Mabel y Víctor
No le cabía duda alguna. El amor
era algo maravilloso y mirando su reflejo en el espejo que tenía frente a sí,
esa idea se reafirmó por completo.
Mientras se cepillaba el
lustroso cabello negro que tanto le había gustado a su compañero, veía como el
día aclaraba en la ciudad de Río y como el sol ya calentaba los tejados de los
edificios de los alojamientos de los oficiales de la Flota. Era bueno, aunque
no tanto estar otra vez en la Madre Tierra, pero mucho mejor que los catorce
meses que había pasado en el Centro Heinlein mirando por las ventanas el
espacio al que no podía llegar. Esperaba que por fin la asignaran a una nave de
cierto tamaño, pues ya estaba aburrida de estar con labor de oficinista y en
navecitas de poco tamaño como las espantosas correo o suministros.
No por primera vez Mabel pensó
que la Armada no había sido muy justa con ella, a pesar de que no había sido la
mejor en la academia de Viña, empero hasta donde creía, no lo había hecho tan
mal desde que se graduara hacía tanto tiempo. Aún cuando el adiestramiento
realizado en el Centro sin duda era más que provechoso, se había hartado del
trato con los supervisores y los técnicos de batalla. También estaba desde
luego el pequeño asuntillo con su padre, que por el simple asunto de ir en
contra de sus deseos, había dejado consecuencias, claro. En fin, razones para
que su carrera hubiese ido como había ido existían, pero de todos modos. Se
había retrasado mucho respecto de los logros alcanzados por los amigos y compañeros
que había tenido en la Academia. En teoría podía dar soluciones de combate y
tácticas de batalla medio dormida con los conocimientos que había recibido en
el Centro, sin embargo estar catorce meses en el lado oscuro de la Luna, la
habían hecho saltar de alegría al poder largarse. Además todo ese tiempo le había dejado la
sensación de que el espacio era tan grande que se lo estaba perdiendo,
quedándose encerrada con otros treinta estudiantes para oficial táctico, algo
así como doce instructores y cientos de consolas y programas de entrenamiento.
—No pueden ir a muchos lugares
para pasar el rato —les había dicho el coronel Smith en la primera clase—, por
lo que lo mejor que pueden hacer en sus ratos libres es estudiar y practicar.
Mabel estaba más o menos segura
que había llegado a odiar al hijo de puta, que menos mal ya estaba lejos, muy
lejos. Después de todo llevaba ya quince días en Río y cuando el cúter la había
dejado en el cuartel, sólo le dijeron que le darían otra asignación pronto; así
que era mejor que esperara y descansara a fin de recuperarse del regreso de la
gravedad. ¡Y vaya si lo había hecho! los primeros días sólo había dormido y
comido (si es que se despertaba para comer) y la idea de sentir por fin la
gravedad terrestre, aunque incómoda al principio, le había dado la mejor excusa
para dormir a pierna suelta esperando la llamada de la oficina de personal.
Una mano que conocía muy, muy
bien, le quitó el cepillo de la mano, y con una delicadeza (por no hablar de la
ternura) que tanto había extrañado en el Centro, comenzó a pasarlo por su
cabello. Tomó la mano que él había puesto sobre su hombro mientras pasaba
lentamente el cepillo y entrelazó sus dedos con los de él.
—Eso es sumamente agradable —le
dijo luego de unos segundos—, por lo que tienes prohibido detenerte.
—Lo haré tan pronto como me canse
—le respondió en el acto, con ese toque de humor que, Mabel sabía muy bien,
solo desplegaba con ella.
Miró por el espejo hasta el
rostro de la persona a quien más había amado en toda su vida. Tal como en el
principio, tan solo a dos años de haber salido de la academia, sintió que era
el hombre de su vida, a quien le había entregado su corazón y a quien se lo
entregaría cada vez que se encontraran. Era alto, unos quince centímetros más
que ella, con un pelo castaño que llevaba corto de forma tan estricta que
parecía recién salido del barbero cada vez que se encontraba con él. De rostro
cuadrado y facciones delicadas y firmes, era la cara que veía cada vez que
despertaba mientras esperaba cada vez que por las asignaciones de la flota
debían separarse.
Durante un buen tiempo no
hablaron. Fuera de los sonidos normales que entraban por las ventanas abiertas
del alojamiento, el único e intenso murmullo del cepillo deslizándose por su
cabello se escuchó como acompañante de sus pensamientos. Recordó de repente
cuando tras algo más de dos años luego de salir de la academia se habían
encontrado. Era un curso de entrenamiento de supervivencia y luego de hablar
sobre espacios comunes sacados de los recuerdos de sus cuatro años de
instrucción, todo se había dado de forma natural. De recuperar una vieja
amistad a convertirse en amantes les tomó menos de dos días, en que tras las
horas de instrucción en Londres, pasaban todas y cada una de las horas libres
que tenían juntos. Ya fuese paseando por el Embankment o por Hyde Park, visitando la Casa de Tommy en Highgate,
mirando los patos en Saint James Park o mojándose bajo la lluvia corriendo por
Knightsbridge, terminaban en la habitación de él o la de ella. Así descubrieron
la magia del cuerpo del otro y las maravillas de la intimidad que en la
práctica tenían prohibido compartir. Porque las regulaciones de la flota eran
tajantes, pues nadie podía entrar en relaciones personales con otro miembro de
la armada arriesgándose a una expulsión o algo similar en caso de
contravención. De hecho lo mínimo que se podía esperar era una degradación, por
lo que siempre todo había sido secreto absoluto, excepto para esas tres grandes
amigas con las que se habían encontrado en el mismo curso. Sólo había faltado
Tommy para que el grupo estuviese reunido como en los tiempos de Viña, puesto
que no se podía tener todo en la vida. Igualmente desde ese momento, y a pesar
de las separaciones, eran infractores de una norma naval, transformando el
sigilo si estaban juntos en una forma de arte.
Norma establecida para
supuestamente evitar problemas a bordo de naves con tripulaciones mixtas, en
que el entorno de encierro podía generar rencillas, Muchas veces derivadas de
los celos o envidias por parte de miembros de la dotación. Además, y más
importante, prevenir que personas de rango superior presionaran a otras de uno
inferior por favores sexuales, tanto como que los rangos inferiores pudieran
presionar a sus superiores si compartían el coy o la cama. Lo anterior desde
luego había servido para generar por supuesto más problemas de los que se
querían evitar, y las relaciones ilícitas eran más frecuentes que si no hubiese
existido la prohibición.
Mabel siempre se había
preguntado si era por el hecho de que estaba prohibido, el que parecía que
entre los compañeros se daba cierto aire de promiscuidad al estar en una nave
durante mucho tiempo. Ella misma pensaba, o había pensado, si no sería producto
de que estaba prohibido el que fuera amante de un compañero de la Flota. Sin embargo, y tras las
separaciones y los reencuentros después de todos esos años estaba convencida
que lo amaba más allá de que fuera amante, o por el simple disfrute del sexo
que compartían.
—¿En qué piensas? —oyó que le
preguntaba. Volviendo a mirarlo por el espejo y aún sintiendo que le cepillaba
con una paciencia infinita el largo cabello negro, le sonrió y respondió:
—En lo mismo que pienso cada vez
que nos encontramos sea donde sea.
—Ah. La dichosa norma que nos
pena —le respondió casi de inmediato—. La que tantas veces hemos roto y
seguiremos rompiendo.
Mabel no pudo menos que sonreír
por el tono con que lo había dicho, lleno de sarcasmo y de inmediato vio que él
también sonreía. Luego de un momento, puso el cepillo en el mueble que estaba
junto a la ventana y declarando que su cabello estaba tan hermoso como siempre,
se hizo el nudo de la corbata y el día oficialmente partió para Mabel y para
Víctor. Terminó de vestirse con el uniforme oficial y mientras él le arreglaba
su corbata (entreteniéndose más de la cuenta mientras la acariciaba en el
cuello), hablaron de nada importante hasta que Víctor se puso la chaqueta y le
preguntó:
—¿A qué hora estás citada?
—A las mil quinientas en la
oficina de Amalphy.
Víctor le dijo que él estaba
citado a las mil cien en la oficina de Rocco. Tal vez podrían almorzar juntos.
Ninguno de los dos sabía en
concreto nada sobre las nuevas órdenes ni los destinos. De ahí que al igual que
hacía siempre cuando se le daban nuevas órdenes, se permitió pensar en que tal
vez podrían estar juntos donde quiera que los destinaran. Se puso otra vez
frente al espejo (esta vez si estaba de pie) y se tomó el cabello recientemente
cepillado y lo dejó en un moño bajo que le caía desde la nuca hasta la altura
de los omóplatos con un sujetador que tenía el emblema de la Armada. Las
mujeres de la flota (y en realidad también los hombres) podían llevar el pelo
largo, eso sí, debía estar en todo momento de servicio en perfecto orden. Mabel
lo había usado corto desde la academia; pero luego de un año de salir de ahí lo
había dejado crecer hasta la altura actual y desde entonces lo mantenía siempre
al mismo largo que tenía cuando se habían encontrado por primera vez, es decir,
cuando se habían vuelto amantes.
Se puso su chaqueta y una vez
abrochada correctamente, se miró una vez más en el espejo y tan pronto como se
sintió satisfecha con el resultado, se dio la vuelta para mirarlo una vez más.
Fuera de lo maravilloso que era
el aspecto físico de lo que compartían, Mabel realmente lo amaba y cada vez que
se encontraban luego de haber estado separados, sentía las mismas ganas que
sintió en ese momento. Ganas de saber si había estado en los brazos de otra
mujer, si alguien le había llamado la atención desde un punto de vista físico,
porque de todos modos estaba segura por completo que en el emocional era la
única dueña de su alma. Sin embargo tenía muy claras sus carencias en el asunto
de atributos corporales, por lo que tan pronto se había enamorado de Víctor,
cada vez que se separaban llegaba la idea de que una mujer más dotada que ella
(lo que en su opinión no requería un gran esfuerzo) pudiera aparecer y
arrebatárselo. En realidad quitarle su cuerpo ya que su corazón le seguiría
perteneciendo, sin embargo… ¿valdría la pena continuar amando a un hombre que
ya no la reclamaría como suya?
Odiaba sus dudas, odiaba su
cuerpo carente de atractivos y odiaba pensar que alguna belleza de grandes
tetas se lo pudiera quitar, más aún pues siempre había visto en su mirada que
le gustaba lo que veía, por poco satisfecha que ella se sintiera consigo misma;
pero ¿Y qué tal si había ocurrido alguna vez? ¿Podría perdonar que su amado
Víctor hubiese tenido otro cuerpo en sus brazos? Francamente no lo sabía y no
quería saberlo. Esperaba el día en que pudiesen tener la misma asignación para
no tener que despedirlo una y otra vez, como había ocurrido tantas veces antes.
Trece años como amantes y Mabel
estaba segura de que no habían pasado ni seis meses de tiempo real juntos.
¡Puta mierda, ella quería quedarse con él para siempre! Eeeeh, un momentito.
¿Eso era cierto? ¿Realmente quería quedarse con él para siempre? ¿No se
llevarían como el perro y el gato por pasar tanto tiempo juntos? Uuuy, no tenía
idea de si quería saber también eso.
