguien de los que miraban lo mismo estaría dando la despedida a alguien amado que no fuera un familiar. Pensó que podía ser así, pues más de alguno y alguna de los que subían había girado la cabeza para mirar hacia donde ella estaba y aún cuando la distancia era bastante grande, le pareció ver más de una sonrisa.
Una vez el último sargento cruzó la escotilla, separó los codos, se puso recta y con ambas manos tomadas por el talle, miró cómo Víctor subía de uno en uno los peldaños, hasta que más o menos a la mitad se detuvo. Su corazón se saltó un latido, mas cuando pensaba que no iba a pasar, él se giró y recorrió con la mirada el sector de la base donde ella estaba. Cuando la vio, se quedó un momento mirando directamente en su dirección. Tras un momento, Mabel levantó su mano derecha hasta la cien y devolviendo el saludo, Víctor se giró y terminó de entrar en el vehículo que no tardó en encender sus impulsores. Antes que la escotilla se cerrara tras él, escuchó que una voz cercana de mujer decía:
—Ese teniente no está nada mal.
Se giró hacia la voz y vio que era una alférez de más o menos veinticinco años, que al notar que Mabel la miraba, se puso derecha y con tono oficial le dijo:
—Disculpe, señor. Fue un comentario inapropiado, señor.
—No se preocupe, alférez. No es para tanto —le dijo haciendo un gesto para que se relajara—. si no pudiéramos apreciar el atractivo de los hombres, este trabajo sería muy aburrido.
Justo cuando iba a dar el primer paso para irse, con voz tímida la joven oficial le preguntó:
—Disculpe, señor. ¿Conoce usted a ese oficial?
Miró a la nave que se alejaba y al tiempo que asentía con la cabeza, le respondió:
—Es un antiguo compañero de la academia y uno de mis grandes amigos…¿qué digo? Es mi mejor amigo y una persona muy querida.
La alférez le agradeció la respuesta con una inclinación de cabeza y Mabel caminó lentamente hacia la salida. Pensaba que en efecto era su mejor amigo, la persona más querida y gracias a alguna entidad poderosa del cielo o del infierno, era todo suyo, tal y como siempre había querido que fuera. Esa seguridad estaba por el simple gesto de haberla mirado. A esa hora ella debía estar en otro lugar cumpliendo deberes, pero de algún modo él lo había sabido, ella estaría ahí para despedirse, como tantas veces lo habían estado el uno por el otro.
Tal y como hacía unas cuarenta horas antes, supo que no cabía duda alguna. El amor era algo maravilloso.