—¿Ocurre algo? —preguntó Víctor.
Mabel se dio cuenta de que llevaba un buen rato mirándolo fijamente y sin decir
nada.
—Nada —mintió descaradamente—.
Solo te miraba.
—Humm… —murmuró él mientras se
le acercaba—. ¿Y si volvemos a la cama? Después de todo falta mucho para las mil
cien.
—No me tiente, teniente Guzmán.
Además ya estamos correctamente uniformados y usted me ha cepillado todo el
cabello, así que no creo que quiera hacerlo otra vez.
—¿Está realmente segura de eso,
Teniente MacAndrews? —preguntó mirándola con esos ojos del color del chocolate
que tanto adoraba.
—Eh…, no mucho, teniente. —Y la
verdad es que los viejos deseos se estaban apoderando de ella, y las ganas de
arrojarlo sobre la estrecha cama iban en franco crecimiento.
Se quedaron ahí muy cerca el uno
del otro mirándose por un ratito, hasta que sin decir nada más, se separaron y
ambos se dirigieron a la puerta. Como tantas otras veces fue ella quien se
asomó y tras mirar lado a lado en el corredor del alojamiento, le indicó que no
había moros en la costa. Se apartó de la puerta y Víctor con grandes zancadas
caminó hacia el fondo del pasillo y con un gesto de una velocidad que solo
podía dar la costumbre, entró en una habitación que tenía asignada, y que no
había usado ninguna de las noches que llevaba en la ciudad.
Escuchó que la puerta de él se
cerraba y sin prisa ninguna caminó hasta los ascensores y bajó hasta la planta
baja del edificio, lugar en que el sol entraba por todos lados por los grandes
ventanales que rodeaban casi por completo el lugar.
A la temprana luz del sol que
venía desde el este, recordó cuando hacía tres noches volvía a su cuarto tras
haber paseado por la ciudad y entonces disfrutó del paseo por la playa en una
época del año en que hacer eso era justo lo que mejor podía ofrecer Río. Todo esto
sin la aglomeración de los turistas, bañistas, compradores, fotógrafos de
muchachas en bikini y toda la otra jungla veraniega, que en verano colmaban por
todos lados sin dejar que los que querían simplemente caminar lo hicieran
tranquilos.
Desde luego en esas latitudes el
otoño no era muy diferente del verano en otras partes del planeta, no obstante
comparado con el verano en ese lugar, la época en que estaba le permitía desde
luego disfrutar de cierta tranquilidad e intimidad para sus pensamientos y recuerdos.
Se había preguntado por enésima
vez si en ese inesperado permiso podría ver a Víctor y a qué lugar distante los
enviarían esa vez, empero ya llevaba once días en el cuartel y no había tenido
ni señales de su paradero. Todo lo que sabía era que estaba como Piloto Jefe en
una nave de patrulla, la que hacía el recorrido por las inmediaciones de
Golondrina. Un mensaje de Víctor recibido un mes antes de bajar desde el
Centro, le dijo que su nave dejaba Golondrina y que regresaba a la Tierra. Gracias
a eso, algunos días de su bienvenido permiso se los había pasado preguntando si
la Nébula había regresado desde ese extraño mundo. No preguntaba todos los
días, pues era sin lugar a dudas peligroso considerando que ella y otro miembro
de la Armada
eran amantes. Si demostraba mucho interés por alguien, de quien no debía demostrar
mucho, otra persona suspicaz podría preguntarse cosas que ella no quería que
nadie preguntase.
Ya en el interior, había
recorrido con toda calma las avenidas y paseos hasta uno de los comedores para
oficiales. Tenía hambre, la caminata la había cansado de modo agradable y sin
el uniforme se sentía en paz con el mundo. Al llegar a su destino, había visto
a un buen número de personas por fuera del comedor sur, todos uniformados y
seguidos por los típicos equipajes militares. Sin duda alguna el contingente de
una nave había llegado. ¿Sería posible?
Su corazón se había acelerado
cuando vio entre ellos a un oficial de cabello castaño muy bien cortado y que
destacaba por su altura, quien estaba conversando con otro oficial con
insignias de capitán junto a la entrada del comedor. Cuando había reparado en
quién era, se había detenido en seco sin que sus pies se movieran durante
algunos segundos y cuando por fin pudo volver a caminar, intentó disimular la
alegría que había sentido al reconocer a Víctor, por fin de regreso a su lado.
Al estar justo en la entrada del comedor, a Mabel se le presentó la excusa
perfecta para poder hacer saber a su amante que ella estaba ahí, de modo que
con un carraspeo desierta intensidad, les dijo a ambos:
—Perdón… ¿Me permiten pasar?
Los dos se habían dado la vuelta
y al verla, tomando en cuenta que no llevaba el uniforme, les ofreció un saludo
informal, al que respondieron con algo de duda. El Capitán Olsen, a quien Mabel
había reconocido un momento antes, le dedicó una sonrisa amistosa y sin reparar
en la sonrisa que Víctor le había lanzado a ella, le estrechó la mano diciendo:
—Qué gusto volver a verla,
Teniente MacAndrews.
—El gusto es mío, Capitán.
—¿Conoce usted al Teniente
Guzmán? —le dijo Olsen señalando a Víctor con un gesto de la mano.
—Desde luego que sí, —había
dicho Víctor en ese momento—, nos conocemos desde la academia. Entramos y
salimos de ahí al mismo tiempo junto a otros actuales oficiales en servicio.
Mabel había sentido que sus
piernas temblarían a la menor oportunidad, de modo que para intentar calmar las
emociones que se agolpaban en su ser se había propuesto alargar la
conversación.
—Dígame algo, Capitán. ¿Por qué
veo a todos sus oficiales en Tierra? ¿Todos han tenido que bajar?
—Por desgracia, la tripulación
de la Nébula se disuelve y la nave será destinada a quién sabe qué tareas.
—Tras un par de segundos, continuó—: A mi me van a ascender a Coronel y formaré
parte del estado Mayor del almirante Petrovsky.
Acto seguido, Víctor le entregó
información que en apariencia era sin importancia, pero que le decía a Mabel lo
que quería saber en concreto.
—Nos hemos pasado casi todo el
día entregando informes de misión y de tripulación ante la gente de Rengifo. Me
muero por una ducha. Jamás pensé que diría algo como esto, pero estoy deseando
encerrarme en mi habitación de las barracas de tenientes de mando.
¡Bien! Estaban en las mismas
barracas. Era cosa de ponerse de acuerdo y ver si estaban en el mismo piso.
—Yo llevo quince días aquí en el
cuartel, y más que nunca he disfrutado las barracas que menciona, teniente.
Algo incómodas como siempre, pero al menos desde el quinto piso puedo ver el
amanecer.
No diría más, con eso esperaba
fuera suficiente para él. Además siempre podía mandarle un MP dando más
detalles.
—¿Fue a ver a su familia? —le
preguntó Olsen.
—Desde luego —mintió ella. No
quería hablar de su padre con el capitán, pues seguramente querría preguntarle
por el estado del General. Mabel no quería decirle que llevaba casi dieciséis
años sin hablarle, por muchos intentos que había realizado el gran general
MacAndrews por hablar con ella—. No pude verlo —se apresuró a decir—, pues anda
fuera del planeta.
—Eso había escuchado —le dijo
Olsen asintiendo de forma pensativa—. De modo que por lo menos habrá podido ver
a su madre.
La rabia que le había dado la
mención de su padre creció un poco más al oír hablar de su madre, a la que
llevaba mucho más tiempo sin dirigirle la palabra. Se limitó a negar con la cabeza
al tiempo que dijo que no lo había podido hacer, pues también estaba fuera del
planeta.
—Sólo pude ver a mis hermanos
—volvió a mentir, ya que en realidad sólo había hablado con ellos por enlace y
se habían limitado a ponerse al día sobre ellos. Ella por cierto no había
preguntado por sus padres y sus hermanos no los habían mencionado. Después de
todo sabían perfectamente que ella no hablaba con ninguno de los dos.
A esto siguió un poco de charla
insustancial sobre conocidos de la
Flota y el estado de las misiones importantes de que se tenía
noticias, hasta que luego de un momento el capitán Olsen inició la despedida de
forma bastante agradable. Finalmente le puso la mano derecha en uno de los
hombros a Víctor y dijo:
—Teniente, ha sido un honor
tenerlo bajo mi mando.
Le hizo la venia y tras devolver
el saludo, Víctor le dijo que el honor había sido suyo, tras lo cual Olsen se
había despedido someramente de ella. Desde luego se había dado cuenta de que le
miraba las piernas, tal vez la mejor parte de su pobre figura. Bajando por la
calle de la derecha, Mabel lo vio irse seguido por su equipaje. Se veía…, abatido.
Algo triste, mas en realidad abatido era la palabra que describía su porte algo
encorvado. Por ello fue que pensando en voz alta, dijo:
—Parece algo triste.
Víctor le puso la mano en su
hombro (con lo cual ella se sintió como gelatina) y le dijo:
—Por mucho que el ascenso sea
agradable, le ha dolido perder su nave. Es un buen hombre —fue su comentario
final cuando el capitán se perdía de vista. Luego, casi como si siguieran un
impulso, giraron las cabezas al mismo tiempo y se habían mirado a los ojos
durante un momento; puesto que como la entrada del comedor seguía con algunas
personas dando vueltas por ahí, no podían hablar ni decirse nada de lo que
querían hablar.
Él le dijo que iría a descansar
a su habitación y ella que iría a comer algo. Lo que había hecho con bastante
prisa y al volver a su cuarto había esperado durante un par de horas hasta que
un golpe en la puerta le había indicado que Víctor estaba al otro lado,
esperando a que le abriera. Luego de dejarlo entrar, la entrega, al igual que
siempre, había sido total y con la misma urgencia que siempre estaba presente
entre ellos cuando se encontraban tras la separación.
Los dos días siguientes se
habían comportado de forma profesional, encontrando a viejos conocidos por el
cuartel y siempre en compañía de otras personas. Sólo al caer la noche eran el uno para el
otro y el resto, con las preocupaciones sobre destinos y asignaciones quedaban
fuera y el deseo, el ardor y las ganas de recuperar el tiempo perdido ocupaban
las horas de la noche y parte de la madrugada.
Ahora, mirando el sol que
entraba por los ventanales, no pudo evitar sonreír al pensar en las noches
anteriores.
Al llegar a la entrada tras
salir del ascensor, y mientras bajaba la escalinata, vio que del alojamiento de
enfrente una mujer salía por las puertas junto a un par de jóvenes con los que
mantenía una alegre conversación. La reconoció en el acto y levantó la mano
para hacerle saber que estaba ahí. En ese momento ella la vio y la sonrisa fue
deslumbrante. Se despidió a toda prisa de sus compañeros y terminando de bajar
los escalones, corrió por la calle hasta llegar junto a Mabel, quien en ese
momento terminaba de descender por la entrada de su alojamiento.
Con un caluroso “¡amiga mía!”
que se escuchó por todo el lugar, Diana le dio un fuerte abrazo al que Mabel
respondió sin dudar. Una de aquellas personas de las que se había hecho amiga
íntima en la Academia
hacía más de dieciocho años, Diana Dillon seguía siendo una de sus más grandes
y más queridas amistades en todo el servicio, al igual que el hombre al que
había dejado cinco pisos arriba. Quince meses antes se habían despedido cuando
Mabel Partía a la Luna, mientras que Diana pasaría a formar parte del cuerpo
médico de la estación Descanso, al mismo tiempo que seguiría con un curso para
mejorar su condición como cirujano naval.
—No tenía idea que estabas aquí
—le dijo Mabel, una vez que se separaron del enorme abrazo que habían
compartido—, y tenía entendido que seguías en descanso o algo así.
—Qué va —Respondió su amiga—,
dejé la estación un día después de mi último mensaje y llevo casi un mes
reforzando mi entrenamiento de gravedad cero en Magallanes. —En ese momento
volvió a sonreír para agregar con alegría muy poco contenida—. Me asignaron al
cuerpo médico del Danubio y tengo que embarcar hoy para encontrarme con ellos
en el L-5. ¡Estaré bajo el mando de Julio Almeida!
Almeida, que había sido
instructor de ellos en el curso de supervivencia hacía casi trece años en
Londres, era tal vez la persona a la que Diana más admiraba en todo el mundo.
Había estado bajo su mando en un par de naves cuando la propia Diana había
salido de la academia médica de Marte unos años después, y tal como sabía
Mabel, Para su amiga era el mejor médico que tenía la Armada en la actualidad.
Casi de inmediato Diana siguió hablando y lo que le dijo no fue nada nuevo,
pero sí le confirmó algo que había escuchado durante los quince días que
llevaba en el cuartel.
—Se está juntando casi toda la
dotación del Danubio y según me dicen, la nave debería ser sacada del astillero
en estos días y escuché que deberá estar lista para partir en algo así como un
mes.
En efecto, Mabel sabía que la
nueva y espectacular nave de la Flota estaba casi lista, aunque pensaba que su
entrada en servicio sería mucho más tarde. Mientras permanecía en el Centro
todos esos meses, miraba de vez en cuando hacia arriba. Veía las estructuras
del astillero principal de la
Armada y por medio de los rumores al principio, y luego por
los boletines de la Oficina
de comunicaciones, supo que se estaba armando una nueva clase de navío por
encima de su cabeza. Más tarde supo que la nueva clase de nave era Ribera y la
primera sería el Danubio. De ahí las especulaciones y rumores se habían
iniciado por todos lados. Sobre el comandante de la nueva nave, sus oficiales
superiores, destino, misión y todo lo demás. Como su autoestima en general era
algo baja, Mabel lo había visto todo casi como desde afuera, pero de vez en
cuando, casi sin pensarlo, se había encontrado soñando con la idea de
pertenecer a la dotación del Danubio. Al terminar su entrenamiento en la
escuela táctica del Centro Heinlein, se le había ordenado ir directo al cuartel
de Río, y junto con muchos otros, había fantaseado con la idea de que la
asignaran al Danubio gracias a sus recién adquiridas nociones sobre tácticas y
estrategias. Lo que casi de inmediato supo, o mejor dicho pensó, fue que jamás mandarían a una oficial recién
salida de la escuela a una nave como esa.
—¿Sabes quién asumirá el mando
de la nave? —le preguntó a Diana.
—Ni idea, es en apariencia el
secreto mejor guardado de Rengifo y según dicen ya fue asignado, mas nada se ha
dicho que se pueda confirmar.
—¿Y ante quién debes reportarte?
—Le preguntó acto seguido.
—Según mis órdenes tengo que
reportarme ante la Jefa
de Ingenieros, alguien llamado Millansky o algo así. —Sin mediar pausa, señaló
con el pulgar al edificio del que acababa de salir y agregó—: Los dos con quienes
estaba también fueron asignados al Danubio y son pilotos de combate, por lo que
podemos afirmar que tal como decían los rumores la nave es de estilo completo.
Mabel asintió lentamente y llegó a la misma conclusión. Al parecer el
Danubio era lo bastante grande para llevar un grupo de tareas destinado a
manipular naves de combate de tipo individual o de exploración.
Antes que Diana pudiera decir
algo más, le preguntó:
—¿A qué hora embarcas?
—A las mil novecientas directa a
Descanso, y luego a esperar que llegue la nave para el transbordo.
Parecía que iba a decir algo
más, pero entonces vio cómo sus ojos verdes se abrían con asombro y sus labios
se entreabrían con una sonrisa. Se giró para ver quién era el centro de
atención de Diana y vio que bajaba la escalinata Víctor, acompañado por un
oficial que a Mabel le resultaba de algún modo familiar y que sin embargo no
podía situar.
Diana
Dillon era una de las tres personas de la Flota que seguían con vida que sabían
que ella y Víctor eran pareja y aún cuando era bastante discreta, Mabel supo
que debía andarse con mucho cuidado para no dar a entender nada a nadie. Cuando
aún no estaban muy cerca de ellas, Diana, casi como un comentario al pasar le
dijo en voz baja:
—Bien, por lo menos lo has visto
en esta estadía.
Sólo pudo asentir, pues en ese
momento Víctor y su acompañante llegaron hasta donde ellas estaban.
—Tal vez no lo recuerdes —dijo
Víctor—, pero permíteme que te presente al Teniente de Marina Henry Davis,
flamante Jefe de Pilotos de Ala del Danubio.
Señalando a Mabel con la mano
izquierda y hablándole a Davis dijo de inmediato:
—Henry, ¿Te Acuerdas de Mabel
MacAndrews?
Con una elegancia de gesto que
tan solo consistió en inclinar la cabeza hacia ella, Davis le dijo:
—Teniente MacAndrews, un placer
verla después de tantos años.
Primero por el nombre y luego
por su voz de barítono, así como por su elegancia que destacaban por sobre
muchos otros oficiales, Mabel lo reconoció: uno de aquellos jóvenes alférez que
habían realizado la instrucción en Londres cuando ella, Diana, Alicia, Annie y
Víctor se habían encontrado por primera vez tras la academia.
—Y permíteme —continuó Víctor
casi sin mediar pausa—, presentarte, si es que no la reconociste también, a
Diana Dillon, Cirujano Naval y por el estado de sus hombros, Teniente Junior de
la Armada y
antigua amiga muy querida.
—Yo sí que lo recuerdo
—intervino Diana antes que Davis pudiera decir nada— y debo decir que estoy
encantada de volver a verlo, Teniente.
Tras estrechar la mano de Diana
y antes que pudiera decir nada, ella le soltó que también estaba asignada al
Danubio y que estaría en el cuerpo médico.
Víctor y Mabel se miraron a los
ojos y al mismo tiempo, sonrieron ante el entusiasmo de Diana, que tenía muy
pocos reparos en demostrar sus emociones y se veía radiante por su asignación.
Así también se enteraron que embarcaban juntos ese día rumbo a Descanso y que
al igual que ella, Davis debía reportarse a la Jefa de Ingenieros que estaba al mando hasta ese
momento. Por otro lado, Diana sacó de un pequeño bolso que llevaba colgado, un
modelo diminuto del Danubio y los cuatro con curiosidad muy poco contenida le
dieron una mirada y al final, como al parecer era un modelo tan nuevo y muy
poco difundido entre los miembros de la Flota, sólo pudieron (gracias a Henry Davis)
determinar las áreas de lanzamiento de las Agujas y las pistas de llegada de
las mismas. Desde luego también vieron los motores y a grandes rasgos
decidieron que muy posiblemente el Puente estaba más o menos hacia la mitad de
la nave y en su parte superior, o al menos eso parecía. Diana (que según Mabel
se pondría a dar saltitos de entusiasmo) les contó que hasta donde se suponía
el cuartel médico era el primero con sistema de rotación interno con capacidad
de generar cierto tipo de gravedad, con lo que se podrían realizar
intervenciones de forma más segura.
Víctor aprovechó que Diana
tomaba aire para decir que deberían ir a desayunar y en ese momento con una
naturalidad que Mabel siempre había envidiado en su amiga, se colgó del brazo
de Davis y aún charlando abrió el camino hacia el comedor de oficiales.
Mabel se puso junto a Diana y
Víctor junto a Davis. El tema de conversación siguió por los mismos derroteros
que antes, lo que al parecer no molestó al Teniente de Marina. También, con
poco disimulo, tenía ganas de hablar sobre su nueva asignación, y mientras se
acercaban a su destino, Mabel pensó que tal vez no sería tan descabellado
pensar que la podrían asignar a la nueva nave. Por otro lado como Víctor estaba
también allí en ese momento, se permitió fantasear con la idea de que tal vez
podrían estar por fin juntos en una asignación después de tanto tiempo.
**********
Eufórico. Esa era la palabra que
describía el estado de ánimo de Víctor mientras salía de la oficina del almacén
central de Abastecimientos y suministros de la Flota, con una tablilla en la mano derecha y un
maletín de aluminio en la otra. Reprimiéndose para no echarse a correr en
dirección a la Plaza
del Cielo, pensaba en todo lo ocurrido después de que junto a sus tres
acompañantes salieron del comedor de oficiales esa mañana.
¿Había sido esa misma mañana? Tenía
la sensación de que el tiempo se había detenido, o prolongado, o estirado a su
favor desde que había entrado al feo edificio que albergaba la oficina de personal.
Guiado por su implante había
dado con la oficina de Rocco, uno de los tantos auxiliares del almirante
Rengifo para que se le dieran nuevas órdenes, y de preferencia recibir una
asignación que lo hiciera volver al espacio.
Una bonita cabo a la que el uniforme
le sentaba de maravilla, lo había hecho esperar sentado en una de las sillas
que plagaban la antesala de Rocco. Cuando tras ver que una mujer mayor que él
salía del despacho del Coronel, una señal en el escritorio de la cabo se había
encendido; en el acto había extraído un maletín de aluminio de uno de los
estantes de la pared central. Le había indicado que entrara tras ella y
haciendo un gesto grácil, le había mostrado la silla al tiempo que dejaba el
maletín en el escritorio.
El Capitán de navío Ruggiero
Rocco era un sujeto bajito de complexión atlética, de rostro que parecía
moldeado de arcilla húmeda, pues daba la impresión de que en cualquier momento
se largaría a sudar; sin embargo sus modos eran tan duros como si en realidad
estuviese tallado en piedra. Luego de la ceremonia de recitado de códigos y
números que permitían abrir el dicho maletín, la secretaria salió y el Coronel
Rocco sacó una serie de elementos del interior de éste y le había indicado a
Víctor con un gesto que se sentara.
—Bien, teniente —Había iniciado
Rocco—. La oficina de Personal ha tomado una decisión en cuanto a su nuevo
destino.
Sin decir nada más, tomó una de
las tablillas que había sacado del maletín y la había dejado frente a él. Luego
tomó una caja de carga y haciendo una señal para que Víctor la tomara, se la
había entregado sin agregar nada. Apoyando el pulgar en el sitio
correspondiente y permitiendo el escaneo de su retina, esta se había abierto y
le había rebelado el paquetito que contenía una charretera de oro. Junto a otra
que tenía en el hombro derecho, le daba el rango de Teniente Primero. Con ello
bailando en su mente, Rocco se había
puesto en pie y evitando que él también hiciera lo mismo, le había enganchado
la insignia en el uniforme. Con un casi imperceptible “Felicitaciones”, volvió
a su sillón del escritorio y mientras Víctor se sentía en la cima del mundo por
su ascenso (llegado antes de lo que esperaba), el Coronel le dijo lo que no se
había atrevido a pensar antes.
—Según las órdenes que están
asignadas desde el día de ayer, se presentará con su nuevo rango en calidad de
Primer oficial y segundo al mando del NCT Danubio dentro de tres a cuatro días,
que es cuando se estima que llegará al L-5. Se reportará ante quien esté al
mando en dicha ocasión y si no es su capitán comandante, asumirá el mando de la
dotación presente en ese momento.
Mientras sentía como si una
niebla plateada lo rodeara por completo llenándolo de una sensación cálida,
escuchó que le decía casi sin hacer pausa que debía ir a las instalaciones
médicas para el cambio de su implante y la actualización de su tarjeta. Ir a
los almacenes para el aprovisionamiento que iba aparejado con el cargo, la
oficina de administración financiera para la actualización del estipendio, que
desde luego se vería aumentado con su nuevo rango, y la posición como oficial
superior de una nave de tipo estelar. Además le enseñó un contenedor de unas
pocas uñetas que contenían programas relativos al personal de la nave que
debían cargarse en su consola de a bordo. La llave de esta, otra tablilla con
datos de instrucción de su nuevo puesto y un cubo de datos con la ficha
completa de todos y cada uno de los miembros de la dotación. Agregó que hasta
ese momento estaba casi completa, y respecto de la cual faltaban doce puestos
por llenar, para indicar que dentro del maletín había una última tablilla que
contenía el listado completo de la dotación hasta ese momento ordenados y
clasificados por rangos, grupos de tareas, antigüedad, honores, etcétera.
Víctor había pensado que se
había quedado sin voz, pues durante toda la entrevista no había dicho casi nada
y la avalancha de lo que Rocco decía no dejaba lugar a que pudiera decir nada
que fuera coherente. El sólo hecho de saber que se le había ascendido, que se
le había asignado al Danubio y que sería el primer oficial lo habían dejado
patidifuso. Para más colmo de todo, Rocco se había puesto en pie, con lo que a
Víctor le quedó claro que la reunión terminaba y haciendo el saludo militar se
encontró fuera de la oficina casi sin darse cuenta.
Vagamente fue conciente de haber
visto que la secretaria entraba acompañada de una mujer alta y tremendamente
delgada con insignias de sargento. Cuando salió del interior, le dedicó una
sonrisa amplia y le dijo:
—Permítame felicitarlo, señor.
Musitó un flojo “gracias” y con
la sensación de estar flotando entre nubes, bajó por la escalera aferrando el
maletín de aluminio que contenía todo lo necesario para iniciar sus funciones
recién asignadas.
Al llegar a las oficinas médicas
unos minutos después, el mismísimo Olguín le había cambiado el implante. Con un
parloteo mucho más agradable, había puesto la Araña en su ojo derecho, había eliminado su
antigua tarjeta y calibrando la nueva (mientras hablaba de los deportes que se
practicaban en la ciudad) le había cargado el nuevo sistema operativo. Fuera de
aparecer la fecha y la hora actual en su implante tras el cambio, su rango y
asignación actual figuraban en letras de color oro frente a su ojo derecho. En
seguida el doctor le había hablado de ciertas jovencitas que lucían estupendas
con los uniformes actuales y algo sobre la Jefa de Ingenieros del Danubio, que
era una belleza realmente notable, se había deslizado en su perorata.
—Si me permite el comentario,
—le había dicho a Víctor— más de un corazón va a suspirar por esa mujer. Es
realmente preciosa y le diría a cierta señorita de cabello negro como ala de
cuervo que lo tenga bien vigilado.
Casi se había caído de la silla
al escuchar eso, no obstante como Olguín se dedicó a disimular como si no hubiese
dicho nada, no se animó a nada más que asentir, pensando que tal vez le estaba
dando al viejo una corroboración que no había pedido. Después de todo al veterano
doctor lo conocía desde hacía muchos años. En varias ocasiones los había visto
juntos y suponía que tal vez se había percatado de algo, pero francamente no se
atrevió a decir nada y prefirió que la cosa se quedara como un misterio que tal
vez nunca se resolvería.
Finalmente el doctor le señaló
que muchos de los que esperaban fuera de su despacho también eran parte de la
dotación del Danubio y tal vez querría darles un vistazo para familiarizarse
con alguna que otra cara.
Y desde luego Víctor así lo
había hecho, y además se regodeó viendo el particular estilo del doctor Olguín
como amo y señor de esa parte del edificio de la oficina de personal. Porque
saliendo detrás de Víctor, se había parado en la puerta de su despacho y
mirando de uno en uno los rostros de quienes esperaban fuera, había levantado
el dedo. Apuntando directamente a una mujer alta de cabello rojo encendido le
había dicho simplemente “¡Usted!”, y entrando en su oficina se había quedado de
pie junto a la puerta esperando que ella entrara.
La joven Alférez que había
dudado sobre qué quería decir con eso, no hizo ningún movimiento hasta que
desde dentro el vozarrón del buen doctor le había dicho que se apurara. Que no
tenía todo el día y que debía hacer un montón de cambios de implante ocular.
Así que (y aquí varias sonrisas y ciertos sofocos se repartieron por igual en
la antesala) sería bueno que pusiera en marcha esas estupendas piernas y se
quitara el pelo rojo de los ojos si no quería agarrarse una infección que le
impediría asumir funciones. La chica, que había enrojecido notoriamente, había
puesto en marcha sus en efecto estupendas pantorrillas. Entrando en la oficina
de Olguín con cierto apuro, había dejado tras de sí una serie de miradas evaluadoras
por parte del grupo de varones del lugar.
En ese momento un sargento se
había dado cuenta del rango que anunciaban los hombros de Víctor y gritó un
sonoro “¡Atención!” con lo que toda la sala se había puesto en pie adoptando la
posición de atención.
—Descansen —Había dicho él con
lo que algunos se sentaron—, pero disimulen mejor ciertas miradas, caballeros.
Mientras unos se sonrojaban y
otras miraban con aprobación al recién nombrado Teniente Primero, se había
dedicado a dar una mirada por los rostros de quienes estaban ahí, siguiendo el
consejo de Olguín. Eran más o menos quince personas en total (sin contar a las
dos secretarias del doctor y un asistente) que en su mayoría se trataba de
alférez de diversas edades, además de un par de suboficiales.
Un Teniente de tal vez
veintisiete años, alto y sumamente delgado de una piel tan negra que en ciertas
partes de su cara parecían aparecer tonos de color azul. Tenía una mirada de
inteligencia y seriedad, que le dijo a Víctor que era de alguna forma un tipo
de cierta valía. Parecía tener algún tipo de experiencia en el área a la que
pertenecía, pues tenía la mirada del que ha visto más que otros. Logró ver que
su apellido era Canin, y creyó que tenía el distintivo de señales de la flota.
La mujer alta y delgada que
había visto antes, con insignias de sargento y que lucía el emblema de mecánico
en la chaqueta, con unos impresionantes ojos negros que debía rondar por la
cuarentena esperaba sentada junto a una de las ventanas con expresión serena.
Una jovencita que parecía haber salido hacía un par de años de la academia con
unas relucientes insignias de alférez, sin ningún emblema distintivo que la
identificara como parte de algún área del servicio, tenía una mirada que, al
parecer, Víctor estaba seguro estaba hecha para sonreír. De cabello castaño
claro corto y algo menuda, le dio la impresión de que sería una revoltosa en
cualquier grupo al que llegara, sobre todo por la mirada sin vacilación que le
dedicó con sus bonitos ojos castaños, que parecían relucir con la anticipación.
La placa del uniforme la identificaba como Katyuska E. Gorvayeva y como en el
caso de los anteriores, se preguntó si la vería en la nave. Supuso que se
conocían con la pelirroja que había entrado, ya que antes de ingresar se habían
mirado durante un momento; esto lo hizo preguntarse si también vería días más
tarde a la bonita alférez que estaba al interior de los dominios de Olguín
Durante algunos instantes se
dedicó a mirarlos de uno en uno, lo que al parecer a casi todos les pasó
inadvertido, salvo a un alférez de rostro simpático y de mirada acosada…, o
mejor dicho tímida.
—Bien —dijo a la concurrencia—,
supongo que no muchos de ustedes conocen a nuestro doctor Olguín y sus maneras
tan directas. —Los que tenían más edad sonrieron con complicidad, mientras que
los más jóvenes mostraron expresiones de cierto azoramiento, pero en general a
todos se les podía ver algún grado de diversión—. Lleva haciendo este trabajo
desde toda la vida y ha sido quien ha modificado en su mayor parte los
implantes oculares desde que aparecieron por primera vez.
Adoptando un tono confidencial
continuó.
—Dicen que lo primero que hizo
al ver el implante fue decir que se podía mejorar, lo que hizo un año después
que entraron en servicio como parte del uniforme.
—Fueron nueve meses, dijo la
conocida voz detrás de él. Se giró intentando no mostrar nada de sonrojo (lo
que no estuvo seguro de haber conseguido) y le dijo a Olguín que se había
limitado a repetir lo que se decía por ahí.
La alférez pelirroja se
encontraba junto al doctor sosteniendo un pañuelo de papel sobre su ojo derecho
y varios de los más jóvenes mostraron cierto grado de incomodidad, lo que desde
luego le dio pie a Olguín para lanzar otra de sus invectivas.
—Oh, está bien. Sólo tuve que
darle un golpe para que se tranquilizara.
La sargento de mecánica se tapó
la boca con la mano para ocultar la risa y algunos lo hicieron abiertamente, no
obstante la chica objeto de todo negó con la cabeza sonriendo, lo que
tranquilizó en cierta forma a los demás.
—La irritación pasa en uno o dos
minutos —dijo Víctor—, así que no se preocupen.
—Claro que en este caso la
señorita Van Hirst llorará muchos días ahora que vamos a separarnos— interpuso
de inmediato Olguín arrancando nuevas sonrisas en los que estaban esperando.
Dándole una palmada en el hombro,
le dijo que se moviera y tras despedirse de Víctor, recordándole que lo
esperaban en la oficina financiera, volvió a gritar “¡Usted!” señalando al
alférez de mirada tímida.
Cuando salía al pasillo tras la
alférez, pensó que tal vez la vería en el Danubio. Era bastante bonita…, bastante
guapa en realidad, de buen porte y algunas pecas en la nariz que realzaban unos
ojos grises hermosos y que crearon en él una idea de familiaridad.
Al notar que él la miraba, se
apresuró a preguntarle:
—¿Primera asignación?
—No, señor. Es la segunda y al
parecer me estoy dirigiendo al área de señales y detección.
—¿Danubio?
—Sí, señor. Lo encuentro
increíble —fue su respuesta que acompañó con una radiante sonrisa.
—Muy bien —le dijo él—, entonces
nos veremos arriba.
Ella había abierto sus hermosos
ojos y antes que pudiera decir algo, Víctor señaló con el pulgar la puerta que
tenía detrás y le dijo:
—Es muy posible que veamos a
varios de ellos también en poco tiempo.
Van Hirst se tapó la boca con el
pañuelo de papel diciendo— ¡Oh, no! ¡Qué vergüenza!
—No se preocupe, con usted el buen doctor estaba calentando los impulsores.
A algunos de esos pobres les espera algo que superará con mucho las bromas que
le hizo a usted.
Se dio cuenta de algo más en la
cara de la joven y aún notando la sensación de familiaridad, creyó ver algo en
ella y por estar más o menos seguro de lo que creía, se atrevió a preguntar:
—¿Van Hirst? ¿Por casualidad su
padre es René Van Hirst?
—Sí, señor.
—Entonces usted es Érika.
—Sí, señor. Me llamo Érika Van
Hirst. ¿Supongo que conoce a mi padre?
—Sí, pero en realidad conozco mucho
más, y hace muchos años al hermano menor de su madre —había finalizado notando
como su cara sonreía con todos los recuerdos.
Ella lo había mirado un tanto a
la cara y sus ojos se abrieron algo más cuando pudo al parecer identificarlo.
Víctor por fin había podido
reconocer a la niña que hacía tantos años había visto por última vez, cuando
vio como su boca se abría en una expresión de total sorpresa, que lo llenó de
recuerdos de tiempos anteriores a muchas cosas. Tiempos felices, tiempos en que
el universo no parecía tan grande como había resultado ser.
—¿Tío Víctor? ¿En verdad es
usted? ¡Lo siento! Por favor disculpe, señor. No quise faltarle el respeto.
—No se preocupe, Érika. Es muy
bueno verla otra vez después de tantos años.
Con el sonrojo avivando
nuevamente sus mejillas, caminaron juntos hasta la escalera del fondo del
corredor y al acceder al hall de acceso, se despidieron recibiendo su primer
saludo como segundo al mando del Danubio.
Recordaba de igual forma lo de
la oficina financiera, que había consistido en un mero trámite. Más tarde, en
los almacenes de los que acababa de salir había adquirido un juego nuevo de
uniformes, un nuevo equipaje (más grande del que tenía), una serie de elementos
de comida y bebida, destinados a agasajar a quienes serían sus invitados a bordo
en las comidas que debería ofrecer. Además de todo ello, una serie de tablillas
vacías que serían indispensables para sus tareas como jefe de personal y
finalmente una cantidad de suministros de gran variedad de géneros y tamaños.
Éstos se los enviarían directamente a la nave en dos o tres días, debiendo
pagar por el envío, desde luego. Con todo ello, su primer pago del nuevo
estipendio y parte de los anteriores pagos de los que no había hecho uso,
fueron tremendamente disminuidos cuando salía de la oficina de facturación.
Al final de la rampa se quedó
esperando su nueva Roboleta y luego de unos segundos, la vio aparecer por las
puertas acristaladas de la oficina. Se quedó junto a él y con ese
característico zumbido que hacían todos los equipajes militares, dio la
impresión de que era un perro junto a su amo esperando la siguiente orden. Lo
abrió, introdujo en él el maletín y tras cerrarlo le ordenó mediante el
implante que lo llevara hasta su habitación en las barracas de los tenientes.
Lo vio alejarse y de inmediato pensó en Mabel preguntándose dónde estaría. Si
había alguien con quien quería compartir su alegría y excitación era con ella,
además de Diana, mas ella tal vez ya lo supiera, o lo sabría al embarcar. Daba
igual, él quería ver a Mabel.
Cuando llegaba a la esquina
noroeste de la Plaza
del Cielo, por instinto o premonición miró al semicírculo que era la oficina de
personal y la vio. Bajaba la escalinata junto a un sargento de la infantería de
marina que la guió hasta un Hoverjeep, que se puso en marcha tan pronto como
ambos estuvieron sentados en su interior. De inmediato enfiló recto por la
avenida Lunar, lo que podía indicar varios destinos posibles, salir del
cuartel, por ejemplo; sin embargo también podía ser que fueran a los barracones
de los suboficiales, el área central de entrenamiento de los infantes de
marina, el sector de almacenes de armas y algunas dependencias más. Le parecía
que Mabel no lo había visto, puesto que hablaba seriamente con el sargento
cuando los había avistado bajando de la entrada del feo edificio de personal.
Mirando cómo su cola de caballo ondeaba en la cabina abierta del Hoverjeep, se
preguntó si la vería esa noche, o si bien debido a las nuevas asignaciones que
ambos ya tenían, volvería siquiera a estar con ella para despedirse.
Parte de la euforia que había
sentido hasta ese momento se desvaneció. Por ello, cabizbajo y ya sin sonreír
caminó rumbo a la plaza, pensando en buscar algún asiento desocupado. Quería
pensar en lo que se le venía y lo que tal vez dejaría atrás, debido a que no se
hacía ilusiones. Pensar que podrían por fin estar juntos, por primera vez y en
la misma nave, era ser tal vez demasiado optimista. En ese momento tuvo una
idea y tratando de ver si aún podría divisar a Mabel, lo que no logró, esforzó su
memoria a corto plazo intentando recordar si ella iría tal vez con el ojo
derecho por detrás de un pañuelo de papel. Su esperanza se desinfló cuando la
imagen de ella bajando la escalinata se formó y la visión de un maletín de
aluminio más grande que el de él estaba colgando de su mano derecha, mientras
en la otra su bolso estándar se balanceaba indiferente. Sí, realmente era ser
optimista pensar que podrían estar juntos.
Esperando que una columna de
cinco Hovertracks pasara por la calle, su ánimo bajó una vez más elucubrando
sobre el destino de Mabel y cuando por fin cruzó hacia la plaza, un peso
familiar se había instalado en su pecho, al que le dio la bienvenida como un
viejo amigo. Amigo al que no quería ver, pero que siempre llegaba cuando la
separación de la mujer amada se hacía inminente. Ni la visión de la Fuente de
las cien Torres que se extendía por donde caminaba, con sus cien chorros de
agua que el viento dispersaba, le levantó el ánimo. Caminando por los senderos
que formaban islas de caprichosas formas de césped bien cortado y mantenido, se
cruzó con parejas y grupos de miembros de la Flota que mostrando diferentes grados de apuro o
calma se dirigían a sus destinos concretos, o bien como lo hacía él simplemente
paseaban. No se alzaban manos para hacer la venia, ni se adoptaban posturas de
atención o firmes, ya que era una norma no escrita que al interior de la plaza
los rangos no significaban nada, de modo que pudo ver a gente de distinto rango
charlando amistosamente o bien intercambiando bromas. Algunos hombres lo
saludaron con sonrisas o gestos de la cabeza y la mano, mientras otras le
sonreían con afecto a la distancia.
Conocía a mucha gente de aquella
que andaba por ahí y devolvió tantos gestos de amistad como recibió; sin
embargo no tenía ganas de hablar con nadie. De ese modo, más pronto que tarde
se encontró caminando por los lugares menos concurridos, hasta que se vio
recompensado con un solitario banco de madera que daba la espalda al sol que ya
bajaba hacia el poniente. Durante un par de minutos se quedó sentado con los
antebrazos apoyados en las rodillas y sosteniendo la tablilla con ambas manos. Miraba
sin ver el espectáculo de la plaza y las personas que se veían a cierta
distancia, ya que sólo pensaba en ella.
Después de un único suspiro que
resumía su estado de ánimo, apoyó la espalda en el asiento y tras poner una
pierna sobre la otra, activó la tablilla en la que estaba guardado el listado
completo de la tripulación de su nueva nave.
La pantalla de la tablilla le
mostró que podía elegir si separar los listados por rango, por grupos de
tareas, por asignaciones anteriores, por edades o por certificados de estudios
complementarios, así como por honores recibidos, fueran medallas,
condecoraciones u otras análogas. Seleccionó por grupo de tareas y se desplegó
un nuevo menú con el listado de tareas de la nave encabezado por el Puente
(aunque no era un grupo de tareas en sí) y seguido por pilotaje, Navegación,
Señales, Ingeniería, enfermería, Suministros, Mecánica, Táctica, Ala de ataque,
Infantería de marina, Ciencias, Servicios y comisionados. A su vez cada uno de
ellos estaba dividido en subgrupos específicos de cada tarea, dividiendo el
puente por ejemplo en Señales, Timón, Operaciones, Tácticas y Comando. Se dio
cuenta que antes de cada subgrupo de cada tarea se señalaba el oficial o
suboficial al mando bajo el enunciado de “COMANDANTE”. Sin que se pudiera ver
ni nombre ni rango, así que sin pensarlo mucho, estuvo a punto de abrir la
información de quién figuraba en dicha calidad en el grupo de tareas del
Puente. Volvió sin embargo atrás y en lugar de eso seleccionó ver el listado de
la tripulación por el rango y sin darse cuenta del nombre, pulsó en el lugar
que decía “COMANDANTE – CAPITÁN”.
Una captura que iba desde la
cabeza hasta la mitad de los muslos ocupó la totalidad de la pantalla. En la parte
superior estaba el nombre completo, el rango, el puesto dentro de la
tripulación y el número de serie personal de la flota. Claro que la sorpresa
hizo que durante un buen rato no se fijara en el nombre, porque no podía
apartar la vista de la captura de quien sería su capitán en el Danubio.
Nelson Thomas Patrick había sido
uno de sus mejores amigos durante los años de la academia, y un contacto más
que frecuente en los años transcurridos desde la graduación, con mensajes
constantes y regulares. Alguien a quien de forma sana había envidiado por sus
logros, los que lo habían llevado al mando de naves antes que muchos oficiales
más experimentados que él. De hecho su primer comando, casi accidental, había
estado en su momento casi al nivel de una leyenda. De ahí en más, Tommy
simplemente había ido como flecha en dirección al cielo.
No se podía decir que
actualmente fueran amigos íntimos, pero sí que lo habían sido en la Academia y
tenían una amistad que a pesar de las distancias, muchas veces alargadas
durante años, había perdurado hasta el presente. Qué demonios, había sido su
mejor amigo durante los años de la
Academia e incluso desde antes. Sabía de los logros
personales como comandante y la excelente campaña que había realizado como
capitán de la Everest hasta el mes anterior; no obstante jamás se habría
imaginado que alguien que tenía su misma edad pudiera ser nombrado comandante
de una nave como el Danubio, la más nueva joyita de la Armada y en teoría lo
mejor que se había fabricado en años.
En la imagen se le veía de buen
talante, con las manos en la espalda y las piernas separadas, con el uniforme
completo y perfectamente arreglado, que le daba una idea de seguridad y
autoridad que ya hubiese querido Víctor para sí mismo.
—Vaya, vaya —dijo tras un
momento y se preguntó si fuera de los nombres que ya conocía, algún otro que
pudiera sentir como cercano estaría en el personal bajo su mando.
Pulsó sobre el ícono marcado para
ir a la siguiente entrada y se vio a sí mismo en una imagen del mismo tipo que
la anterior, con los brazos a los costados y una expresión seria que habría
hecho sonreír a Mabel. En la parte superior se leía que era Teniente Primero y
que era primer oficial al mando del Danubio, lo que hizo que se preguntara una
vez más si era cierto aquello, pues aún le parecía irreal.
En la siguiente entrada vio a un
oficial al que conocía también de la época de la Academia, llamado Jorge
Belisario Santamaría, teniente piloto y Navegante del Danubio. Los recuerdos de
Patty que desde luego estaban asociados a Jorge Santamaría, se hicieron
presentes, regresando nuevamente a esos años en que todo parecía más fácil.
Intentando apartar todo aquello de su mente (nunca era fácil lograrlo) continuó
viendo el listado.
La siguiente imagen que apareció
cuando quiso ver quién seguía en orden jerárquico a Santamaría, le transformó
el resto del día por completo. Mirándolo desde su tablilla con sus hermosos
ojos de color miel estaba Mabel Elizabeth MacAndrews, teniente segundo, Jefe
táctico y de seguridad del Danubio.
Si alguien lo hubiese estado
mirando a la cara en ese momento, habría visto sin duda cómo su gesto de
concentración se convertía en uno de sorpresa, luego cómo se le dividía la cara
con una sonrisa. Finalmente, tal observador habría visto cómo se tapaba la boca
con una mano mientras sus ojos se habrían de par en par con una expresión
jubilosa.
Casi puso los dedos de la mano
derecha (una vez quitada de su boca) sobre el rostro de la imagen que veía de
Mabel para tocarla. Pensando en que tal vez alguien lo observaba, se limitó a
pulsar renuentemente el ícono para la siguiente entrada y sin mermar en nada la
alegría que sentía en su pecho, no pudo menos que concordar con el doctor
Olguín. Katrina Tatiana Milovsky, Teniente segundo y Jefe de Ingeniería del
Danubio era con mucho una mujer hermosa.
De cabello castaño rojizo que
brillaba a pesar de estar sujeto en un moño bajo, tenía unos ojos grandes de
color azul que de por si eran impresionantes y que eran el complemento perfecto
para el resto de sus facciones. Pómulos altos, nariz pequeña y levemente
respingona, labios del grosor justo y una barbilla fina, era sin duda un rostro
que no pasaría desapercibido en ninguna multitud. El punto es que no era un rostro
perfecto, pues tenía lo que en cualquier otro se llamarían imperfecciones. Un
lunar algo grande sobre la ceja derecha, una pequeña cicatriz a un costado de
la frente, y las pecas esperables en una piel tan blanca como la de esa mujer.
Tales imperfecciones en total servían para realzar el conjunto y le quitaban la
idea de ser una cara de muñeca, para tener el toque justo de realidad que hacía
que fuera en apariencia de una personalidad única.
Se dio cuenta que había hecho lo
que se había negado en el caso de Mabel, al pulsar en un indicador que
parpadeaba junto a la cabeza de quien ocupase la pantalla, aumentando el rostro
de la Ingeniera para ocupar casi la totalidad de la superficie. Al ver durante un buen rato de forma clara lo
que tenía en frente, quitó el zoom de la imagen y vio una vez más a tamaño
normal a la teniente Milovsky. El rostro no era lo único digno de admiración,
pues el resto era tan llamativo de un modo sutil, empero al mismo tiempo
inequívoco. Pechos pequeños realzados por el talle fino y unas caderas que muy
poco se disimulaban por la falda y la caída de la chaqueta, ni por la postura
que tenía en la foto con las manos tomadas por delante y las piernas
decorosamente apenas separadas.
Actuando por primera vez como
jefe de personal, pensó que tal vez la teniente podría ser un foco de
problemas, principalmente por las reacciones masculinas. Después de todo, y si
se tenía en cuenta el encierro al que estarían obligados durante tal vez meses,
más de alguien querría estar un poquito más cerca de ella. Tomó nota mental de
tener vigilada la posibilidad de que problemas derivados del aspecto de Milovsky
se produjeran en la nave, ya que sabía muy bien que cosas como esas podían
ocurrir.
Antes de ponerse de pie e
intentar localizar a Mabel para darle la estupenda noticia, vio la captura de
quién sería la piloto jefe del Danubio. Una bonita muchacha llamada Mariana
Patricia González, le sonreía abiertamente desde su imagen con una mueca
bastante agradable.
Sacando la tarjeta de su manga,
accesó en el menú principal los mensajes personales. Vio el último recibido ese
día. Era el que Mabel le había enviado respondiéndole a él, cuando le había
avisado que tal vez no podrían almorzar juntos. En lugar de crear un nuevo MP,
ordenó responder a ése y desplegando el teclado virtual le escribió diciendo
que iría a comer algo. Más tarde estaría en su habitación, así que esperaba que
ella se pusiese en contacto. Lo envió y sin esperar la confirmación de que el
MP había sido recibido, cruzó la plaza hacia las barracas de oficiales mientras
seguía pasando las imágenes de la plantilla del Danubio, y desde luego vio
varios rostros conocidos.
No solo había descubierto
temprano que estaría junto a Diana, si no también sabía que Tommy sería su
oficial superior, por ni hablar de Mabel. Además de todo ello, la condestable
de la nave era otra de aquellas personas miembros de su grupo de amigos más
queridos e íntimos de la
Academia. Cinco de los seis que habían formado el grupo más
revoltoso de aquellos años.
**********
Mientras la penumbra del final
del día inundaba la habitación de Mabel, Víctor aún no podía creer del todo el
giro de su vida en la armada. Contemplaba a Mabel mientras ella, sentada en la
cama le narraba su propia historia del cómo se habían dado las cosas en su
entorno.
Y a pesar del esfuerzo por
ponerle toda su atención, seguía pensando en que el día que estaba terminando
era uno de aquellos que no podría olvidar. Había sido casi perfecto y el fin de
este no había hecho más que hacerlo sentir que estaba en la cima del mundo.
Luego de llegar del comedor sin
tener aún noticias de ella, siguió revisando la lista de la tripulación. Había
entrado a su propio alojamiento para ver las órdenes inmediatas y darles una
lectura bastante completa. No supo cuánto rato había pasado hasta que el
implante le indicó que tenía un MP de Mabel. En él le decía que por fin estaba
en su habitación. Al ver que nadie estaba en el pasillo del quinto piso, caminó
hasta la habitación de ella y luego de presionar en el Llamador, manteniendo la
tablilla de sus órdenes y la del listado de la dotación aferradas en la otra mano,
vio que la puerta se abría y Mabel, correctamente uniformada, le hacía un
saludo militar perfecto como si se tratara del mismísimo comandante en Jefe de la Flota en lugar suyo.
—¿Señor? —Le había dicho al
verlo con una seriedad tan sólo desmentida por el brillo de sus ojos—. ¿En qué
puedo ayudarlo?
Aunque iba sin el uniforme le
respondió el saludo y con voz de mando le dijo:
—Necesito hablar con usted,
teniente.
Ella había dado dos pasos hacia
atrás y se había puesto firmes con lo que Víctor pudo entrar y tan pronto como
cerró la puerta, y antes que pudiera decir nada, Mabel le preguntó:
—¿Puedo hacerle una pregunta,
señor?
—Desde luego, teniente. ¿De qué
se trata?
—Es una pregunta sobre el
protocolo, señor. —Como Víctor no dijo nada, dando un paso hacia él manteniendo
la postura y con voz formal le dijo:
—Dado que usted es mi oficial
superior y que a menos que se trate de una orden ilegal o contraria a la
situación de mi rango estoy obligada a obedecerlo; Que como el artículo 315 de
las normas de conducta de la
Armada prohíbe las relaciones personales que no sean
familiares entre el personal, ¿si usted tiene intenciones románticas hacia mí
¿Debo negarme a una orden de, por ejemplo, besarlo, señor?
—¡Oh! —respondió él de
inmediato—, usted en ese caso debería denunciarme y ordenarle a mi oficial
superior que se me separara de mis funciones. Seguidamente mi oficial superior
debería solicitar a la oficina de personal que se me relevara de mi puesto, y
junto con sancionarme con tal vez una degradación se me debería trasladar a
otro destino. Tal vez sería expulsado de la Armada por acoso, impartir órdenes ilegales e
intento de coaccionar a un subordinado.
Era ni más ni menos que una
pantomima entre ellos, de palabras rebuscadas y algo cursis. Sin embargo Mabel
había sido, era y seguiría siendo una bromista. Eso él lo tenía claro, y por lo
demás le encantaba jugar con ella.
—Entonces —dijo Mabel dando otro
paso—, si yo le pidiera, dado que no puedo darle órdenes a usted, que me
besara, ¿Qué debería hacer usted conmigo, señor?
—Bueno —respondió él
retrocediendo hasta dar con la espalda contra la pared al tiempo que luchaba
por no largarse a reír—, como su oficial superior mi primer deber sería
señalarle lo inapropiado de su petición. Decirle firmemente que ese tipo de
conducta no es propia de un oficial de la Armada, y también debería ordenarle
que se retirara a sus habitaciones. Hacer que se quedara confinada en su
interior hasta que un consejero pudiera hablar con usted, o bien hasta que esas
ideas las descartase. Además —continuó mientras veía que ella daba otro paso
hacia él— debería, por supuesto, informar de su conducta a la oficina de
personal y pedir que la trasladaran si es que no recomendara que se le
sancionara por faltar a la norma del artículo 315 del código de conducta.
—Ah —dijo ella mientras daba un
diminuto paso adelante—, es que ahí está la cuestión, señor.
—¿El qué?
—Verá, señor. En el caso en
cuestión yo no tengo relación ninguna con usted, sólo le estaría pidiendo un
beso, de modo que no se trata de ir en contra de la norma, señor. Es más
—continuó llevándose un dedo a los labios—, aún cuando usted accediera
amablemente a mi petición, y me besara por única vez, no se faltaría al código
de conducta, señor. En concreto no se podría afirmar que tuviésemos una
relación personal, señor. ¿No le parece, señor?
—Eso podría ser cierto,
teniente, pero aún cuando yo la besara a usted una sola vez —le dijo de
inmediato mientras ella se acercaba un poco más—, el caso es que entre usted y
yo se podría crear una situación de cierta tensión. Tensión que podría poner en
peligro el fiel cumplimiento de nuestras funciones, lo cual es el motivo
principal para que exista el artículo 315 que le señalé.
En ese momento Víctor ya se daba
cuenta que no tenía ganas de reír, porque por el contrario todo tenía cada vez
más un aire de sensualidad que le estaba poniendo los pelos de punta. Al tener
la ventana tras Mabel y como la luz del día menguaba rápidamente, no veía muy
bien sus facciones, pero se sentía atrapado por su mirada y no podía (ni
quería) mirar a otro lado que no fuera ella y sus maravillosos ojos.
—Pero señor, —dijo suavemente
ella mientras con otro paso diminuto se ponía más o menos a quince centímetros
de él—, supongamos por un momento que yo…, estuviese afectada por una o varias
emociones de tipo intenso. Que debido a ello yo le pidiera un beso inocente que
estuviese destinado a calmarme o consolarme, que luego de ello no se pudiera
derivar nada más que el cumplimiento como Jefe de Personal, ¿No podría
justificar que usted atendiera o considerara mi petición, señor??
—La verdad, teniente, es que si
ese fuera el caso, debería negarme y recurrir a un consejero o a la medicación
para lograr que usted se calmara.
—¿Y si no fuera posible recurrir a nada de
eso, señor? —preguntó dejando finalmente sus dos pies juntos y perfectamente
alineados a diez centímetros de los de él—. ¿Si yo, por ejemplo, estuviera
impedida de acceder a un consejero y a las áreas médicas quedándome como única
posibilidad de que usted me consolara, señor?
—Bueno, —respondió escuchando su
respiración onda y pausada—, como oficial superior que debe dar ejemplo no sólo
a usted sino a un grupo de personas, debería de todos modos negarme e intentar
ayudarla de otra forma.
—Entiendo, señor. Veo que sus
funciones como segundo al mando son de una responsabilidad enorme, señor.
—No tiene idea, Teniente.
Y se quedaron en silencio. Como
él era más alto que ella, a medida que se había acercado poco a poco, se había
visto obligado a agachar la cabeza, mientras que con cada pequeño paso había
levantado más la cara hacia él para no romper el contacto visual. Al pasar las
tablillas de su mano izquierda a la derecha para poder dejarlas en una mesilla
que estaba a su lado, rozó las manos que había juntado delante suyo y la
descarga de electricidad le recorrió todo el cuerpo. Habiéndose acostumbrado a
la tenue luz de la habitación veía la suave curva de su cuello que desaparecía
por debajo de su camisa y notaba, a pesar de la poca luz, el latido de la
carótida a un ritmo acelerado.
Notaba sus pequeños pechos que
subían y bajaban al ritmo de su onda respiración y su boca, entreabierta e
invitadora, era como un capullo que a punto de abrirse al sol significaba para
él la promesa y la seguridad de que era suya. Toda suya, como lo había sido
desde tanto tiempo antes. Además estaba el olor de su perfume que le inundaba
las fosas nasales y que hacía que ningún otro aroma fuera perceptible. Sentía
que podía seguir mirándola por horas, aún cuando cada vez más quería tomarla
entre sus brazos y refugiarse en sus labios que lo llamaban con urgencia.
—¿Señor? —dijo Mabel rompiendo
el silencio con voz tan suave que por un momento creyó no haber escuchado.
—¿Sí, teniente? —dijo él con un
tono muy parecido al de ella.
—¿Podría pedirle algo, señor?
—¿De qué se trata, teniente?
Tomando aire de forma
entrecortada ella susurró:
—Es que verá, señor. En este
momento estoy embargada por un cúmulo de emociones fuertes que necesito
desahogar y por ello siento que el consuelo sería lo mejor para superar mi
situación actual, señor. —y luego de una pausa—. ¿Podría usted besarme, señor?
El calor, que cada vez más iba
creciendo, se apoderó de él cuando respondió:
—De poder hacerlo, en realidad
no puedo, teniente.
—Entonces —le dijo Mabel casi de
inmediato—, ¿Querría usted besarme, señor?
Sin decir nada más y de forma
simultánea, Mabel separó sus manos y las levantó hacia el rostro de Víctor,
mientras que él las separaba de sus costados hasta su cintura. Ella le acarició
las mejillas mientras avanzaba hasta su nuca y él le acarició la espalda al rodearla
con los brazos.
Ambos adelantaron el pie derecho
hasta que estos se tocaron y mientras ella levantaba el izquierdo para subir
hacia él apoyándose en sus hombros, él la ayudaba a subir gracias al agarre que
iba afianzando en su espalda, al tiempo que descendía hacia ella sin que
ninguno de los dos dejara de verse en los ojos del otro. Luego la inercia, la
práctica y el puro deseo que compartían por igual se hizo cargo del resto y
fundidos en un abrazo que a ambos acomodaba, sus bocas se encontraron durante
un largo momento.
Recostado contra la pared
mientras Mabel apoyaba la frente en su pecho, él jugueteaba con los pocos mechones
que se habían escapado de su cola de caballo. Pensaba que tal vez podría
acostumbrarse a estar así con ella más seguido de lo que nunca antes, desde que
se habían hecho amantes, lo habían podido estar.
Era tan agradable poder estar
así con ella con la tranquilidad y seguridad de saber que seguirían estando
juntos una vez que dejaran el planeta, lo que nunca antes había ocurrido.
Recordó la primera vez que se
habían despedido cuando subía a un Cúter en Heathrow tras haberse amado por primera vez durante dos
meses que habían pasado en Londres. Él subiendo la escalinata girando justo
antes de entrar por la escotilla para verla junto a la puerta de salida y donde
se había quedado con otros miembros de la flota que estaban esperando para ver
la partida.
Ella de pie en el extremo del campo
de lanzamiento en Río cuando se habían encontrado por cuatro días en el cuartel
general, mirando como entraba junto a otros seis en una nave correo que lo
llevaría a Descanso. Simulando un tropiezo con la escalerilla, había agachado
el torso y girando los ojos la había visto por última vez hasta dos años
después. Por una avería en el tuvo flexible en una exclusa de la estación
descanso, habían enviado un equipo de control de daños en el que estaba Víctor
como supervisor mientras se adiestraba como piloto. Mabel, llegada a cargo de
un grupo de cadetes de la academia que iba rumbo al Centro Heinlein, había
abierto los ojos de par en par al verlo. Cuando Víctor había declarado que no
podría estar todo listo antes de cinco horas, ella había dado permiso a los
cadetes para que recorrieran la parte civil de la estación mientras ella se
reportaba a la jefatura. Tan sólo en el ascensor habían podido abrazarse y
hablar con tranquilidad, pues durante esas cinco horas en muy pocas ocasiones
se habían quedado solos.
Siete meses después durante una
semana en una pequeña ciudad, del primer mundo con atmósfera que se había
encontrado en el Sector Veintiuno, Mabel le había dicho que no podía dejar de
pensar en él y que sentía que se había enamorado por completo. Él, alagado
aunque inseguro si podría corresponder a tal declaración, había subido a un
transporte de tropas que lo llevaría a su primera asignación en una nave de la
Flota y entonces la había visto sentada a una mesa de la diminuta terminal de
ese mundo que poco a poco se iba poblando de gente.
Un año después y habiendo pensado en
ella durante gran parte del tiempo, le había dicho que creía que podía
corresponder a los sentimientos que ella le había declarado antes, si es que
aún los tenía hacia él.
Así, muchas otras veces se
despidieron intentando siempre verse en el momento de la partida, procurando
robar cada minuto al tiempo que pasaban juntos; sin embargo nunca había podido
ser tan extenso como cuando estuvieron en Londres. Y todo llevaba hasta ese
momento en que no tendrían que separarse, ya que las asignaciones en una nave
estelar, a menos que ocurriera algo inesperado, solían durar mucho.
—¿Cómo te enteraste que sería tu
oficial superior en el Danubio?
Separándose de mala gana de él,
levantó la cabeza para mirarlo y con los ojos puestos en el recuerdo de esa
tarde le dijo que tras recibir la asignación de que estaba en la dotación del
Danubio, había mirado sus órdenes mientras esperaba que Olguín le cambiara el
implante.
Tomó de la mesilla la tablilla
que estaba junto a las que Víctor había dejado hacía unos minutos y se sentó en
la butaca mientras la encendía sentándose en la cama mientras ella le contaba
lo que había ocurrido.
—Ya sabía que estaría en el
Danubio como Jefe táctico y de seguridad, aunque mientras Olguín estaba ocupado
con alguien en su oficina me senté junto a una ventana y leí mis órdenes. No
tienes ni idea cómo me sentí cuando descubrí que luego de una semana a partir
de hoy subiría a Descanso para hacer el trasbordo a la nave, debiendo
reportarme al primer oficial de la tripulación, el Teniente Primero Víctor
Guzmán.
—Cuando Olguín me llamó con su
familiar “¡Usted!”, estaba literalmente caminando sobre nubes. O sea
entiéndeme, haber sido asignada a esa nave, y como si fuera poco estar junto
contigo, hizo que la felicidad de este día se acercara a cuotas desconocidas
hasta ahora.
—¿Sabes? — agregó bajando la voz—
Olguín me dio a entender que sabe lo nuestro. Me dijo que tuviera cuidado,
porque estaría distraída en la nave por un oficial superior de pelo corto a
cepillo que medía algo así como metro noventa. Me quedé sin respiración cuando
me dijo eso y no pude decir nada. El caso es que cuando salí de ahí debía ir a
suministros y más tarde volver para reunirme con el suboficial de la infantería
de marina del Danubio; mientras cruzaba la plaza terminé de leer mis órdenes
inmediatas.
—A partir de mañana a las
setecientas y durante siete días, pasaré tres horas en el simulador para
conocer la consola táctica del Danubio hasta familiarizarme con ella por
completo. De las mil a las mil doscientos treinta deberé supervisar el
suministro de armas y pertrechos tácticos de la nave. Además, todos los días de
mañana en adelante, pasaré desde las mil quinientos hasta las mil ochocientos
haciendo la revisión de seguridad de un grupo de civiles que viajarán con
nosotros hasta zafiro con un analista del SSN. Y por cierto, soy oficialmente
miembro del Servicio, de modo que cuando volvamos a casa tras la misión, deberé
hacer el curso de seis meses para tener el grado de Analista del SSN con todos
los privilegios que algo como aquello conlleva.
—Si me queda tiempo y no caigo
muerta al final de cada día, tengo que revisar toda la lista de los miembros de
la dotación y revisar las fichas confidenciales que el Servicio tiene de todos
nosotros. Si hay imperfecciones u omisiones que detecte durante la Misión, tengo que
actualizarlas y reportarlas tan pronto como se actualicen.
—Supuestamente hay otro oficial
del SSN, aunque no he abierto para nada la lista de tripulantes… no tuve
tiempo. Cuando salí de suministros y regresé a Personal para encontrarme con el
sargento Nakasato, me enteré que debíamos ir a pertrechos para que me
escanearan la retina y así poder acceder al edificio y los laboratorios.
—Mientras estaba en el
laboratorio de desarrollo de armas personales, recibí tu MP diciendo que ibas
al comedor. En ese momento me acordé que estaríamos juntos en esta misión y
quién sabe cuantas más, así que se me fue todo el cansancio, te lo aseguro.
Un par de horas después fui a comer y me
vine tan pronto como pude. Quería ducharme, ponerme guapa, llamarte a fin de
recibirte como mi oficial superior y seducirte, lo que me parece que conseguí
con algo de tu parte, je, je, je; así que en fin, así estuvo la cosa desde
que me fui del comedor a la hora de almuerzo. Por cierto, almorcé con otros
miembros de la tripulación: Diana, Davis, un piloto llamado Gervais que estará
en el Danubio y una alférez que es parte del equipo de señales. Una estupenda
pelirroja que tenía cautivado al teniente Gervais. cuando descubrí que es la
pequeña Érika, de la que supongo te acuerdas, me quedé sin respiración otra
vez. Ha crecido mucho y es tremendamente guapa… Ah, ahora recuerdo que me dijo
haberte visto…, sí, algo así recuerdo. Sea como sea, todos embarcaron hoy rumbo
a Descanso.
Tras escucharla mientras le
contaba su día y su experiencia, e intercalando los correspondientes oohs y
aahs de rigor, Víctor se sentía fascinado por ella. Era muy poco frecuente que
hablaran en términos profesionales, dado que normalmente tenían otros temas de
que hablar cuando estaban juntos. Al notar que se mostraba tan seria e
interesada en sus nuevas funciones, intentó ser objetivo para ver si estaba
viendo a un buen oficial de la Flota; sin embargo los intentos de objetividad
se hacían añicos. El mero movimiento de su boca lo desconcentraba y los gestos
gráciles que hacía con las manos mientras le hablaba, lo desconcentraban del
intento de evaluación que como su futuro jefe de personal intentaba hacer.
¡Cómo quería ser objetivo! No podía, eso sin dudarlo.
Cuando ella terminó de hablar, le
preguntó:
—Si no diste ni una mirada a las
fichas de personal de la nave, supongo que aún no sabes quién es nuestro
comandante.
Estiró la mano hacia una de sus
tablillas para activarla y seleccionar la foto de Tommy. Dándola vuelta se la
puso en las manos. La vio abrir los ojos de par en par, entreabrir la boca,
aspirar un poco de aire y en voz baja la escuchó decir:
—¿Tommy es nuestro capitán?
—En efecto.
—¡Pero no puedo creerlo!
Víctor se encogió de hombros y
no dijo nada, aunque Mabel alternaba la mirada entre él y la tablilla con cara
de incredulidad. Sin soltar ni cambiar la imagen que veía, se recostó en la
butaca y con un escueto “Vaya, Vaya”, se quedó con un aire pensativo.
—Hay otros conocidos nuestros
—le dijo él—, fuera de los que ya sabemos como Diana, Érika y Henry. No he
terminado de mirarla por completo, pero supongo que mientras más bajo sea el
rango menos nombres y caras conocidas encontraremos. Sin embargo también
estaremos en este viaje junto a Alicia.
—¡Me tomas el pelo! —exclamó por
completo sorprendida y haciendo que un brillo muy conocido apareciera en su
mirada, por lo que, y tras la negativa que él le dio, se dedicó a repasar las
imágenes de la dotación.
Luego de un momento en que
miraba las capturas (lo había mirado sonriente cuando había llegado a la imagen
de Víctor) levantó la vista con cara de sorpresa y le dijo:
—Por eso me sonaba de algo
cuando Diana la mencionó. La conozco —le dijo mientras levantaba la imagen de
la jefa de ingeniería para que él la viera—. Estuvo en el centro Heinlein hace
cosa de seis meses en no sé qué tareas, y la había conocido en Descanso hace
cosa de tres años. Es una mujer sumamente inteligente, no obstante es fría como
el hielo y no he podido conocer a nadie que pueda decir que es amigo o amiga
suya. Dentro del servicio es famosa por un apodo que anda dando vueltas desde
hace años. La conocen —dijo tras un momento— como “Blancanieves”, y según
alguien me dijo por ahí, hace tiempo que está esperando que algún príncipe la
bese para despertarla. Es bastante bonita —agregó al tiempo que apagaba la
tablilla— y créeme si te digo que la captura no le hace una total justicia.
Fijó sus hermosos ojos en él, y
con una mirada traviesa lo apuntó con un dedo y remató su comentario diciendo:
—Ni se te ocurra mirarla con
otras intenciones que no sean propias del servicio, o descubrirás lo solitario
que puede llegar a ser el tener un rango superior en una nave estelar.
Hablaron durante un buen rato
más sobre las cosas que sabían de la nave y su tripulación, así como especular
sobre la misión. El tiempo pasó mientras ambos, emocionados por la asignación,
hablaban sobre todo aquello. Luego de un buen rato en esto Víctor le dijo que
al día siguiente debía embarcar a las mil ochocientas rumbo a Descanso, pues
cada vez más gente de la dotación se iba instalando a la espera de que llegara
al L-5 el Danubio. Asumiría pues sus funciones como jefe de personal en la
estación, y se haría cargo de todos los miembros de la tripulación que ya
estaban ahí, tal como con quienes fueran llegando en los siguientes días.
—De modo que nos volveremos a
separar —finalizó—, aunque por unos pocos días.
Al ver la hora se dio cuenta que
eran más de las dos de la mañana y mirando a Mabel le dijo:
—Deberíamos ir a dormir, tu día
empieza temprano y el mío poco después.
—¡Ni hablar! —respondió ella
mientras se ponía en pie—. ¿No te das cuenta que durante quién sabe cuánto
tiempo viviremos en Caída libre?
Sin decir nada más ni
desabrocharse la chaqueta del uniforme, con un movimiento de su mano derecha y
posando la izquierda en el hombro de Víctor, desabotonó la hilera de pequeños
botones de la falda. Esto causó que la prenda diera contra el suelo, dejando a
la vista lo que muchos habían dado en llamar el mejor par de piernas del Centro
Heinlein.
Alzándose sobre él, y gracias a
que se apoyaba en sus hombros, puso sus rodillas a cada lado de las caderas de
Víctor y sentándose sobre sus rodillas al tiempo que se soltaba el lustroso
pelo negro, le dijo:
—Tenemos que despedirnos como
corresponde de la gravedad, ya que siempre la hemos tenido cuando estamos
juntos y nunca lo hemos hecho sin ella.
Lo besó profundamente y con un
movimiento ágil se puso más cerca de él, arqueando la espalda y poniendo sus
pechos a la altura del rostro de Víctor. Gracias a ello, de inmediato empezó a
separar los broches que cerraban la chaqueta de su uniforme, mientras ella le
quitaba la corbata, para pelearse enseguida con los broches de la suya.
Una vez que pudo quitarle la
chaqueta a Mabel, le deshizo el nudo de la corbata con dedos ansiosos. Antes de
intentar hacer algo con la camisa del uniforme, le acarició los pechos, al
tiempo que se regodeaba en su rostro que sonriente, le devolvía una mirada
ávida que de un modo muy extraño le decía que se tomara su tiempo, que esta vez
realmente lo tenían para estar juntos y perderse el uno en el otro.
En ese momento, y mientras ella
hacía todos los esfuerzos posibles por quitarle los pantalones sin dejar de
estar sobre sus piernas, Víctor inició el lento trabajo de dejarla sólo en ropa
interior, mientras ella hacía lo posible por lograr lo mismo. Una vez
conseguido, enterró la cara en el canalillo de sus pechos y la suave tela del
sostén mientras llevaba las manos a la espalda para quitárselo y una vez que lo
logró, pasó los pulgares por los erectos pezones y
presionándolos con cierta intensidad la escuchó dar un gemido de
placer.
Luego de estar así provocándose
durante unos instantes, ella bajó su rostro al suyo y se besaron con mucha más
urgencia y ardor que antes, para terminar cuando Mabel lo empujó hacia la cama
al tiempo que lo despojaba y se despojaba de todo rastro de ropa que les
pudiera quedar.
Cuando pudo mirarla a los ojos
mientras se ponía justo sobre él, le dijo:
—Dios, cómo te amo.
A pesar de la oscuridad y que la
veía rodeada por la cortina de su cabellera que le cosquilleaba las mejillas,
vio que su sonrisa era deslumbrante cuando le dijo:
—Lo sé.
**********
Aún cuando el día siguiente fue
agotador para los dos, se les vio tranquilos y en general sonrientes. Para
quienes estuvieron con ellos durante ese día, era la demostración de la alegría
que sentían por estar como oficiales en su nueva asignación; sin embargo aún
cuando no volvieron a verse hasta bastante más de una semana después, sus caras
alegres en efecto tenían mucho que ver con el futuro, pero se debía a una
historia compartida que venía de los años pasados, lo que les daba ánimo para
enfrentar lo que vendría con toda seguridad en los meses por venir.
Y desde luego, esa tarde con una
pobre excusa que igual dio resultado para escaparse media hora antes de lo que
estaba presupuestado, Mabel estaba junto a otras personas, que al igual que
ella, simplemente esperaban. Acodada en la barandilla de la terraza del control
de despegue, miraba la pista de la que partían los cúteres de la Flota. Uno de
ellos, previa parada en Magallanes, iba rumbo a descanso para esperar la
llegada del Danubio. Estaba siendo abordado por un grupo de oficiales y
suboficiales ante la atenta mirada de un hombre digno de contemplar. de casi metro
noventa, de pelo castaño cortado a cepillo y muy, pero que muy guapo, hablaba
con una joven teniente Junior mientras todos los demás subían al aparato.
No le había mandado ningún MP
avisando que estaría ahí, como lo habían hecho siempre, aunque pensaba que no
se equivocaría o mejor dicho esperaba no equivocarse.
Mientras el grupo subía al
transbordador, miró levemente a quienes estaban cerca de ella. Se preguntó si más
de alguien de los que miraban lo mismo estaría dando la despedida a alguien
amado que no fuera un familiar. Pensó que podía ser así, pues más de alguno y
alguna de los que subían había girado la cabeza para mirar hacia donde ella
estaba y aún cuando la distancia era bastante grande, le pareció ver más de una
sonrisa.
Una vez el último sargento cruzó
la escotilla, separó los codos, se puso recta y con ambas manos tomadas por el
talle, miró cómo Víctor subía de uno en uno los peldaños, hasta que más o menos
a la mitad se detuvo. Su corazón se saltó un latido, mas cuando pensaba que no
iba a pasar, él se giró y recorrió con la mirada el sector de la base donde
ella estaba. Cuando la vio, se quedó un momento mirando directamente en su
dirección. Tras un momento, Mabel levantó su mano derecha hasta la cien y
devolviendo el saludo, Víctor se giró y terminó de entrar en el vehículo que no
tardó en encender sus impulsores. Antes que la escotilla se cerrara tras él,
escuchó que una voz cercana de mujer decía:
—Ese teniente no está nada mal.
Se giró hacia la voz y vio que
era una alférez de más o menos veinticinco años, que al notar que Mabel la
miraba, se puso derecha y con tono oficial le dijo:
—Disculpe, señor. Fue un
comentario inapropiado, señor.
—No se preocupe, alférez. No es
para tanto —le dijo haciendo un gesto para que se relajara—. si no pudiéramos
apreciar el atractivo de los hombres, este trabajo sería muy aburrido.
Justo cuando iba a dar el primer
paso para irse, con voz tímida la joven oficial le preguntó:
—Disculpe, señor. ¿Conoce usted
a ese oficial?
Miró a la nave que se alejaba y
al tiempo que asentía con la cabeza, le respondió:
—Es un antiguo compañero de la
academia y uno de mis grandes amigos…¿qué digo? Es mi mejor amigo y una persona
muy querida.
La alférez le agradeció la
respuesta con una inclinación de cabeza y Mabel caminó lentamente hacia la
salida. Pensaba que en efecto era su mejor amigo, la persona más querida y
gracias a alguna entidad poderosa del cielo o del infierno, era todo suyo, tal
y como siempre había querido que fuera. Esa seguridad estaba por el simple
gesto de haberla mirado. A esa hora ella debía estar en otro lugar cumpliendo
deberes, pero de algún modo él lo había sabido, ella estaría ahí para
despedirse, como tantas veces lo habían estado el uno por el otro.
Tal y como hacía unas cuarenta
horas antes, supo que no cabía duda alguna. El amor era algo maravilloso.